Publicado en
enero 12, 2014
Por Pedro Jorge Vera.
Afirma el chileno Fernando Alegría que la familia Sangurima creada por el ecuatoriano José de la Cuadra, mucho se parece a los Buendía, la parentela fabulosa del colombiano Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Esto no hace más que confirmar las similitudes de nuestros pueblos latinoamericanos, con iguales raíces y desenvolvimientos dramáticos semejantes en su diversidad.
Los Sangurimas -ese prodigio de realismo e imaginación- fue la única novela completa de Cuadra, ya que la otra, Los monos enloquecidos, quedó reducida a un torso que tras una serie de peripecias, fue al fin publicada en 1951. Lástima grande ciertamente, pues -como señala Jorge Enrique Adoum en una nota a las Obras Completas del narrador guayaquileño- concluída Los monos, "seguramente habría constituido la más asombrosa creación que América Latina hubiera aportado a la novela de aventuras".
De cualquier manera, con su extinción temprana a los 38 años de edad, de la Cuadra fue un novelista truncado. Escritor de cuentos -de los más realizados del subcontinente-, se resistió muchos años a incursionar en la novela. "Yo soy como el gallo -decía-: acabo muy rápidamente." Cuando se decidió a escribir relatos largos, intervino la muerte y se fue llevando a quien estaba llamado a ser uno de los más poderosos narradores de las letras latinoamericanas.
Se realizó a plenitud en el cuento, allí están Banda de pueblo (que llegó a la categoría de nouvelle), Guásinton, La Caracola, La Tigra, La selva en llamas, y tantos otros relatos ejemplares. No pudo hacerlo en la novela, género en el que habría llegado tan lejos, como lo demuestran Los Sangurimas y las páginas incompletas de Los monos enloquecidos.
HERMANO MAYOR
"A mi madrina Leonor, de su ahijado que la quiere. José de la Cuadra. Yokohama, 1924": más o menos así rezaba la dedicatoria de la fotografía que veíamos diariamente sobre el piano paterno de nuestra casa de la Plaza del Centenario. Pepe -así lo llamábamos los Vera, que crecimos junto a él como sus hermanos menores- nunca había estado en el Japón, nunca había salido del país. Firmaba en Yokohama, para compenzar su hasta entonces frustrada ansia por conocer el mundo, lo cual sólo lograría una década después, cuando hizo un viaje -ya escritor conocido- a Chile y Argentina.
Mi infancia está llena de recuerdos de Pepe. El primero, las visitas que hacía a mi lecho de enfermo donde padecía de una afección renal que parecía incurable. Después, los juegos con soldaditos de plomo, la convivencia en su casa de Junín y Chimborazo, cuando la salud de mi madre determinó que, para no interrumpir los estudios, los hermanos Vera quedaran al cuidado de la adorable Anita, la madre de Pepe, durante varios meses. La obsesión de Pepe por tierras lejanas y exóticas era tal, que mandó confeccionar unos extraños asientos a ras del suelo, que él llamaba "sillas chinas". Una noche, sus huéspedes infantiles nos convertimos en sus valets, ayudándolo a acicalarse para una recepción de campanillas a la que debía asistir vestido de etiqueta.
Los recuerdos abarcan también la adolescencia y la juventud. Aún conservo una colección de cuentos norteamericanos, con estas cariñosas palabras: "A Pedrójor Vera, con ocasión de la lectura de Hacia la escuela. 35. Cuadra." Se trataba de mi primer ensayo de cuento, que no lo conservo, no obstante haberse publicado en una revista universitaria.
Para entonces, mientras yo hacía mis pininos literarios (a instancias de Gallegos Lara y del mismo Cuadra), ya existía el Grupo de Guayaquil, no como organización que nunca lo fue, sino consagrado así por la crítica extranjera. Frecuentemente, Pepe me llevaba a su casa de la calle Aguirre o de la calle Chimborazo, a leerme una nueva narración, mientras acariciaba al gato que nunca faltó en su casa. Yo escuchaba con toda atención y alguna vez me atrevía a formular alguna observación, lo cual -acogiérala o no- le agradaba muchísimo.
MARXISMO Y BOHEMIA
Cuadra fue el autor de la fórmula "literatura de denuncia y de protesta", que aunque algún crítico la encuentra inadecuada, expresaba su posición frente a las letras. Nunca se afilió a partido alguno, pero se identificó con la izquierda, al punto de que cedió gratuitamente su casa de Junín, para el funcionamiento del naciente Partido Comunista.
Consumía alcohol con moderación pero con entusiasmo. Renegó de un escritor: "¿Cómo crees que puede escribir algo bueno si jamás se ha tomado un trago? Ya lo dijo Horacio: 'Desconfiad de los versos escritos por los bebedores de agua'" . Bebiendo lo despedimos hasta el barco que lo llevaría a Valparaíso, cuando al fin realizó su sueño de salir al extranjero.
UNA HISTORIA DE AMORIOS
Siendo mi profesor de Economía Política, los dos "pololeábamos" (en la parla chilena), sin saberlo él ni yo, con una linda muchacha, cuya debilidad era flirtear con los escritores y también con los aspirantes como era mi caso. Pepe llevaba las de ganar, por su madurez y por su prestigio. Pero la dama nos daba bola a ambos... y quizás a algún tercero también. Una noche en que yo "tiraba pescuezo" desde la acera, Cuadra bajó de un taxi y al sorprendernos en romántico coloquio, se golpeó la frente, dio media vuelta y volvió al vehículo. Dos días después, al salir de clase, me cogió aparte para decirme: "Nuestra amiga nos ha estado jugando sucio. Dejémosla con las ganas"
INTENTO DE ENJUICIAMIENTO
Para intentar un juicio sobre Cuadra, hay que referirse a su Grupo de Guayaquil, o mejor aún, a la Generación del 30, por más que cada uno de sus componentes sea dueño de su propia parcela y de que cada uno toque su tambor.
Pero lo principal de esos grandes escritores (aparte del Grupo de Guayaquil, sólo hablo de Icaza y Palacio) es que -sin saberlo a plenitud- los siete efectuaron una revolución cultural, no sólo porque agitaron y removieron las quietas (mejor seria decir estancadas) aguas de nuestra narrativa, sino porque, además, dieron un nuevo sentido, un nuevo contenido, una nueva orientación a nuestro relato; más aún: me atrevo a decir lo mismo de todo nuestro quehacer cultural. A partir de 1930, cambian la problemática y la perspectiva, no sólo de la literatura, sino también de los estudios históricos, sociológicos, económicos. La sangre derramada en las calles de Guayaquil en 1922, no lo había sido en vano del todo, pues si no hubo sanción legal para los responsables, la conciencia ecuatoriana tuvo un avance trascendental. Y los pioneros de este cambio fueron los narradores de 1930.
Comprometido con la realidad, pero también con la literatura -como lo señala Adoum de los siete, Cuadra era el más consciente de las limitaciones de la obra de ficción, pero también de su importancia relativa. Su exabrupto "¡Maldita sea la literatura!" ha de entenderse como un reconocimiento desesperado de que su obra no iba a componer el mundo. "Pero -me dijo una vez- si no escribimos ¿qué hacemos si no servimos para poner bombas ni siquiera para organizar al proletariado?"
Mientras más años pasan, mayor es el reconocimiento de que la obra de Cuadra está entre las grandes de la literatura latinoamericana, pese a su parvedad. Conocimiento de la realidad, imaginación fértil, composición matemática del relato, dominio del idioma y de la parla montubia: todos estos factores confieren a sus novelas y sus cuentos un sitio de honor en las letras continentales.
EL CONTACTO FINAL
Estando yo en Chile en plan de trotamundos, recibí carta de Pepe pidiéndome gestionar la edición de una selección de sus cuentos. Me disponía a hacerlo cuando me escribió mi hermano Alfredo informándome del temprano deceso de quien estaba destinado a ser uno de los grandes escritores de la lengua.
En 1942, entrando al golfo en un viejo caletero chileno, al pensar que Cuadra ya no leería las páginas de la novela inconclusa (Los animales puros) que traía en la maleta y no me ayudaría con su sabiduría y su generosidad, no pude contener las lágrimas. En esta breve nota quiero honrarlo insertando el soneto que leí en el homenaje a Pareja Diezcanseco por sus 80 años de edad. Literaria y humanamente formaron parte de la misma inspiración y el mismo esfuerzo.
GRUPO DE GUAYAQUIL
Pepe Cuadra a caballo y en canoa
revelando el montubio al mundo entero.
Cojo Joaquín Gallegos, fiel viajero,
de su barco que sólo es alma y proa.
Los cholos cobran vida en Aguilera
con sus islas, esteros y manglares.
Enrique Gil se junta con sus pares
y atiza el fuego de la gran hoguera.
Sencillo y natural, sin alharacas,
trayendo Baldomeras y Beldacas,
Pareja ejerce oficio dé alfarero.
Grupo de Guayaquil, padres, hermanos,
en nuestros viacrucis cotidianos,
los cinco como un puño justiciero.