Publicado en
abril 20, 2014
Muchas, y a menudo indirectas, son las formas con que expresamos esos preciosos momentos en que el bienestar ajeno nos preocupa más que el propio.
Por Marjorie Shearer (Condensado de "The Episcopalian").
EN LA comedia The Curious Savage, de John Patrick, ocurre el siguiente diálogo:
Señora Savage: ¿Qué te pasa, Fairy May ?
Fairy: Nada. Sólo que en todo este día nadie me ha dicho que me quiere.
Señora Savage: Pues yo oí que Florencia te lo decía durante la comida.
Fairy: ¿De veras?
Señora Savage: Sí. Cuando te dijo: "No comas tan de prisa".
A veces sentimos timidez para expresar nuestro cariño. Por temor a cohibir a la persona objeto de nuestro afecto (o a nosotros mismos) vacilamos en decir claramente: "Te quiero". Entonces tratamos de comunicar la misma idea de otra manera diciendo : "Ten cuidado" o "No corras demasiado". Como ya lo indica la perspicaz señora Savage, tales recomendaciones llevan un mensaje de cariño: "Tú eres importante para mí y me preocupa lo que pueda sucederte. No quiero que te hagas daño".
Pero es preciso prestar oído, si queremos percibir la voz del cariño. Cuando un padre dice a su hijo que conduzca el coche con cuidado, el hijo puede pensar que el padre supone que él no tiene bastante sensatez para conducir con cuidado. En vez de responder con cariño, contesta con resentimiento, y ambos sufren con el cambio de frases agrias.
A veces son necesarias las palabras expresas, pero la forma de decir las cosas tiene mucha mayor importancia aún. Un término insultante dicho de buen humor encierra más afecto y simpatía que cualquier buen sentimiento expresado de modo insincero. La sonrisa y la mano extendida son como un rito, manifestación exterior y visible de una gracia espiritual e íntima. Un breve abrazo impulsivo da a entender: "Te quiero" aunque las palabras que lo acompañen sean: "¡Viejo sinvergüenza!"
Cualquier expresión del interés de una persona por otra significa: "Te quiero". A veces la expresión empleada es torpe. En otras, debemos oír y mirar con mucha atención para descubrir el amor que aquélla contiene. En tales ocasiones, cuando por nuestra parte escuchamos atentamente estamos expresando de manera inconsciente nuestro propio cariño, nuestra preocupación por la otra persona. "El primer deber del amor es escuchar", dice el teólogo Paul Tillich.
Decimos: "Te quiero" en muchas formas: con tarjetas y regalos de cumpleaños, con sonrisas y lágrimas, con poemas y cestillos de frutas; a veces con guardar silencio, otras hablando franca, incluso bruscamente; con un proceder delicado, con prestar atención, con nuestra solicitud, con un ademán impulsivo. Con frecuencia debemos demostrar nuestro cariño perdonando a alguien que no ha sabido percibir el que tratábamos de expresarle.
Tal vez lo más difícil que tengamos que hacer sea aceptar el cariño que se nos brinda. Casi todos queremos elegir a quién hayamos de querer y a quién permitir que nos quiera. Esto es parte de nuestra vanidad.
Pero, ¿es que la vanidad puede decir con sinceridad: "Te quiero"? En la Primera Epístola a los Corintios, San Pablo dice que el amor nunca es jactancioso, no se envanece, nunca es descortés, nunca egoísta... Sin embargo, como seres humanos, bien sabemos que somos todas esas cosas: a veces jactanciosos, engreídos, descorteses, a menudo egoístas. Y cuando estamos atados por esas cadenas, no somos libres de querer.
Sólo comunicamos nuestro cariño cuando rompemos esas cadenas, tal vez por un momento apenas, y ,sentimos más preocupación por alguna otra persona que por nosotros mismos. Entonces la paciencia y la bondad del amor, el calor, la esperanza y la alegría del amor, pueden ser expresados por seres tan débiles como sabemos que somos nosotros.