Publicado en
abril 13, 2014
Por Lord Attlee (Clement Richard Attlee, ex-primer ministro de la Gran Bretaña y ex-jefe del partido laborista, recibió el título de vizconde de Prestwood, que fue creado para él en 1955).
NANCY ASTOR, vizcondesa británica nacida en los Estados Unidos, era muy capaz de habérselas con cualquier contrincante. Cuando en diciembre de 1919 fue la primera mujer que ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes, muchos diputados no vieron con buenos ojos su presencia en ese cuerpo legislativo. Winston Churchill la hizo objeto de repetidos desaires por espacio de dos años. Andando el tiempo, al preguntarle lady Astor el porqué de ese proceder, Churchill le explicó llanamente: "Al verla entrar a usted en la Cámara de los Comunes me sentí como si una señora hubiera entrado en mi cuarto de baño en el momento en que yo no tenía otra protección que una esponja".
A lo cual Nancy replicó: "¿Y no se le ocurrió a usted que su facha habría sido la mejor protección?"
Por aquella época los antifeministas trataron con frecuencia de ponerla en aprietos al interrogarla en los mítines. Una mujer preguntó si lady Astor sería partidaria de que enmendasen la ley del divorcio. Esto era una velada alusión al infortunado episodio del divorcio de la propia Nancy, hacía ya años. Con súbito aire de profunda solicitud, Nancy le dijo: "Siento mucho que esté usted pasando por ese trance". La risotada fue general, y la que había pretendido mortificar a Nancy escapó apresuradamente.
En otra ocasión alguien trató de desconcertarla preguntándole en son de burla: "Dígame, señora: ¿cuántos dedos tiene el pie de un cerdo?" La contestación de Nancy fue memorable: "Descálcese, hombre, y cuéntelos usted mismo".
SUTIL VIZCONDESA
Conocí a Nancy Astor en 1922, el año de mi ingreso en el Parlamento. Para ese entonces era ya la vizcondesa Astor un personaje de la Cámara de los Comunes. Atildada, menudita, de facciones expresivas, de genio vehemente, le era imposible callar al oírle decir a cualquiera de los diputados algo que a ella le sonase a tontería: "¡Bu!" "¡Pamplinas!" "¡Bah!" exclamaba, acompañando estas interjecciones con elegante y desdeñoso ademán. En más de una ocasión tuvo el presidente de la Cámara que llamar al orden a la honorable lady.
Incontenible, irrespetuosa, siempre con la palabra a flor de labio, la vizcondesa Astor fue la figura femenina más pintoresca del mundo político de la Inglaterra moderna. Pero fue algo más que una nota festiva en el austero recinto de la Cámara de los Comunes. Apasionada partidaria de las reformas sociales, procuró siempre mejorar la suerte de la obrera madre de familia, elevar el límite de la edad en que es obligatoria la asistencia a la escuela, reducir la jornada de trabajo de las empleadas de mostrador. Abogó ardorosamente por el mejoramiento de la vivienda, por la reforma penal, por la restricción del consumo de bebidas alcohólicas, asunto este último que constituyó su primera causa política.
En más de una ocasión trató de demostrarme que los verdaderos partidarios de las reformas sociales se hallaban en el partido conservador más que en el laborista. Aunque nunca me convenció de que así fuese, he de reconocer que a Nancy se debió, tanto como al que más la transformación habida en la política de los conservadores, quienes en vez de defender el status quo dieron en abogar por los programas de bienestar social. Con la misma acritud con que fustigaba al laborismo por lo que a ella le pareciese condenable, criticaba a su propio partido. "Algunos conservadores pertenecen a la época de Noé", dijo hace 30 años. "A más de no haber salido todavía del Arca, ni siquiera se han asomado a ver lo que hay fuera de ella".
Con el correr de los años fue formándose una copiosa colección de "astorismos", como llamaban a los agudos dichos de lady Astor. En cierta reunión electoral comentó: "No soy oradora, ni deseo serlo. Demasiadas frases bonitas he oído de labios de los mayores tontos de Europa". Feminista convencida, afirmaba rotundamente: "Nosotras haremos que el mundo sea un lugar seguro para los hombres. Harto inseguro lo han hecho ellos para nosotras". A veces la abundancia de su ingenio la descarriaba. Recuerdo muy bien aquella sesión de la Cámara de los Comunes en la cual al oírle deplorar a un diputado la creciente disminución de la natalidad en la Gran Bretaña, Nancy se puso vivamente en pie para exclamar: "¿No es verdad que en Italia ha disminuido la natalidad, pese a cuanto a fin de fomentarla ha hecho personalmente Mussolini... ayudado por el Romano Pontífice?" Lo ambiguo de la referencia al Papa ocasionó general explosión de hilaridad, en la que lady Astor participó gustosamente.
Le encantaban los torneos de agudeza verbal. En una ocasión, Jimmy Thomas, miembro del partido laborista, que fue a menudo huésped de los Astor, insinuó en son de chanza que, al llegar su partido al poder, el palacio de Cliveden, propiedad de los Astor, pasaría a ser de la nación. "En ese caso, señor Thomas", le dijo Nancy, "tendrá usted que hacer algo que jamás ha hecho antes: pagar hospedaje".
Winston Churchill fue, según parece, el único que alguna vez logró derrotarla. "Si fuese usted mi marido, le echaría veneno en el café", le dijo lady Astor en el curso de cierta famosa discusión. "Y yo, si fuese usted mi esposa, me lo bebería", repuso Churchill.
LOS LANGHORNE DE VIRGINIA
Nancy Astor nació en 1879 en Danville (Virginia). Su padre, Chiswell Dabney Langhorne, pertenecía a la generación empobrecida por la guerra de Secesión, pero había logrado rehacer la fortuna de la familia y pudo así darles a sus cinco atractivas hijas la esmerada educación propia del Sur de los Estados Unidos en la época anterior al conflicto. En Mirador, la residencia de los Langhorne, aprendió Nancy a gobernar una gran casa, a recibir con elegancia y a ser diestra amazona. Fue escaso el tiempo que dedicó al estudio.
A los 18 años casó con un apuesto y culto bostoniano, que era un alcohólico, circunstancia esta de la cual no estaba enterada Nancy. Aunque de la unión hubo un hijo, el matrimonio acabó en divorcio. Tan amargo lance despertó en Nancy una honda repugnancia por las bebidas alcohólicas, de las que rara vez probaba una gota.
En 1905, durante una travesía a Inglaterra, conoció a Waldorf Astor, primogénito del fabulosamente opulento William Waldorf Astor, excéntrico norteamericano que se estableció y naturalizó en Inglaterra. Waldorf Astor era dado a la política, y muy poco parecido en su manera de ser a los elegantes y frívolos galanes que revoloteaban en torno de la hermosa Nancy. A ésta le cayó en gracia, tanto por lo juicioso de sus aficiones como por la coincidencia de que fuese tan abstemio como ella misma, pues nunca fumaba ni bebía.
En 1906 contrajeron matrimonio. El padre de Waldorf les hizo un suntuoso regalo: el palacio de Cliveden, soberbio edificio victoriano que tenía 30 alcobas de respeto y necesitaba una servidumbre de 20 personas.
La vivaz norteamericana, que conservó siempre no poco del acento de su nativa Virginia, no tardó en convertirse en figura conspicua de la sociedad inglesa. Todo el mundo visitaba Cliveden: políticos como lord Curzon y como Asquith, primer ministro en el gabinete liberal; escritores como Rudyard Kipling y james Barrie; artistas, diplomáticos, estadistas. Entre los invitados de lady Astor se contaba el rey Eduardo VII... a la par que oscuros visitadores sociales.
PRECURSORA EN LA POLITICA
Nancy hizo su entrada en la política en 1910, cuando su esposo fue candidato del partido conservador a la Cámara de los Comunes por un distrito pobre de Plymouth. Al tomar entonces parte activa en la campaña electoral, Nancy habló en público por primera vez en su vida. Su método era sencillo: se ponía en pie y hablaba con la misma naturalidad y animación con que lo habría hecho en la sala de su residencia. La cosa fue de su agrado.
Waldorf Astor se condujo con brillantez en la Cámara de los Comunes por espacio de nueve años. De ideas progresistas, vivamente interesado en la reforma social, fue excelente guía y maestro para su esposa. En 1919, al fallecimiento de su padre, William Waldorf Astor (a quien se había conferido el título de vizconde), heredó el título Waldorf y quedó inhabilitado para seguir en la Cámara de los Comunes.
Como el año anterior se le había reconocido a la mujer británica el derecho a votar y a ser elegida, pudo Waldorf proponer la candidatura de su esposa para la diputación que él dejaba vacante. Nancy era, por de contado, sobradamente conocida en el distrito de Plymouth, y salió electa por considerable mayoría de votos. Al ocupar su puesto en la Cámara de los Comunes puso fin al monopolio ejercido en el Parlamento por los varones, hecho que fue una noticia de primera plana en la prensa de todos los países.
En el discurso con que Nancy inició su carrera en la Cámara de los Comunes, en febrero de 1920, abogó por que se mantuviesen vigentes las restricciones impuestas en la época de guerra al comercio de bebidas alcohólicas. Es dudoso que ganase muchos partidarios para la causa de la temperancia (motivo siempre de grande hilaridad en el recinto de la Cámara), pero ella continuó sosteniéndola con tesón. En 1923 consiguió la aprobación de la ley por la cual se vedaba que en los establecimientos públicos se vendiesen bebidas alcohólicas a personas menores de 18 años.
Puntual en la asistencia a las sesiones, nunca se vio que faltase Nancy Astor del escaño de la segunda fila que le habían asignado en propiedad, aun cuando la distribución de ellos no estuviese formalmente reglamentada en la Cámara de los Comunes. Asimismo adoptó, a modo de uniforme parlamentario, un elegante vestido o traje sastre negro con un ligero toque de blanco en el cuello o en los puños.
Su carrera parlamentaria abarcó 25 años y siete períodos electorales, en los que no perdió una sola elección. Feminista entusiasta, estuvo pronta en todo momento a defender los derechos de la mujer frente a la oposición masculina, que pretendía mantenerla relegada al hogar. Calculaba astutamente el efectista alcance de sus declaraciones; así se ganaba la atención pública. A Nancy Astor se debe en gran parte que la intervención de la mujer en la política (en la Cámara de los Comunes hay en la actualidad 25 diputadas) sea hoy un fenómeno común y corriente.
Otra motivación dominante en ella era su compasión ante el padecimiento humano. Cuando quiera se trataba de cuestiones relacionadas con madres indigentes, trabajo de menores de edad, socorro oficial a la infancia desvalida, Nancy estaba invariablemente del lado de la misericordia. Por medio de obras de filantropía privada prestó un enorme servicio al fomentar en toda Inglaterra la creación de escuelas de párvulos.
EN MAS AMPLIO CAMPO
Fue elocuente partidaria de la Sociedad de Naciones. Votó por la abolición de la pena de muerte. Estuvo a favor de la independencia de la India cuando esto se consideraba, hacia principios del cuarto decenio de este siglo, falta imperdonable en el partido conservador, al que ella pertenecía. En una cuestión capital estuvimos ella y yo en completo desacuerdo. Antes de la segunda guerra mundial Nancy era de opinión de que con apaciguar a los nazis se aseguraba la paz de Europa. Este trágico error (en el cual cayeron millones de ingleses) nacía en Nancy de su aborrecimiento de la guerra, pero jamás de que simpatizase con el nazismo. Al asistir en Londres a una reunión en casa de los Astor, Ribbentrop, ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, correspondió con un "Heil Hitler!" al saludo de Nancy. "No nos venga aquí con esas tonterías", le dijo ella, y le volvió la espalda. Después de la guerra se sintió muy complacida al enterarse de que la Gestapo tenía su nombre en la lista de los ingleses que debían ponerse a buen recaudo una vez que los alemanes hubieran conquistado a Inglaterra.
CON PROFUNDO RESPETO
Años de ardua prueba fueron los de la segunda guerra mundial para el vizconde Astor, alcalde de Plymouth, ciudad sometida en aquella época al tormento de prolongados bombardeos alemanes. En 1944 su quebrantada salud le inclinó a desistir de acompañar a su esposa en una nueva campaña electoral, como siempre lo hizo en ocasiones anteriores, en las que fue su principal apoyo. Por tanto lady Astor manifestó que al expirar aquel período se retiraría del Parlamento. Gráficamente describía lord Astor lo dificultoso que había sido para él no quedar rezagado de su esposa: "Al casarme con Nancy, enganché a una estrella el carro de mi fortuna. Cuando Nancy ingresó en el Parlamento, caí en la cuenta de que lo había yo enganchado a un cohete V-2".
El discurso de despedida de Nancy fue conmovedor. "Me oprime el corazón este adiós. Me marcho con el más hondo pesar; y con el más profundo respeto por la Cámara de los Comunes. Dudo que los miembros de ninguna otra asamblea habrían sido tan tolerantes con una mujer que siendo, como yo lo soy, nacida en el extranjero, ha combatido contra tantas cosas en las que ellos creen".
Cuando se retiró del Parlamento, lady Astor tenía 66 años de edad y mostraba la misma energía y el fervor de siempre. Un año después decía de sí misma: "Soy un volcán apagado". Pasados cinco años, sin embargo, en una entrevista de prensa declaró: "Es curiosa, ¿no les parece? la tendencia que tienen los volcanes apagados a despertar de cuando en cuando. Se diría que ahora soy, más o menos, un volcán que todavía ruge".
A su fallecimiento, ocurrido en mayo del año pasado, el mundo entero le rindió homenaje. Sea cual fuere el veredicto de la historia, habrá de transcurrir mucho tiempo antes que el frío del olvido cubra las volcánicas cenizas de su recuerdo.