Publicado en
mayo 18, 2014
A Eulogia le era difícil manejar sus finanzas. Pasaba por una tienda, y no resistía la tentación de entrar y gastar... Por eso Roberto la obligó a abrir una cuenta bancaria "para que te ordenes de una vez" , le dijo.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Desde que existe el término finanzas se ha venido repitiendo la misma cantilena: las mujeres y el dinero no hacen buen matrimonio. Que no saben manejarlo. Que a la hora de la plata suelen ser un desastre. Que no hay como los poetas y las mujeres para tratar el dinero como se merece. Que lo despilfarran porque creen que cae del cielo... Son tantas las cosas que dicen que, de solo pensarlo, se enferma una de los nervios. Y la parte más trágica del asunto es que... la mayor parte de las veces es cierto.
La tía Eulogia y el dinero, no es que hicieran mal matrimonio, ¡nunca debieron haberse conocido! Pocas veces se ha visto una persona más catastrófica para manejar sus finanzas.
Estaban recién casados cuando Roberto se dio cuenta de que había unido su vida a un verdadero desastre financiero. Había que tomar medidas. Y pronto. Cuando llegó el momento de decorar la casa, Eulogia se había permitido un verdadero festín de lámparas que después no servían, alfombras que no combinaban con las cortinas, y solían terminar en un clóset, tres servicios de platos aunque solo se necesitara uno, copas para esto y para lo otro que nunca se usaban... "Es que todo me encanta", decía, y seguía comprando.
Llegó un momento en que Roberto la forzó a abrir una cuenta bancaria, "para que te ordenes de una vez y por todas". Ella le prometió cambiar: "Ya lo verás, orden total, nunca más tendré una deuda, nunca más haré una compra inútil, el dinero y yo haremos la mejor pareja del mundo".
Fueron al banco donde Roberto era cliente desde que tenía memoria y él la presentó a Gaspar Contreras, un experimentado ejecutivo de cuentas.
Luego de deshacerse en sonrisas y venias, Gaspar, que era el epítome de la buena educación y lo que todo el mundo entiende por un ejecutivo de cuentas ideal, le abrió la cuenta. Le explicó a Eulogia un par de detalles sobre los requerimientos de su cuenta bancaria, y le entregó su primera chequera.
Una hora más tarde, de vuelta en casa, al verse con su libreta de cheques en la mano, nueva, limpiecita, con varios cheques en blanco, listos para ser firmados por ella, sintió que el mundo era el lugar más luminoso de todos. ¡Pero qué maravilla! Si es llegar, poner un numerito y una firma. ¿No es un milagro?
Esa misma tarde, Eulogia compró una portachequera de cuero de cocodrilo que le costó carísima y que pagó con el primer cheque.
—Tenga —le dijo al dependiente alcanzándole el flamante primer cheque que firmaba en su vida.
A los tres meses, y luego de darse un verdadero festín de compras en los grandes almacenes, la cristalería, un outlet de cosméticos y tres zapaterías, le llegó una amable carta de Gaspar Contreras, el ejecutivo de cuenta, en donde le rogaba que pasara al banco para pagar un sobregiro.
En cuanto cortó la comunicación, Eulogia sacó su elegante chequera y extendió un cheque para cubrir el sobregiro.
Sobra decir que cuando el ejecutivo recibió el cheque, creyó que Eulogia le estaba tomando el pelo. Llamó a su superior y entre ambos no tardaron ni media hora en cerrar la cuenta y dar aviso a la superintendencia del banco para que iniciara las acciones legales correspondientes...
Pero, claro, eso sucedió cuando la tía Eulogia tenía 20 años, estaba empezando a caminar por la vida y la verdad de las verdades es que no tenía idea de dónde estaba parada. Después, cuando tuvo su carrera, su trabajo y se convirtió en adulta, ella misma se reía de su cheque para cubrir el sobregiro. Sin embargo, la compulsión por la compra nunca la abandonó.
Era la caricatura de una mujer con una billetera en la mano. Pasaba por las vitrinas, sus ojos entraban en aquel "paraíso pasajero" y no podía resistir la tentación de entrar y comprar algo, lo necesitara o no. Y así, después de una tarde dando vueltas por el mall, regresaba a casa con otro par de zapatos, dos faldas, una alfombra para el baño, una chaqueta para el próximo invierno, una caja con cremas que estaban en liquidación, tres boinas de distintos colores, algo para Roberto, algo para la Domi, algo para el perro. Y Roberto llegaba en la noche después del trabajo y miraba esos "tesoros" con los ojos lánguidos, la cara obtusa y la respiración contenida, pues al final del día quien pagaba, al menos la mitad de todo aquel desperdicio, era él.
Hacia los 40 años, cuando ya llevaba la mitad de su vida gastando lo que tenía, lo que no tenía y lo que llegaría a tener, en cosas que no le servían para nada, de las que luego se arrepentía o que siempre terminaba regalando, la tía Eulogia sentó cabeza.
—Esto no puede seguir así —se dijo—. No es posible que yo actúe como una colegiala cuando estoy al borde de la menopausia. Consultaré con un siquiatra... No, un siquiatra, no. Mejor me busco un analista financiero. Para que me enseñe a manejar mis pobres y averiadas finanzas.
Habló con un par de amigas compradoras compulsivas, una de las cuales incluso llegó a internarse en una clínica. Y así fue como dio con el señor Pascual, un analista financiero tirado a filósofo, que no solo enderezaría sus finanzas, sino que le daría una buena pauta de cómo ganarse el respeto de Roberto.
La oficina del señor Pascual se encontraba en los altos de un edificio, con ventanas de espejo, ubicado en la parte más lujosa de la ciudad. Un elegante portero vestido de librea verde y roja la condujo hasta el ascensor. Piso 29.
"A este hombre le ha ido bien", pensó Eulogia sobándose las manos. Al entrar en el despacho cubierto de caoba y verlo, detrás de un sillón de cuero, fumando un puro con un celular plateado en la mano, pensó que le había ido más que bien. Estaba en el lugar apropiado. Este era su hombre. Justo lo que necesitaba.
—Adelante, pase, por favor, tome asiento —dijo amable el señor Pascual —. Qué gusto conocerla, Eulogia. ¿Desea un café, un whisky, una cerveza, un té o una copa de champán?
Ordenó un té de manzanilla que un mozo, también vestido de librea, trajo en bandeja de plata. Luego, se sentó frente a ella, encendió un segundo puro, dio tres chupadas cortas y una larga, y dijo:
— Cuénteme cuál es su problema. Hable todo lo que quiera. No la interrumpiré. Luego pensaré unos momentos en lo que me ha dicho, masticaré sus palabras y le daré una opinión, ¿de acuerdo?
Eulogia pasó los próximos 20 minutos hablándole de su compulsión por comprar cosas que no servían para nada. Al cabo de ese tiempo, el señor Pascual encendió un tercer puro, dio tres chupadas cortas y una larga, entrecerró los ojos y, después de un buen rato, le dijo:
—Todas las mujeres son mortales. Usted es mortal. Por lo tanto todas las mujeres son usted. Lo que significa que todas las mujeres son compradoras compulsivas. Le digo esto para que le sirva de consuelo.
—Mmmm —dijo la tía Eulogia, aunque el silogismo no terminó de convencerla.
—¿Quiere saber por qué las mujeres son compulsivas para comprar? Porque desde que el hombre existe es él quien se ha encargado de proveer para su familia. Si las mujeres tuvieran que ser el fuerte financiero del hogar, pierda cuidado que vigilarían sus gastos de manera muy distinta. Pero, como quien les compra la ropa interior suele ser el marido, se vengan.
—¿Se vengan?
—El que paga la música elige la melodía, y como el que paga la música es el marido, es él quien elige la melodía; y la mujer se venga haciendo lo que más le duele al marido: comprar. Gastar su plata. ¿Sabe por qué su marido se siente en libertad de gastar su dinero como quiere y cuando quiere? Porque él lo gana, usted nunca le financia sus cosas. ¿Y sabe por qué se molesta tanto cuando usted gasta más de la cuenta? ¡Porque él paga por su ropa interior! Escúcheme bien, señora: es mejor ser el dueño de un peso, que esclavo de dos —respiró hondo—. Y esto es todo por hoy, mi querida clienta. Vamos poco a poco. Mañana tendremos otra sesión —y se levantó, apagó el puro, y la despidió con la misma amabilidad con que la había recibido.
Esa misma noche, a las 11:30, Eulogia gritó:
—¡Roberto! ¡Despierta!
—¿Qué pasa?
—A partir de mañana, te compraré tus calzoncillos.
Y así empezó su recuperación.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 05 DEL 2007