¡AL FIN DEJÉ EL CIGARRILLO!
Publicado en
febrero 02, 2014
Cada año, miles de personas rompen con el hábito de fumar. ¿ Cómo lo logran? Un periodista francés decidió averiguarlo... y ahora también él es un ex fumador.
Por Eric-Jean Carle.
A LOS 13 años empecé a fumar a hurtadillas junto con otros chicos. Años más tarde, al matricularme en el Centro de Formación de Periodistas, ya fumaba una cajetilla de cigarrillos por día. Mi adicción se afirmó aun más en la sala de redacción —siempre llena de humo— de noticias locales.
En 1977 trabajé durante varios meses para la Comisión Francesa para la Educación Sanitaria, organismo creado por el Ministerio de Salubridad con el fin de informar al pueblo sobre los peligros del tabaco. Cierta tarde me pregunté: ¿Cómo puedo aconsejar a otros que dejen de fumar, si al terminar el día el cenicero de mi oficina está atiborrado con 30 colillas? Fue entonces cuando decidí abandonar el cigarrillo.
La lectura de varios informes médicos me dio ánimos para dejar el hábito. Estaba perfectamente al tanto de que el tabaquismo mata a 70.000 personas cada año, o sea, cinco veces más que los accidentes automovilísticos; que nueve de cada diez enfermos de cáncer pulmonar fuman, y que la costumbre de consumir una cajetilla de cigarrillos diaria reduce en ocho años la esperanza promedio de vida. La lectura de cifras como estas siempre me movía a apagar en ese mismo momento el cigarrillo. Pero a las pocas horas, al olvidar la advertencia, volvía a encender otro sin darme cuenta.
Por fin, en abril de 1977, armado de determinación, planeé la ruptura definitiva con mi venenoso vicio. Esta empezaría el día de mi cumpleaños... luego, cuando saliera de vacaciones... después, al regresar de estas; los "días decisivos" pasaban en vana sucesión. Seguía pensando en olvidarme del cigarrillo, pero en realidad no me lo había propuesto con firmeza.
Al desarrollar mi trabajo, me enteré de que millones de fumadores sufren este tipo de crisis de rechazo al tabaco. Una encuesta de la Empresa Francesa de Investigaciones y Estudios, mostró que a uno de cada dos fumadores franceses les gustaría renunciar al hábito. Muchos lo intentan: lo logra el 30 por ciento de ellos; los demás fracasan.
¿Cómo hace esa minoría para tener éxito? Interrogando a ex fumadores, médicos y diversos especialistas, descubrí que hay tres categorías de ex fumadores, los que dejan de fumar al primer intento; otros, más numerosos, que mediante un gran esfuerzo elaboran métodos basados en el estudio concienzudo de su adicción, y, finalmente, aquellos que recurren a alguna cura para el tabaquismo de las muchas que hay.
Todo fumador anhela ser parte del primer grupo, el de los que abandonan el cigarrillo por pura fuerza de voluntad. Un ejemplo ilustre es el del general Charles de Gaulle, gran fumador, quien en 1947 dejó el tabaco de la noche a la mañana. "Es sencillo", explicó después. "Le conté a todo el mundo que había dejado de fumar. Después de eso, no podía echarme atrás".
Los ex fumadores de esta clase confirmaron que el primer paso —la decisión de dejar de fumar— es el más difícil. Pero en cuanto se deciden, se sorprenden de lo bien que la pasan sin el tabaco. "La renuncia ( al hábito ) es mucho menos difícil de lo que la gente piensa", declaró uno de ellos. Algunos consideran el hecho como un desafío para probar que son más fuertes que su vicio; otros hacen apuestas con sus amigos, y el orgullo les lleva a ganarlas. Estas personas descubren recursos interiores que nunca antes pensaron poseer.
Con todo, en la mayoría de los casos el deseo de renunciar al tabaquismo es reforzado por un motivo de mayor importancia: la aspiración de llevar una vida más sana... y más prolongada. El ansia de inhalar aire fresco, la tos persistente o la fatiga crónica son motivos que deciden a algunos. Con frecuencia, el miedo lleva a dar el primer paso hacia la cordura.
"Después que sufrí un fuerte ataque de gripe", me confesó el ingeniero Robert Quillet, "consulté a mi médico. Me revisó la garganta y, sacudiendo la cabeza, me dijo: Mi amigo, ¡ha llegado el momento de dejar de fumar! De pronto, cobraron significado para mí las numerosas enfermedades causadas por el tabaco. En ese momento juré nunca volver a fumar; lo hice por mi salud, pero también porque mi esposa y mis hijos me necesitan. He cumplido mi promesa durante cuatro años".
Pocos son los fumadores que se quedan indiferentes al atestiguar el sufrimiento de algún familiar o amigo. He conocido a docenas de fumadores convertidos por el temor, entre los que se cuenta André Michel, albañil de oficio, quien dejó de fumar poco después que su mejor amigo muriera de cáncer pulmonar. "Fueron muchos los cigarrillos que juntos consumimos en las obras", me confió, "Es estúpido morirse por fumar. Yo no quiero acabar en esa forma". Lo acepten o no (los hombres, en particular, se niegan a admitir que sienten temor), el miedo es el motivo principal que lleva a los fumadores a abandonar el vicio.
Los que aún se resisten a aplastar la última colilla deberían tener en cuenta el peligro que ello representa para su familia. Los hijos de fumadores tienen disminuida la resistencia contra ciertas enfermedades, además de que el deseo de imitar a sus padres tiende a convertirlos al vicio. "Hay fumadores que detestan detenerse a meditar en esto porque se les hace cargo de conciencia", me contó el Dr. André Grobglas. "Aun así, es como un ejercicio para aumentar la fuerza de voluntad".
Por experiencia propia, sé que no deben desalentarse los fumadores que en un principio son incapaces de dejar el hábito. Cuando me embarqué hacia mi nuevo mundo libre de cigarrilos, no tenía la menor idea de cuánto resistiría al deseo de fumar. A los pocos días sucumbí a la tentación. Según descubrí, dos terceras partes de los aspirantes a ex fumador pasan por la misma desgracia: cada repentino antojo de un cigarrillo, sobre todo después de comer, es como un golpazo en pleno vientre. El tabaco puede encontrar la grieta más pequeña en la armadura de su adversario. Se acepta un cigarrillo y se aceptan muchos más, y pronto se está fumando igual que antes. Pero no se rinda; la pura persistencia puede permitirle derrotar al tabaquismo.
La experiencia prueba que el perder una batalla no significa perder la guerra... siempre y cuando se ponga uno a meditar en las causas del fracaso. "No me gusta perder",declaró el fabricante Jean-Jacques Etard. "Cuando los negocios no andan como es de esperarse, averiguo la causa y adopto las medidas necesarias para remediar la situación. Apliqué este principio al luchar contra el hábito de fumar y finalmente encontré los métodos más convenientes para mí".
Algo como esto es lo que el Dr. Yves Nadjari, del Hospital Cochin de París, aconseja a sus pacientes que hagan. Todos los días, estas personas anotan los momentos y las circustancias en que fuman. Los que dejaron de fumar y reincidieron especifican por qué y cómo cayeron en la trampa. Con base en estas notas, cada fumador —de acuerdo con su carácter, hábitos y modo de vida—puede idear la manera de evitar el cigarrillo.
Este procedimiento tiene un fundamento lógico: en estudios sicológicos se ha demostrado que el tabaco es una respuesta a ciertos deseos y rasgos de carácter de los fumadores: los que están sometidos a tensiones fuman para desahogarse o estimularse; los tímidos intentan esconder la falta de confianza en sí mismos tras una cortina de humo; los nerviosos se tranquilizan por los gestos rituales que les permiten mantener ocupadas las manos. El reconocimiento de circunstancias como estas puede ayudar al lector a modificar su conducta y a distraerse de la atracción del cigarrillo.
Cuando emprendí el ataque final contra el tabaquismo, adopté un plan que combinaba las técnicas utilizadas por una multitud de ex fumadores. Para empezar, modifiqué mi programa de actividades cotidianas para evitar, en la medida de lo posible, las circunstancias en que fumaba. Por ejemplo, en lugar de beberme cinco tazas de café al día, tomaba zumo de frutas y hacía ejercicios respiratorios. Además, renuncié a mi amado filete a la pimienta y evité asistir a fiestas sociales.
También dejé de ver televisión, pues solía fumar mientras miraba algún programa. En vez de ello, pasaba más tiempo con mi familia y por las noches asistía a clases de yoga y gimnasia. Ahora ya no ordenaba mis pensamientos fumando, sino respirando pausadamente, concentrándome en el tema y eliminando poco a poco toda idea ajena. En pocas semanas fui capaz de escribir sin tener que fumar.
Muchos fumadores que fracasan repetidas veces en su intento por dejar el hábito, logran al fin el éxito gracias a algún tratamiento de los que han surgido en fecha reciente. Por ejemplo, casi todos los hospitales de las principales ciudades francesas ofrecen servicios especiales para los fumadores, incluida la acupuntura. La atención es costeada por el sistema de Seguridad Social. Además, en locales del Ayuntamiento o de algunas empresas industriales, semanalmente se celebran sesiones de grupo organizadas por la Liga por la Vida y la Salud y la Comisión Nacional contra el Tabaquismo, en las que se intenta persuadir a los fumadores a que renuncien al vicio. Las farmacias venden diversos auxiliares contra el tabaco, y los médicos han recibido en su consultorio a técnicos que aplican diversos tratamientos, incluida la hipnosis. Hay mucho de donde escoger; cualquiera que esté dispuesto a dejar de fumar debería recurrir a algún organismo que lo oriente, para conocer las opciones y saber cuál es la que mejor se adapta a su caso.
Independientemente del método adoptado, lo importante es atacar con valor y no perder de vista la meta. Si se conocen bien las dificultades, es más fácil aceptar —y superar— las reacciones temporales provocadas por el abandono del cigarrillo (aumento de peso, nerviosismo, agresividad).
Han pasado más de cuatro años desde que dejé de fumar. Hoy puedo dar fe del alborozo de despertarme sin la tos matutina ni la mente confusa del fumador. Día a día disfruto la sensación del aire fresco que llega a mis pulmones, y, lo más importante de todo, tengo la satisfacción de saber que soy más fuerte que mi adicción. Ya hoy, al cabo de muchos años de molestias, remordimientos, amarguras, puedo unir mi voz a la de miles que exclaman: "¡Al fin dejé el cigarrillo!"