Publicado en
febrero 02, 2014
Convencida de que debía tratar de darle otra oportunidad a Roberto, mi tía Eulogia aceptó hacer un cuestionario, ayudada por la Domitila, para saber si él estaba preparado para reiniciar la relación.
Por Elizabeth Subercaseaux.
La tía Eulogia jamás ha hecho nada como el resto de los mortales. Es como si hubiese nacido con una curiosa estrella en la frente. Ella siempre había tenido su propia manera de hacer las cosas, hasta en su trabajo, cuando empezó como detective y cuando decidió dejarlo. Por eso no es de extrañar que cuando llevaba casi dos años con Jack, separada de Roberto (para siempre, según ella), acosada por ambos, pues los dos querían casarse (cazarla), decidida a despejar todo lo que estaba dividido en su vida, enfrentó a Roberto. Lo llamó por teléfono, lo citó a un bar y allí lo sometió a un largo interrogatorio del cual dependería su futuro.
La noche antes, lo había conversado con la Domitila. En realidad, la idea original fue de la Domi. Empeñada en que la tía Eulogia volviera con Rober insistió en que mi tía Eulogia debía darle una segunda oportunidad.
—¿Segunda oportunidad? ¡Pero si le di 20 mil mientras estuvimos casados! Cada día que pasamos juntos tuvo la oportunidad de hacer algo para salvar nuestro matrimonio. ¿Qué más quieres que haga, Domi? ¿Que parta en busca del tiempo perdido, como Proust?
—No me refiero a repetir la experiencia, sino a otro tipo de oportunidad. Un examen, por ejemplo, un buen interrogatorio para evaluar si don Rober está o no está preparado para reiniciar una relación con usted. Una relación renovada. Con un buen entendimiento. Como debió de haber sido. Eso es todo.
—¿Qué quieres que le pregunte?
—Cosas básicas. Lo que debió preguntarle antes de casarse con él, pero como nunca es tarde, la invito a que nos sentemos y preparemos un cuestionario, algo que toda mujer debería hacerle a su novio antes de pararse con la mente en blanco frente a un cura y decir "sí" a tontas y a locas.
Y así fue como se instalaron en el escritorio de mi tía Eulogia y estuvieron toda la tarde escribiendo preguntas que, a juicio de la Domitila, podían servir para saber si convenía o no reiniciar la vida junto al perejiliento de don Rober.
Esa noche, la tía Eulogia durmió tranquila. Mal que mal las ideas de la Domi no eran tan malas. El cuestionario les quedó genial. Si Roberto lo aprobaba, despacharía a Jack y volvería con su marido de toda la vida. Si no lo aprobaba despacharía a Jack de todas maneras — estaba cansada de sus ruegos y presiones— pero se quedaría sola, libre, sin marido, sin amante y sin pareja "por el momento", se dijo mirándose al espejo y apartándose un coqueto mechón de cabello que le caía sobre la frente.
Al día siguiente, a las seis de la tarde, Roberto llegó al bar. Llevaba traje nuevo, corbata de seda italiana, mocasines argentinos. Se había echado colonia de limón y una crema en la cara para que el cutis no se le viera brillante. La tía Eulogia nunca lo había visto tan atractivo. Lo miró y le dio miedo ceder a sus encantos antes de hacerle el cuestionario que había preparado con la Domi.
—Siéntate aquí — le dijo dominando su inquietud y señalándole una silla junto a la suya.
—¿De qué se trata esto? — preguntó, divertido, Roberto.
— Quiero saber si estás preparado para reiniciar una vida juntos, Roberto — le dijo la tía Eulogia.
—¿Estás hablando en serio? —sus ojos se abrieron como platillos voladores y su corazón empezó a latir con fuerza.
—Sí, pero no te hagas ninguna ilusión hasta no aprobar el examen que voy a hacerte.
—¿Vas a someterme a un examen?
—Sí, señor. Si apruebas, conversaremos sobre la posibilidad de casarnos de nuevo. Si no, seguimos tan amigos como ahora.
"Esto tiene que haber sido idea de la Domitila", pensó Roberto, pero se cuidó de no abrir su boca.
—Adelante. Soy todo oídos, pregunta lo que quieras.
La tía Eulogia sacó sus papeles de una cartera y se lanzó:
—Primera pregunta: ¿Por qué sentías que te faltaba una extremidad cuando no tenías el control remoto en la mano?
Roberto respiró profundo.
—Porque el control remoto era mi última posibilidad de controlar algo en nuestro hogar. El control remoto es para un hombre lo que para una mujer es su cartera; es su mundo, su bastión de poder, su área restringida, su último fetiche... Créeme, si perdía el control remoto, lo perdía todo.
—De acuerdo — asintió la tía Eulogia, aparentemente conforme con la respuesta—. Segunda pregunta: ¿Por qué en casi 20 años no fuiste capaz de comprender que la taza del desayuno no levita sola hasta el lavaplatos?
Roberto tardó un rato en asimilar la pregunta y luego respondió con cara de arrepentido:
—Sí, no puedo negarlo... Es cierto que a veces debía salir rápidamente y dejaba el plato y la taza en la mesa, pero solo lo hacía en raras ocasiones. Hay maridos que en forma perpetua evitan lavar la taza y el plato.
—Mmmm —dijo la tía Eulogia no muy convecida con esta respuesta—. ¿No se te ocurre nada mejor?
Roberto sintió un temblor en el alma.
—Por flojo, por tonto, por desconsiderado, por machista, por mal acostumbrado, por culpa de mi mamá que nunca me dijo "hijito, lleva la taza al lavaplatos" —dijo entonces, sin tomar aire ni una sola vez.
—Bien. Tercera pregunta: ¿En qué hecho empírico e irrefutable sustentabas esa máxima de que las mujeres manejamos mal?
—En el hecho empírico e irrefutable de mi observación diaria sobre la forma como manejabas durante años. Pasando las luces rojas. Pegándote al auto delantero. Torciendo a la derecha, en lugar de hacerlo a la izquierda. Saltándote los letreros de STOP (PARE). Chocando con los autos cada vez que te estacionabas. Eulogia, yo no sé cómo conducirán sus autos las otras mujeres, pero sí puedo asegurarte que tú eres la peor conductora del mundo.
—Mmmm. Pasemos a la siguiente: ¿Por qué siempre preguntabas "en qué puedo ayudar", en lugar de tomar la iniciativa y hacer lo que tenías que hacer?
Roberto se rascó la cabeza. Para esta no tenía una respuesta apropiada, que dejara satisfecha a Eulogia.
— Bueno, porque, tal vez no había que ayudar en nada. También existía la posibilidad de que me dijeras "no te preocupes, yo lo hago". Entonces si en lugar de preguntar "en qué puedo ayudar", tomaba la iniciativa, me habría pasado la vida haciendo cosas en la casa. ¿No te parece, querida?
—¡Me parece! ¡Claro que me parece! El matrimonio es como un tango. Se necesitan dos para bailarlo.
— ¡Ay, Eulogia! ¿Por qué será que las mujeres tienen ese afán de que los hombres las ayuden en todo? ¿Acaso yo te pedía que fueras a mi oficina y me ayudaras a traducir al inglés las cartas que debía enviarles a mis clientes?
—Vamos a otra —dijo Eulogia, riéndose entre dientes, mientras pensaba: "Pillo, bribón" — . Siguiente pregunta: ¿Por qué los hombres pueden ser sex symbols a los 60 y andar con mujeres jóvenes, en cambio las mujeres mayores ya no pueden, a menos que sean Demi Moore o Madonna?
Roberto se iluminó:
—¿Y de dónde sacaste que una mujer de 60 no puede ser sex symbol? Todas pueden, mujer, el problema es que no se atreven. Están atreviéndose a ser presidentas y aún no se atreven a ser más jóvenes sexualmente a los 60. Pero ya viene ese cambio también. No te preocupes, mi reina, en 20 años más, cuando cumplas 60, Eulogia mía (le lanzó un beso), vas a ser mi musa, mi Marilyn, mi Demi... ¡Te lo juro por mi calva
—Mmmm... me hubiera gustado que hubieses hecho esta misma reflexión cuando yo andaba en los 30 y tú perseguías a la flaca de la esquina... Ultima pregunta, Roberto: ¿Por qué las mujeres somos casi perfectas?
—Porque vienen de la costilla del hombre —contestó Roberto en el acto, y como entre los latinoamericanos él ganaba todos los premios de la perejiliencia, no se dio cuenta de que con esa dichosa frase estaba cavando su tumba.
— ¡Desaprobado! — gritó la tía Eulogia—. No hay caso contigo. No vas a aprender nunca. No hay segundo matrimonio...
— ¡No me digas! No me hagas esto, Eulogia, por favor.
—Bueno, voy a darte una última oportunidad, si contestas esta pregunta en forma satisfactoria, reconsideraré la posibilidad de aprobarte: ¿Qué es lo que te gusta de mí?
—Todo — dijo Roberto cayendo de rodillas—. Tu rostro, tu inteligencia, tu manera de dormir, tu cara por la mañana, tu manía de chocar al vecino cada vez que sacas el auto, este cuestionario, todo, hasta lo que no me gusta, me gusta... ¿estoy aprobado?
Por toda respuesta, Eulogia sonrió.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 07 DEL 2006