EL ANIMAL MÁS DESTRUCTOR DE LA TIERRA
Publicado en
mayo 11, 2014
Rata parda
Contamina y destruye en escala mundial los alimentos; lleva consigo mortales contagios; voraz, tenaz, astuta, la rata es universal azote para el hombre.
Por Fred Warshofsky. Condensado de "Empire".
UN PAR de ratas atraviesa el gallinero en dirección al nido de las cluecas. Una de ellas vuelta boca arriba, sostiene contra el pecho, sujetándolo con las dos patas anteriores, un huevo del que acaba de apoderarse. La otra rata la agarra por la cola y tirando de ella la arrastra hasta su guarida en la cual se meriendan ambas el huevo robado. Este relato, que puede tener más de mito que de verdad, se ha repetido con ligeras variantes desde el siglo XIII hasta nuestros días.
Con la sola excepción del hombre, la rata es probablemente el más listo, el más destructor y el más aclimatable de cuantos animales pueblan la Tierra. De las cercanías de las heladas regiones polares a los reverberantes y abrasados desiertos, este animal dotado de extraordinario instinto para la supervivencia, no tan solo ha sobrevivido al hombre, sino que en ocasiones, ha amenazado acabar con él: la pérdida de vidas humanas causada por enfermedades transmitidas por la rata posiblemente sobrepasa la de cuantas guerras registra la historia.
La mayoría de las 550 o más especies de ratas habitan en lugares alejados de la civilización: montes, campos o selvas. Pero hace ya mucho tiempo que unas pocas especies de estos roedores tomaron la histórica, cuanto fatal determinación, de unir su suerte a la del hombre. Desde entonces le siguen a donde quiera que él vaya; se alimentan de lo que él se alimente; se acomodan a su manera de vivir; se han convertido en animales aun más domésticos que el caballo o la vaca.
En la edad media habían invadido ya Europa las ratas negras o ratas de los techos —Rattus rattus—. Sobrevino después, según la leyenda, la invasión de otra especie de estos roedores: la rata parda. Originarias del Oriente, estas ratas aparecen en Europa en 1727, cruzan el Volga, se esparcen por la Europa continental; a poco de ello han llegado a Inglaterra, donde designan a esta especie con el nombre de Rattus norvegicus o rata de Noruega. Ambas especies, la rata negra —Rattus rattus— y la rata parda o gris —Rattus norvegicus— pasan a la América del Norte a bordo de los barcos que llegaban de Europa con los primeros colonos. La llegada de la rata parda ocurre en 1775. Tiene esta rata cuerpo robusto, orejas pequeñas, cola gruesa y de largo menor que el del cuerpo. El macho de esta especie llega a pesar cerca de medio kilo y a medir 20 centímetros del hocico al nacimiento de la cola. La rata negra o rata de los techos es de cuerpo más endeble, orejas grandes, cola larga y delgada. Rara vez llega a pesar arriba de 300 gramos.
La ferocidad con que la rata parda, más corpulenta y vigorosa que la negra, persiguió a esta, fue desalojándola hasta el punto de que hoy se halla reducida, por lo general, a los puertos y lugares de clima templado. Mientras que la rata negra trepa ágilmente por cuerdas, alambres o cables hasta los pisos altos de las casas, la rata parda, que es cavadora, abre agujeros de cuatro centímetros cuadrados por los cuales se desliza sin dificultad; o atraviesa a nado un kilómetro de alcantarilla para penetrar por las cañerías en el interior de las casas.
La rata es un animal sociable. Forma colonias. En los laboratorios se ha hecho la prueba de introducir un macho adulto en una colonia de ratas, y se ha visto que lo atacan. Sin embargo las ratas no pelean como los seres humanos: el defensor de la colonia arquea el lomo, salta hacia el intruso con rápidos movimientos de las extremidades anteriores, si bien apenas alcanza a tocarlo de vez en cuando. El intruso jamás devuelve los golpes. Después de varios "encuentros" como este, que duran solo unos segundos cada uno, el intruso suele quedar tumbado en tierra, lacios los miembros, entrecortada y acelerada la respiración. A los 90 minutos o, a veces, a los pocos días de la frustrada intentona, suele morir. A quienes han estudiado este aspecto de la vida de las ratas les sorprende que en el cadáver no se encuentre herida, hemorragia interna, lesión alguna a la que pueda atribuirse la muerte.
La vida de la rata dura por término medio nueve meses; nunca se prolonga a más de dos años. En cautividad llega, sin embargo, la rata a la avanzada edad de tres años. Las ratas dan cría todos los meses del año. La camada tiene de cinco a 10 hijuelos; pero las ha habido hasta de 17. Se calcula que, en condiciones óptimas, de una sola pareja de ratas puede haber, en el espacio de tres años: ¡350 millones de descendientes! Para acabar con las ratas ha recurrido el hombre a toda clase de venenos; esto no obstante, aun después de haber exterminado el 95 por ciento de las ratas existentes en un lugar, se ha visto que, poco más o menos al cabo de un año, el número de ratas volvía a ser igual al de antes.
La rata se ve compelida a roer casi continuamente; y lo que a ello la compele es su propia dentadura. A los ocho o diez días de nacida ha echado ya los incisivos de corona cortada en bisel; son dientes de crecimiento constante, a razón de doce centímetros por año. A no ser por el desgaste debido al uso casi permanente que de ellos hace la rata, esos incisivos crecerían en forma desmesurada; si uno de los de la mandíbula superior llegase a faltar o a quedar desviado de su posición normal, el correspondiente incisivo de la mandíbula inferior, al ir creciendo, pudiera entrar por ese hueco y penetrar en el cerebro. Las ratas han ocasionado a veces apagones parciales al roer la envoltura de los cables del alumbrado eléctrico. Una rata que en plan de jolgorio roedor entra en un almacén de comestibles, basta por sí sola para dejar agujereados en el breve espacio de una hora docenas de sacos de harina, grano, café, pienso, o lo que encuentre a su paso.
Adondequiera que van las ratas, va con ellas el contagio. Para la salud del hombre son una amenaza tan mortífera como la bomba atómica. Sirven de vehículo a unas 35 enfermedades. Sus pulgas transmiten la peste bubónica, enfermedad que en el siglo XIV ocasionaba en Europa la muerte de cuando menos una de cada tres personas que la contraían; y que en la época presente es endémica en el Extremo Oriente y en África. En Vietnam del Sur ha habido por lo menos 4000 casos de peste bubónica desde que empezaron las hostilidades. Las pulgas de la rata transmiten también el tifus. Epidémica por espacio de cuatro siglos, esta enfermedad ha acabado con no menos de 200 millones de vidas humanas.
No tan solo por transmitir la bubónica y el tifus es peligrosa la rata. Al vagar por alcantarillas, tiendas, almacenes, casas de habitación, va dejando bacterias patógenas a cada paso. Y como acostumbra orinar y defecar dondequiera; y dado que tanto en la sangre como en los intestinos lleva organismos productores de la disentería amibiana, la tularemia, la salmonelosis, la ictericia, la rabia y otras enfermedades mortales, los perjuicios ocasionados por el excremento de estos roedores son incalculables.
Más perjudiciales aun resultan estas pérdidas en países en que escasean las subsistencias. Así por ejemplo sucede en la India. Además de la rata negra y la rata parda, habita allá otra especie de rata en extremo voraz y dañina: la de los campos. El Dr. H. A. B. Parpia, director del Instituto Tecnológico Central de Investigación de Subsistencias, establecido en la ciudad de Maisur, calcula que de las cosechas de grano un 25 por ciento se pierde en el mismo campo; y de un 25 a 30 por ciento más, en los almacenes. Tal vez un 20 por ciento de todos los alimentos cultivados en el mundo sea devorado o destruido anualmente por las ratas.
Aunque prefiere ciertos alimentos, la rata se muestra poco exigente; come de casi todo lo que encuentre. Se halla, por otra parte, dotada de un peculiar instinto que la ayuda a sobrevivir. Si en el terreno de sus habituales correrías tropieza con algo de comer que sea nuevo para ella (por ejemplo, un trozo de carne envenenada), no lo toca. Pasado un tiempo, cuando se ha acostumbrado a verlo, empieza a mordiscarlo. De contener veneno, las pequeñas dosis que así ingiere pueden surtir algún efecto, pero sin que llegue a envenenarse, lo cual basta para poner sobre aviso a la rata, que al instante cesa el mordisqueo. Para que no engañe a las otras ratas de su manada, suele rociarlo con orines o excrementos.
Abundan los relatos de casos que demuestran lo inteligentes que son las ratas. A la verdad, algunos de ellos inclinan a creer que casi pueda considerarse a estos roedores dotados de la cualidad que un antropólogo estima privativa del hombre: la de fabricarse utensilios. C. A. W. Monckton, magistrado de Nueva Guinea, cuenta que, habiendo tenido que pernoctar en un atolón, inhabitado al parecer, de las islas Trobriand, le ahuyentó el sueño durante la mayor parte de la noche la muchedumbre de ratas que veía en derredor. Al otro día de mañana recorrió ese arrecife coralino movido por la curiosidad de saber cómo podía sustentarse tan crecido número de ratas en un lugar tan desprovisto de todo recurso. No encontró frutas, nueces, insectos; en resumen, nada de alimento.
"En esto vi", cuenta Monckton, "que bajaban por la orilla del atolón unas ratas flacuchas, de aspecto famélico y largas colas rosáceas desnudas de pelo. Deteniéndose a corta distancia del agua, dejaron colgar dentro de la superficie el extremo de la cola y permanecieron inmóviles. De repente una de las ratas pega un salto de un metro y cae atolón adentro con un cangrejo prendido en la punta de la cola. Acto seguido gira sobre sí misma, hace presa en el cangrejo, lo engulle y vuelve luego a reanudar la pesca. Mientras todo esto sucede, las otras ratas están también pescando cangrejos y en igual forma".
Hace medio siglo escribía el zoólogo inglés G. E. H. Barrett-Hamilton : "La rata es probablemente la plaga más dañina y universal del género humano. Ni una sola buena cualidad hay en ella que disimule las muchas malas de que está llena". En cierto modo es errada la afirmación del zoólogo. Aunque el hombre no ha podido domesticar a la rata, sí ha logrado obtener una variedad: la rata de espeso pelaje blanco y ojos colorados. Esta rata de laboratorio es hoy una de las más importantes armas del arsenal científico. Nadie sabe cuántas vidas humanas han salvado los medicamentos que se descubrieron y ensayaron al utilizar la rata como animal de experimentación; o al probar primero en la rata nuevos procedimientos quirúrgicos; o gracias al mayor conocimiento que de los procesos vitales del organismo humano se adquirió mediante la investigación de la biología de la rata de laboratorio. Bien valdrá, pues, decirnos que la aborrecida rata está ahora compensando, siquiera sea en parte, los muchos daños que en vidas y haciendas ha inferido al hombre.