EN EL ENTUSIASMO ESTÁ LA CLAVE
Publicado en
mayo 11, 2014
" La función propia del hombre no es existir sino vivir!".
JACK LONDON
Por Norman Vincent Peale (Es el pastor de la Marble Collegiate Church en la ciudad de Nueva York. Ha escrito muchos libros de gran popularidad, entre ellos "The Power of Positive Thinking" y "Stay Alive AH Your Life".)
Condensado de "ENTHUSIASM MAKES THE DIFFERENCE".
CONOCÍ A Hans un verano en que parábamos en un hotel en el extranjero. Era un muchacho alemán, de rostro simpático y carácter agradable que se destacaba entre todo el personal del comedor. Su tarea consistía en retirar los platos de las mesas, una labor tan baja en la rígida jerarquía del restaurante que sus colegas la miraban despectivamente y la cumplían con indiferencia, hasta de mala gana. Pero no así Hans. Alerta a las necesidades de todos, irradiaba alegría y el anhelo de ser útil.
—Parece que usted goza con lo que hace —le dije.
—¡Oh, sí, señor! Este es un hotel magnífico. Me encanta la animación de las horas de las comidas, en un salón donde el servicio es de lo mejor. Y nuestro chef ... ¡Oh! es un artista.
Que él mismo estuviera en el grado más bajo de la escala no le molestaba en lo mínimo. Y ello porque tenía una mira bien definida: quería llegar a ser algún día gerente de un gran hotel. Y le animaba el entusiasmo.
Olvidé aquel pequeño episodio hasta que, varios años más tarde, fuimos a comer cierta vez a un famoso restaurante de Londres. El joven jefe de los camareros, inmaculadamente vestido de chaqueta oscura y pantalones a rayas, nos acogió con una sonrisa. Se mostró tan abierto, tan excepcionalmente amistoso, y describió los platos de la minuta con tal interés que lo miré con más detención.
—¡Hans! —exclamé—. ¡Es Hans, nuestro mozo de comedor de la vez pasada! ¿De manera que ha venido usted a Londres?
—Sí —respondió—, y todavía sigo aspirando al puesto de gerente.
¿Cumplirá Hans su propósito? Pues, ¿cómo sería posible que fracase?
Charles Schwab, que se inició en la industria del acero como ayudante de un cuerpo de agrimensores y terminó por ser presidente de la compañía Bethlehem Steel, decía: "Un hombre puede triunfar en cualquier cosa en la que ponga entusiasmo".
Sin duda alguna, una de las grandes necesidades de nuestra época es un arma con que combatir la apatía. Nuestro mundo está lleno de gente que se enorgullece de ser indiferente. Favorecidos como nunca en la historia por grandes oportunidades de aprender y de progresar; beneficiarios de la riqueza y la cultura producidas por siglos de esfuerzos y sacrificios, "no les importa nada". Tal vez esta indiferencia no sea en realidad otra cosa que miedo: una defensa que oponen contra la vida. Pues el vivir plenamente exige una consagración total, y tal consagración puede acarrear aflicciones a la par que logros. Pero comparemos la existencia de estas personas emotivamente vanas con la de esos individuos que encaran la vida, incluso los momentos aciagos de la misma, con esperanza, confianza, entusiasmo. ¿Quiénes hacen una vida más completa? ¿Quiénes logran más?
El entusiasmo eleva la vida sobre las cosas ordinarias, le presta sentido. El que lleve una vida imperturbable puede llegar a insensibilizarse. Quien la lleve con ardor, aunque por ello llegue a quemarse, por lo menos habrá comunicado su calor a los demás. El novelista Jack London ha dicho: "Prefiero ser cenizas a ser polvo. Preferiría que mi chispa ardiese hasta consumirse en luminosa hoguera y no que la ahogue una seca podredumbre".
Betty Friedan, autora de The Feminine Mystique, ha dicho lo mismo con otras palabras: "Me horroriza la palabra impasible. La impasibilidad equivale a evadir la vida. Ser impasible es no ser nada".
No propongo una actitud de ciego optimismo, de dulzura e inocencia ante los problemas de la vida. Los entusiasmos naturales de la juventud reciben inevitablemente sus descalabros al paso de los años. Sin duda cosas hay que salen mal, y se debe hacer frente a las malas noticias. Las desilusiones, las esperanzas frustradas, el desgaste de la natural energía: todo conspira a atenuar el interés y una reacción vivaz. Pero esa pérdida de las fuerzas vitales no tiene por qué ocurrir. En realidad, la declinación espiritual solo llega a quien permite que ello le ocurra. He conocido personas que conservaron su entusiasmo hasta el final de su existencia, y entonces la abandonaron, al parecer, con las banderas ondeando al aire, con el amor a la vida brillando aún en sus ojos.
¿Cuál era su secreto ? ¿Qué métodos podemos emplear para reavivar deliberadamente nuestro entusiasmo por la vida?
Obrar como si fuéramos así. Hace años el sicólogo William James dijo: "Si quieres poseer cierta cualidad, obra como si ya la tuvieras". Este principio es eficaz. Supongamos, por ejemplo, que una persona es tímida, apocada, dominada por un hondo complejo de inferioridad. Para cambiar, debe empezar por verse a sí misma, no como es, sino como desearía ser: confiada, segura de sí, capaz de hacer frente a toda situación. Luego deberá comenzar a conducirse deliberadamente con esta confiada actitud. Es una ley ya demostrada de la naturaleza humana que lo que uno imagina ser, con el tiempo tenderá resueltamente a serlo.
Deséchense los errores. Una mente llena de ideas sombrías cierra el paso a los pensamientos alegres y animosos. Pasemos revista cada día a nuestros fracasos y desilusiones, a los desaires sufridos, a nuestros errores y tonterías. Saquemos de ellos toda la experiencia y la comprensión que pueden valernos. Luego hagamos de ellos un montón y desechémoslos de nuestro consciente. Olvidemos cuanto dejamos atrás, tratemos de alcanzar cuanto está delante. El ejercicio regular de esta disciplina mental llegará al fin a dotarnos de una notable aptitud para olvidar las cosas inútiles y malsanas que antes ocupaban y trababan nuestro pensamiento.
Pasemos revista a lo bueno. El éscritor Henry Thoreau solía permanecer un rato en la cama por la mañana pasando revista a todas las cosas buenas que se le ocurrían : era sano de cuerpo, de mente despierta; su trabajo era interesante, toda la gente confiaba en él. Así descubrió que cuantas más cosas buenas enumeraba para sí, más probabilidades había de que surgieran otras.
Pensemos con sentido positivo. Un método para desempeñar una tarea que parece haber perdido todo interés e incentivo es preguntarse qué podría hacer con ella otra persona. ¿Qué cosa original e imaginativa podría hacer para infundir nueva vida a la vieja rutina? El jefe de ventas de un almacén de comestibles al por mayor me dijo que había en su ciudad un barrio donde al parecer era imposible vender nada. El vendedor asignado a esa zona había aceptado tal idea de su predecesor (que no era un vendedor muy competente, por lo demás). Un día el gerente trasladó a este pesimista a otro distrito y mandó a un nuevo vendedor. Libre de ideas negativas (no tenía la menor idea de que hubiese lugares irreductibles en su zona), y enérgico y amistoso por naturaleza, el nuevo vendedor se dirigió a los clientes con ahínco, y pronto estaba efectuando ventas importantes. Entusiasmado, comunicó a la oficina central que aquel era territorio virgen y que se encargaría de adueñarse de él.
Aprendamos de nuestros éxitos. El fracaso puede mostrarnos la forma en que debemos abstenernos de hacer esto o aquello, pero más importante es saber cómo hacerlo. Cuando se obtiene un triunfo, hay que preguntarse: "¿Por qué me salió tan bien ?" Digamos que. hemos hecho una magnífica jugada en alguna partida de ajedrez. No sigamos adelante pensando a la ligera: "¡Caramba! ¡Vaya jugada!" Es preciso analizar cuidadosamente cómo se ha logrado tal jugada y tratar de repetirla la próxima vez. La busca infatigable de métodos nuevos y la satisfacción del descubrimiento prestarán emoción a cualquier actividad y así multiplicarán su interés.
Señalémonos un objetivo. El historiador Arnold Toynbee dice: "La apatía solo puede ser vencida por el entusiasmo, y solo dos cosas pueden despertar el entusiasmo: primero, un ideal que arrebate la imaginación; segundo, un plan definido y claro para poner en práctica ese ideal". Señalémonos un objetivo como cosa que debemos indefectiblemente alcanzar, y luego encendamos bajo aquel el fuego de la esperanza de alcanzarlo. La meta que nos hayamos impuesto nos atraerá con insistencia. Cuando la conquistemos, nuevas metas se sucederán una a otra.
Tengamos fe. La palabra entusiasmo, que viene del griego entheos, significa "Dios en uno mismo", o "lleno de Dios". Cuando atribuimos al entusiasmo la facultad de resolver nuestros problemas, en realidad decimos que el mismo Dios nos proporcionará la sabiduría, el valor, la fe y la habilidad que necesitaremos. Por tanto, amemos a la gente, amemos al cielo bajo el cual vivimos, amemos la belleza, amemos a Dios. La persona que ama, y cree, se llena del gozo y de la chispa de la vida, y entonces dará a su existencia un objeto y un sentido. Cuando el naturalista y cronista deportivo John Kieran estaba en cierta universidad, el presidente de esta les dijo a los entudiantes que la única manera de hacer un buen café era "ponerle un poco de café". Y ese era el consejo del propio presidente acerca de la vida: "Pongan un poco de vida en ella. ¡Cualquier cosa que sea lo que intenten, empréndanla con ánimo!".
Y eso es lo que yo recomiendo : "Aportemos algo". Así, la vida es más atractiva.
© 1967 por Norman Vincent Peale