LA DOMITILA Y GARCÍA MÁRQUEZ
Publicado en
abril 27, 2014
Cuando Brian, los trillizos y hasta la tía Molly con su escopeta, desaparecieron de la casa sin dejar rastro, la Domi recurrió al "sheriff" del pueblo, al FBI, la CIA y la INTERPOL... pero todo fue inútil. Por eso decidió escribirle al famoso escritor colombiano...
Por Elizabeth Subercaseaux.
De un momento al otro, la Domitila se encontró en la granja de Iowa, sin su marido, sin sus hijos y sin la tía Molly. Habían desaparecido como por encanto, se habían hecho humo, como si nunca hubieran existido. En la casa no quedó ni una huella de ellos. Ni un juguete de los trillizos. O un traje de Brian. Ni rastro de la escopeta de la tía Molly.
La Domi se agarraba la cabeza a dos manos. No podía entender el misterio. ¿Cómo puede desaparecer una familia completa sin dejar huellas? ¿Como si un OVNI hubiese aterrizado en la Tierra y se los hubiera llevado a otro planeta? ¡Ay! Dios mío, ¿y no sería eso lo que pasó, que un OVNI aterrizó en el jardín de su casa y se los llevó? Porque estas cosas pasan, se decía. En cuanto se dio cuenta de la seriedad de su situación, se fue a conversar con el sheriff del pueblo.
—¿Y dice que desaparecieron? ¿Así no más? ¿No dejaron una carta, una nota, un recado en la máquina contestadora del teléfono? —preguntó el sheriff, incrédulo, mientras tomaba nota de todo lo que la Domitila le iba diciendo.
—Tal cual le estoy diciendo. En un momento estaban y al momento siguiente ¡puf!, se habían hecho humo.
—¿Está segura? —preguntó el sheriff pegándole una mirada de esas que pegan los sheriff de Iowa cuando no le creen una palabra al testigo.
—¡No me mire con esa cara! Por supuesto que estoy segura. ¿Por qué no va a mi casa y lo verifica usted mismo?
—No lo tome a mal, señora, pero mi deber es dejar constancia de lo que pasó.
—Entonces, deje constancia; escriba: desaparecieron. Al más puro estilo de Gabriel García Márquez.
—¿Y quién es ese caballero si puede saberse? —preguntó el sheriff.
—Es el escritor latinoamericano, premio Nobel de Literatura, cuyos personajes vuelan, se encumbran, desaparecen, les crece cilantro en la planta de los pies y hacen milagros —dijo la Domi.
—¡Ah! —exclamó el sheriff—. Nosotros también tenemos un escritor que hace volar a sus personajes, el nuestro se llama Faulkner, para que usted lo sepa.
—La situación es que mi familia desapareció —dijo la Domitila sin hacer caso de la mención de Faulkner—. ¿No le parece más propio del realismo mágico que del año 2004?
—Bueno, yo no sé si esto tendrá relación con ese realismo del que usted habla. En los Estados Unidos la gente desaparece todo el tiempo. No tiene nada de raro. Este es un país muy grande. Si nos dedicáramos a buscar a todos los que han desaparecido de sus casas, de sus pueblos, de sus estados, no terminaríamos nunca —le dijo el sheriff
—Eso será aquí. En Latinoamérica nadie se va de la casa sin avisarles a la mamá, a la abuela, al papá o al menos a una tía —dijo la Domi.
—¿Y no me dice que García Márquez contaba de cómo la gente volaba? —preguntó el sheriff.
—Sí, pero mi familia no voló, al menos nadie los vio volando. Desaparecieron, que es mucho peor.
En este punto el sheriff le recomendó hablar con el FBI. Si no resultaba el FBI debía hablar con la CIA y si la CIA no le servía de nada, con la INTERPOL.
—¿Y qué hago si la INTERPOL tampoco me ayuda? —preguntó la Domi, sintiéndose realmente desesperada.
—En ese caso, escríbale al señor García Márquez y pregúntele si se le ocurre alguna receta para hacer aparecer a su familia. Seguramente él será de mayor utilidad que la policía. Además, déjeme decirle, mi señora, que en los Estados Unidos ya hay demasiada gente, a nosotros no nos importa que desaparezcan unos pocos, así que olvídese de encontrar ayuda por estos lados.
La Domi hizo lo que el sheriff le recomendó. Y le fue mal en todas partes. En las oficinas del FBI le dijeron que ellos no se dedicaban a buscar familias desaparecidas, que para eso estaban los santos, había que ponerse a rezar y pedir un milagro, pero el FBI solo lidiaba con delincuentes. Los de la CIA le dijeron que ellos tampoco buscaban familias desaparecidas, para eso había que hablar con el cura del pueblo, o tal vez con el cartero; los carteros y los curas eran los únicos que sabían a ciencia cierta del destino de la gente. Y en la INTERPOL casi la toman presa, pues la Domi olvidó su tarjeta del Seguro Social en la casa, no tenía idea de cuál era su número y no le creyeron que estuviera casada con un norteamericano. ¡Ah! Y desde luego, ellos no se dedicaban a buscar a familias enteras, sino a ladrones, asesinos, robabancos y otros firulautas que se saltaran la ley.
La pobre Domi le escribió a mi tía Eulogia, y mi tía estuvo de acuerdo con que la desaparición de su familia era "a lo García Márquez", esas cosas ocurrían en Aracataca y en otros pueblos colombianos a cada rato... no era mala idea escribirle al autor de Cien años de soledad.
La Domi le escribió:
Estimado señor García Márquez:
He sabido que usted inventa historias con personajes que vuelan, que se comen la cal de las paredes, que aparecen y desaparecen como luces, que flotan en el aire y que hacen milagros al revés. Mi familia entera, con la tía Molly y su escopeta incluidas, han desaparecido prácticamente ante mi vista. Nadie sabe dónde están y lo que es aún más grave, nadie, salvo yo misma, se interesa en saberlo. Como usted supondrá, señor, estoy desesperada y quería preguntarle si a usted se le ocurre alguna manera para hacerlos aparecer, alguna fórmula mágica como esas que emplea en sus libros, algún milagro como los que hacen esos ángeles que de vez en cuando aterrizan en los patios de la gente... lo que sea. Le ruego que me ayude.
Domitila.
Comenzó a pasar el tiempo y no llegaba respuesta, como si el destinatario de su carta no la hubiese recibido. "Seguramente tendrá un montón de ocupaciones más importantes que idear una fórmula para que aparezca tu familia", le escribía la tía Eulogia. "¿Por qué no vuelves? Ya te dije. Aquí está tu verdadera familia. Guarda a los trillizos, a Brian y a la tía Molly en tu corazón y ven a tu patria".
La Domitila caminaba en su casa vacía, sin saber qué hacer. Había pasado ya bastante tiempo desde la desaparición y no era probable que volvieran.
Una mañana, a eso de las 10:30, estaba preparándose un café en la cocina cuando vio una luz en el patio. Era una luz brillante, intensa, como una nube de perlas, en medio de la cual se dibujó un ángel.
—No hagas preguntas, solo escucha lo que tengo que decirte —dijo el ángel—: tus hijos, Brian, la tía Molly y la baby sitter, están muy bien, viviendo en Missouri, se han cambiado de identidad, los niños van al colegio, la tía Molly está tomando clases de taquigrafía, Brian está aprendiendo carpintería y Peggy se dedica exclusivamente al cuidado de los niños. Vete a tu tierra, que no tienes nada más que hacer aquí.
Luego le explicó que, generalmente, los milagros hacen aparecer los anteojos, los novios, los maridos, la billetera y las familias, pero a ella le había tocado la mala suerte de que alguien —el ángel no sabía quién, pero estaba investigando— le había hecho un milagro al revés.
La Domi lo miró boquiabierta. ¡No podía ser cierto! ¿Un milagro al revés?
—¿Y quién es el perejiliento responsable de este desastre? ¿Tú? —preguntó indignada—. ¿Para eso estás en la tierra? ¿Para hacer milagros al revés?
—Ya te dije, querida Domitila —le dijo el ángel con esa cara de paciencia infinita que solo tienen los ángeles— que no sabemos quién te hizo el milagro al revés, pero lo estoy averiguando.
—¿Y cuando lo averigües, qué harás? ¿Pondrás preso al responsable?
—No, querida, en el infinito no hay cárceles —dijo el ángel, y se esfumó, dejando a la Domitila con el alma llena de muchas preguntas que nadie contestó, porque en ese mismo instante había desaparecido para siempre.
Nunca estuvo segura de si lo había visto o si fue parte de su atribulada imaginación, pero lo cierto es que la visita del ángel la hizo reflexionar: ella tenía que irse de ese lugar, tenía que marcharse de los Estados Unidos, había sido una bonita experiencia, había tenido un gran marido, tres hijos encantadores que lloraban todo el día y la amistad impagable de la tía Molly; todos habían desaparecido, era una mala suerte, pero qué se le iba a hacer.
Resignada a su destino, la Domi hizo su valija con esmero, compró una banderita de los Estados Unidos para llevarla de recuerdo y partió de regreso a su patria.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JULIO 20 DEL 2004