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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
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  • 157. Slut - 0:48
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  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
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  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
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  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
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  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
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  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
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  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
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    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

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    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para dar Zoom o Fijar,
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1366
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  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    TAPÓN ROSCADO (Vonda N. McIntyre)

    Publicado en febrero 16, 2014
    Caliente y húmeda a causa de la fina, vaporosa lluvia, Kylis se sentó sobre sus talones en la parte superior de la zanja de perforación y aguardó a que acabara el segundo turno de trabajo. Restregó una raya del espeso barro rojo que había salpicado sus piernas y sus botas blancas mientras andaba por el recinto. La inmensa estrella mortecina del Sol Rojo alteraba los colores; el blanco se convertía en una especie de gris rosado. Pero entre el follaje negro del bosque y en contraste con la arcilla de la Zanja, los uniformes blancos resaltaban y hacían que los prisioneros pudieran ser más fácilmente visibles para los guardias.

    Algunas personas más esperaban a Kylis en el extremo sur del profundo tajo en la tierra. Igual que ellas, Kylis estaba acuclillada y desprotegida contra la lluvia, hebras de húmedos cabellos pegadas a sus mejillas, atenta a los amigos que no había visto durante cuarenta días.

    Abajo yacían dos cúpulas para generadores completadas; por encima se alzaban las inmensas y delicadas torres de enfriamiento, y la antena que emitía energía al Continente Norte mediante el sistema transmisor. Vallas y guardianes protegían las instalaciones acabadas de los prisioneros. Kylis y los demás sólo trabajaban en despejar el helechal, extender la Zanja, perforar un tercer pozo de vapor..., los trabajos sucios, peligrosos.

    Paralela al distante muro de volcanes del este, la zanja de perforación se extendía hacia el norte. Su extremo más lejano era invisible, oscurecido por la lluvia y las nubes de humo que ondulaban en los montones de basura. La Zanja estaba siendo alargada otra vez para seguir la falla en que la perforación era más eficaz. Otra franja del bosque de frondas había sido destruida, y sus descomunales helechos primitivos yacían ahora en montones ennegrecidos. Los tallos nunca terminaban de arder, por lo que una masa de humo irritante y cenizas pegajosas pendería sobre el campamento de prisioneros hasta que las brasas murieran. La fina lluvia chisporroteaba y se volvía vapor cuando caía sobre ascuas ardientes.

    Kylis se sobresaltó ante el prolongado aullido de la sirena que ponía fin al segundo turno. Durante un instante temió que las alucinaciones hubiesen vuelto, pero los sonidos normales de la prisión respondieron a la señal. El lejano rugido de los tractores cesó; el agudo plañido del taladro fue deslizándose diapasón abajo y finalmente calló. La gente dejó sus máquinas, tiró sus herramientas y se dispersó hacia la pista. Pasaron bajo las torres de los guardianes, vigilados y contados por la cuadrilla del Lagarto. Uno a uno y en ocasionales parejas empezaron a trepar por la empinada ladera de barro, desechos y ceniza volcánica, avanzando cuidadosamente junto a las hondonadas y atravesando riachuelos fangosos. Tapón Roscado parecía muy tranquilo ahora, casi pacífico, sin ruidos excepto el zumbido de las turbinas en las dos centrales geotérmicas, y el matraqueo acompasado de las bombas que evitaban la inundación de la zanja de perforación.

    Kylis aún no veía a Jason. Arrugó la frente. Él y Gryf, que hacía el tercer turno, se encontraban bien cuando ella acabó de trabajar. Estaba segura de eso, porque las noticias de accidentes viajaban casi de un modo instantáneo entre las cuadrillas de trabajo. Pero Kylis había estado sola, durmiendo buena parte del tiempo, en las nueve horas desde el final de su turno. Todo podía suceder en nueve horas. Trató de darse confianza sobre la seguridad de sus amigos, porque el tipo y ritmo de trabajo recién finalizado habían sido demasiado normales para que de pronto ocurriera un accidente realmente malo.

    No podía dejar de lado su ansiedad; sabía que no podría hasta ver a Gryf y Jason, hasta hablar con ellos, hasta que la tocaran. Todavía se sorprendía de preocuparse tanto por otros dos seres humanos. Su vida pasada se había basado en la independencia y autosuficiencia absolutas.

    Abajo, Gryf se encontraría en el grupo de prisioneros cerca del equipo de perforación. Kylis trató de divisarlo, pero a la única persona que podía distinguir a esa distancia era el capitán de los guardianes, llamado por todo el mundo —cuando estaba fuera del alcance del oído— el Lagarto, pues su cara bien afeitada y su cabeza le daban un aspecto de reptil lisamente impenetrable. El Lagarto estaba de pie a solas, de cara a los prisioneros, dando órdenes. Vestía de negro, como si retara al calor, como un símbolo de su superioridad sobre cualquier persona del campamento. Aun así, ahora se destacaba únicamente por hallarse separado de los demás. Gryf era conspicuo en cualquier multitud, pero la instalación estaba demasiado lejos para que Kylis pudiera identificarlo apenas por la asombrosa piel de color ébano y tostado, moteada, de Gryf. Cuando lo vio por primera vez, el día que Gryf llegó a Tapón Roscado, lo había mirado tanto que él se rio de ella, ante su insistencia. No fue una risa ridiculizante, sino de comprensión. Gryf también se reía de sí mismo, a veces, y también de la gente que le había hecho ser lo que era.

    Gryf era el primer tetrapáter que Kylis veía, y el primero del que había oído hablar. Gryf estaba fuera de lo normal aun entre los tetra; de sus cuatro padres biológicos, casualmente dos hubieron de ser negros y dos blancos. Se había planeado que Gryf tuviera un color castaño claro uniforme, y sólo el cabello, quizá, de varios colores. Los genes del color del pelo no eran combinables, como los de la piel. Pero los grupos de espermatos y óvulos habían sido equivocadamente unidos, de tal modo que la mezcla de los dos embriones constitutiva de Gryf le había dado esa extraña figura vistosa. Sin embargo conservaba todos los dones intelectuales disponibles de sus diversos padres. Esas cualidades, y no tanto su piel, eran lo importante.

    Los nuevos tetrapatris eran especiales; todas y cada una de sus vidas estaban completamente planeadas. Gryf formaba parte de un grupo, y era inconcebible para el gobierno de Sol Rojo y para los demás tetra que, después de todo el trabajo de crearlo, después de toda la instrucción y preparación, él rechazara su deber. Cuando tal cosa ocurrió, se le envió como castigo a la prisión más estricta de Sol Rojo.

    Si Gryf cambiaba de opinión, una palabra le bastaría para poder regresar al refugio apartado de los tetra. Llevaba medio año en Tapón Roscado, pero aún no había pronunciado esa palabra.

    Kylis no era nativa de Sol Rojo; no le importaba la admiración de los demás hacia Gryf. Sentía curiosidad por él. Aparte de su piel, o a pesar de ella, Gryf era hermoso. Kylis se preguntaba qué tacto tendría su cabello, los mechones en parte negros y acerados, en parte rubios y finos.

    Gryf fue asignado a una cuadrilla cercana. Kylis vio al momento que le habían dado trabajos duros y sucios, no los más peligrosos sino los más agotadores. La tarea de los guardianes no consistía en matarlo sino en hacerle la vida tan desagradable como para que él quisiera volver con los tetra.

    Kylis esperó la oportunidad de hablar con él sin arriesgar la disciplina de ninguno de los dos. Sin que resultara demasiado manifiesto, el Lagarto vigilaba muy de cerca a Gryf; acechaba una que otra vez con su estilo furtivo, silencioso, con sus ojos de gruesos párpados muy juntos uno al otro, la mirada indefinida en su dirección. Pero finalmente sus deberes lo llevaron a otra parte del campamento, y Kylis dejó su trabajo para contar a Gryf los trucos que la experiencia le había enseñado para hacer un poco más fácil la labor.

    Su primera noche juntos fue la primera noche de Gryf en Tapón Roscado. Al terminar el turno, resultó natural que volvieran juntos hasta los refugios de prisioneros. Estaban demasiado cansados para hacer algo más que dormir, pero la compañía ya era un consuelo y las posibilidades estaban abiertas. Se tendieron cara a cara en la oscuridad. La luz de las estrellas brillaba a través de una grieta en las nubes y se reflejaba en los mechones rubios del pelo de Gryf.

    —Quizá nunca me dejarán salir de aquí —dijo Gryf.

    El no pedía simpatía, más bien le estaba explicando lo que conocía de sus perspectivas. Tenía una voz agradable, musical. Kylis se dio cuenta de que éstas eran las primeras palabras que le oía pronunciar. Pero recordó que Gryf le había dado las gracias por su consejo, que lo había hecho con una sonrisa, un movimiento de cabeza y una mirada especial.

    —Yo estoy aquí para mucho tiempo —dijo Kylis —No creo que haya tanta diferencia entre nosotros.

    Tapón Roscado podía matar a cualquiera de los dos el día posterior o el anterior a la puesta en libertad. Kylis extendió la mano y tocó el cabello de Gryf; estaba enmarañado y tieso por el sudor. El cogió la mano de Kylis y besó la palma mugrienta. A partir de entonces permanecieron juntos, se conocieron más, pero jamás hablaron de algún futuro fuera de la prisión.

    Jason llegó varios ciclos después y cambió todo.

    Kylis volvió al presente. Sabía que Gryf estaba abajo, en alguna parte, aunque no pudiera distinguirlo en la mancha de blanco sucio. Ella había estado en el último turno durante un ciclo previo y conocía el programa. Los prisioneros que aún trabajaban no serían expuestos a mucho más peligro hoy. En lugar de eso, tendrían la tarea más insípida y agotadora del período. Durante el último turno antes del día libre, uno cada cuarenta, todo el equipo era limpiado e inspeccionado. Todo lo que se había hecho mal era revisado; el turno podía prolongarse más allá de su fin normal. Kylis confió en que eso no sucediera esta vez.

    Al pie de la pendiente, Jason emergió del brillante cáncer de maquinaria. Estaba enfangado y salpicado de grasa, manchado de oro con el pelo blanqueado. Jason era muy alto y muy rubio, e incluso en Sol Rojo, donde la luz tenía poco ultravioleta, se tostaba con facilidad. Aunque había estado trabajando desde la madrugada hasta la media mañana sus piernas estaban rayadas horizontalmente por el sol, más oscuras en la parte superior de los muslos y más claras justo por debajo de las rodillas, señalando los diferentes niveles a que había bajado las alas de sus botas. Ahora mismo estaban plegadas por completo.

    Jason alzó los ojos y vio a Kylis. Su porte cambió; se irguió y agitó los brazos. Su barba rubia estaba erizada y desarreglada y su cabello estaba pegado por el calor. El cinturón de sus pantalones cortos estaba rojo por el fango que había salpicado su cuerpo y había sido bañado por la transpiración y la lluvia. Conforme se acercaba, Kylis vio que estaba más delgado, y que las arrugas de sus ojos eran más profundas. Habían sido arrugas de meditación y risa; ahora eran de fatiga y exposición a los elementos. Jason corrió hacia ella, resbalando en el barro, y Kylis comprendió que también él había estado preocupado.

    Habrá oído decir que yo estaba en privación sensorial, pensó Kylis, y estaría afligido por mí. Kylis permaneció inmóvil algunos segundos. Todavía no estaba muy acostumbrada a él; la fácil aceptación de ella por parte de Jason y su preocupación parecía inocente y admirable comparada con la desconfianza persistente que Kylis había sentido hacia él durante tanto tiempo. Fue a su encuentro.

    Jason se detuvo y extendió las manos. Ella lo tocó, y él se acercó casi temblando, manteniéndose rígido contra el agotamiento. Su pose se derrumbó. Inclinándose, apoyó la frente en el hombro de la mujer. Kylis puso las manos en la espalda de Jason, con mucha suavidad.

    —¿Fue malo? —la voz de Jason era grave de un modo natural, pero ahora era áspera y ronca. Probablemente había estado dando órdenes a su cuadrilla, gritando por encima del rugido de la maquinaria durante dieciocho horas.
    —Bastante malo —dijo Kylis—. Me alegró trabajar después. Todavía apoyado en ella, Jason sacudió la cabeza.
    —Pero ahora estoy bien. He dejado de tener alucinaciones —continuó Kylis, con la esperanza de que lo dicho fuera cierto—. ¿Y tú? ¿Estás bien? —notaba la respiración de Jason en su hombro húmedo.
    —Sí. Ahora. Gracias a Gryf.

    Jason había iniciado este ciclo en el primer turno del día, que empezaba a medianoche y terminaba por la tarde. Los miembros del turno trabajaban durante la parte más calurosa del día cuando estaban más cansados. En la mitad de su tercer período de trabajo, Jason se había desplomado. Estaba delirante y deshidratado, quemado por el sol pese a su camisa. El sol lo desecó. Gryf, que acababa de quedar libre de servicio cuando Jason cayó, trabajó durante su período de reposo para completar el turno de Jason. Para cambiar los turnos, Gryf había trabajado sin interrupción casi dos de los días de Sol Rojo. Kylis no había podido entender cómo esto fue posible. Ni siquiera porque hubiese sido Gryf.

    Gryf había roto todas las reglas, pero nadie hizo volver a Jason a su turno original. El Lagarto no debió decir una sola palabra al respecto. Kylis lo imaginó en sombras, vigilante, mientras Gryf esperaba una confrontación que nunca llegaba. Era algo muy propio del Lagarto.

    Los hombros de Jason estaban cicatrizados en los puntos donde se habían formado las ampollas bajo el sol, pero Kylis vio que habían curado limpiamente. Puso un brazo en torno a la cintura de Jason para sostenerle. Ambos estaban pegajosos y sucios por el sudor.

    —Vamos —invitó Kylis—. Encontré un sitio para dormir.
    —Estupendo.

    Atravesaron el árido barro del que había sido arrancada toda la vegetación para que la máquina pudiera pasar. Antes de apartarse del camino extrajeron raciones de alimento del distribuidor automático cercano a las moradas de prisioneros. Las barras sin gusto cayeron por una rendija, dos para cada uno. En la vida de Kylis hubo épocas malas en el comer, deficitarias, pero en muy pocas ocasiones había comido algo tan fastidioso como las raciones carcelarias. Jason puso una de sus barras en la bolsa de su cinturón.

    —¿Cuándo vas a renunciar a eso?

    Jason mordisqueó una punta de la otra barra de su ración.

    —No lo haré.

    Su mueca hizo que la frase fuera casi un chiste. Ahorraba parte de su alimentación para lo que Kylis juzgaba ridículos planes de fuga. Cuando tuviera los víveres suficientes, Jason se escaparía caminando por el pantano.

    —Hoy no has de ahorrar nada.

    Kylis volvió a deslizar su cartulina en la ranura y agotó los puntos que le quedaban. Un montoncito de barras cayó en la bandeja.

    —Olvidaron anular mi carné cuando estuve en la caja de privación —explicó Kylis.

    En privación sensorial, uno de los castigos por errores de la prisión, había sido alimentada por vía circulatoria. Dio a Jason el alimento extra, él se lo agradeció y lo puso en la bolsa. Cruzaron juntos el lodo pringoso y entraron en el bosque.

    Jason llevaba apenas tres ciclos en Tapón Roscado. Estaba perdiendo peso con rapidez; era un hombre huesudo, y el esfuerzo físico le consumía la poca grasa que revestía su estructura. Kylis confiaba en que su familia lo encontraría y rescataría pronto, antes de que intentara huir; ella había renunciado a disuadirlo del sueño. El pantano era intransitable excepto con aerodeslizador. No había caminos sólidos que lo recorrieran, y la gente afirmaba que contenía animales ignotos que podían aplastar una barca o una balsa. Kylis no creía ni dejaba de creer en los animales; sólo estaba segura de que algunos prisioneros habían intentado escapar durante su estancia en Tapón Roscado, y los guardianes ni siquiera se preocuparon en buscarlos. Las autoridades de Sol Rojo no necesitaban reprimir las huidas a la libertad pues no las había; sólo se huía hacia la muerte. Los volcanes desnudos cortaban la fuga al norte y al este con sus escarpas de lava árida y nubes ondulantes de gas venenoso; el pantano obstruía el oeste y el sur. Tapón Roscado era una prisión económica, que sólo requería vallas para proteger las viviendas de los guardianes y las cúpulas de las centrales, no para encerrar a los cautivos. Y aun cuando Jason lograra escapar vivo, jamás podría salir de Sol Rojo. No tenía la experiencia de Kylis para viajar sin ser detectado.

    Las sombras del helechal se cerraron sobre ellos, y caminaron entre los imponentes tallos de color rojo negruzco y las frondas acordonadas. El follaje estaba repleto de gotas enormes formadas lentamente por la lluvia nebulosa. Kylis apartó una hoja al pasar y el agua cayó en cascada por su costado, dejando una huella tenue en las cenizas y lodo de su piel. Se había lavado al quedar libre de servicio, pero mantenerse limpio en Tapón Roscado era imposible.

    Llegaron al lugar para dormir que ella había descubierto. Varios grupos de helechos habían crecido juntos y muerto, los tallos formando un refugio cónico al caer. Kylis apartó un puñado de fronda marchita e hizo entrar a Jason. Desde fuera, el refugio parecía poco más que un montón de plantas muertas.

    —Ni siquiera está húmedo —dijo Jason, sorprendido—. Y casi hace frío aquí dentro —se sentó en la alfombra de musgo y helechos muertos y se recostó, sonriente—. No entiendo cómo lo has encontrado. Yo nunca habría mirado aquí dentro.

    Kylis se sentó a su lado. Hacía pocas horas había dormido el sueño más saludable que había tenido en Tapón Roscado. La sombra aliviaba el calor, y las frondas evitaban que la nebulosa lluvia goteara en el interior y se concentrara. Y lo mejor de todo: era un lugar silencioso.

    —Pensé que a ti y a Gryf os gustaría.
    —¿Lo has visto?
    —Al otro lado del recinto, solamente. Se le veía bien —y Jason empezó a decir lo que Kylis temía—: El Lagarto habrá tenido algún motivo para dejarle coger mi turno. Para hacérselo más duro —también él estaba preocupado, y Kylis comprendió que se sentía culpable—. No debí permitirle que lo hiciera.
    —¿Alguna vez intentaste impedir que haga algo que él cree su deber? Jason sonrió.
    —No. No creo que yo quiera hacerlo —se dejó hundir más en el musgo—. Dioses —dijo, arrastrando la palabra—. Es fantástico verte.
    —He estado solitaria —dijo Kylis, con la sosegada especie de asombro que sentía siempre que se daba cuenta de su preocupación por alguien, de que lo echaba de menos.

    La soledad era más penosa ahora, pero no siempre estaba sola. No sabía cómo sentirse respecto al placer recientemente descubierto de estar en compañía de Gryf y Jason. A veces se asustaba. Ellos habían carcomido sus defensas de aislamiento y recelo, y algunas veces se notaba expuesta y vulnerable. Confiaba en ellos, pero incluso había más traidores en Tapón Roscado que fuera.

    —No te he dado estas raciones para que las ahorres todas —dijo—. Te las di para que al menos un día dejes de matarte de hambre.
    —Todos podríamos salir de aquí —dijo Jason—, si lográramos ahorrar un poco más de comida.

    Incluso a media mañana, bajo los helechos, estaba demasiado oscuro para distinguir las facciones de Jason. Pero Kylis sabía que él no bromeaba. No dijo nada. Jason creía que los prisioneros que habían huido al pantano seguían vivos allá; creía que podría reunirse con ellos y recibir ayuda. Kylis creía que todos habían muerto. Jason creía que huir a pie era posible, y Kylis creía que significaba la muerte. Jason era un optimista, y Kylis tenía experiencia.

    —De acuerdo —dijo Jason—. Comeré una más. Dentro de poco —se tumbó y puso las manos detrás de la cabeza.
    —¿Cómo ha sido tu turno? — preguntó Kylis.
    —Demasiada carne fresca.

    Kylis hizo una mueca. Jason hablaba como un veterano, endurecido, desdeñoso hacia los nuevos prisioneros, la carne fresca, que aún no habían aprendido las costumbres de Tapón Roscado.

    —Nosotros tuvimos solamente un par de nuevos —dijo Kylis—. Habréis tenido casi todo el montón...
    —Habría sido tolerable si tres de ellos no hubieran sido destinados al equipo de perforación.
    —¿Perdisteis alguno?
    —No. Por milagro.
    —También nosotros fuimos novatos una vez. Gryf es el único que he visto empezar sin que hiciera cosas francamente estúpidas.
    —¿De verdad que yo fui tan novato?

    Kylis no quería herir sus sentimientos, tampoco excitarlos.

    —Lo fui, ¿no?
    —Jason... Lo siento, pero fuiste el más novato que he visto. Pensé que no tendrías la menor posibilidad. Sólo Gryf daba esa impresión.
    —Apenas recuerdo nada del primer ciclo, excepto el tiempo que él pasó ayudándome.
    —Lo sé —dijo Kylis. Jason había necesitado de mucha ayuda. Kylis lo había perdonado por ser la causa de su primera degustación real de soledad, pero realmente no podía olvidarlo.
    —Dioses... Este último ciclo —dijo Jason—. No sabía lo malo que es estar solo —entonces sonrió—. Solía pensar que yo era una persona solitaria —si Kylis se mostraba despreciativa ante sus debilidades descubiertas, Jason estaba divertido e interesado por las suyas—. ¿Qué hacías antes que llegara Gryf?
    —Antes de llegar Gryf, yo tampoco sabía lo malo que es estar sola —dijo con cierta aspereza—. Será mejor que duermas un poco. Jason sonrió.
    —Tienes razón. Buenos días —se quedó dormido al instante.

    Relajado, Jason parecía más cansado. Su cabello había crecido tanto como para atarlo por detrás, pero había escapado del nudo y se rizaba en zarcillos enmarañados, sucios, alrededor de su cara. Jason odiaba estar sucio, pero trabajar con el taladro dejaba pocas energías de reserva para bañarse. En realidad jamás se adaptaría a Tapón Roscado como Gryf y Kylis. En su primer día aquí, Gryf le había evitado morir o quedar tullido al menos dos veces. Kylis había estado trabajando en el mismo turno pero en una cuadrilla distinta, conduciendo uno de los tractores y despejando otra sección de bosque. El taladro no podía ser puesto en marcha entre los helechos gigantes pues la misma tierra no resistía tanta tensión. Bajo una capa de humus había arcilla, casi líquida debido a la presión, como un pantano. Las cuadrillas tuvieron que arrancar la vegetación y las capas de arcilla y ceniza volcánica hasta dejar en descubierto el lecho de roca. Kylis condujo el tractor de un lado a otro, cortando los helechos en una senda mucho más amplia de lo que las mismas centrales habrían requerido. Tuvo que hacer sitio para la tierra excavada, que se amontonaba a gran distancia de los bordes de la Zanja. Incluso así, las laderas se derrumbaban algunas veces en aludes de barro.

    Al término del día de la llegada de Jason, la sirena sonó y Kylis condujo el tractor al extremo antiguo de la Zanja y el estacionamiento de carga. Gryf le aguardaba, y un hombretón rubio estaba con él, sentado, desplomado, en el suelo con la cabeza entre las rodillas y las manos fláccidas sobre la tierra. Kylis apenas le prestó atención. Cogió la mano de Gryf para volver andando a los refugios, pero él la detuvo suavemente y ayudó al otro hombre a ponerse de pie. La expresión del nuevo prisionero era vaga por el agotamiento; a la luz del alba parecía mortalmente pálido. Era difícil que alguien de Sol Rojo fuera tan rubio como él, incluso en el norte. Kylis supuso que procedería del mundo exterior, pero el hombre no tenía el tatuaje en el hombro que habría hecho que ella confiara en él al instante. Gryf casi arrastraba al torpe hombretón, por lo que ella fue a sostenerlo al otro lado. Juntos lo llevaron al refugio. El hombretón no comió ni bebió ni siquiera habló; se desplomó en el duro tablado lleno de bultos y se durmió. Gryf se quedó contemplándolo con expresión preocupada.

    —¿Quién es ése? —Kylis no se preocupó de disimular el tono de desprecio de su voz.

    Gryf le dijo el nombre del hombre, largo y complicado, abundante en vocales dobles. Ella jamás pudo recordarlo.

    —Dice que le llamemos Jason.
    —¿Lo conocías? —Kylis tenía verdaderas ansias de ayudar a Gryf a salvar a un viejo amigo, aunque no veía muy claro cómo lo harían. En un día se había consumido por completo.
    —No —dijo Gryf—. Pero he leído su obra. Nunca pensé en llegar a conocerle.

    La franca admiración respetuosa en la voz de Gryf hirió a Kylis, no tanto porque ella estuviera celosa como porque esto le recordó una vez más cuán limitadas eran sus habilidades. La admiración en las caras de borrachos y niños en los bazares de los espaciopuertos, que Kylis había experimentado, no era nada comparada con el sentimiento de Gryf respecto a los logros de este hombre.

    —¿Está aquí para escribir un libro?
    —No, gracias a los dioses... Ellos no saben quién es. Pensarán que está de paso. Viaja con su nombre personal en vez de su apellido familiar. Lo hacen trabajar a cambio de su billete de vuelta.
    —¿Cuánto tiempo?
    —Seis ciclos.
    —Oh, Gryf...
    —Tiene que vivir y ser liberado.
    —Si él es importante, ¿por qué nadie lo ha rescatado?
    —Su familia no sabe dónde está. Habría que ponerlos en contacto en secreto. Si el gobierno logra averiguar quién es, no lo soltarán nunca. Sus libros entran de contrabando.

    Kylis sacudió la cabeza.

    —El influyó en mi vida, Kylis. Me ayudó a comprender la idea de libertad. Y la de responsabilidad personal. Las cosas que se conocen en la vida por propia experiencia.
    —Quieres decir que tú no estarías aquí si no fuera por él...
    —Nunca lo había pensado así, pero tienes razón.
    —Míralo, Gryf. Este lugar lo destrozará.

    Gryf miró sombríamente a Jason, que dormía tan profundamente que apenas respiraba, al parecer.

    —No debería estar aquí. Es una persona que no debería ser dañada.
    —¿Y nosotros sí?
    —Él es distinto.

    Kylis no decía que Jason fuera a sufrir daños en Tapón Roscado. Gryf lo sabía perfectamente. Jason había sido dañado, y había cambiado.

    Gryf había respondido en la obra de Jason a un idealismo y una inocencia puros que no podían existir en cautiverio. Kylis había temido que Jason se opusiera a la prisión armado con sus cualidades; había temido lo que eso haría a Gryf. Pero Jason sobrevivió y se hizo más maduro, sin perder el humor ni volverse brutal. Kylis jamás leyó una obra de él, pero cuanto más le conocía, más le gustaba y le admiraba.

    Ahora dejó a Jason dormido entre los helechos. Ella había dormido ya lo necesario. Tenía experiencia en regular su sueño cuidadosamente durante los días libres. En el ambiente sin tiempo del espacio, donde había pasado buena parte de su vida, el ritmo circadiano natural de Kylis era aproximadamente de veintitrés horas. Un día normal de veinticuatro horas no la fastidiaba, pero la rotación de veintisiete horas de Sol Rojo le resultaba incómoda. No podía permitirse dormir demasiado o muy poco, y volver al trabajo exhausta y desatenta. En Tapón Roscado, la desatención era digna de castigo en el mejor de los casos. En el peor, digna de la muerte.

    Ya no estaba cansada, sino hambrienta por cualquier cosa que no fuera las raciones insulsas de la prisión. La vegetación de Sol Rojo, afectada por un ritmo de mutación lento, no había llegado muy lejos en su evolución. Las plantas aún no eran suficientemente complejas como para dar frutos. Ciertos tallos y raíces, no obstante eran comestibles.

    En Sol Rojo no había flores.

    Kylis se adentró más en las sombras del bosque tropical. Lejos de los claros que la gente había hecho, las plantas primitivas alcanzaban gran envergadura. Kylis vagó entre ellas hundiendo los pies en el humus húmedo y blando. Sus pisadas permanecieron marcadas. Se volvió y miró atrás. A pocos pasos, el agua que se filtraba había formado ya pequeños charcos en las huellas profundas de los tacones de sus botas.

    Ojalá ella, Gryf y Jason estuvieran en el mismo turno. En cualquier caso, la mitad de su precioso tiempo se le iría durmiendo y readaptándose a los horarios programados. Cuando Gryf quedara libre de servicio por fin, tendrían menos de un día juntos, incluso antes de que él descansara. A veces, para Kylis el único día libre de cada cuarenta parecía más un castigo que descanso; sería preferible que todos fueran forzados a cumplir sus sentencias sin interrupciones. El breve respiro simplemente les recordaba cuánto odiaban Tapón Roscado, y cuán imposible era escapar.

    Si ella no podía estar con sus dos amigos, era mejor la soledad completa. Para Kylis era casi instintivo asegurarse permanentemente de que nadie la siguiera. Desplegando las alas de sus botas, protegió sus piernas hasta la mitad de los muslos. No las cerró en sus pantalones cortos por el calor que hacía.

    El suelo del bosque se hundía y subía suavemente, formando huecos donde la lluvia se acumulaba. Kylis se adentró en una de las inmensas lagunas someras y fue vadeando en ella, con lentitud, tanteando delante con la punta de la bota antes de apoyar el pie con firmeza. La neblina y las sombras, el sol rojizo y la superficie cristalina creaban ilusiones que ocultaban ocasionales pozos profundos. Donde el agua yacía en calma, parásitos microscópicos salían arrastrándose de la tierra y pululaban. Prosperaban normalmente en pececillos y anfibios primitivos, pero no eran exclusivistas respecto a sus anfitriones; también invadían el organismo humano abordando por cortes y erupciones, y causaban lesiones musculares angustiosas. Algunas veces lograban llegar hasta el propio cerebro. Los charcos del bosque no eran lugares para caerse.

    Eludiendo un punto profundo, Kylis llegó a la otra orilla y saltó sobre un resbaladizo afloramiento rocoso donde sus pisadas no dejarían marcas. Volvió a entrar en las frondas del bosque por donde acababa la roca; el terreno era más alto allí, y estaba menos empapado, pese a que la llovizna caía sin parar.

    Los helechos ralearon, la tierra ascendió más pronunciadamente y Kylis empezó a trepar. En lo alto de la colina, el aire se agitaba y la vegetación no era tan densa. Kylis encontró algunos brotes comestibles y los arrancó. Eran de pulpa picante y crujiente. El jugo, agrio y avinagrado, hormigueó en la garganta de Kylis. Cogió unos tallos más y ató el pequeño manojo a su cinto, cuidando de no molestar a los brotes que albergaban esporas. Ya no crecían plantas comestibles cerca del campamento; en realidad, nada comestible crecía en las cercanías de Tapón Roscado.

    Cualquier posibilidad que se pensara de cosechar algo comestible implicaría tener que emplear el día libre.

    Sol Rojo se desplazaba enhiesto en su órbita circular; no tenía estaciones. Las plantas carecían de un reloj determinado por el sol por el que sincronizar su reproducción, y por eso escasas ramas de cualquier planta o escasas plantas de cualquier especie desarrollaban esporas mientras el resto permanecía asexuado. Pocos días después se iniciaría un ciclo casual diferente. No era un método muy eficaz para difundir las peculiaridades a través del combinado genético, pero alcanzó hasta la llegada de la gente, que destruyó tanto plantas fértiles como plantas sin esporas. Kylis, que había notado en sus viajes que la evolución llegaba hasta el punto alcanzado por los seres humanos, a partir del cual ellos con sus cambios la trastornaban, trataba de no causar ese tipo de daño.

    Un destello de blanco, un movimiento, alcanzó el límite de su visión. Se quedó paralizada, deseó que las alucinaciones se alejaran. Pero estuvo segura de que habían vuelto. El blanco no era un color natural en el bosque de frondas, tampoco el rosa lodoso que pasaba por blanco sometido a la enorme estrella de Sol Rojo. Pero ninguna criatura fantástica y extraña hizo su aparición alrededor de Kylis; no oyó furiosos sonidos imaginarios. Sus pies permanecían en el suelo, la lluvia fina y cálida pendía en derredor de ella, los helechos descargaban sus gotas. Poco a poco Kylis se volvió hasta quedar de cara a la dirección del movimiento. No estaba sola.

    Avanzó silenciosamente hasta poder observar a través del follaje negro. Lo que había visto era el uniforme de Tapón Roscado, botas blancas, pantalones cortos blancos, camisa blanca para quien quisiera llevarla. Uno de los prisioneros estaba sentado en una roca, mirando hacia el pantano a través de la selva. Las lágrimas rodaban lentamente por su cara, pero no emitía sonido alguno. Miria.

    Sintiéndose algo culpable de interrumpir su intimidad, Kylis la contempló, tal como ella la había estado contemplando durante algún tiempo. Kylis pensaba que Miria era un sobreviviente, alguien que habría abandonado Tapón Roscado sin ser destrozado. Vivía retirada, no tenía compañeros. Kylis había admirado su tremenda capacidad para el trabajo. Miria era más alta que Kylis, más corpulenta, potencialmente más fuerte, pero claramente desacostumbrada a grandes trabajos físicos. Durante algún tiempo había vestido su camisa atada bajo sus senos, pero igual que muchas otras la había desechado a consecuencia del calor.

    Miria sobrevivía en el campamento sin usar a otras personas ni dejarse usar. Excepto cuando recibía una orden directa, actuaba simplemente como si los guardias no existieran, desafiante en el hecho de no darles ni el mínimo pretexto razonable para castigarla. No es que ellos necesitaran pretextos razonables. Miria recibía algo más que su ración de dolor, pero en todo caso su dignidad permanecía intacta.

    Kylis se retiró un par de pasos, después salió del bosque ruidosamente, dando a Miria algunos segundos para enjugar sus lágrimas si quería hacerlo. Pero cuando se detuvo, simulando sorpresa por encontrar otra persona tan cerca, Miria se limitó a volverse hacia ella.

    —Hola, Kylis.

    Kylis se acercó más.

    —¿Algo va mal? —era una pregunta tan necia que añadió—: Es decir, ¿hay algo que yo pueda hacer?

    La sonrisa de Miria borró las arrugas de tensión de su frente y puso en descubierto arrugas de risa que Kylis jamás había notado.

    —No —dijo Miria—. Nada que pueda hacer nadie. Pero gracias.
    —Supongo que es mejor que me vaya...
    —Por favor, no —dijo rápidamente Miria—. Estoy tan cansada de estar sola...

    Miria se interrumpió y se volvió, como si lamentara haber revelado tanto de sí misma. Kylis sabía cómo se sentía su compañera. Se sentó cerca.

    Miria volvió a mirar el bosque. Las frondas eran de un negro rojizo suave. Los árboles del pantano eran más llamativos, más oscuros, entremezclados con retazos grisáceos de agua. Más allá del pantano, sobre el horizonte, un océano cubría todo Sol Rojo excepto el gran Continente Norte habitado y el pequeño Continente Sur donde se hallaba el campamento penitenciario.

    Kylis podía ver la fea cicatriz de las zanjas donde las cuadrillas seguían perforando, pero Miria tenía la espalda medio vuelta y contemplaba únicamente un bosque incorrupto.

    —Todo podría ser tan maravilloso...
    —¿Tú crees? —Kylis pensaba que aquello era horrible; el follaje negro, la luz mortecina, el día demasiado largo, el calor, ningún animal excepto insectos que no nadaran o reptaran. Sol Rojo era el planeta más cercano a lo intolerable que ella había pisado.
    —Sí. ¿Tú no?
    —No. No veo ninguna forma de que pudiera serlo.
    —Es duro a veces, lo sé —dijo Miria—. De vez en cuando, si estoy muy cansada, hasta siento lo mismo. Pero el mundo es tan rico y tan extraño... ¿No ves el desafío?
    —Yo solamente quiero abandonarlo —dijo Kylis.

    Miria la miró un momento, después sacudió la cabeza.

    —Tú no eres de aquí, ¿verdad? Kylis negó con la cabeza.
    —No hay razón entonces para que tengas los mismos sentimientos que alguien nacido aquí —explicó Miria.

    Kylis no había reparado en este aspecto que Miria le mostraba, un aspecto de dedicación silenciosa pero intensa a un mundo cuyos gobernantes la habían encarcelado. Pese a su simpatía por Miria, Kylis estaba confundida.

    —¿Cómo puedes sentir así cuando te han enviado aquí? Yo los odio, odio este lugar...
    —¿Te detuvieron por error? —preguntó Miria con simpatía.
    —Debieron limitarse a deportarme. Eso es lo que suele hacerse.
    —Algunas veces se comete injusticia, lo sé. Ojalá no sucediera —dijo tristemente Miria—. Pero yo merezco estar aquí, y también lo sé. Cuando mi sentencia se cumpla, estaré perdonada.

    Kylis había pensado más de una vez en quedarse en algún mundo y tratar de vivir del modo que otra gente vivía, incluso en aceptar el castigo, si era necesario, pero lo que siempre le había detenido era la duda de que el perdón fuera concedido totalmente a menudo, o siempre. Parecía improbable encontrar amnistía en un lugar como Sol Rojo.

    —¿Qué hiciste?

    Kylis notó la tensión de Miria y deseó no haber preguntado. No formular preguntas sobre el pasado era una de las pocas reglas tácitas entre prisioneros.

    —Lo siento... No es que no quiera explicártelo, pero no puedo hablar de eso.

    Kylis siguió sentada en silencio algunos momentos, frotando la punta de su bota por la roca como una niña ansiosa y rascando el tatuaje plateado del extremo de su hombro izquierdo. El pigmento causaba irritación y dejaba una ligera cicatriz. El intrincado diseño no había dolido desde hacía mucho tiempo, ni siquiera había producido escozor, pero Kylis notaba las delicadas líneas. Frotarlas era un hábito, aun cuando representaba una vida a la que ella jamás regresaría, probablemente, el tatuaje era un calmante.

    —¿Qué es eso? —preguntó Miria. Hizo una brusca mueca—. Lo siento, estoy haciendo lo mismo que te pedí no hicieras.
    —No importa —dijo Kylis—. No me preocupa. Es un tatuaje de rata de espaciopuerto. Lo consigues cuando otras ratas te aceptan —pese a todo, Kylis estaba orgullosa de la marca.
    —¿Qué es una rata de espaciopuerto?

    Que Miria no estuviera familiarizada con las ratas no sorprendió a Kylis. Pocas personas de Sol Rojo habían oído hablar de ellas. En casi todos los demás mundos que Kylis había visitado, las ratas eran, si no exactamente apreciadas, al menos admiradas. En algunos lugares, Kylis había sido adorada activamente. Aunque oficialmente era mal acogida, la consideración popular era tan alta como para evitar el tipo de entrampamiento que Sol Rojo había iniciado.

    —Yo acostumbraba serlo. Es como todo el mundo llama a la gente que se escabulle a bordo de naves estelares y vive en ellas y en los espaciopuertos. Viajamos por todas partes.
    —Eso parece... interesante —dijo Miria—. ¿Pero no te inquietaba robar así?

    Un año antes, Kylis se habría reído de la pregunta, aun sabiendo como ella sabía que Miria era muy sincera. Pero recientemente Kylis había empezado a preguntarse: ¿Hay cosas más importantes que burlar a los guardias de seguridad de los espaciopuertos? Y mientras se lo preguntaba, llegó a Sol Rojo, por lo que jamás tuvo oportunidad de averiguarlo.

    —Comencé cuando tenía diez años —informó Kylis—. Antes no pensaba así.
    —¿Te metiste a escondidas en una nave estelar cuando sólo tenías diez años?
    —Sí.
    —¿Tú sola?
    —Hasta que los demás empiezan a reconocerte, nadie te ayudará demasiado. Es posible. Y yo pensé que era mi única oportunidad de irme de donde estaba.
    —Estarías en un sitio terrible...
    —Es difícil recordar si realmente era tan malo como yo pienso. Puedo recordar a mis padres, pero nunca sonriendo, sólo gritándose uno a otro y pegándome.

    Miria sacudió la cabeza.

    —Eso es terrible, tener que partir por culpa de los tuyos... No tener ningún sitio donde crecer... ¿Volviste alguna vez?
    —Creo que no.
    —¿Qué?
    —Me cuesta recordar demasiadas cosas del lugar donde nací. Siempre creí que recordaría el espaciopuerto, pero me pareció que más de uno lo era, y por eso puede ser que haya vuelto y no me diera cuenta. La cuestión es que no recuerdo cómo llamaban al planeta. Tal vez nunca lo escuché.
    —Me es imposible imaginarlo... No saber quién eres o dónde naciste ni tan sólo quiénes son tus padres...
    —Sé eso, Miria —dijo Kylis.
    —Habrías podido averiguar algo del planeta. Huellas dactilares o archivos navales o regresión...
    —Supongo que habría podido. Si alguna vez hubiera querido hacerlo. Aún podría hacerlo alguna vez, si es que salgo de aquí.
    —Lamento que te hayan detenido. De verdad. Pero creemos que todo el mundo debe contribuir con una parte justa.

    A Kylis aún le resultaba difícil creer que, después de haber sido enviada a Tapón Roscado, Miria se incluyera en la conciencia colectiva de Sol

    Rojo. Pero ella había dicho ‘creemos’. Kylis pensaba en las autoridades apenas como ‘ellos’. Se encogió de hombros.

    —Las ratas de espaciopuerto saben que pueden ser cogidas. No ocurre muy a menudo. Además, usualmente te avisan que debes evitar el lugar.
    —Ojalá te hubieran avisado.
    —Aceptamos el riesgo —Kylis tocó de nuevo el tatuaje plateado—. No lo consigues hasta haber demostrado que eres persona de confiar. Así que cuando un sitio emplea informadores contra nosotros, por lo general sabemos quiénes son.
    —Pero..., ¿en Sol Rojo fuiste traicionada?
    —Nunca habría esperado que usaran un niño —dijo amargamente Kylis.
    —¡¿Un niño?!
    —Entró a escondidas en mi nave. Hizo un trabajo decente, y me recordó a mí misma. Apenas tendría diez u once años, y estaba molido a palos. Supongo que no sospechamos tanto de los niños porque la mayoría de nosotros empieza a la misma edad —Kylis observó a Miria, que la miraba fijamente, horrorizada.
    —Usaron a un niño... ¿Y lo hirieron sólo para cogerte?
    —¿Tanto te sorprende, acaso?
    —Sí —respondió Miria.
    —Miria, la mitad de la gente que ha muerto durante el último ciclo apenas sería cinco o seis años mayor que mi delator. La mayoría de la gente que se trae ahora aquí es de esa edad. ¿Qué cosa tan terrible habrán podido hacer para ser condenados aquí?
    —No lo sé —dijo Miria en voz baja, sin levantar la cabeza—. Necesitamos los generadores de energía. Alguien tiene que perforar los pozos de vapor. Algunos de nosotros morirán en el trabajo. Pero tienes razón en lo de la gente joven. He estado pensando en... en otras cosas, pero no lo había notado —dijo esto con un sentimiento de culpabilidad por su desatención—. Y el niño... —su voz se apagó y sonrió tristemente a Kylis—.

    ¿Cuántos años tienes?

    —No lo sé. Quizá veinte. Miria arqueó una ceja.
    —¿Veinte? Muy mayor en experiencia, pero no tanto en tiempo. No deberías estar aquí.
    —Pero estoy. Sobreviviré a esto.
    —Sí que lo harás. ¿Y entonces, qué...?
    —Gryf, Jason y yo tenemos planes.
    —¿En Sol Rojo?
    —¡Dioses...! ¡No!
    —Kylis —dijo cautelosamente Miria—, no sabes mucho de tetrapatris, ¿verdad?
    —¿Cuánto necesito saber?
    —Yo nací aquí. Solía... trabajar para ellos. Su único propósito es su raciocinio. La gente común, como tú, como yo, les aburre. No nos toleran mucho tiempo.
    —¡Miria, basta!
    —Tu amigo solamente te causará dolor. Renuncia a él. Aléjalo de ti. Incítalo a que vuelva a casa.
    —¡No! Él sabe que soy una persona normal. Nosotros sabemos lo que vamos a hacer.
    —Eso no cambia nada —dijo Miria con súbita frialdad—. No lo dejarán salir de Sol Rojo.

    Kylis sintió que la sangre evacuaba su cara. Nadie había dicho eso antes de un modo tan directo y brutal.

    —No pueden retenerlo. ¿Cuánto tardarán en comprender que no pueden quebrarlo?
    —Él es importante. Debe a Sol Rojo su existencia.
    —Pero es una persona con sus sueños personales. ¡No pueden convertirlo en un esclavo!
    —Su equipo de investigación no vale nada sin él.
    —No me importa —dijo Kylis.
    —Tú... —Miria se interrumpió, su voz se hizo mucho más apacible—. Intentarán persuadirlo de seguir sus planes. Tal vez decida hacer lo que piden.
    —Yo no me sentiría obligada en nada con la gente que lleva las cosas en Sol Rojo, aunque viviera aquí. ¿Por qué él habría de serles leal? ¿Por qué debes serlo tú? ¿Qué han hecho sino enviaros aquí? ¿Qué os dejarán hacer cuando salgáis? ¿Algo decente, o sólo trabajos tan sucios, tan asesinos como éste? —se dio cuenta de que estaba gritando, y que Miria tenía aspecto de asombro.
    —No lo sé —dijo Miria—. No lo sé, Kylis. Por favor, deja de decir cosas tan peligrosas —estaba aterrorizada y temblorosa, mucho más trastornada que cuando estuvo llorando.

    Kylis se acercó más a ella, le cogió la mano.

    —Lo siento, Miria. No era mi pretensión herirte o decir algo que pudiera causarte problemas —hizo una pausa, preguntándose hasta dónde el temor al gobierno de Sol Rojo podría apartar a Miria de su lealtad hacia ella.
    —Miria —dijo en un impulso, retomando su parte en el diálogo—, ¿has pensado alguna vez en unirte con alguien?

    Miria vaciló tanto que Kylis creyó que no iría a responder. Kylis se preguntaba si había vuelto a entrometerse en el pasado de Miria.

    —No —dijo Miria por fin—. Nunca. —¿Lo harías?
    —¿Pensarlo..., o hacerlo?
    —Las dos cosas. Únete conmigo, con Gryf y con Jason. Y no solamente aquí. También cuando salgamos.
    —No —dijo Miria—. No, no podría —parecía asustada de nuevo.
    —¿... porque nosotros queremos irnos de Sol Rojo?
    —Otras razones.
    —¿Querrás pensarlo mejor? Miria sacudió la cabeza.
    —Sé que aquí, en Sol Rojo, no acostumbráis vivir en grupos —dijo Kylis—. Pero donde yo nací, mucha gente lo hacía, aunque mis padres estaban solos. Recuerdo que, antes de marcharme, mis amigos nunca tenían miedo de ir a casa como yo. Jason pasó toda su vida en una familia-grupo, y dice que es mucho más fácil arreglárselas —estaba dejando pasar sus propias dudas ocasionales respecto a que cualquier mundo pudiera ser tan placentero como el descrito por Jason. Fuera como fuese, eso tenía que ser mejor que su existencia pasada de constante ocultamiento e incertidumbre; tenía que ser mejor que lo que Gryf le contaba de Sol Rojo, con el énfasis en la lealtad al gobierno a expensas de que cualquier estructura familiar demasiado grande actuara al constante capricho o por orden de los gobernantes.

    Miria no respondía.

    —De todas maneras, tres personas no bastan —prosiguió Kylis—. Pensábamos encontrar más una vez fuera de aquí... Pero yo creo...
    —¿No sabe Gryf... —Miria se interrumpió, luego calló y empezó de nuevo—. ¿Saben ellos que ibas a preguntármelo?
    —No exactamente, pero los dos te conocen —dijo Kylis, defensiva. Pensaba que quizá Miria tenía miedo de que sus dos compañeros la rechazaran. Ella sabía que no, pero no podía exponer con palabras adecuadas cómo lo sabía.

    La lluvia había borrado las marcas de lágrimas en las mejillas de Miria, que ahora sonreía y estrechaba las manos de Kylis.

    —Gracias, Kylis —dijo—. Ojalá pudiera aceptar. No puedo, pero no por las razones que tú piensas. Encontraréis alguien mejor. Empezó a levantarse, pero Kylis la retuvo.
    —No, quédate aquí. Este sitio es tuyo —Kylis se levantó—. Si cambias de opinión bastará que nos lo digas, ¿quieres?
    —No cambiaré de opinión.
    —Me gustaría que no estuvieras tan segura —empezó a alejarse, aunque de mala gana.
    —Kylis...
    —¿Sí?
    —Por favor, no digas a nadie que me has preguntado esto.
    —¿Ni siquiera a Gryf y Jason?
    —A nadie. Por favor.
    —De acuerdo —dijo Kylis a regañadientes, dejando a Miria en la ladera rocosa.

    Antes de entrar en el bosque, Kylis miró una vez atrás. Allá estaba Miria, otra vez sentada en la roca, encorvada hacia adelante, los brazos sobre las rodillas. Miraba hacia abajo, al inmenso tajo de arcilla y montones de basura, las complejas y delicadas torres de enfriamiento que condensaban el vapor de los generadores, la elevada antena impermeable que emitía energía hacia el norte, hacia las ciudades. Cuando Kylis llegó al lugar para dormir, el sol estaba alto. Bajo los tallos de helechos muertos hacía casi frío. Entró arrastrándose en silencio y se sentó cerca de Jason sin despertarlo; yacía repantigado en musgo seco, respirando profundamente, sólido y real.

    Como su hubiese notado que ella lo estaba observando, entreabrió los ojos.

    Kylis se tumbó y estiró una mano hasta el costado de Jason, palpó huesos que se habían hecho más prominentes aún, una piel tostada por el sol, seca y descamada, y las costras de cortes y rasguños. Jason estaba magullado quizá por los golpes de los guardianes ante sus reacciones, que parecían bastante insolentes pero que para él eran diversión ocasional ante tanta rareza. Pero por ahora Kylis no iba a prestar atención a las nuevas cicatrices de él, ni Jason a las de ella.

    —¿Estas despierto?
    —Creo que sí —respondió Jason, riendo suavemente.
    —¿Quieres seguir durmiendo?

    Jason extendió una mano y tocó la cara de Kylis.

    —No estoy tan cansado.

    Kylis sonrió y se inclinó para besarlo. Los pelos de la corta barba de Jason eran blandos aunque rígidos al contacto de sus labios y lengua. Durante un rato, ella y Jason podían desentenderse del calor.

    Acostada junto a Jason, pero en realidad sin tocarlo pues la tarde estaba haciéndose calurosa, Kylis apenas dormitó mientras Jason volvió a dormir profundamente. Ella se levantó, se apartó de la húmeda frente un mechón del cabello de Jason veteado por el sol y se deslizó afuera después de ponerse los pantalones cortos y las botas. Quedaba un par de horas del turno de trabajo de Gryf, por lo que Kylis se encaminó hacia el coto de los guardianes y el desembarcadero del aerodeslizador.

    Más allá del claro de la zanja de perforación, a corta distancia, el bosque se extendía hacia el oeste. El terreno seguía descendiendo, volviéndose más y más húmedo, transformándose perceptiblemente en pantano. El coto, una valla hemisférica electrificada que cubría por completo las cúpulas-residencia de los guardianes, estaba erigido en la juntura de tierra relativamente sólida y agua somera y estancada. Protegía la rampa del aerodeslizador, y era invulnerable. Kylis había intentado atravesarlo. Incluso había intentado cavar bajo el coto. Cavar bajo una valla o atravesarla era algo que ninguna rata de espacio-puerto haría, excepto por desesperación. Después de sus primeros días en Tapón Roscado, Kylis se había desesperado. No creyó que pudiera sobrevivir a su condena en la prisión. Así que, a últimas horas de aquella noche, se arrastró hasta la valla electrificada y se puso a excavar. Al amanecer no había llegado a la base de los soportes de la valla, y la humedad de la tierra empezaba ya a conducir electricidad hasta ella en pequeños hormigueos de advertencia.

    Pronto empezaría su turno, los guardianes entrarían y saldrían, y la sorprenderían si no dejaba su empeño. Había planeado cubrir el agujero y confiar en que no lo descubrieran.

    Estaba tendida en el suelo excavando un agujero estrecho y profundo con una roca plana y ambas manos, completamente embarrada de arcilla roja, las uñas desgarradas y en carne viva. Metió la mano para sacar un último puñado de tierra, y cogió un cable-trampa.

    La corriente barrió su cuerpo, que se contrajo con toda su musculatura. Duró apenas un instante. Quedó temblorosa, casi insensibilizada pero bastante consciente para alegrarse de que el cable hubiera sido puesto para aturdir, y no para matar. Trató de levantarse y correr, pero no podía moverse adecuadamente. Empezó a temblar otra vez. Sus músculos estaban tremendamente estimulados, incapaces de distinguir una señal real. Le dolía todo el cuerpo, con tanta fuerza que ni siquiera podía imaginar si la repentina contracción muscular habría roto algún hueso.

    Una luz fulguró en su dirección, y oyó los pasos de un guardián que se acercaba para investigar lo que había activado la alarma del cable- trampa. El sonido retumbaba en sus oídos, como si la corriente hubiera intensificado todo su poder sensorial hacía el dolor. Los pasos cesaron; el rayo de luz cegó a Kylis, después abandonó su cara. Su visión, deslumbrada, velaba la figura que se alzaba ante ella. Pero Kylis sabía ya que era el Lagarto. Y recordó en sus pensamientos vagos, a cámara lenta, que no conocía el nombre auténtico del Lagarto. (Posteriormente supo que ninguna otra persona lo sabía.) El hombre tiró de Kylis hasta levantarla, y la mantuvo erguida, mirándola furiosamente, su rostro tenso por la cólera y sus ojos entrecerrados.

    —Ya has aprendido que nosotros no somos tan fáciles de engatusar como los propietarios de naves estelares —dijo el Lagarto. Soltó a Kylis, que volvió a desplomarse—. Estás a prueba. No cometas ni un solo error más. Y no llegues tarde al trabajo.

    Los otros guardianes se alejaron con él. Ni siquiera se molestaron en rellenar el agujero.

    Durante toda aquella jornada de trabajo, Kylis fue dando tumbos. Pero sobrevivió a esa jornada, y a la siguiente y a la que siguió después, y supo que el trabajo en sí no la mataría. No volvió a intentar cavar bajo la valla, pero siguió observando las entradas y salidas del aerodeslizador.

    Cuando llegó a su escondite en el montículo por encima de la valla, el aerodeslizador ya había ascendido la rampa y se había asentado. La puerta fue cerrada a continuación. Kylis contempló el nuevo desembarque de prisioneros. La puerta del compartimiento de carga giró para abrirse. La gente salió tambaleante al muelle y bajó la escalera, todos desorientados por el largo trayecto en medio del calor y la oscuridad. Uno de los prisioneros cayó de rodillas, a punto de vomitar.

    Kylis recordó cómo se había sentido tras tantas horas en el compartimiento oscurísimo. Hasta hablar había sido imposible pues los motores estaban al otro lado de la mampara interna de la bodega y las hélices se hallaban inmediatamente debajo. Ella estuvo demasiado excitada para entrar en un trance, lo cual habría sido peligroso tan apretada como había estado con la gente.

    El ruido era lo que más recordaba Kylis cuando iba hacia Tapón Roscado: ruido incesante, penetrante, el plañido agudo de los motores y el rugido de las hélices. Había estado medio sorda durante varios días. El compartimiento era pequeño. Los prisioneros no podían evitar el sentarse y apoyarse unos contra otros pese al calor, y en cuanto los motores se pusieron en marcha, la temperatura empezó a subir. Cuando el aerodeslizador llegó a la prisión, la bodega era sofocante por el hedor de miseria humana. Kylis apenas notó cuando cesó el enfermarte vaivén del barco. Cuando la compuerta se abrió y una luz roja invadió el interior disipando tenuemente la negrura, Kylis levantó la vista con todos los demás y, como todos los demás, parpadeó como un animal aterrorizado.

    Los guardianes no tenían simpatía alguna por músculos acalambrados o náuseas. Los gritos de sus órdenes se desvanecieron igual que ecos lejanos en el violentado sentido auditivo de Kylis. Ella se levantó trabajosamente, usando la pared como apoyo. Sus piernas y pies estaban dormidos. Empezaron a recobrar la sensación, y Kylis se sintió como si estuviera andando sobre cuchillos diminutos. Salió renqueando, pero en la base de la escalerilla también ella había tropezado. El insulto de un guardián y el aguijonazo de su bastón hicieron que ella se pusiera en pie como una furia, los puños apretados, pero reprimió al instante su reacción violenta. El guardián la miró sonriente, a la espera. Pero

    Kylis había estado en la Tierra, donde uno de los escasos animales que quedaban fuera de los cotos de caza y los zoos era el opossum. Kylis había aprendido bien la lección del animal.

    Ahora se agazapó en el montículo y observó cómo los nuevos prisioneros se daban cuenta, igual que ella, de que el final del viaje no significaba que el terrible calor acabara. Tapón Roscado se encontraba casi en el ecuador de Sol Rojo, y el calor y la humedad jamás mermaban. Hasta la lluvia era tibia.

    Los guardianes aguijonearon a los cautivos hasta formar un grupo compacto y apuntaron las mangueras hacia ellos disipando mugre y sudor. Después los nuevos caminaron pesadamente por el barro hasta la cúpula de procesamiento. Kylis observó a todos cruzando la entrada. Nunca llegó a definir qué buscaba al observar los nuevos arribos, pero fuera lo que fuese, Kylis no lo encontró hoy. Incluso había más prisioneros terriblemente jóvenes, y todos tenían el aspecto de la desesperanza que no haría de ellos más que carne fresca, nuevos cuerpos a consumir por el trabajo. Tapón Roscado los machacaría y arrojaría a un lado. Morirían por enfermedad o agotamiento o falta de cuidados. Kylis no vio en uno solo de ellos la chispa de desafío que pudiera hacerlos llegar intactos en cuerpo y espíritu al final de sus condenas. Pero a veces la chispa sólo surgía más tarde, puesta al descubierto por la auténtica adversidad del trabajo.

    La compuerta giró para cerrarse y los motores del aerodeslizador rugieron a plena potencia. Nadie había sido llevado a bordo para su liberación en Continente Norte.

    El barco trepidó sobre sus faldones y flotó para bajar otra vez la rampa, a través de la entrada, sobre la superficie vítrea y grisácea del agua. La puerta chispeó y cerró. Kylis estaba vagamente desilusionada, porque el desembarco no había sido nada distinto de cualquiera que hubiera visto desde que llegó a Tapón Roscado. No había forma de subir a bordo del barco. La acostumbrada admisión aún la incomodaba. Para una rata de espaciopuerto admitir la derrota ante los guardias de seguridad de un vehículo apegado a la tierra resultaba humillante. Ni siquiera podía pensar en un medio de salir de Tapón Roscado, y mucho menos de salir ella, Gryf y Jason. Temía que si no encontraba alguna oportunidad de fuga, Jason intentara realmente huir por la ciénaga.

    Pasó los dedos por su corto cabello negro y sacudió la cabeza, despidiendo la lluvia nebulosa que se concentraba en gotas enormes y se deslizaba por su cara, cuello y espalda. El calor y la lluvia: odiaba ambas cosas.

    En cuestión de una hora o dos, la lluvia de la tarde caería en capas sólidas hasta anegar la neblina. Pero una hora después de eso las gotitas débiles y exasperantes empezarían otra vez. Parecía que nunca caerían sino que seguirían colgando en el aire para reunirse sobre la piel, sobre el cabello, bajo los árboles, dentro de los refugios...

    Kylis asió una planta que sobresalía y arrancó algunas de sus frondas color negro rojizo para arrojarlas al suelo en un gesto de ira.

    Se levantó, pero pronto volvió a agazaparse en su escondite. Abajo, Miria subía hasta la valla. Puso una palma en el cerrojo manual y aguardó; miraba por encima del hombro, como si quisiera asegurarse de que estaba sola. Cuando la puerta se abrió y Miria, una prisionera, se adentró a solas y libremente en el coto de los guardianes, Kylis sintió que sus rodillas se aflojaban. Miria se detuvo ante una cúpula, y la puerta se abrió para ella. Kylis creyó ver al Lagarto en la penumbra interior.

    Lo único que esto podía significar, casi, era que Miria fuese una espía. Kylis empezó a temblar de miedo y enfado, miedo de lo que Miria podría contar al Lagarto que le ayudara a incrementar la presión contra Gryf, enfado con ella misma por haber confiado en Miria.

    Había cometido otro error de juicio igual que el que la había encarcelado, sólo que en esta ocasión las consecuencias podrían ser bastante peores.

    Trató de pensar, sentada en el barro y bajo la lluvia, hasta que se dio cuenta de que Gryf estaría fuera de servicio dentro de muy pocos minutos. No había tiempo siquiera para despertar a Jason.

    Miria aún no había salido cuando Kylis dio la espalda a las cúpulas de los guardianes.

    Kylis se retrasó algunos minutos en llegar a la zanja de perforación. El tercer turno ya había acabado; la totalidad de prisioneros estaba fuera e iba a la deriva. Gryf no estaba por allí; su falta era notoria. Kylis empezó a preocuparse; lo habitual era que Gryf fuese de los primeros en salir..., nunca el último. Daba la impresión de no cansarse... Ciertamente, él la habría esperado.

    Kylis estaba indecisa, inquieta. Pensó que quizás él quería algo del refugio. Pero por un instante dejó de creer aquello y volvió a mirar hacia el fondo de la Zanja.

    Todo sucedió de repente. Kylis se olvidó de Miria, del Lagarto, de la prisión. Llamó en voz alta a Jason, aun sabiendo que su voz no llegaría demasiado lejos. Corrió pendiente abajo combatiendo el barro que le chupaba los pies. Dos personas a las que conocía un poco ascendían penosamente la pendiente: Troi, esquelético, de facciones enjutas, sardónico, y Chuzo, recio de contextura e introvertido. Ambos eran muy jóvenes: ambos envejecían rápidamente aquí.

    Sostenido por los dos venía Gryf.

    Ceniza y grasa disimulaban la configuración de su piel vistosa. Kylis supo que estaba vivo sólo porque en Tapón Roscado nadie derrocharía la más mínima energía con alguien muerto. Cuando estuvo más cerca, Kylis vio los extremos de profundos tajos hechos a látigo en donde se había rizado alrededor del cuerpo de Gryf. La sangre se había secado en rayas delgadas en sus costados. Sus muñecas estaban agrietadas donde le habían atado para el castigo.

    —Oh, Gryf...

    Al escucharla, Gryf levantó la cabeza. Kylis sintió un gran alivio. Troi y Chuzo se detuvieron cuando Kylis los alcanzó.

    —El Lagarto lo ordenó personalmente —dijo Troi con amargura. Tapón Roscado tenía pocas amenidades, pero raramente se azotaba a alguien el último día de su turno.
    —¿Por qué?
    —No lo sé. Yo estaba muy alejado. Por cualquier cosa. Por nada. ¿Qué motivo tienen siempre? Kylis calmó momentáneamente su cólera. Remplazó a Chuzo.
    —Gracias —dijo con demasiada formalidad. Troi se quedó donde estaba.
    —Hay que subirlo, de todos modos —dijo con su rudeza típica.
    —Gryf..., ¿podrás hacerlo?

    Gryf apretó la mano sobre el hombro de Kylis. Emprendieron el ascenso de la empinada senda. Cuando por fin llegaron a la parte superior, el sol inmenso se había puesto. El cielo era rosa y escarlata al oeste, y los volcanes del este relucían con un rojo de sangre.

    —Gracias —repitió Kylis.

    Chuzo vaciló, pero Troi inclinó la cabeza y se fue. Al cabo de un momento, Chuzo lo siguió.

    Gryf se apoyaba con fuerza, pero ella podía sostenerlo. Trató de dar la vuelta hacia los refugios y su escaso surtido de productos medicinales, pero Gryf se resistió débilmente y la guio hacia la cascada; si quería ir antes allá, sería por creer que sus heridas pudieran haberse contaminado...

    —Dioses —musitó Kylis, y apuraron el paso.

    Kylis deseaba que Jason la hubiera oído; con él podrían ir más deprisa. Pero de ella era la culpa de que Jason no estuviera allí. Y sola, le era imposible sostener a Gryf sin hacerle daño en la espalda.

    Gryf forzó una sonrisa apenas perceptible. Kylis comprendió su mensaje: sufro pero soy fuerte. Sí, pensó Kylis; más fuerte que Jason, más fuerte que yo. Sobreviviremos.

    Y prosiguieron.

    —¡Kylis! ¡Gryf!

    Gryf se detuvo. Kylis lo soltó, aliviada. Jason chapoteaba hacia ellos.

    Las rodillas de Gryf se doblaban. Kylis hacía esfuerzos por mantenerlo fuera del barro, alejados de más contaminación. Jason los alcanzó y cogió a Gryf.

    —¿Pudiste oírme? —preguntó Kylis.
    —No —dijo Jason—. Desperté y vine a mirar. ¿A dónde lo llevas?
    —Al tubo de desagüe.

    Jason no necesitaba explicaciones sobre los peligros de infección. Llevó a Gryf hasta el salto de agua, renegando en voz baja.

    Las torres de enfriamiento de los pozos de vapor producían las únicas aguas idóneas que los prisioneros tenían para bañarse. Un conducto la vomitaba en una plataforma de cemento y desde allí se derramaba y formaba sobre el suelo un estanque lodoso que se extendía hasta el bosque. El agua era demasiado caliente para que alguien se pusiera directamente bajo la cascada. Jason se detuvo. Los tres, en medio de una densa rociada, estaban de pie con agua caliente hasta las rodillas.

    Jason sostuvo a Gryf contra su pecho mientras Kylis salpicaba agua en la espalda del herido con las manos ahuecadas en forma de tazón. Ella lo lavó con toda la suavidad que pudo, aunque muy aplicada en ponerlo a salvo. No encontró parásitos en ninguna herida. El agua despejó barro y sudor, volviendo oro y rosa brillante a Jason, castaño rojizo a Kylis, y todos los tonos de castaño oscuro y canela a Gryf.

    Kylis maldijo al Lagarto. Él sabía que quedaría mal ante los ojos del comité tetra si Gryf resultaba magullado o sangraba hasta morir o iba a casa descerebrado. Pero peor sería no poder forzarlo a volver a casa...

    Los párpados de Gryf aleteaban. Sus ojos eran de un azul brillante, con irregulares motas negras.

    —¿Cómo te sientes?

    Gryf sonrió, pero había sido herido; Kylis pudo ver el recuerdo del dolor. Le habían alcanzado el alma. Gryf apartó la mirada de Kylis e hizo que Jason le dejara dar media vuelta. Se tambaleó. Sus rodillas no lo sostendrían, lo cual pareció sorprenderlo. Jason lo mantuvo en pie, y Gryf cogió el último pedacito de jabón antiséptico de la mano de Kylis.

    —¿Qué ocurre? —preguntó ella.

    Gryf hizo que Kylis se volviera. Durante un instante, el toque del hombre fue penoso, luego Kylis notó la aguda picada del jabón sobre carne viva. Gryf le mostró la mano, reluciente con una masa de huevos diminutos, frágiles, igual que hojuelas de mica. Gryf usó el jabón de Kylis para restregar el costado de ella, y Jason sacó el resto de jabón que llevaba consigo.

    —Este corte es bastante profundo, pero ya está limpio... Te habrás caído y aplastado un nido.
    —No recuerdo —Kylis tuvo un recuerdo cinestético de haber bajado corriendo hasta la Zanja—. Sí, recuerdo...

    Aquello la afectó; un rápido impacto de miedo a lo que podría ser sobrevino: agonía, parálisis, senectud, si Gryf no lo hubiera advertido, si los huevos incubaran bajo la cicatriz... Kylis se estremeció.

    Volvieron al recinto, sosteniendo a Gryf entre ambos. Los refugios sin paredes, apoyados en soportes, estaban casi desiertos. Jason subió la escalerilla torcida hacia su refugio de la parte trasera, apoyado para estabilizar su ayuda a Gryf. Los escalones estaban resbaladizos por culpa de líquenes amarillos.

    Kylis apoyó el mentón en la plataforma. Tuvo que manosear en el cajón que estaba en el suelo, entre los montoncitos de barras de racionamiento desmenuzadas de Jason antes de encontrar el emplasto de tierra vegetal y la caja de telarañas. Ella había pasado mucha hambre, pero jamás había probado la comida acumulada de sus amigos. Un año atrás no habría sido igual de comedida.

    Jason tendió a Gryf entre las particiones improvisadas que señalaban su sección en el refugio. Gryf estaba pálido bajo el dibujo de bronceado y pigmento. Kylis deseó casi que Troi y Chuzo lo hubieran dejado en la Zanja. El Lagarto podría haberse visto forzado en ese caso a meterlo en un hospital. Kylis se preguntó si Troi y Chuzo estaban colaborando con el Lagarto en hacer Tapón Roscado tan difícil como les fuera posible para Gryf. Ella no quería creer eso, como tampoco quería creer que Miria era una informadora.

    Su araña —Kylis pensaba en ella como si fuera una araña, aunque se trataba de una criatura evolucionada en Sol Rojo— se deslizó por el palo del rincón para hacer un nuevo tejido. Kylis solía imaginar a la pequeña criatura moteada de color pardo colgando sobre ellos apoyada en sus diminutos pies ribeteados, y odiándolos. Pero era libre de arrastrarse por el poste, bajar y meterse en el bosque, o tejer un columpio y flotar para alejarse, pero jamás lo hacía. En sueños, Kylis envidiaba al animal; despierta, lo llamaba Estúpida.

    Pero a pesar de todo, Kylis confiaba en que la caja de telarañas contuviera la seda suficiente para cubrir la espalda de Gryf.

    —Eh, la sustancia está lista —dijo Jason.
    —Perfecto —Kylis cogió el cuenco de pasta de tierra vegetal verdusca—. Gryf...

    Gryf alzó la mirada. Sus pestañas y cejas eran negras y rubias, unas rayas muy finas.

    —Agárrate, esto puede hacer daño. Gryf asintió.

    Jason sostuvo las manos de Gryf mientras Kylis aplicaba primero la tierra, luego delicadas tiras de seda de araña. Gryf no se movió. Aun así tenía tanta fuerza como para dejar de lado el dolor.

    Cuando Kylis hubo terminado, Jason acarició la frente de Gryf y le dio agua; no había querido comer, ni siquiera caldo, por lo que lo besaron y se sentaron cerca de él, para tranquilizarle y también para tranquilidad de ellos, hasta que Gryf se quedó dormido. Eso no costó mucho; cuando ya respiraba profundamente, Jason se levantó y se acercó a Kylis sosteniendo el cuenco.

    —Quiero mirar ese corte.
    —De acuerdo —respondió Kylis—, pero no uses toda la pasta.

    El emplasto quemaba en frío, y las manos de Jason helaban la piel de Kylis, que se había quedado sentada con los brazos en las rodillas dobladas hacia arriba, soportando el dolor. En cuanto Jason terminó de tratarla, Kylis cogió el cuenco y embadurnó de pasta los cortes de Jason. Casi le contó lo de Miria, pero finalmente decidió no hacerlo. Ella había creado el problema, y quería resolverlo por sí sola si le era posible. Estaba avergonzada, lo admitía, por su error de juicio. No podía pensar en una explicación de los actos de Miria que pudieran absolverla.

    Jason bostezó sin mesura.

    —Dame tu cartulina y vuelve a dormirte —dijo Kylis.

    Puesto que había sido la primera en quedar libre de servicio en la ocasión, le correspondía el turno de recoger las raciones. Cogió la cartulina de la bolsa del cinto de Jason y saltó a tierra desde el borde de la plataforma.

    La muchacha se acercó con cautela al distribuidor de raciones. En Sol Rojo, los criminales violentos eran enviados a centros de rehabilitación, no a campos de trabajo forzado. Eso la alegraba, aunque no le gustaba demasiado recordar las historias de gente obediente, de ojos inexpresivos, que abandonaba la rehabilitación.

    Sin embargo, había prisioneros que eran demasiado confiados o tontos, o estaban tan desesperados como para pelear contra otros para robarles. En Tapón Roscado era más seguro no acumular compromisos u odios. La venganza era bastante sencilla. La sociedad clandestina de ratas de espaciopuerto no había estado libre de psicópatas; Kylis sabía cómo defenderse. Nunca había tenido que recurrir a medidas muy graves. Si lo hacía, la zanja de perforación era un rápido igualador entre un pendenciero y una persona poco dotada. Se podía planear un error; a veces, las máquinas funcionan mal.

    Las designaciones laborales estaban colocadas en el distribuidor de raciones. Kylis las leyó y se asombró y rebosó de alegría al encontrar a sus amigos y ella en el mismo turno, el de noche. Se apresuró a volver para contarles la noticia, pero Jason estaba profundamente dormido, y ella no tenía corazón para despertarlo.

    Gryf se había ido.

    Kylis arrojó las raciones en el cajón del suelo y se sentó al borde de la plataforma. Un insecto carroñero reptaba por el suelo de tallos de helechos llenos de protuberancias. Ella lo atrapó y lo soltó cerca de Estúpida, cerrándole el paso con barricadas hasta que la araña, acercándose cautelosamente, dejó su nueva tela y apresó al insecto, lo paralizó, lo envolvió en seda para conservarlo y lo arrastró. Kylis se preguntó si su araña dormía alguna vez, o si necesitaría siquiera dormir.

    Después hurtó la telaraña.

    Estaba preocupada. Sabía que Gryf podía cuidar de sí mismo. Siempre había sido así. Probablemente nunca hubiese alcanzado sus límites, pero tal vez Gryf sobrestimaba sus fuerzas y resistencia. Había descansado apenas una hora.

    Estuvo inquieta durante un rato, y por fin volvió a deslizarse hasta el barro.

    El agua se filtraba rápidamente en las nuevas huellas en la tierra batida que rodeaba los refugios; Gryf no había dejado una pista que Kylis pudiera distinguir de otras marcas en el lodo. Entró en el bosque con cierto conocimiento intuitivo de dónde podría estar Gryf. Por encima de ella, insectos enormes pasaban a gran velocidad, apenas rozando los helechos con las puntas provistas de pinzas de las alas. Estaba oscuro, y la senda estelar, veteada en el cielo como el soporte semicircular de un globo, daba una tenue luz amarilla entre nubes quebradas.

    Kylis se sobresaltó y se asustó ante un hormigueo de su pelo corto en la nuca. Retrocedió y se volvió. Gryf bajó la vista hacia ella, sonriente, divertido.

    —Kylis, amiga mía, realmente no necesitas preocuparte siempre por mí...

    Ella siempre se sorprendía cuando él hablaba, al recordar cuán agradable y tranquilizadora era su voz.

    Los ojos de Gryf estaban dilatados de manera que el iris era solamente un estrecho círculo de luz y estrías oscuras.

    De ciclo en ciclo, alguien moría por chupar légamo. Crecía en el bosque, en pequeños trozos de tierra, igual que medusas púrpura. Era alucinógeno y venenoso. Kylis había discutido muchas veces con Gryf por el uso que él hacía de la sustancia, antes de que la

    sentencia en la cámara de privación sensorial le mostrara cómo era siempre Tapón Roscado.

    —Gryf...
    —¡No me critiques!
    —No —dijo Kylis—. Ya no lo haré.

    La respuesta sorprendió apenas un instante a Gryf; que le sorprendiera aunque sólo fuera un poco revelaba cuán completamente consumido estaba el hombre en realidad. Gryf asintió y puso los brazos alrededor de Kylis.

    —Ahora ya lo sabes —dijo él, con simpatía y comprensión—. ¿Cuánto tiempo te hicieron permanecer en la caja?
    —Ocho días. Bueno, eso es lo que dijeron.

    Gryf pasó una mano por el cabello de la mujer, apenas tocándolo.

    —Mi pobre amiga. Parece mucho más largo.
    —No importa. Ha terminado para mí —casi creía que las alucinaciones habían cesado, pero se preguntaba si alguna vez estaría segura de que jamás volverían.
    —¿Crees que el Lagarto te sentenció por mi culpa?
    —No lo sé. Supongo que usaría cualquier cosa que creyera que puede dar resultado. No importa. Estoy bien.
    —Habría hecho lo que ellos querían, pero no pude. ¿Me creerás que lo intenté?
    —No pensarás que yo quería que lo hicieras, ¿verdad?

    Kylis tocó la cara de Gryf; seguía la estructura ósea con sus dedos, como una persona ciega. Pudo notar la diferencia entre el cabello rubio y el cabello negro de las despejadas cejas, pero la textura de la piel era lisa. Kylis arrastró los dedos desde las sienes hasta los bordes de la mandíbula, los tendones del cuello y los músculos agarrotados por la tensión de los hombros.

    —Nadie debería hacer amigos aquí.

    Gryf sonrió y cerró los ojos. Comprendía la ironía de Kylis.

    —Perderíamos nuestras almas si no lo hiciéramos.

    Gryf se apartó bruscamente y se sentó en una gran roca con la cabeza entre las rodillas, luchando contra las náuseas. Las nuevas cicatrices no le dolían, al parecer. Respiró profundamente unos instantes, después se levantó lentamente.

    —¿Cómo está Jason?
    —Bien. Recuperado. No debiste haber tomado su turno. El Lagarto no iba a dejarlo morir así.
    —Creo que el Lagarto colecciona métodos de muerte.

    Kylis recordó a Miria y una rápida sacudida de miedo volvió a ella.

    —¡Oh, dioses, Gryf! ¿Para qué serviría resistírseles? Gryf atrajo a Kylis hacia sí.
    —La utilidad está en que tú y Jason no permitiréis que os destruyan y, por mi parte, creo que soy más fuerte que los que desean mantenerme aquí, y estoy justificado por los deseos de cometer mis propios errores en lugar de los de ellos.

    Gryf extendió la mano, cubierta de remolinos pálidos en la oscuridad. Era una mano larga y fina. Kylis extendió su mano y acarició la de Gryf; su muñeca, su brazo en tensión. El hombre se relajó un poco, pero ella seguía con miedo. Nunca antes se había sentido tan asustada... Pero Miria, la incertidumbre, ver herido a Gryf, todo eso se combinaba para que dudara de las posibilidades futuras.

    Gryf fue sorprendido y estremecido por otro espasmo de náuseas que esta vez no pudo sofocar, y fue más grave porque no había comido. Kylis permaneció a su lado, incapaz de hacer algo más que sostenerlo de los hombros y confiar que, una vez más, sobreviviera a la droga. Como en tantas ocasiones, antes. El vómito seco fue remplazado por un acceso de tos. El sudor goteaba por la cara de Gryf y bajaba por los costados. Cuando el tono agudo de su tos se hizo más intenso y su respiración más áspera, Kylis se dio cuenta de que Gryf estaba sollozando. De rodillas a su lado, trató de calmarlo; no sabía si lloraba por la enfermedad, por alguna alucinación que ella jamás conocería, o por desesperación. Lo sostuvo hasta que, poco a poco, él fue capaz de contenerse.

    Chispas estelares de luz pasaban entre las nubes e imprimían un tercer color sobre el cuerpo de Gryf, de bruces sobre la piedra lisa, las manos planas contra el suelo, la mejilla apretada en la roca. Kylis sabía cómo se estaría sintiendo él; reseco, deshecho, pesado.

    —Kylis... Nunca antes he dormido así...
    —No iré lejos.

    Kylis confió en que él le oyera. Se sentó con las piernas cruzadas en la gran roca, junto a Gryf, observando los lentos movimientos musculares de su respiración. Las pestañas color roano de su amigo eran muy largas y teñidas por las gotas de sudor. Los profundos latigazos sobre la espalda dejarían cicatrices. Su propia espalda tenía también cicatrices similares, pero creía que las marcas que ella llevaba eran una señal vergonzante, mientras que las de él significaban desafío y orgullo. Extendió el brazo hacia él, pero retrocedió cuando la vaga sombra de su mano tocó la cara de Gryf.

    Segura de que él dormía tranquilamente, Kylis lo dejó y fue a mirar por los alrededores en busca de trozos de tierra de la sustancia antibiótica verde. Las reservas estaban agotadas. Era medicina real, no una superstición. Su factor activo se sintetizaba en el norte y se exportaba.

    Tener libertad para pasear lejos de Tapón Roscado, por más breve que el paseo fuese, hacía casi tolerable la estancia. Pero el privilegio tenía un objetivo más importante. Era un recuerdo constante de libertad. El corto momento de respiro sólo reforzaba la necesidad de salir y, más importante, la necesidad de no regresar nunca. Sol Rojo sabía cómo hacerse obedecer.

    Kylis anduvo errante, sin alejarse demasiado de Gryf, buscando la sustancia y por el contrario, encontrando el más raro légamo alucinógeno púrpura. Le costaba reconocer que la tentaba. Habría podido coger un poco para Gryf —casi lo hizo— pero al final lo dejó en su sitio, bajo las rocas.

    —Quiero hablar contigo.

    Giró en redondo, sobresaltada, cuando reconoció aquella voz áspera por el temor que le tenía y que mal podía ocultar. Miró apenas hacia el Lagarto, sin responder.

    —Ven a sentarte conmigo —dijo él.

    La luz de las estrellas destelló en las pulcras uñas de sus dedos cuando señaló el otro extremo de un helecho inmenso desarraigado. El tallo se dobló pero resistió cuando el Lagarto se sentó encima.

    Como siempre, las botas protectoras negras del Lagarto estaban subidas y cerradas sobre sus pantalones cortos negros. Él era incluso más corpulento que Jason; más alto, más pesado, y aunque había permitido que su cuerpo se volviera ligeramente obeso, su cara se había conservado alargada y dura. El cuero cabelludo y la cara pulcramente afeitada jamás se bronceaban o quemaban sino que de algún modo permanecían pálidos, en contraste con sus ojos negros y hundidos. Humedeció sus delgados labios con la punta de la lengua.

    —¿Qué quieres? —Kylis se mantuvo alejada.

    El Lagarto se inclinó hacia adelante y apoyó los brazos en las rodillas.

    —He estado observándote.

    Kylis no tenía respuesta. El Lagarto observaba a todo el mundo. De pie allí ante él, Kylis estaba intranquila por razones que en cierto modo no guardaban relación con la capacidad para la brutalidad del Lagarto. Aquel hombre nunca actuaba así. Era directo y brusco.

    —Tomé una decisión cuando la privación sensorial no te quebró —dijo él—. Para mí, era la última prueba.

    La brisa varió ligeramente. Kylis olió un aroma penetrante cuando el Lagarto se llevó a los labios una pequeña pipa y aspiró profundamente, contuvo un momento la respiración y le ofreció fumar, extendiéndosela.

    Ella quería un poco. Era un buen material. Ella, Gryf y Jason habían terminado lo que les quedaba la noche antes que iniciaran turnos distintos, al final del ciclo anterior. Kylis se sorprendió de que el Lagarto usara aquello, y jamás habría esperado que el déspota rebajara su agresión extrema aquí fuera. Kylis sacudió la cabeza.

    —¿No? —el Lagarto se encogió de hombros y dejó la pipa; se desentendió de ella, que se consumiera, que se quemara—. Muy bien.

    Kylis dejó que el silencio se prolongara con la esperanza de que él se olvidaría de su persona y de cualquier cosa que quisiera decir. Confiaba en que se alejara errante o tuviera hambre o se fuera a dormir.

    —Te queda mucho tiempo de estar aquí —dijo el Lagarto. Kylis tampoco tenía respuesta para esto.
    —Yo podría hacértelo más fácil...
    —Tú podrías hacerlo más fácil para la mayoría de nosotros.
    —Ese no es mi trabajo —el Lagarto pasó por alto la contradicción.
    —¿Qué es lo que intentas decirme?
    —He estado buscando alguien como tú durante mucho tiempo. Eres fuerte, y tozuda.

    Se levantó y fue hacia ella, dudó para lanzar una ojeada hacia atrás, a su pipa, pero la dejó donde estaba. Respiró profundamente una vez. Ponía tanto empeño en parecer sincero que Kylis casi no pudo contener un abrumador impulso de risa. No lo hizo, pero de haberlo hecho habría sido también una reacción nerviosa. De pronto, Kylis comprendió que el Lagarto estaba tan asustado como ella. Eso fue asombroso.

    —Ábrete a mí, Kylis.

    Su primera reacción fue de incredulidad. Pensó que el Lagarto pudiera estar bromeando, aunque él no solía hacerlo. Pensó también que tal vez se estuviese burlando de ella. O intentando alguna transacción imposible, sabiendo que ella se negaría, para ofrecerle dejarla en paz si Gryf regresaba con los tetra. Kylis mantuvo muy calmada la voz.

    —No puedo hacer eso.
    —¿Crees que no hablo en serio?
    —Más bien me cuesta creer que sí.

    El Lagarto eliminó forzadamente su ceño, como un mimo inexperto que varía sus expresiones. Los músculos de su mandíbula estaban fijos. Avanzó, y entonces Kylis tuvo que levantar la mirada para ver sus ojos.

    —Hablo en serio.
    —Pero eso no es algo que se pide —dijo Kylis—. Eso es algo que un conjunto familiar desea y decide —se dio cuenta de que él difícilmente comprendería a qué se había referido ella.
    —Yo he decidido. Ahora estoy yo, solamente —en su voz había un énfasis especial sobre algunas palabras. —¿No estás solitario? —Kylis escuchó sus palabras sin saber por qué las había dicho. Si el Lagarto había resultado herido, ella se recrearía en su dolor. No podía imaginar gente que quisiera vivir con él, a menos que algo terrible lo hubiera cambiado.
    —Yo tenía un hijo... —se interrumpió, ceñudo, enojado por revelar tanto.
    —Ah —dijo involuntariamente Kylis; ya había visto antes aquel control superficial sobreimpreso a una violencia mal reprimida. Tapón Roscado ofrecía al Lagarto oportunidades justificables de volcar su rabia. En cualquier otro lugar esa rabia estallaría solamente si él se sintiera seguro, sobre cualquiera que estuviera indefenso y fuese vulnerable. De ese tipo era la persona que le insinuaba tener un hijo.
    —La junta no tenía derecho a entregar el niño a ella en lugar de a mí.

    El Lagarto tenía que pensar así, claro. ¿Ningún derecho a proteger al niño? Kylis se quedó callada.

    —Bien.

    Obedecer sería fácil. Probablemente le permitirían vivir en la comodidad y frescura de las cúpulas, y por supuesto tendría buena comida. Podría olvidar las peligrosas máquinas y el látigo del Lagarto. Imaginaba cómo sería notar que un niño iba cobrando vida dentro de ella, esperar el momento de dar a luz un ser humano sabiendo que debía entregarlo al Lagarto para que creciera completamente solo, sin un modelo, un maestro, únicamente esta persona terrible, lisiada.

    —No —dijo Kylis.
    —Podrías hacerlo, si quisieras.

    Cuántas cosas de sí misma había descubierto aquí que le habían resultado ridículas; ahora se trataba de una afirmación que había hecho ante

    Gryf en cierta ocasión: “Haría cualquier cosa por salir de aquí”.

    —Dejémoslo así —dijo Kylis tranquilamente—. No quiero hacerlo —retrocedió para irse.
    —Pensaba que eras tozuda y fuerte. Tal vez me equivoqué, y eres simplemente estúpida o loca, como los demás.

    Kylis trató de pensar en palabras que él entendiera, pero siempre se topaba con las diferencias irreconciliables entre su percepción del Lagarto y lo que él pensaba de sí mismo. El Lagarto no reconocería su descripción.

    —¿... o quieres algo más de mí? ¿De qué se trata?

    Kylis estaba dispuesta a decir que no había nada, pero vaciló.

    —De acuerdo —dijo, temerosa de que su voz fuera demasiado chillona, pero había sonado perfectamente normal—. Dile a la gente de Gryf que lo suelten. Consigue una libertad condicional para Jason y un pasaje al extranjero.


    Por un instante casi se permitió confiar en que él hubiera creído que su oferta era sincera. Kylis era muy buena mentirosa.

    La expresión del Lagarto cambió.

    —No. Los necesito por aquí para que hagas lo que yo digo.
    —No lo haré.
    —Elige otra cosa.

    En un flash, Kylis recordó que se habían burlado de ella así antes, cuando era muy pequeña. Cualquier cosa menos eso, menos lo que realmente se quiere. Apartó el recuerdo.

    —No hay otra cosa —dijo.
    —No insistas. No puedes sobornarme para que los deje marchar. No soy un necio. El Lagarto no precisaba una razón oficialmente aceptable para hacerle daño. Kylis lo sabía. El temor al tipo de poder de él era una reacción casi instintiva para ella. Pero murmuró Si, Lagarto, lo eres, y medio ciega, dio media vuelta y huyó.

    Corría casi más que él, pero el Lagarto se lanzó, la cogió por el hombro y la hizo volverse.

    —Kylis...

    Rígida, glacial, Kylis miró la mano del Lagarto.

    —Si eso es lo que deseas...

    Ni el Lagarto era tan retorcido. Poco a poco, dejó que su mano cayera sobre su costado.

    —Podría forzarte —dijo.

    La mirada de Kylis hizo frente a la del Lagarto y no vaciló.

    —¿Podrías...?
    —Podría drogarte.
    —¿Durante siete ciclos? —Kylis se dio cuenta, con un sacudimiento de extrañeza, de que había hecho inconscientemente la conversión del tiempo de meses normales en ciclos de cuarenta días.
    —Lo suficiente para desordenar tu control y dejarte preñada.
    —No podrías mantenerme viva tanto tiempo, drogada hasta ese punto. Si las drogas no matan al niño, sería yo quien lo haría. Ni siquiera necesitaría estar consciente. Podría abortarlo.
    —No creo que seas tan buena.
    —Lo soy. No puedes vivir como yo he vivido y no ser tan buena.
    —Puedo meterte en la caja de privación hasta que jures... Kylis rio amargamente.
    —¿... y esperas que yo honre ese juramento?
    —Tendrías niños con Gryf y Jason.

    Esto era real, mucho más que un pasatiempo que el Lagarto opusiera a Gryf para sacar provecho. El Lagarto deseaba desesperadamente la condescendencia de Kylis. Ella estaba segura de eso, tan segura como estaba de que él usaría sus sueños personales para ayudarse a cumplir su deber para con Sol Rojo. Sin embargo, Kylis no podía comprender por qué el Lagarto creía tener cierto derecho a acusarla.

    —De esta forma no —dijo Kylis—. Con ellos... Pero no para uno de ellos. Y ellos no se harían fértiles tampoco si tú fueras una mujer y pidieras a uno de ellos que te diera un niño.
    —Desisto. Lo sacaría de aquí. Le daría un buen hogar. ¿Estoy pidiendo tanto? Estoy ofreciendo mucho por un poco de tu tiempo y una ovulación —su voz contenía la rudeza de un temple que se rebelaba.
    —Estás pidiendo un ser humano.

    Kylis esperaba una reacción, cualquier reacción, pero él siguió inmóvil donde estaba, aceptando lo que ella había dicho como la afirmación de un hecho sin significación emotiva ni resonancia moral.

    Mataría al niño antes de entregártelo —dijo Kylis—. Me suicidaría.

    Kylis notó que temblaba, aunque no se notaba ni en sus manos ni en su voz. Estaba temblando porque lo que ella había dicho era cierto. El Lagarto no reaccionó de ningún modo. Kylis se volvió y corrió en la oscuridad, pero esta vez el Lagarto no la siguió.

    Cuando estuvo segura de que no la observaban, regresó a la roca de Gryf en el bosque. Su compañero aún dormía. No se había movido desde que había caído dormido, pero la roca gris a su alrededor relucía con su sudor. Kylis se sentó junto a él, dobló las rodillas y las envolvió con los brazos. Bajó la cabeza. Jamás se había sentido como entonces —sucia por implicación, avergonzada, rebajada— y no sabía explicarse ese sentimiento. Notó que una lágrima se deslizaba por su mejilla y apretó los dientes, colérica. Él no me hará llorar, pensó. Respiró profundamente, poco a poco, pensando: Control. Aminora el latido del corazón, corta la adrenalina, no necesitas esto ahora. Relájate. El cuerpo, al menos, respondió. Kylis se quedó sentada e inmóvil durante largo rato.

    El viento pesado, húmedo, empezó a soplar, apartando nubes bajas negras que tapaban las estrellas. Pronto sería demasiado oscuro para ver.

    —Gryf.

    Kylis tocó el hombro de Gryf. Él no se movió hasta que ella lo sacudió suavemente; entonces despertó sobresaltado.

    —La tormenta se acerca —dijo Kylis.

    A la luz escasa de las estrellas, un rizo rubio del cabello de Gryf destelló mientras se levantaba. Kylis le ayudó a ponerse de pie. Helechos muertos susurraron a sus pies, y los insectos durmientes se envolvieron más apretadamente en sus alas.

    En el borde del bosque, Kylis y Gryf caminaron con tiento por un montón de escoria y llegaron a la pista que llevaba a la zona de los prisioneros. Un tenue resplandor azul emanaba de su refugio, donde Jason estaba agazapado junto a una luz fría y leía un libro que se las había arreglado para obtener. Él no les oyó hasta que subieron los escalones.

    —Estaba empezando a preocuparme —dijo apaciblemente, entrecerrando los ojos para verles al otro lado de la luz.
    —Gryf estaba enfermo.
    —¿Estás bien ahora? —preguntó Jason.

    Gryf afirmó con la cabeza, y él y Kylis se sentaron en el círculo de luminiscencia que no oscilaba con el viento. Jason dejó a un lado el libro y sacó del cajón las raciones y botellas de agua. Los tallos que Kylis había recogido estaban ya un poco marchitos, pero igualmente los entregó a Gryf, que los repartió. La comida era mejor y algo más agradable que la mayoría de comidas de Tapón Roscado, pero Kylis no tenía hambre. Tenía vergüenza de contar a sus amigos lo sucedido.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Jason de pronto.
    —¿Qué? —Kylis alzó la mirada para verlo, después miró a Gryf. Ambos la observaban con preocupación.
    —Pareces trastornada.
    —Estoy bien —fue inclinándose hacia atrás poco a poco mientras hablaba, de manera que su cara dejó de estar bajo la luz—. Estoy cansada, supongo —buscaba palabras que introducir en el silencio—. Estoy tan cansada que casi olvido deciros que todos estamos en el turno de noche.

    Esas noticias eran lo bastante buenas para cambiar de tema y desviar la atención de sus amigos de ella. Buenas hasta para alegrar a Kylis. Más tarde regresaron al escondite del bosque y durmieron, tumbados muy juntos con Gryf en el medio. En la distancia, el cielo destelló brillantemente, luego se oscureció. Sólo un murmullo tenue llegó hasta ellos, pero los relámpagos revelaban las gruesas nubes y el viento acercaba aún más los sonidos. Kylis tocó suavemente a Gryf, encontrando alivio en su respiración profunda y regular. Un relámpago cicatrizó de nuevo el cielo, y segundos después el trueno retumbó blandamente. El viento hizo susurrar las frondas secas.

    Gryf acarició el hombro tatuado de Kylis. Tocó las manos de la muchacha, los dedos de sus manos se entrelazaron.

    —Ojalá pudieras salir de aquí —musitó Kylis—. Ojalá...

    Un relámpago destelló otra vez, vibrante y cercano, su trueno simultáneo. Jason dio un brinco en su sueño, Gryf miró a Kylis, ceñudo. Empezó a llover.

    Por la mañana, Kylis se despertó por un reflejo, pese a la ausencia de la sirena. El día entero era libre, pero ella y sus amigos debían descansar, pues el primer turno de trabajo era el de noche.

    Gryf ya estaba levantado. Sonrió con su peculiar todo-va-bien.

    —Veamos —dijo Kylis.

    Gryf se volvió. Los cardenales eran de color gris plateado en toda su longitud, incluso donde se cruzaban. No estaban infectados y los extremos habían empezado a curar. Gryf estiró los brazos y miró por encima del hombro. Kylis observó su cara, las finas arrugas en las comisuras de los ojos, pero Gryf no se acobardó. Biocontrol era algo en que Kylis había sido adecuadamente instruida, y ella sabía que Gryf no podía forzar los límites humanos de un modo indefinido. Esta vez, sin embargo, Gryf había triunfado.

    —Estás mejor, ¿verdad? —preguntó Kylis.

    Gryf hizo una mueca y Kylis rio contra su voluntad. Se esforzó en alejar el pensamiento y la preocupación del Lagarto. Los dos, ella y Gryf, despertaron a Jason.

    Pero el resto del día fue aumentando la aprensión de Kylis. Estaba segura de que el Lagarto no aceptaría su negativa con facilidad. Ahora, Kylis tenía que mirar dos veces los pequeños movimientos en su visión periférica: una vez para asegurarse de alucinaciones y otra vez para asegurarse de que no se trataba del Lagarto. Por la tarde estaba tensa después de aparentar una pose de normalidad y mantener una calma artificial, y estaba afectando a Jason y Gryf con su agitación. No hablaría del motivo. Podía ser casi tan tozuda como Gryf.

    Kylis casi se alegró cuando la sirena aulló y tuvieron que regresar a la instalación para reunir sus raciones y la concesión de jabón medicinal para el ciclo. Había intentado mostrarse airada, y malhumorada, y desatenta, pero por debajo de todo eso estaba asustada.

    Caminaron más allá de los puestos de los guardianes, por las sombras prolongantes de la tarde. En la parte superior de la Zanja se detuvieron, miraron abajo. No podían retrasarse, por lo que descendieron.

    El calor del día no trabajado se estancaba en el centro de Tapón Roscado. Los costados de la Zanja reflejaban calor; el metal de las máquinas lo irradiaba. Los efectos de temperatura y ruidos combinados sinérgicamente.

    Kylis, Gryf y Jason fueron asignados a la cuadrilla de sondeo. Al otro lado de la Zanja, Kylis vio al Lagarto que la observaba sin expresión alguna. Desvió la mirada. Miria se encontraba en este turno también, pero Kylis no la veía.

    Arrastraron la nueva barrena del taladro y la levantaron; quedó colgando sobre la chimenea, más alta que una persona, estrecha y peligrosa. Frecuentemente parecía reconocer lo absurdo de su domesticación por débiles seres humanos, y se rebelaba. En Tapón Roscado era demasiado fácil atribuir personalidad e intenciones malevolentes a objetos inanimados.

    Secciones de la chimenea yacían en bastidores como pétalos gigantes en torno al vástago del taladro, abriéndose en radios como un abanico frente a las obras cubiertas por burbujas de los dos primeros generadores. El zumbido de las turbinas se esparcía por el suelo de la Zanja, entraba por las suelas de las botas hasta alcanzar carne, sangre y huesos. Para Kylis, la vibración parecía ser la ira de la tierra herida, que renunciaba de mala gana a los secretos y la energía de su interior, desesperada en su resentimiento.

    Cuando este pozo se terminara, la temperatura en su base se acercaría a los ochocientos grados centígrados. Y cuando la cuadrilla atravesara las rocas de cubierta y liberara la presión, esa temperatura bastaría para convertir en vapor supercaliente el agua que había debajo. Bastaría, si no cerraban adecuadamente las rocas de cubierta, para matar al instante a todo el mundo. Cerrarían la roca, la horadarían y construirían encima una burbuja con aire acondicionado. Después, los mecánicos, fuertemente protegidos, entrarían y construirían la maquinaria. Los prisioneros, que no gozaban de confianza para estar en cualquier parte cercana a los generadores, se trasladarían más allá para perforar otro pozo.

    Esta era una forma limpia de generar energía, y barata en todo excepto en términos humanos. Los pozos acababan por agotarse y las necesidades energéticas del Continente Norte se hacían mayores. Sol Rojo no tenía combustible fósil, poseía escasos elementos radiactivos, demasiadas nubes para usar la energía de su mortecina estrella.

    La tarea de Gryf era guiar las secciones de la chimenea hasta el taladro. Se hacía alguna concesión a su valía; no se le ponía en los trabajos más peligrosos. Se dio la orden de empezar, y los refunfuños y pequeños retrasos inventados cesaron.

    El trabajo convertía casi en autómatas a los prisioneros. Era monótono, pero no demasiado. El hastío completo habría permitido soñar despierto, pero el peligro oscilaba demasiado cerca para fantasías. El sudor se deslizó por los ojos de Kylis cuando estuvo demasiado atareada como para enjugarlo. El mundo chispeaba y punzaba a su alrededor. La noche transcurrió lentamente. El Lagarto vigilaba a cierta distancia, una sombra como cualquier otra. Mientras estuvo cerca, Kylis se sintió sola y, en cierta forma, obscenamente desnuda.

    A medianoche los prisioneros tuvieron permiso para dejar de trabajar unos minutos y comer. Gryf bajó poco a poco por la escalerilla de la torre de control. En la base, Kylis y Jason le aguardaban. Se sentaron juntos para comer y tragar algunas tabletas de sal. El descanso les dio tiempo para reposar para la mañana.

    Kylis estaba sentada en el suelo, la espalda contra el metal, medio dormida, esperando el timbrazo. El suelo de la Zanja estaba húmedo, enlodado y con roca rota y ceniza esparcidas, por lo que no se tumbó. El Lagarto había mantenido las distancias toda la noche. Kylis pensaba que era probable que él hiciera algo directo mientras ella se encontrara entre tantas personas, aunque los demás no pudieran hacer nada en contra del Lagarto.

    —Levántate.

    Se sobresaltó, asustada tras ser despertada de un sueño por la voz del Lagarto. El y su gente estaban de espaldas a ella; avanzaron entre ella y Gryf y rodearon al hombre. Gryf se levantó, emergente entre las sombras como un felino de carey.

    El Lagarto miró a Gryf, después a Kylis.

    —Cogedle —dijo a su gente.
    —¿Qué vas a hacer? —al oír el acento de pánico en su voz, Kylis apretó los puños.
    —Los tetra quieren que vuelva. Lo necesitan. Están impacientes.
    —¿Vas a enviarlo a casa? —preguntó Kylis, incrédula.
    —Claro —dijo el Lagarto; apartó su mirada de Kylis, y la dirigió hacia Gryf—, en cuanto se haya hartado de la caja de privación.

    Junto a Gryf, se levantó Jason. Gryf puso la mano en el brazo del otro. La gente del Lagarto se acercaba, cerrando el cerco por si venían en su ayuda. Algunos prisioneros se acercaron para ver qué sucedía. Miria estaba entre ellos. Kylis observó a la mujer desde las sombras, sin ser vista. Cuando los guardianes se llevaron a Gryf, Miria sonrió a medias. Kylis quiso gritar de rabia.

    —¿Les gustaría que tú lo mataras? —gritó Jason.
    —Corren ese riesgo —dijo el Lagarto.
    —No dará resultado —dijo Kylis; la cámara de privación jamás haría volver a Gryf con los tetra, y menos aún forzar a Kylis a hacer lo que el Lagarto deseaba. Ella no podía hacer eso ni siquiera por Gryf.
    —¿No? —la voz del Lagarto fue profunda y colérica.
    —No hagas esto con él —dijo Kylis—. Gryf es... El estar aquí ya es como estar en la caja. Si lo metes en una caja auténtica...

    Estaba suplicando por Gryf; jamás había implorado nada en su vida. Lo peor del caso es que Kylis sabía que era inútil. Confió amargamente en que Miria aún tuviese la suficiente humanidad para comprender lo que su espionaje hacía.

    —Sería mejor llevarte a ti en vez de a él, ¿verdad? —sin esperar una respuesta, riéndose de Kylis, el Lagarto se alejó.
    —Sí —dijo Kylis.

    El Lagarto dio media vuelta, asombrado.

    —Puedes meterme en la caja en lugar de él. El Lagarto se burló de ella.
    —¿… y enviarte a los tetra en lugar de él? ¿Crees que serías de alguna utilidad para ellos? Podrías ser una mascota... ¡O tal vez la madre- huésped de otro bebé moteado!

    Agachándose, Kylis cogió un puñado de barro, dio un paso hacia el Lagarto y arrojó la arcilla pegajosa. Alcanzó el pecho del Lagarto, salpicándole el uniforme negro, con piel pálida. Después volvió a agacharse; esta vez el barro era pesado y duro como roca.

    —¡Kylis! —chilló Jason.
    —... y también para ti! —gritó Kylis, lanzando más barro y piedras hacia Miria.

    Mientras la gente del Lagarto la cogía, Kylis vio caer a Miria. El barro era rojo a la luz de los focos, aunque no tanto como la sangre que chorreó de la frente de Miria.

    El Lagarto, con aspecto ceñudo, enjugando barro de su mentón, apenas lanzó una mirada a la forma inmóvil de Miria. Hizo un gesto hacia Kylis.

    —Ponedla donde no pueda dañar a nadie más. Se llevaron a Kylis y dejaron detrás a Jason, solo.

    Metieron a Kylis en una celda vacía con una pared de vidrio y un resalto sin cantos, y una ventilación que no templaba el ambiente. La desnudaron y encerraron. La habitación evitaba pasivamente la autolesión; hasta las paredes y la ventana cedían blandamente ante los golpes.

    Desde el interior, Kylis podía ver la caja de privación. Era del tamaño adecuado para un ataúd, pero un poco más grande, y se apoyaba en soportes que eliminaban la vibración del generador.

    Los guardianes guiaron a Gryf hasta la sala de privación. Él también estaba desnudo, y los guardianes lo habían lavado con la manguera.


    Rápidamente, Gryf miró alrededor igual que un animal alarmado y acosado desde dos lados a la vez. No había ayuda, sólo Kylis, apretada contra la ventana con los puños estrujados. Gryf trató de sonreír, pero Kylis vio que tenía miedo.

    Mientras vendaban los ojos de Gryf y se disponían a prepararlo, Kylis recordó el tacto del suave relleno apiñado en torno a su cuerpo, que restringía cabeza, brazos y piernas, evitando cualquier movimiento y sensación. Al principio había sido agradable; la caja era oscura y silenciosa y no daba sensación de calor o frío. Tubos y agujas indoloras sacaban desechos de sus cuerpos e introducían alimentación. Kylis había dormido durante un tiempo que pareció muy largo, hasta que su cuerpo se fue saturando de sueño. Sin ningún estímulo táctil se vio cada vez más alejada del mundo físico, y se contrajo hasta ser como un pequeño punto de conciencia por detrás del lugar donde habían estado sus ojos. Entonces intentó ponerse en trance, pero eso era lo que ellos estaban esperando para evitarlo con drogas. Sus pensamientos habían quedado tejidos con fantasías, al principio tan suaves que ella no se dio cuenta. Después, los pensamientos se separaron de la realidad y se volvieron grotescos e inidentificables. Finalmente fue imposible distinguirlos de una realidad demasiado remota para creer en ella. Kylis recordó la envolvente certidumbre de la locura.

    Observó cómo cerraban a Gryf en el mismo destino. Conectaron los monitores. Si Gryf trataba de pedir que lo sacaran, la subvocalización sería detectada y su deseo concedido.

    Después de eso nadie se acercó a ellos. La condena de Kylis en la caja había sido de ocho días, pero la privación sensorial venció su sentido del tiempo y lo extendió a semanas, meses, años. Ahora, el tiempo pasaba esperando, casi tan aislada. A intervalos, se dormía sin querer, pero cuando despertaba, todo estaba igual que siempre. Le daba miedo pensar en Gryf, lo que pudiera estar pasándole a Jason, solo afuera, y tenía miedo de pensar en ella misma... Las alucinaciones volvieron a reptar para obsesionarla. El vidrio se convertía en hielo y se fundía en charcos, y las paredes se transformaban en nubes de nieve y flotaban, alejándose. El cuerpo de Kylis empezaba a temblar, y después se daba cuenta de que las paredes seguían allí, muy reales, y sentía de nuevo el calor. Notaba el toque de Gryf, y se volvía para abrazarlo. Pero Gryf nunca estaba cerca. Sentía que se deslizaba en un pozo de confusión y visiones y no podía hacer acopio de fuerza o voluntad para salirse. A veces lloraba.

    Estaba en la celda, notaba que cambiaba, y sentía que su coraje se disolvía en la blancura estéril. El suelo de la celda la acunaba, dulcemente, igual que una voz tranquilizadora que le dijera que podría hacer lo que fuera más fácil, cualquier cosa que asegurara su supervivencia personal.

    Kylis se levantó bruscamente, clavando las uñas en las palmas.

    Si ella creía todo eso, debería estar chillando y golpeando los puños contra el vidrio hasta que los guardianes vinieran, implorarles que la llevaran hasta el Lagarto, y hacer lo que él pidiera. Una vez hecho eso, todo lo que Gryf estaba pasando y lo que ella había sufrido quedaría traicionado. Si decidía dejar que otra persona tomara sus decisiones por ella, o si se perdía tan completamente que no pudiera tomarlas, entonces eran triviales las razones que tenía para lo que había hecho.

    Sus razones no eran triviales; no podía forzarse a creer que lo fueran, por el bien de Gryf, de Jason o de ella misma. Gryf había encontrado la fuerza para aventurarse a venir a Tapón Roscado con la esperanza de su propia libertad; Jason había encontrado la fuerza para seguir vivo cuando por derecho habría tenido que morir. Kylis sabía que debía encontrar el mismo tipo de fuerza para conservar su cordura y control.

    Restregó el dorso de la mano en sus ojos, puso la mano derecha en el extremo de su hombro izquierdo, se apoyó en la pared y se relajó muy lentamente, concentrada en la realidad de todos los músculos por separado, el contacto del plástico debajo de ella, la gota de sudor que se deslizaba entre sus senos.

    Cuando una corriente de aire frío rozó sus piernas, Kylis abrió los ojos. El Lagarto estaba de pie en la entrada, bajando los ojos hacia ella, una forma negra rodeada por anillos concéntricos de color. Ella nunca lo había visto con una expresión tan amable, y no le devolvió la sonrisa expectante que traía.

    —¿Te has decidido?

    Kylis parpadeó y todos los colores brillantes se dispersaron para dar paso a una rígida figura de ropas negras. La expresión del Lagarto se endureció mientras ella regresaba gradualmente al infierno de Sol Rojo y efectuaba las conexiones que precisaba para responder. Los dedos de Kylis estaban medio doblados. Giró las manos y las aplanó en el suelo.

    —No me has... No me has cambiado.

    El Lagarto la miró con una expresión furiosa que poco a poco fue cambiando a incredulidad. Kylis no dijo nada más. No se movió. El Lagarto emitió un sonido de disgusto y cerró la puerta de golpe. El aire frío cesó.

    El Lagarto no volvió, pero Kylis trató de convencerse de que no le había dado un golpe.

    Miró fijamente a través de la ventana y deseó que los tetra vinieran y liberaran a su amigo. Ellos debían seguir el rastro de lo que se hacía a Gryf. Kylis no podía creer que los tetra no comprendieran lo que un aislamiento así hacía a un miembro de su especie.

    Llevaba tanto tiempo mirando la misma escena que le costó un momento darse cuenta de que había cambiado. Cuatro guardianes entraron y se pusieron a abrir la cámara de privación sensorial. Kylis se levantó de un brinco y apretó las manos contra el vidrio. La cámara de privación se abrió. Recordó su primer vislumbre de luz, cuando los guardianes retiraron el material relleno de sus ojos y desconectaron tubos y agujas. Gryf estaría intentando enfocar sus ojos azules con motas negras, parpadeando; sus pestañas de color roano rozarían sus mejillas.

    Los guardianes sacaron a Gryf sin que él se moviera. Sus largas extremidades colgaban fláccidas y sin vida. Lo llevaron afuera.

    Kylis se hundió en el suelo y abrazó sus rodillas, ocultando el rostro. Cuando los guardianes entraron, tuvieron que levantarla, sacudirla y abofetearla para forzarla a estar de pie. La llevaron por su recinto y la empujaron para que cruzara la salida, cerrando la puerta detrás de ella. Los guardianes no hablaron.

    Kylis permaneció en la áspera iluminación de los focos durante algunos momentos vagos, después caminó lentamente hacia las reconfortantes sombras de la noche. Todo parecía más que real, con la absurda claridad de la conmoción.

    Vio a Jason antes que él la oyera; era un retazo de palidez en el borde de la luz, sentado con las rodillas dobladas y la cabeza inclinada. Kylis tuvo miedo de ir hasta él.

    —Kylis...

    La mujer se detuvo. La voz de Jason era ruda, casi controlada pero quebrada. Kylis se volvió y lo vio atisbándola por encima de los brazos cruzados. Los ojos de Jason estaban muy brillantes. Se puso en pie.

    —Tenía miedo —dijo él—. Tenía miedo de que os cogieran a los dos, y no quería estar solo aquí.
    —Vete.
    —¿Qué? Kylis..., ¿por qué?
    —Gryf ha muerto. Y Gryf es lo único que nos mantenía juntos.

    La desesperación le hacía ser cruel. Deseaba acercarse a Jason, lamentarse en su compañía... Pero temía que eso mismo causara su destrucción.

    Asombrado, Jason no dijo nada.

    —Quédate lejos de mí —dijo Kylis, y pasó al lado de Jason.
    —Si Gryf ha muerto tenemos que...
    —¡No!
    —¿Estás segura de que ha muerto? ¿Qué sucedió?
    —Estoy segura —Kylis no miró a Jason. Jason puso las manos en los hombros de Kylis.
    —Tenemos que salir de aquí antes de que también nos maten. Tenemos que ir al norte y explicar a la gente lo que pasa.
    —¡Loco! —Kylis se soltó de un tirón.
    —No me hagas esto, Kylis.

    La súplica de Jason partió la pena y la culpabilidad de Kylis, e incluso su temor por él. No podía soportar herirlo. En él no había culpa alguna, nada que censurar. Su único defecto era una lealtad que ella difícilmente merecía. Kylis miró a su alrededor, la tierra pelada, las máquinas distantes, los blandos helechos negros; todo tan extraño... Se volvió.

    —Lo siento —dijo.

    Se abrazaron, pero el alivio no bastaba. Las lágrimas de Jason cayeron frías en el hombro de Kylis, pero ella no podía llorar.

    —Hay algo más que Gryf y los tetra —dijo Jason—. Por favor, déjame ayudar. Explícame por qué está pasando todo esto. Kylis sacudió la cabeza.
    —Es peligroso que tú permanezcas conmigo.

    De repente, Jason estrechó los dedos en torno al brazo de Kylis. Ella retrocedió, sorprendida, y cuando levantó los ojos, Jason la asustó. Nunca había visto crueldad en él, pero ése era su aspecto ahora: cruel y lleno de odio.

    —Jason...
    —No voy a matarlo —dijo Jason—. No voy a... Suéltame —bajó la vista y se dio cuenta de que estaba asiendo el brazo de Kylis—. ¡Oh, dioses!

    Jason la soltó, dio media vuelta y se adentró en el bosque.

    Mientras acariciaba la magulladura que Jason había dejado, Kylis miró lentamente a su espalda. Lo que Jason había visto era el Lagarto, que los observaba desde la entrada del recinto de los guardianes. No se movió. Kylis echó a correr.

    La gruesa capa de estrellas multicolores, que relucían a través de las grietas de las nubes, iluminó el camino sólo donde los helechos no se cerraban por encima. Kylis fue dando tumbos en la oscuridad, sin aminorar siquiera ante los charcos. Le dolían las piernas de tanto forcejear contra la succión del húmedo barro. De pronto, su hombro embistió un áspero tallo y su impulso le hizo girar, lanzándola contra otro helecho. Kylis se detuvo, jadeando para respirar, el aire abrasando su garganta.

    Kylis se enderezó y miró alrededor, para orientarse. Las estrellas rutilaban como chispas en la superficie del agua estancada. Caminó entre los helechos con más cuidado. Sus pisadas extendieron rizos en torno a ella, y el agua se derramó suavemente de sus botas. Sólo cuando alcanzó el refugio de helechos muertos comprendió cuán necio e innecesario había sido cuidarse de no caer.

    En el interior del frío nido, Kylis se tumbó y sosegó. Cuando por fin recuperó el aliento, empezó a respirar lenta y regularmente, contando los latidos de su corazón. Pensó en Gryf, muriendo de un modo deliberado antes de entregar su vida a los que odiaba. Y pensó en Jason, que ni siquiera mataría por venganza. Estaba segura de eso. Si ella desaparecía, al menos Jason estaría seguro.

    Sintió que el reflejo del jadeo se hacía más fuerte y desechó su percepción. Su respiración había cesado ya, y el latido de su corazón pasaría pronto. Sus pensamientos se hicieron más lentos, su memoria flotó a tiempos más agradables. Se encontró de nuevo con Gryf, besándolo, estando en el limpio lago caliente, tocados por la rociada del tubo de desagüe. Sonrió. Una estrella amarillo brillante destelló entre una brecha de los helechos. Kylis dejó que sus ojos se cerraran, apagando la última luz.

    Manos insistentes la sacudían. Kylis era difusamente consciente de ellas y de una voz que gritaba su nombre. Se concentró con más fuerza en morir. Un puño golpeó su pecho y ella jadeó de forma involuntaria. Alguien se agachó y respiró en su boca, sosteniendo el mentón hacia arriba y la cabeza hacia atrás, forzando aire en sus pulmones. Su corazón latió. Empujando a un lado a la persona, Kylis se incorporó coléricamente y casi se desmayó.

    Miria la cogió e hizo que volviera a tumbarse.

    —Gracias a los dioses, te he encontrado. Te estaba escuchando, pero luego desapareciste.

    Kylis no respondió, solamente parpadeó frente a la luz que traía Miria. Trató de mostrarse enojada con ella, pero le pareció demasiado fútil.

    —¡Kylis! —la voz de Miria se alzó de pánico—. ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme?
    —Claro que estoy aquí —dijo Kylis; se sentía mareada, y se preguntó por qué Miria habría formulado una pregunta tan necia—. ¿A qué te refieres con eso de si estoy...?

    Miria se tranquilizó y abrillantó su linterna.

    —Tenía miedo de llegar demasiado tarde —llevaba una cicatriz desagradable en la frente, rosada y nueva.
    —Aléjate de mí. ¿Por qué no nos dejas en paz? —Kylis sabía que no sería capaz de intentar suicidarse otra vez durante bastante tiempo; había consumido excesiva fuerza.
    —Gryf está bien —dijo Miria. Kylis la miró fijamente.
    —Pero yo vi... ¿Cómo lo sabes? ¡Estás mintiendo!
    —Está perfectamente bien, Kylis. Lo sé. Por favor, confía en mí.
    —¡Confiar en ti! ¡Después de contarle al Lagarto lo de Gryf, Jason y yo...! ¡Él no sabía antes lo mucho que podía dañarnos! Y ahora irá detrás de Jason, también, así que yo...

    Dejó de hablar.

    —El Lagarto sabía que estabais juntos, pero yo nunca le he contado vuestros planes. Me honraste con una solicitud para que me uniera a vuestra familia. ¿Crees que tu juicio sobre mí estaba tan equivocado?

    Kylis suspiró.

    —Mi juicio sobre el niño que me delató no fue muy bueno —tuvo que reposar y respirar un momento—. Te vi ir al otro lado de la valla sin ningún guardián. Y después de eso, el Lagarto...
    —¿Qué intentaba obligarte a hacer?
    —Tener un hijo y entregárselo. Miria se sentó sobre sus talones.
    —¿Al Lagarto? Dioses —sacudió la cabeza, incrédula, en un gesto de simpatía por Kylis, por todo el mundo, y en particular por un niño que quedara bajo el control del Lagarto.

    El resplandor de la linterna amarilla de Miria le arrancaba destellos castaño claro de su cabello, y oscuros de los mechones de Kylis, quien reparó repentinamente, por primera vez, en los dos colores distintos; el castaño más claro no estaba veteado por el sol..., crecía así de un modo natural.

    —Eres una tetra, ¿verdad?

    Miria levantó la mirada, y Kylis supo que no iba a mentir.

    —Sí —dijo tristemente—. Bueno, lo era...
    —¿Te dejaron marchar?
    —¡No! No —se pasó la mano por el pelo y habló con más calma—. Yo nunca fui como Gryf. Jamás comprendí qué pretendía Gryf, al menos hasta hace unos días... Hasta que tú y yo hablamos —inhaló profundamente—. Tuve un accidente hace tres años. Estaba atontada. Corrí riesgos sin tener derecho a correrlos, y casi me ahogué. Estuve muerta varios minutos. El oxígeno no llegaba a mi cerebro —apartó la mirada, jugueteando con el mando de la linterna—. Recuerdo quién era, pero ya no soy ella. No puedo hacer el trabajo que se pretendía de mí. Me siento tan estúpida... Tenía miedo de que te hubieras hecho eso. Tenía miedo de que dañaras tu cerebro.
    —Estoy perfectamente bien, Miria —Kylis se incorporó apoyándose en un codo, recelo y enojo olvidados por un momento—. ¿Te mandaron aquí por tener un accidente? Creo que eso es espantoso.
    —Podrían haberlo hecho... Debieron hacerlo, por lo que hice. Pero estoy aquí para vigilar a Gryf.
    —¿... y para protegerlo? ¿Cómo permitiste que lo metieran en la caja?
    —Conoces suficientemente a Gryf para saber que... Yo no estaba aquí sólo para asegurarme de que viviera. Tenía que obligarle a volver con su equipo —Miria titubeaba—. Quería que él... resarciera mi fracaso.
    —¿Por qué él tiene que ser responsable?
    —Porque somos lo mismo.
    —Miria, no te comprendo.
    —Él tenía la misma función que yo, en un equipo distinto. Para proyectos importantes hacemos dos grupos y los mantenemos separados, al objeto de confirmar las líneas alternativas de investigación o desarrollo. Gryf es mi transhermano. Es decir, lo que nosotros denominamos tetrahijos de los mismos padres en parejas opuestas —Miria se rascó la cabeza—. Jamás se pretendió que él fuera un trans, naturalmente, pero no tenía importancia para el trabajo. Yo incapacité a mi equipo... Creía que debía evitar que Gryf incapacitara al suyo. Me siento responsable.
    —¿Qué sucederá ahora?
    —Ahora... Ya no soy una tetra, Kylis —Miria cogió las manos de la muchacha—. No tengo voto. Pero tengo voz, y haré todo lo que pueda para persuadirles de que lo liberen.
    —Miria, si tú pudieras...
    —Tal vez no pueda hacer nada mejor que evitar que vuelvan a mandarlo aquí.
    —¿Por qué has cambiado de opinión?
    —Debido a lo que tú me contaste. He pensado en eso todo el tiempo que Gryf estuvo en privación. Lo que estaba haciendo con él al forzarlo a compartir mis lealtades... ¡Casi lo he matado! Permití que el Lagarto lo torturara. Tú sabías mejor que yo lo que eso podía significar.
    —Pero él está bien, ¿no? Dijiste que está perfectamente...
    —Lo está —dijo rápidamente Miria—. Lo estará. Superó las drogas y se puso en un trance profundo. No he mentido. Pero yo no tuve nada que ver con lo de liberarlo antes de que acabaran con él. Ahora comprendo lo sucedido. Al cabo de dos días comprendí que Gryf debía salir, pero el Lagarto no aparecía y no replicaba mis mensajes. El confiaba en quebrarte para sus deseos y quebrar a Gryf para los míos... Puesto que no pudo
    —la voz de Miria era tensa—, por fin le dio miedo mantener a Gryf por más tiempo allí. Os he causado mucho dolor. Espero que algún día estéis todos juntos y felices, y podáis perdonarme.
    —Miria, me gustaría...

    El rugido de un avión ahogó sus palabras. Kylis alzó los ojos, sorprendida. Todo el tiempo que había estado en Tapón Roscado, jamás había visto u oído un avión. El Continente Norte estaba demasiado lejos, y aquí no había lugar para aterrizar.

    —Tengo que irme. No debí abandonar a Gryf, pero tenía que hablar contigo.

    Miria ayudó a Kylis a levantarse y salir del refugio. La muchacha aceptó la ayuda y la agradeció. Se sentía tambaleante. Vadearon sombras relucientes mientras la luz de Miria giraba en su cadera.

    —Kylis —dijo lentamente Miria—. No sé qué sucederá. Confío en poder liberar a Gryf. Intentaré ayudarle, y a Jason. Pero el Lagarto sirve bien al gobierno. Tal vez entiendan que él tenía razón y yo estaba equivocada. Pase lo que pase, llevará tiempo, y quizá no pueda hacer absolutamente nada. No quiero engañarte.
    —Comprendo.

    Jason no se hallaba en menos peligro ahora, ni la misma Kylis. Pero al menos Gryf estaba a salvo. Durante algunos momentos Kylis podía dejar de lado su temor frente al gozo de que él estuviera vivo.

    Entraron en el alargado claro del recinto y llegaron a la senda que conducía al refugio de los prisioneros. Kylis distinguió el avión de despegue vertical suspendido en el aire. El aparato descendió lentamente, en línea recta, hasta quedar fuera de la vista al otro lado del montículo. Sus motores deceleraron.

    —No puedo llevarte a tu refugio —dijo Miria—, lo siento...
    —Pero puedo llegar contigo, ¿verdad? Por seguridad...
    —Gryf ya estará en el avión, Kylis. No te permitirán verlo.
    —Bueno —dijo Kylis, resignada—. Regresaré sola desde aquí.
    —¿Seguro? ¿Estarás bien? Kylis asintió.
    —Por ahora...
    —Sí...

    Miria vacilaba. Tenía verdaderas ansias por llegar al avión, pero también le costaba dejar sola a Kylis.

    —Continúa —dijo la muchacha.
    —Sí... Tengo que hacerlo —dudó un instante más, después se inclinó rápidamente y abrazó a Kylis. Por último, murmuró—: Este lugar es tan terrible... Voy a cambiarlo como sea. Se volvió bruscamente y se apresuró en marcharse.

    Miria caminó perfilada contra las luces y la linterna. Kylis contemplaba cómo se iba. Al menos ahora podía tener esperanzas. Comprendió que debía buscar a Jason y contarle todo, pero muy particularmente que Gryf estaba vivo y fuera de la prisión. Quizá para ser libre. Entonces podría ponerse en contacto con la familia de Jason...

    —Oh, dioses —gimió Kylis—. ¡Miria! ¡Miria, espera! Corrió hacia el coto, tambaleándose por el agotamiento.

    Llegó al montículo por encima de la valla justo cuando Miria apoyaba su palma en la cerradura. La puerta giró y se abrió.

    —¡Miria!

    Temía que Miria no le oyera con los motores del avión, ya dentro del coto. Pero gritó una vez más, deslizándose montículo abajo. Miria se volvió, y se reunió con Kylis entre el montículo y la valla, cogiendo a la muchacha del codo para sostenerla.

    —La familia de Jason —dijo Kylis, jadeante—. Sol Rojo cree que él es simplemente un transeúnte, pero no es así. Si su gente supiera que está aquí, lo rescatarían —recordaba buena parte del nombre de Jason y su apellido familiar, y lo dijo a Miria—. ¿Podrás avisarles, enviar un mensaje?

    Los ojos de Miria se ensancharon.

    —¿Ese es él? Kylis asintió.
    —Deberá tener mucho cuidado para mantener en secreto su identidad, pero procuraré hacerlo, Kylis. Sí —repentinamente se puso seria—. Estarás sola... —Estoy bien a solas. Siempre he estado sola. Sé protegerme, pero no puedo proteger a Jason del Lagarto. ¿Lo harás? ¿Lo prometes?
    —Lo prometo.

    Kylis estrechó las manos de Miria durante un momento y las soltó. Miria entró en el coto y subió a bordo del avión. Los motores rugieron, y el avión se elevó, planeando hacia adelante como un aerodeslizador por la entrada. Libre de la valla, el aparato ascendió más hasta superar la altura de las plantas del pantano. Aceleró directamente hacia el norte.

    Kylis contempló el avión hasta que se perdió de la vista. Sintió pena de no haber visto a Gryf, pero ahora creía en Miria; podía creer que él vivía.

    En la tenue y tenebrosa luz del amanecer, mientras Kylis se alejaba, los ásperos focos fueron amortiguando su luz uno a uno.


    Fin

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      - TITULO
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      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
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