AYER SOMBRÍO, LUMINOSO MAÑANA
Publicado en
mayo 04, 2014
Proféticas palabras, conmovedoras y confortantes, del hombre que dio su vida para guiar a su pueblo y a su patria por los caminos de la demostración pacífica.
Por Martin Luther King, hijo (Condensado de "STRENGTH TO LOVE").
DESPUÉS de un día especialmente afanoso, mi esposa ya se había rendido al sueño a hora avanzada de la noche y yo mismo estaba a punto de quedarme dormido, cuando sonó el timbre del teléfono. Oí entonces una voz que decía encolerizada:
—Oye, negrazo, ya te hemos aguantando bastante. Antes de la próxima semana te estarás lamentando de haber venido a Montgomery.
Colgué el auricular, pero ya no me fue posible conciliar el sueño. Me parecía como si todos mis temores me acosaran al mismo tiempo.
Me di a ir y venir por la habitación. Por último, me preparé una taza de café. Me sentía pronto a abandonar mi empresa. Me puse a pensar en alguna forma de retirarme sin dar la impresión de cobardía. En tal estado de agotamiento, decidí exponer mi problema al Señor. Con la cabeza entre las manos, me recliné en la mesa de la cocina y oré en voz alta. Aún recuerdo fielmente las palabras que dirigí al Señor en aquella medianoche:
"Estoy aquí por una causa que creo es justa. Pero en estos momentos tengo miedo. La gente espera de mí que la guíe, y si me les presento despojado de fuerzas y de valor, también ellos flaquearán. Me siento falto ya de toda energía. Nada me queda. He llegado al punto en que no puedo enfrentarme solo a la situación".
En esos momentos experimenté la presencia de la Divinidad como jamás la había experimentado. Me parecía escuchar la tranquila seguridad con que una voz interior me decía: "Defiende la verdad, defiende la justicia. Dios se hallará siempre a tu lado". Casi en seguida mis temores empezaron a abandonarme. Mis vacilaciones se desvanecieron. Me sentí dispuesto a enfrentarme a lo que viniese. Exteriormente la situación seguía siendo la misma, pero Dios me había traído la calma interior.
Tres noches después arrojaron una bomba en nuestra casa. Cosa extraña, acepté con toda calma lo que esa bomba significaba. Entonces estaba cierto de que Dios es capaz de proporcionarnos recursos íntimos para hacer frente a los problemas y tormentas de la existencia.
Que la siguiente afirmación sea nuestro grito de aliento: Cuando negros nubarrones ensombrecen nuestros días, y nuestras noches aparecen más oscuras que un millar de medianoches, recordemos que existe una poderosa y benévola Providencia en el Universo, capaz de abrir un camino donde no hay camino posible, y de transformar el sombrío ayer en un luminoso mañana.
EMERSON, comprendiendo que el temor despoja al hombre de su energía y agota sus recursos, escribió: "Quien no logra superar todos los días algún temor, no ha aprendido la lección de la vida".
Sin embargo, no quiero dar a entender con esto que debamos eliminar totalmente el miedo de la existencia humana. Aunque fuera humanamente posible, desde un punto de vista práctico no sería deseable. Un miedo normal es una protección; el miedo anormal nos paraliza. El miedo normal nos impulsa a mejorar el bienestar individual y colectivo; el miedo anormal envenena y deforma constantemente nuestra vida interior. Nuestro problema no consiste en sacudirnos el miedo, sino en enjaezarlo y dominarlo. ¿ Cómo es posible dominarlo ?
Primero, al encararnos franca y honradamente con nuestros temores nos damos cuenta de que muchos de ellos son residuos de alguna necesidad o aprensión experimentada en la infancia. Una persona atormentada por el temor a la muerte o por la idea del castigo que le aguarde en el más allá, se percata de que ha venido proyectando inconscientemente, en el plano total de la realidad, el recuerdo de haber sido castigada en su infancia por sus padres, encerrada en alguna habitación y, al parecer, abandonada. O bien un individuo acosado por el temor a su inferioridad y al rechazo social descubre que el haberse visto rechazado en su niñez por una madre egocéntrica y un padre preocupado, formó en él un derrotista sentimiento de incapacidad y un reprimido rencor hacia la vida. Si sacamos nuestros temores al primer plano de nuestra conciencia, posiblemente nos daremos cuenta de que son más imaginarios que reales.
Segundo, podemos dominar el temor con una de las virtudes supremas del hombre: el valor. La decisión de no dejarnos abrumar por causa alguna, por terrible que sea, nos permite hacer frente a cualquier temor. El valor se encara al miedo y de este modo lo domina; la cobardía reprime el temor, que acabará dominándola. Los hombres de valor no pierden nunca el gusto de vivir, aunque su situación en la vida carezca de deleites; los cobardes, abrumados por las incertidumbres de la existencia, pierden la voluntad de vivir. Debemos construir constantemente diques de valor para contener el torrente del temor.
Tercero, el miedo se domina por el amor. El Nuevo Testamento afirma: "En el amor no hay temor, antes el perfecto amor echa fuera el temor". Temores tan irrazonables como el de perder privilegios económicos, el de un cambio de posición social, del matrimonio entre razas distintas y de la adaptación a nuevas situaciones: todo esto contribuye a reforzar la segregación racial. Los blancos tratan de combatir estos corrosivos temores por métodos diversos. Algunos pretenden hacer caso omiso del problema de las relaciones raciales; otros aconsejan la resistencia de masas; otros más confían en ahogar sus temores en la comisión de actos violentos y vilezas contra sus hermanos negros. Pero en vez de eliminar el miedo, tales remedios despiertan temores aun más profundos y patológicos. Ni la represión, ni la resistencia de masas, ni una agresiva violencia lograrán desterrar el miedo a la integración; esto solo podrán lograrlo el amor y la buena voluntad.
Solo por medio de la dedicación de los negros al amor y a las manifestaciones pacíficas se mitigarán los temores que alienta la comunidad blanca. Una minoría de blancos acometidos de un sentimiento de culpa temen que, si alcanzara el poder, el negro procedería a vengar, sin freno ni piedad, las injusticias y brutalidades acumuladas en el curso de los años.
El negro deberá demostrar al blanco que nada tiene que temer, pues el negro perdona y está dispuesto a olvidar lo pasado. El negro deberá convencer al blanco de que solo aspira a la justicia, tanto para sí como para el blanco. Un movimiento de masas que practique el amor y la demostración pacífica y ponga de manifiesto un poder ejercido con disciplina, convencería a los blancos de que, si tal movimiento adquiriese fuerza, emplearía el poder constructiva y no vengativamente.
Cuarto, el miedo se domina por la fe. Son demasiadas las personas que tratan de afrontar las dificultades de la vida con inadecuados recursos espirituales. Estando de vacaciones en México, mi esposa y yo decidimos salir de pesca en alta mar. Por razones de economía, alquilamos una embarcación vieja y pobremente equipada. No dimos gran importancia a esto hasta que, a 15 kilómetros de la costa, las nubes comenzaron a arremolinarse y los vientos a soplar con fuerza. Nos sentimos entonces paralizados por el miedo, pues sabíamos que nuestra embarcación no era adecuada. Multitud de personas se ven en situaciones semejantes, y la fuerza de los vientos y la fragilidad de sus barcas explican sus temores.
Uno de los más dedicados participantes en el movimiento de protesta para lograr la integración en los autobuses en Montgomery, era una anciana negra a quien llamábamos afectuosamente Mamá Pollard. Aunque carecía de educación y vivía en la pobreza, tenía una honda comprensión del significado de nuestro movimiento. Después de haber marchado durante varias semanas, alguien le preguntó si no estaba cansada. Con mala gramática, pero con expresión profunda, repuso :
—Mis pies, ellos están cansados, pero mi alma está descansada.
Cierta noche, a raíz de una semana de tensión, tomé la palabra en una reunión de masas. Me esforcé entonces en dar una clara impresión de energía y valor, aunque interiormente me sentía desalentado y acometido por el miedo. Terminada la reunión, Mamá Pollard salió a la puerta de la iglesia y me dijo:
—Ven acá, hijo.
Me acerqué a ella y la abracé cariñosamente.
—Algo te preocupa —me dijo—. Esta noche no hablaste con bastante fuerza. Comprendo que algo va mal. ¿Es que no estamos haciendo las cosas a tu gusto? ¿O es que los blancos te están molestando?
Antes de que pudiera yo responderle, me miró a los ojos y añadió:
—Ya te he dicho que todos nosotros estamos contigo hasta el fin.
Su rostro adquirió entonces una expresión radiante y agregó con apacible certidumbre :
—Pero aunque no estemos contigo, el Señor velará por ti.
Al decir ella estas consoladoras palabras, todo mi ser se reanimó y vibró con una trémula sensación de viva energía.
Desde aquella sombría noche de 1956, Mamá Pollard ha pasado a gozar de la Gloria, y yo, por mi parte, he conocido muy pocos días de tranquilidad. Pero al correr de los años las palabras, elocuentemente sencillas, de Mamá Pollard han acudido a mi memoria una y otra vez para traer luz y paz y dirección a mi alma conturbada. "El Señor velará por ti".
Una fe semejante transforma el torbellino de la desesperación en una cálida y vivificante brisa de esperanza. Debemos grabar en nuestro corazón las palabras que hace todavía una generación se encontraban comúnmente en la pared de la casa de las personas devotas:
El miedo llamó a la puerta. La fe acudió a abrir.
A la puerta no había nadie.
© 1963 por Martin Luther King, hijo. Cortesía de Joan Daves