Publicado en
abril 06, 2014
NO MENOSPRECIE nunca la inventiva de los oficiales de la fuerza aérea. El comandante de la escuadrilla de que forma parte mi marido volaba sobre el Atlántico a bordo de un B-47 a 10.000 metros de altura. En eso los pilotos vieron con disgusto un ratón que jugueteaba por la cabina. Como no le agradaba la perspectiva de tener como compañero de viaje al roedor durante las próximas siete horas, el comandante ordenó a la tripulación ponerse las mascarillas de oxígeno, para poder eliminar la presión de la cabina... convirtiendo así el avión de bombardeo en la trampa para cazar ratones más costosa del mundo (cuatro millones de dólares).
— N. M. S.
EN UN campamento militar de Hawaii, y destinada en el cuerpo femenino de la infantería de marina, se encuentra una dama muy exigente. Quiere al instante cualquier cosa que pide. Un día tenía que ir en comisión oficial a la estación naval de Pearl Harbor. Llamó a la oficina de transportes y solicitó que le facilitaran un medio de locomoción. El sargento de turno le explicó que en aquel momento no había ningún vehículo disponible, pero que le mandarían un automóvil en cuanto fuese posible.
—¡Sargento! —dijo perentoriamente la infante de marina—; estaré esperándoles en la calle dentro de tres minutos y quiero que me tenga listo algún medio de transporte.
A los tres minutos salió a la calle y... le entregaron una escoba.
—A. L. B.
SE HA escrito mucho sobre los médicos militares. Yo, como soy técnico radiólogo de un hospital del ejército, hacía poco caso de tales anécdotas... hasta que me tocó experimentar la cirugía en carne propia. Bajo los efectos de la anestesia local, esperaba el comienzo de la intervención, cuando oí que uno de los médicos le decía al otro:
—¿A quién le tocará este?
—¡Ojalá sea a mí! —repuso el otro—; ¡me hace falta práctica!
—M. G.
MIENTRAS mi esposo, que estaba de servicio en Friedberg (Alemania), efectuaba unas diligencias en la oficina de la policía militar, oyó la lectura del siguiente parte sobre un accidente: "Viajaba tranquilamente por la carretera, cuando un borracho que venía por en medio del camino me atropelló". Al soldado, que obviamente estaba algo achispado, le preguntaron cómo sabía que el otro estaba ebrio, y repuso: "Tenía que estarlo; de otra manera no me explico que viniera manejando un árbol".
— R. K.
A Los coroneles del ejército norteamericano se les suele apodar "águilas gritonas" debido a la insignia que llevan en el hombro. Mi hermano, que hace poco se retiró con grado de coronel, volvió a nuestro pueblo con su esposa y su hijo de siete años. Poco después de llegar, lo llamé por teléfono y a la llamada contestó mi sobrino.
—Quiero hablar con el águila gritona —le dije en son de broma.
—¡Mamá! —gritó el muchacho—; ¡te llaman por teléfono!
—J. G.
UN AMIGO mío, que fue tercer contramaestre interino de un buque de carga en la segunda guerra mundial, me refirió la siguiente anécdota:
La mayoría de los tripulantes, incluso el capitán, nos habíamos alistado sólo para el tiempo que durase la guerra. El primer contramaestre, sin embargo, era un marino de carrera, con 22 años de servicio. Mostraba un olímpico desprecio por los marineros de agua dulce, y vivía criticando a la tripulación y los métodos que empleábamos.
Un día, cerca de Guadalcanal, hacía yo de timonel. El contramaestre se hallaba a mi lado e iba haciendo algunas observaciones que al capitán le sonaron demasiado ofensivas. Éste, pausadamente, se volvió a varios marineros y ordenó:
—¡Echen a ese hombre al agua!
Aunque les extrañó la orden, los marineros la cumplieron. Entonces el capitán me ordenó virar el buque en redondo. Describiendo un círculo completo, nos detuvimos para izar al contramaestre, que estaba echando chispas. Tuvo que cuadrarse con el uniforme chorreando, y entonces mi capitán le dijo:
—La maniobra que acabamos de realizar se ejecutó sin estar usted presente. Me parece que podremos llegar a puerto sin más consejos suyos.
Y así lo hicimos.
—W.H.B.
EN CIERTO centro militar de los Estados Unidos la esposa del general —llamémosla señora Smith— se quejaba de que, cada vez que iba a visitar el alojamiento de las enfermeras, se encontraba a varios oficiales en el edificio. Insistía en que el general tenía que poner remedio a esa situación inmediatamente.
A la mañana siguiente apareció un letrero recién pintado sobre la puerta del alojamiento de las enfermeras: "Queda prohibida la entrada en este edificio a la señora Smith".
— D. J. A.