ESPERANZA PARA LOS NIÑOS CON LESIONES CEREBRALES
Publicado en
marzo 30, 2014
Historia de un nuevo tratamiento muy discutido que, aplicado en el hogar, ha servido para que cientos de niños alcanzaran un desarrollo normal.
Por Albert Maisel.
HASTA Los cinco meses de edad, Todd Herendeen fue un niño despierto y aparentemente normal.
Pero una madrugada sus padres despertaron, no por los gorgoteos habitualmente alegres de Todd, sino por un golpeteo siniestro. Corrieron a su cuarto y lo hallaron amoratado y rígido, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos en blanco, y el brazo derecho batiendo convulsivamente contra los barrotes de la cuna.
Durante más de dos horas los médicos del hospital del distrito Lower Bucks, de Bristol (Pensilvania), estuvieron tratando de dominar las convulsiones de Todd. Cuando finalmente lo lograron, su brazo y su pierna derechos estaban fláccidos y paralizados. Las convulsiones indicaban claramente la existencia de una lesión cerebral.
Con el tiempo, la parálisis desapareció gradualmente. Pero conforme pasaron los meses, el desarrollo normal de Todd se fue retrasando cada vez más. La vida de los Herendeen se convirtió en una pesadilla de visitas a especialistas, buscando en ellos solución.
A los dos años y medio, Todd sólo podía andar unos pasos vacilantes, para perder en seguida el equilibrio y caer. No podía hablar nada.
Sin embargo, hoy Todd es tan capaz como cualquier niño normal de siete años. Todavía tiene una cojera apenas perceptible, pero puede correr en bicicleta sin poner las manos en el manillar. Suele ser el primero que llega arriba en los juegos de barras de la escuela. Está cursando el segundo año, y tiene una capacidad de lectura normal. Su escritura es legible, su ortografía sobresaliente, su vocabulario excelente. Sería difícil encontrar un chiquillo más feliz y vigoroso.
ARRASTRARSE Y GATEAR
El hecho más importante en lo que se refiere a Todd Herendeen, es que su restablecimiento de los efectos de las lesiones cerebrales no constituye un caso aislado. Cientos de niños con lesiones cerebrales han seguido la misma trayectoria hasta alcanzar un desarrollo normal o superior, mediante un sistema poco ortodoxo, e inclusive discutible, de tratamiento en casa bajo vigilancia médica. Este tratamiento fue ideado por un tenaz grupo de médicos y fisioterapeutas de los Institutos para el Logro de las Posibilidades Humanas, de Filadelfia.
En ellos, el Dr. Robert Jay Doman, especializado en medicina física, Glenn Doman, director de los Institutos, y Carl Delacato, especialista en educación, cada vez estaban menos satisfechos de los resultados que obtenían con el masaje, la hidroterapia, los soportes para caminar, las muletas, los tirantes ortopédicos, las sillas de ruedas y otros métodos tradicionales de terapéutica física. En 1956, al analizar rigurosamente los resultados de sus cien últimos casos, encontraron que apenas el 30 por ciento había logrado adelantos moderados. Otro 30 por ciento permanecían estancados. Un número terriblemente elevado de chiquillos habían empeorado.
Después, los hermanos Doman y Delacato hicieron otro análisis: el de los niños con lesiones cerebrales que se habían quedado en su hogar con casi ningún tratamiento de rehabilitación. A esos chiquillos se les había dejado arrastrarse o gatear por el suelo como mejor pudieran. Contra todo lo que se esperaba, muchos de los niños no sometidos a tratamiento habían mejorado. Algunos de los que se arrastraban comenzaron a gatear; de los que gateaban, algunos aprendieron a estar de pie. En realidad, unos cuantos habían progresado más hacia la normalidad que los niños tratados por los procedimientos tradicionales.
Los hermanos Doman y Delacato estudiaron esos datos sobre los adelantos que habían conseguido los niños no tratados. Si pudieran llegar a descubrir por qué se producían esas mejorías, quizá encontrarían la clave de una terapéutica eficaz. Iniciaron una completa revisión de todo cuanto se sabía científicamente acerca del desarrollo del cerebro en los niños normales y de cómo las lesiones sufridas antes o después del parto alteran su funcionamiento.
UNA CURVA DEL DESARROLLO
Los hermanos Doman y Delacato idearon un diagrama en el que podían registrar el grado de desarrollo de un niño con lesiones cerebrales, en lo que respecta a movilidad, lenguaje y aptitud manual, visual, auditiva y táctil. El registro, que titularon curva del desarrollo, indicaría el nivel en que se hubiese detenido el desarrollo del niño y señalaría la porción del encéfalo (médula, protuberancia, mesencéfalo o corteza) en el que se podría localizar la lesión. Pero consideraron que podría servir para algo más. Si se pudiera descubrir un medio eficaz para tratar esas lesiones, la curva del desarrollo podría servir para medir el progreso del niño y para guiar el curso del tratamiento, conforme superara el paciente los diversos grados de adelanto hacia su desarrolló normal.
En 1957 los hermanos Doman y Delacato intensificaron su exploración de un método para tratar, no los resultados visibles de la lesión cerebral, sino el cerebro mismo lesionado. Sabían que, en un niño normal, todo intento fructífero de arrastrarse o de gatear implicaba el envío de mensajes desde los nervios sensoriales hasta la región del cerebro que rige esos movimientos. Los actos repetidos con éxito crean poco a poco dentro del cerebro circuitos reguladores del movimiento y establecen así un esquema reflejo que permite al niño coordinar los movimientos sin necesidad de planearlos conscientemente.
Pero, ¿cómo podría restablecerse ese proceso natural en el cerebro de un niño lesionado?
CELULAS SUSTITUTAS
El finado Dr. Temple Fay, profesor de neurocirugía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Temple, observó que la mayoría de las lesiones cerebrales no implicaban la destrucción de todas las células de la región lesionada, e indicó que quizá fuera posible activar los millones de células sobrevivientes para que se hicieran cargo de las funciones de las muertas.
"Nos elevamos a la región de las teorías y las hipótesis", recuerda Glenn Doman, "y decidimos idear una serie de movimientos-tipo para los miembros de un niño con lesión cerebral, para que se ejercitara en los tipos de movimiento que en un caso normal obedecerían a los impulsos de la zona lesionada de su cerebro. Si se repetían constantemente esos procedimientos para formar los esquemas motores, y si nuestra teoría era correcta, las células ilesas de la región cerebral lesionada de nuestro enfermo acabarían recibiendo los avisos sensoriales enviados a ella con nuestros ejercicios. Poco a poco, el niño lesionado adquiriría la capacidad de realizar los movimientos-tipo que anteriormente no podía ejecutar.
Los tres investigadores pasaron varias semanas perfeccionando los detalles de sus ejercicios de movimientos-tipo. Uno de ellos se acostaba sobre una mesa, mientras los otros dos y varios fisioterapeutas le movían las piernas, los brazos y la cabeza. Así aprendieron a reproducir los movimientos rítmicos de las formas fundamentales que un niño normal utiliza para arrastrarse. Después probaron en los niños esos procedimientos para asegurarse de que cada movimiento podría realizarse tan suavemente que inclusive a un enfermo con músculos tensos y en espasmo, no le produciría dolor ni le lastimaría. Finalmente, probaron el tiempo que debía durar cada sesión de formación de esquemas, para que no se cansara el enfermo. Cuando no se sometía a los niños a este sistema, quedaban en libertad para moverse a sus anchas por el suelo.
LA PRUEBA DECISIVA
"Sólo había una forma de saber si ese método no tradicional de tratamiento ayudaría realmente a los lesionados del cerebro", dice el Dr. Doman. "Teníamos que someter nuestra teoría a la prueba decisiva de la práctica".
Esa prueba, en la que también participó el afamado neurólogo, Dr. Eugene Spitz,* fue la más rigurosa que se pudo idear. En su clínica del Hospital Infantil de Filadelfia el Dr. Spitz explicó la finalidad del plan a los padres de sus enfermos de lesiones cerebrales. Hizo hincapié en que se trataba de un experimento; les indicó cuán intenso trabajo sería el que tendrían que realizar si sometían sus hijos a la prueba, y que en cuanto a resultados no podía prometer nada.
Los padres se ofrecieron para colaborar. Finalmente, se inscribieron 76 niños que padecían los más diversos tipos de lesión cerebral grave y que estaban clasificados en todos los niveles de retraso mental.
Una vez en los Institutos, se sometió a cada uno de los niños a una serie de reconocimientos, que se prolongaron durante todo un día, para determinar el grado preciso de su incapacidad. Al día siguiente, bajo vigilancia médica, los fisioterapeutas enseñaron a los padres cómo debían ejercitar a los niños en los movimientos-tipo. Después, en sus propias casas y con la ayuda de parientes o de vecinos, sometieron a sus hijos a un tratamiento de cinco minutos, cuatro veces al día, durante los siete días de la semana. Cada dos meses tuvieron que llevar a sus hijos a los Institutos para que valoraran su progreso y para recibir instrucciones sobre ejercicios formativos de esquemas de movimiento cada vez más avanzados.
ARRASTRARSE, GATEAR, CAMINAR, HABLAR
Transcurridos dos años, se hizo un análisis detallado de los expedientes de los niños. Ninguno había empeorado. Diez permanecían en el mismo nivel que cuando comenzaron el tratamiento. Pero 66 habían mejorado; 17 andaban normalmente, entre ellos los dos que, al comenzar el experimento, no eran capaces de volverse por sí solos. Había 18 más que también andaban aunque no del todo bien.
Conforme esos niños iban adquiriendo una movilidad normal, muchos comenzaron también a mejorar su visión, su capacidad auditiva y su destreza manual. Aunque no habían recibido un tratamiento para el lenguaje, el 59 por ciento de los que no podían hablar en absoluto al iniciarse el plan, comenzaron a hablar. Antes de que terminara el experimento algunos habían adquirido un vocabulario (y la capacidad para emplearlo) plenamente normal para su edad.
A fines de 1960, la Revista de la Asociación Médica Norteamericana publicó un informe sobre los dos años de estudio, en el cual describía la teoría que dio origen al tratamiento para la formación de esquemas motores, los procedimientos empleados y su efecto sobre la movilidad de los niños. Desde entonces, algunos médicos muy destacados en neurología y rehabilitación han censurado este tratamiento, tanto desde el punto de vista teórico como desde el práctico. Unos deploran el abandono de los aparatos ortopédicos y de los ejercicios musculares clásicos. Otros declaran que no se puede juzgar el nuevo tartamiento hasta que se hagan experimentos paralelos, que permitan una comparación precisa entre el procedimiento de "esquemas" y los métodos de rehabilitación más ortodoxos.
Otros más, al principio escépticos, han visitado los Institutos, han revisado los expedientes, han observado a los enfermos y han concluido que el nuevo procedimiento es eficaz. En realidad, son tantos los médicos que enviaron sus enfermos a los Institutos que hubo necesidad de establecer una lista de espera. Durante los cuatro últimos años, habiendo aumentado su personal en más de dos veces, los Institutos han Podido aceptar 1100 niños recomendados por 450 médicos.
Entre los más entusiastas partidarios del procedimiento de constitución de formas de movimiento, están los médicos cuyos propios hijos se han recuperado mediante este tratamiento de los efectos de lesiones cerebrales. En un accidente automovilístico ocurrido en 1962, Gary, de nueve años de edad, hijo del Dr. Thaine Billingsley, de Monterrey (Virginia), sufrió una gran lesión cerebral que lo dejó incapacitado para hablar, para ver y para mover los brazos y las piernas. Tras dos años de tratamiento por aquel sistema, Gary volvió a aprender a arrastrarse, a gatear y a estar de pie, aunque todavía no puede andar normalmente. Ha recuperado el habla y la vista. Lee con los muchachos de su edad y escribe caligrafía sin ayuda. Recientemente pasó sus pruebas de novato y se incorporó a la asociación de Exploradores.
Rita Stack, de dos años de edad, hija del Dr. William Stack, de Cheltenham (Pensilvania), no podía andar, hablar ni aun incorporarse a consecuencia de las lesiones cerebrales que sufrió a raíz de un ataque de meningitis. Pero a los dos meses de iniciado el tratamiento pronunció sus primeras palabras. Unos meses después comenzó a caminar. Hoy, a la edad de ocho años, está en el tercer año escolar y en cualquier actividad importante se clasifica igual o por encima de los de su edad.
"TOMASITO YA COMENZO A LEER"
Las investigaciones que se hicieron después sobre el nuevo tratamiento han traído una serie de procedimientos técnicos complementarios. Por ejemplo, por su relativa inmovilidad, muchos niños con lesiones cerebrales no han desarrollado los hábitos de respiración profunda esenciales para abastecer el cerebro con suficiente oxígeno. Para vencer esta dificultad, se coloca sobre la nariz y la boca del niño una pequeña mascarilla transparente durante 60 segundos de cada hora de vigilia. "De esta manera, al inspirar el aire que ellos mismos espiran", declara el Dr. Doman, "se eleva pasajeramente el nivel de anhídrido carbónico de la sangre y se estimulan los centros respiratorios del cerebro para que se forme un reflejo de respiración más profunda y regular".
Las observaciones que han hecho algunos padres cuidadosos también han ayudado a perfeccionar la técnica fundamental. Hasta los tres años de edad, Tomás Lunski, cuyo cerebro se había lesionado al nacer, apenas podía arrastrarse, pero no podía hablar. Después, con el tratamiento de esquemas motores, comenzó a realizar rápidos progresos físicos. Cuando hizo la segunda visita a los Institutos, ya se apoyaba sobre sus rodillas y gateaba. Pero los Doman no podían creerlo cuando, poco antes de cumplir cuatro años de edad, sus padres les informaron que Tomás había comenzado a leer.
En un papel, el padre del niño escribió: "A Glenn Doman le gusta tomar jugo de tomate con sus hamburguesas durante el almuerzo". Tomás clavó la vista en la oración y luego la repitió, palabra por palabra.
Todavía incrédulo, Doman dijo: "Usted puede haber hecho que Tomasito se lo aprendiera de memoria". Y escribió: "El padre de Tomasito tiene una taberna y bebe mucha cerveza", entregando el papel al niño. Solemnemente, el pequeño de cuatro años leyó en voz alta el nuevo escrito, y agregó: "¡Por eso mi papá tiene la barriga tan grande!"
Durante las horas siguientes, Tomás pasó fácilmente y sin error pruebas de lectura de tercero, cuarto y aun sexto año. Luego, mientras los asombrados testigos discutían el significado de su actuación, el chico tomó una revista y se recostó a leer en la alfombra de la oficina.
Muy pronto los hermanos Doman y Delacato descubrieron que media docena de sus enfermos a quienes se suponía demasiado pequeños para leer, en realidad habían aprendido a hacerlo mientras se les enseñaba a gatear o a caminar. Animaron a otros padres a poner al alcance de sus hijos abecedarios y libros de lectura por la imagen, como lo había hecho la familia Lunski con Tomasito.
TODO EL MUNDO AYUDA
Si el tratamiento de formación de movimientos-tipo implica una carga, ésta no recae sobre los niños lesionados, sino sobre sus padres. Los instructores de los Institutos subrayan la importancia de que jamás se pase por alto parte alguna del horario diario de la formación de tipos. Para las familias numerosas, esto no plantea ningún problema grave de mano de obra. Pero en otros muchos casos la colaboración voluntaria de los vecinos con los padres ha resuelto aquel problema.
Quizá el mayor volumen de ayuda prestada por vecinos sea el que se dio a David Posnett, de once años de edad, en Buckingham (Pensilvania), quien, arrollado en 1961 por un automóvil que iba a gran velocidad, quedó reducido a la condición de recién nacido. La señora Betty Molesworth convocó a una junta de vecinos y consiguió que diez señoras asistiesen diariamente a los Institutos de Filadelfia, para seguir un curso de dos semanas sobre tratamiento para la formación de esquemas motores. Después, actuando cada una de ellas como jefa de grupo, recorrieron el distrito Bucks, en busca de más voluntarias, a quienes adiestraron.
Finalmente, el pequeño ejército de desconocidas visitadoras de turno de David llegó a tener 240 asociadas. Durante más de tres años las voluntarias llegaron a la granja de los Posnett cinco veces al día con regularidad cronométrica. Ayudar a David a vencer la parálisis y avanzar hacia una niñez normal resultó ser una experiencia muy satisfactoria. Hoy nadie recuerda cuándo ni cómo comenzó, pero al terminar cada sesión de formación de tipos, las visitadoras decían: "Gracias, David".
NUEVOS ADELANTOS
Con la esperanza de que la terapéutica para la formación de esquemas motores llegara a todas partes, hace dos años los Institutos de Filadelfia establecieron un centro de enseñanza para preparar personas como médicos y terapeutas en la recuperación del habla y de la acción física. Actualmente, los especialistas así entrenados están difundiendo los nuevos procedimientos en otros centros.
"Cuando lleguen a su apogeo esos centros independientes", dice Glenn Doman, "esperamos eliminar nuestra lista de espera de Filadelfia. Pero todavía es más importante el hecho de que habrá más médicos vigilando y observando independientemente a un mayor número de enfermos. De su trabajo deben surgir nuevos adelantos, tanto en la teoría como en las técnicas, que proporcionarán ayuda cada vez más eficaz a los lesionados del cerebro".
*La labor del Dr. Spitz con niños hidrocefálicos se relata en La ciencia trabaja para los niños, en SELECCIONES de mayo de 1961.