LINEA DIVISORIA (James Blish)
Publicado en
enero 26, 2014
Mucho antes de que la nave hubiera llegado a cincuenta años luz de su objetivo, los murmullos de descontento —que el capitán Gorbel, siendo como era un militar, consideraba como "deslealtad"— entre la tripulación de la Indestructible habían alcanzado un punto en que ya no era posible seguir ignorándolos.
Más pronto o más tarde, esa estúpida criatura con forma de foca terminará dándose cuenta, pensó Gorbel.
El capitán Gorbel no estaba seguro de si se entristecería o se alegraría cuando el Hombre Adaptado se diera cuenta. En cierto sentido, haría las cosas más fáciles. Pero sería un momento incómodo, no sólo para Hoqqueah y el resto del equipo pantrópico, sino para el propio Gorbel. Quizá sería mejor mantener controlada la válvula de seguridad hasta que Hoqqueah y los otros altairianos fueran depositados en... ¿Cuál era su nombre? Oh, sí, la Tierra.
Pero evidentemente la tripulación no estaba dispuesta a dejar que Gorbel contuviera tanto tiempo las cosas.
En cuanto a Hoqqueah, no parecía tener ningún centro de percepción en ningún lugar de su cerebro. Ni siquiera parecía incomodarse por el ambiente emocional reinante en la nave, del mismo modo que no le preocupaba el aire tenue y frío que mantenía la tripulación rigeliana dentro del aparato. Seguro en su abrigo de cálida grasa, los líquidos y amarronados ojos reluciendo alegres, permanecía sentado en el invernadero de proa durante la mayor parte del día de la nave, observando cómo crecía la estrella Sol en el negro cielo allá delante.
Y hablaba. ¡Dioses de todas las estrellas, cómo hablaba! El capitán Gorbel lo sabía ya todo acerca de la antigua —la realmente antigua— historia del programa de inseminación, más de lo que realmente hubiera deseado saber nunca, pero los nuevos datos seguían llegando. Aunque el programa de inseminación no era el único tema de Hoqqueah. El delegado del Consejo de Colonización había tenido una educación vertical, un corte muy fino a lo largo de un haz de campos de especialización muy diversos; en contraste, el entrenamiento de Gorbel se había abierto horizontalmente en abanico sobre el conjunto del tema del vuelo espacial, sin apenas tocar todo lo demás.
Hoqqueah parecía estar llevando a cabo un proyecto de ampliación de los horizontes del capitán, quisiera éste que se ampliaran o no.
—Tome, por ejemplo, la agricultura —estaba diciendo en aquel momento—. Este planeta que vamos a inseminar proporciona un excelente argumento para apoyar la tesis de una política agrícola a largo plazo. Allí solía haber junglas; era muy fértil. Pero los habitantes iniciaron sus vidas como granjeros con la utilización del fuego, y se suicidaron del mismo modo.
—¿Cómo? —dijo Gorbel automáticamente.
Si hubiera permanecido en silencio, Hoqqueah hubiera seguido de todos modos; y no valía la pena ser grosero con el Consejo de Colonización, ni siquiera en la persona de su representante.
—En su propia prehistoria, quince mil años antes de su fecha oficial cero, crearon claros para cultivos quemándolos. Luego plantaban una cosecha, la recogían, y dejaban que la jungla regresara. A continuación quemaban la jungla e iniciaban nuevamente el ciclo. Desde un principio, actuando de ese modo, barrieron la mayor abundancia de fauna que la Tierra hubiera conocido nunca. Además, el método era totalmente destructivo para la capa superficial del suelo.
Pero ¿aprendieron por ello? No. Incluso después de conseguir el vuelo espacial, ese método de cultivo estaba estandarizado en gran parte de las áreas de jungla aún existentes, pese a que por aquel entonces la roca desnuda estaba ya asomando por todas partes.
Hoqqueah suspiró.
—Ahora, por supuesto, ya no hay junglas. Tampoco hay mares. No hay nada excepto desiertos, roca desnuda, un frío terrible y un aire tenue pobre en oxígeno; así lo verían sus habitantes si hubiera quedado alguno de ellos. Los cultivos de tierra quemada no fueron los únicos responsables, por supuesto, pero ayudaron.
Gorbel lanzó una rápida mirada a la encorvada espalda del teniente Averdor, su ayudante y piloto. Averdor había conseguido evitar dirigirle la palabra a Hoqqueah o a cualquiera de los demás pantropistas desde el inicio del viaje. Por supuesto, no se le había pedido que asumiera la carga diplomática que ello suponía —eso era tarea de Gorbel—, pero sus esfuerzos por evitar incluso las relaciones normales con los hombres-foca estaban empezando a hacerse demasiado evidentes.
Más pronto o más tarde, A verdor iba a estallar. No podría culparse de ello a nadie excepto a él mismo, pero eso no impediría que todo el mundo a bordo sufriera las consecuencias.
Incluido Gorbel, que perdería a un piloto y ayudante de primera clase.
Sin embargo, estaba evidentemente más allá de la autoridad de Gorbel ordenarle a Averdor que hablara con los Hombres Adaptados. Sólo podía sugerirle que condescendiera a mantener la mínima cortesía mecánica, por el bien de la nave. Pero cuando lo hizo, únicamente recibió como respuesta una de las más pétreas miradas que Gorbel había visto jamás en Averdor, quien había estado navegando con el capitán durante más de treinta años galácticos.
Y lo peor de todo era que, como ser humano, Gorbel estaba completamente del lado de Averdor.
—Tras un cierto número de años, las condiciones cambian en cualquier planeta —balbuceó solemnemente Hoqqueah, agitando un brazo parecido a una aleta de modo que incluyera a todos los puntos de luz fuera del invernadero. Estaba volviendo a su obsesión primordial: el programa inseminador—. Es lógico insistir en que el hombre tiene que ser capaz de cambiar con ellas; o en caso contrario, tiene que establecerse en algún otro lugar. Suponga que hubiera colonizado solamente los planetas de tipo terrestre. Ni siquiera esos planetas seguirán siendo eternamente de tipo terrestre, no en sentido biológico.
—¿Por qué tendríamos que limitarnos únicamente a los planetas de tipo terrestre? —dijo Gorbel—. No es que yo conozca mucho acerca de ese lugar, pero las especificaciones no lo hacen sonar como un planeta óptimo.
—Evidentemente —dijo Hoqqueah, aunque, como de costumbre, Gorbel no sabía a qué parte de su propio comentario estaba dando su asentimiento Hoqqueah—. No tiene ningún valor desde el punto de vista de la supervivencia el adecuar permanentemente a una raza a un conjunto inmutable de especificaciones. Tiene que evolucionar con el universo, a fin de que pueda independizarse de cosas tales como el envejecimiento de los mundos o las explosiones de sus estrellas. ¡Y mire los resultados! El hombre existe ahora en tantas formas que siempre hay un refugio en algún lugar para cualquier pueblo amenazado. Eso es un gran logro. Comparado con él, ¿qué valor tienen las viejas disputas acerca de la soberanía de la forma?
—¿Qué valor, realmente? —dijo Gorbel.
No obstante, en el interior de su cráneo su otro yo estaba diciendo: Aja, después de todo, te estás oliendo la hostilidad. Hombre Adaptado una vez, Hombre Adaptado para siempre..., y siempre luchando por la igualdad con la forma humana básica. Pero eso no sirve de nada, burócrata con forma de foca. Puedes estar argumentando durante el resto de tu vida, pero tus bigotes se agitarán siempre cada vez que abras la boca.
Y obviamente, nunca iba a dejar de hablar.
—Siendo usted un militar, tiene que ser el primero en apreciar las ventajas militares, capitán —añadió gravemente Hoqqueah—. Utilizando la pantropía, el hombre ha conquistado miles de mundos que de otro modo le hubieran sido inaccesibles. Ha incrementado enormemente nuestras posibilidades de convertirnos en los dueños de la galaxia, de ocupar la mayor parte de ella sin robarle a nadie ningún planeta en el proceso. Una ocupación sin desposesión... y sin derramamiento de sangre. De modo que si alguna raza distinta del hombre llegara a desarrollar ambiciones imperiales, e intentara anexionarse nuestros planetas, se hallaría enormemente abrumada por el número.
—Eso es cierto —dijo el capitán Gorbel, interesado a su pesar—. Probablemente es también una buena cosa el que trabajáramos rápido desde el principio. Antes de que algún otro pensara en utilizar el mismo método, quiero decir. Pero ¿cómo pensamos en ello primero? Tengo la impresión de que la primera raza que hubiera debido inventarla tendría que haber sido una raza que ya la poseyera por naturaleza propia... No sé si entiende lo que quiero decir.
—No demasiado, capitán. Si me proporciona usted algún ejemplo...
—Bien, exploramos en una ocasión un sistema en el cual había una raza que ocupaba dos planetas distintos, no ambos al mismo tiempo sino alternativamente. Poseían un ciclo vital con tres formas distintas. En la primera forma hibernaban en el más exterior de los mundos. Luego cambiaban a otra forma que podía cruzar el espacio, completamente desnudos, sin naves, y pasaban el resto del año en el planeta interior en su tercera forma. A continuación cambiaban de nuevo a su segunda forma y volvían a cruzar el espacio de vuelta al planeta más frío.
Es algo difícil de describir. Pero el asunto es que no se trataba de algo que hubieran inventado; para ellos era algo natural. Evolucionaban de ese modo. —Miró nuevamente a Averdor—. La navegación era difícil por aquellos alrededores durante la estación migratoria.
Averdor ignoró el cebo tendido.
—Entiendo, el asunto está bien planteado —dijo Hoqqueah, asintiendo con grotesco ensimismamiento—. Pero déjeme señalarle, capitán, que el ser capaces de realizar una cosa determinada no nos ayuda a pensar en que es algo que necesita ser perfeccionado. Oh, he visto razas como la que usted describe..., razas con polimorfismo, alteración sexual de las generaciones, metamorfosis del tipo de los insectos, y así. Hay un planeta llamado Lithia, a unos cuarenta años luz de aquí, donde la raza dominante pasa por una recapitulación evolutiva completa después del nacimiento, no antes de él, como hace el hombre. Pero ¿por qué iba a pensar ninguna de ellas en el cambio de forma como en algo extraordinario, y para qué les serviría? Es uno de los fenómenos habituales de su vida, después de todo.
Un suave timbre sonó en el invernadero. Hoqqueah se puso inmediatamente en pie, con unos movimientos precisos y casi graciosos pese a su obesidad.
—Aquí finaliza el día —dijo alegremente—. Gracias por su cortesía, capitán.
Salió anadeando. Al día siguiente, por supuesto, estaría de vuelta.
Y al otro día.
Y al otro..., a menos que la tripulación hubiese embreado y emplumado a todo el grupo para entonces.
Si al menos los malditos Adaptados no fueran tan propensos a abusar de sus privilegios, pensó Gorbel distraídamente. Como delegado del Consejo de Colonización, Hoqqueah era una persona de cierta importancia, y no podía impedírsele la entrada en el invernadero salvo en una emergencia. Pero ¿acaso el hombre no sabía que no debía utilizar ese privilegio día tras día, en una nave manejada por seres humanos en su forma básica, la mayoría de los cuales no podían penetrar en el invernadero si no era con una orden expresa?
Y el resto de los pantropistas constituían un problema semejante.
Como pasajeros con el status técnico de seres humanos, podían ir a casi cualquier lugar de la nave al que pudiera ir la tripulación...; y lo hacían, constantemente y sin disculparse, como si se movieran entre iguales.
Legalmente eso es lo que eran, pero ¿acaso no sabían aún que existía algo llamado prejuicios? ¿Y que entre los hombres del espacio comunes el prejuicio contra los de su clase —y contra cualquier Hombre Adaptado— flotaba siempre en el límite del fanatismo?
Hubo un ligero zumbido cuando Averdor accionó el motor de su sillón para hacerlo girar hacia el capitán. Como la mayoría de los hombre rigelianos, el rostro del teniente era enjuto y duro, casi como los de los antiguos fanáticos religiosos, y la luz de las estrellas en el invernadero no ayudaba a suavizarlo; sin embargo, en ese momento al capitán Gorbel, acostumbrado hasta a la más mínima de sus arrugas, le parecía especialmente amenazante.
—¿Y bien? —dijo.
—Pensé que ya estaría harto de ese fenómeno a estas alturas —dijo Averdor sin ningún preámbulo—. Hay que hacer algo, capitán, antes de que la tripulación se irrite tanto que tenga que empezar a utilizar medidas disciplinarias.
—A mí me gusta menos que a usted esa postura de sabelotodo —manifestó Gorbel sombríamente—. Sobre todo cuando no hacen más que decir tonterías..., y la mitad de lo que dice éste acerca del vuelo espacial son tonterías, eso puedo asegurarlo. Pero es un delegado del Consejo. Tiene derecho a venir aquí arriba si lo desea.
—Puede usted prohibirle a todo el mundo el acceso al invernadero en caso de emergencia, incluso a los oficiales de la nave.
—No consigo ver ninguna emergencia-dijo Gorbel rígidamente.
—Ésta es una parte difícil de la galaxia, potencialmente al menos. No ha sido visitada desde hace milenios. Esa estrella de ahí delante tiene nueve planetas además de ese en el que se supone debemos aterrizar, y no sé cuántos satélites de tamaño planetario. Suponga que en alguno de ellos alguien pierde la cabeza y nos atacan cuando pasamos por su lado...
Gorbel frunció el ceño.
—Eso sería buscarse problemas. Además, la zona ha sido explorada recientemente al menos una vez, o de otro modo no estaríamos aquí.
—Un puro formulismo. Sigo opinando que hay que tomar precauciones. Si se presentara algún problema, muchos oficiales considerarían peligroso tener en el invernadero a seres humanos de segunda clase en los que no se puede confiar demasiado cuando se iniciara la emergencia.
—Está diciendo tonterías.
—Maldita sea, capitán, lea un momento entre líneas —dijo secamente Averdor—. Sé tan bien como usted que no se va a presentar ningún problema que no podamos manejar. Y que ninguno de los oficiales presentaría una queja así contra usted aunque se produjera alguno. Sólo estoy intentando darle una excusa que utilizar contra las focas.
—Estoy escuchando.
—Bien. La Indestructible es la nave más poderosa de la flota rigeliana; su hoja de servicios está limpia, y la moral de la tripulación es casi una leyenda. No podemos permitirnos empezar a utilizar medidas disciplinarias contra los hombres por sus prejuicios personales, cosa que ocurrirá si esas focas siguen alterando así la disciplina. Además, tienen derecho a efectuar su trabajo sin tener constantemente a una foca metiendo el hocico sobre su hombro.
—Puedo oírme a mí mismo explicándole eso a Hoqqueah.
—No necesita hacerlo —insistió Averdor tercamente—. En cambio, puede decirle que va a verse obligado a declarar la nave en estado de emergencia hasta que aterricemos. Eso significa que los miembros del equipo pantrópico, en su calidad de pasajeros, deberán permanecer en sus habitaciones. Es sencillo.
Era sencillo, de acuerdo. Y decididamente tentador.
—No me gusta —objetó Gorbel—. Además, Hoqqueah puede que sea un sabelotodo, pero no es completamente estúpido. Comprenderá fácilmente lo que ocurre.
Averdor se alzó de hombros.
—Usted está al mando —dijo—. Pero no veo qué va a poder hacer él al respecto, aunque se dé cuenta claramente del asunto. Es algo completamente legal y reglamentario. A lo sumo podrá informar al Consejo de una sospecha, y probablemente no le harán caso. Todo el mundo sabe que esos tipos de segunda clase en seguida piensan que están siendo perseguidos. Mi teoría es que precisamente por eso son perseguidos, la mayoría de las veces al menos.
—No le sigo.
—El hombre bajo cuyas órdenes estaba antes de venir a bordo de la Indestructible era uno de esos individuos que no creen ni en sí mismos. De los que esperan que todo el que encuentran les clave un cuchillo en la espalda apenas se den la vuelta. Y siempre hay otros individuos que hacen casi una cuestión de honor del hecho de apuñalar a ese tipo de personas, simplemente porque parece que lo estén pidiendo. No conservó durante mucho tiempo su mando.
—Entiendo lo que quiere decir —dijo Gorbel—. Pensaré en ello.
Pero al día siguiente de la nave, cuando Hoqqueah regresó al invernadero, Gorbel aún no había pensado en ello. El hecho de que sus propios sentimientos estuvieran del lado de Averdor y la tripulación le hacía sospechar de la fácil" solución de Averdor. El plan era lo bastante tentador como para cegar al hombre tentado impidiéndole ver los fallos que de otro modo serían obvios.
El Hombre Adaptado se instaló confortablemente y miró al exterior a través del transparente metal.
—Oh —exclamó—. Nuestro blanco es sensiblemente mayor ahora, oeh, capitán? Piense en ello: dentro de pocos días, estaremos de nuevo en casa, en el sentido histórico del término.
¡Y ahora acertijos!
—6Qué quiere decir? —murmuró Gorbel.
—Lo siento; creí que lo sabía. La Tierra es el planeta natal de la raza humana, capitán. Allí es donde evolucionó la forma básica.
Gorbel digirió cautelosamente aquel inesperado elemento de información. Incluso suponiendo que fuera cierto —y probablemente lo era, ya que se trataba del tipo de cosas que Hoqqueah debía de saber acerca del planeta al cual había sido asignado—, eso no cambiaba de forma significativa la situación. Pero obviamente Hoqqueah había suscitado el tema por alguna razón. Bien, no tardaría en soltar también esa razón; nadie podía acusar al altairiano de ser taciturno.
Sin embargo, consideró la posibilidad de conectar la pantalla para observar desde más cerca el planeta. Hasta ese momento no había sentido el menor interés por él.
—Sí, allí fue donde empezó todo —insistió Hoqqueah—. Por supuesto, al principio nunca se le ocurrió a esa gente que pudieran llegar a producir niños preadaptados. En vez de ello recurrieron a todo tipo de extremos para adaptar su entorno, o para llevárselo con ellos. Pero finalmente se dieron cuenta de que, con los planetas, eso no funcionaría. Uno no puede pasarse la vida dentro de un traje espacial, o bajo un domo. Además, tuvieron problemas sociales desde sus primeros tiempos. Durante siglos concedieron una absurda importancia a ínfimas diferencias de color y forma, e incluso de pensamiento. Tuvieron una sucesión de sistemas políticos que intentaron imponer su propia concepción del ciudadano estándar a todo el mundo, y esclavizaron a aquellos que no cumplían con las especificaciones.
Bruscamente, la charla de Hoqqueah empezó a hacer que Gorbel se sintiera incómodo. Cada vez le estaba resultando más fácil simpatizar con la determinación de Averdor de ignorar enteramente la existencia del Hombre Adaptado.
—No fue hasta después de que aprendieran dolorosamente que tales diferencias no importaban en realidad que pudieron seguir adelante con la pantropía —siguió diciendo Hoqqueah—. Era la conclusión lógica. Por supuesto, había que seguir manteniendo una cierta continuidad de forma, y ha sido mantenida hasta nuestros días. Uno no puede cambiar por completo la forma sin cambiar totalmente los procesos mentales. Si le proporciona usted a un hombre la forma de una cucaracha, como previo un antiguo escritor, acabará pensando como una cucaracha, no como un ser humano. Nosotros reconocimos eso. En los mundos donde sólo modificaciones extremas de la forma humana resultaban aconsejables, por ejemplo, un planeta del tipo gigante gaseoso, ni siquiera se ha intentado la inseminación. El Consejo sostiene que tales mundos son la propiedad potencial de otras razas distintas de la humana, razas cuyos psicotipos no necesiten un cambio radical para sobrevivir en ellos.
Vagamente, el capitán Gorbel veía hacia dónde le estaba conduciendo Hoqqueah, y no le gustaba. El hombre-foca, a su propia enloquecedora y tortuosa manera, estaba sosteniendo su derecho a ser considerado un igual de hecho, no solamente un igual ante la ley. Estaba sosteniéndolo, sin embargo, en un universo discursivo completamente desconocido para el capitán Gorbel, mediante hechos cuya validez sólo él conocía y cuya relevancia sólo él podía juzgar. En pocas palabras, había cargado los dados, y los últimos residuos de la tolerancia de Gorbel se estaban evaporando rápidamente.
—Por supuesto, hubo resistencia al principio —prosiguió, implacable, Hoqqueah—. El tipo de mentalidad que apenas acababa de ser convencida de que los hombres de color eran también seres humanos estaba dispuesta a tomar rápidamente la actitud de que un Hombre Adaptado, cualquier Hombre Adaptado, era socialmente inferior al tipo humano "primario" o básico, el tipo que vivía en la Tierra. Pero existía también una idea muy antigua en la Tierra según la cual la humanidad básica se hereda a través de la mente, no a través de la forma.
Entienda, capitán, hubiera podido llegar a prevalecer la actitud de que cambiar la forma incluso parcialmente hace a un hombre menos hombre de lo que era en su estado primario. Pero ha llegado el día en que tal actitud ya no es defendible, el día más grande por lo que respecta a las líneas divisorias que han separado siempre a la humanidad, el día en que veremos unirse todas nuestras corrientes divergentes de actitudes para fundirse en un único depósito de hermandad y objetivos. Usted y yo somos muy afortunados al hallarnos en la escena de los hechos y poder ser testigos de ellos.
—Muy interesante —dijo fríamente Gorbel—. Sin embargo, todas esas cosas ocurrieron hace mucho tiempo, y en nuestros días sabemos muy poco acerca de esta parte de la galaxia. Bajo las circunstancias, y conforme a lo que hallará usted claramente escrito en los reglamentos, junto con las disposiciones apropiadas, me veo obligado a situar la nave bajo alerta de emergencia a partir de mañana y mantener esa situación hasta que su equipo desembarque. Me temo que eso significa que a partir de ahora se exigirá a los pasajeros que permanezcan en sus dependencias.
Hoqqueah se volvió y se levantó. Sus ojos seguían siendo cálidos y líquidos, pero ya no había ningún rastro de alegría en ellos.
—Sé muy bien lo que eso significa —dijo—. Y en cierto modo comprendo la necesidad, aunque había esperado poder ver nuestro planeta natal desde el espacio. Pero no creo que usted me comprenda en absoluto a mí, capitán. La línea divisoria moral de que le he hablado no se halla en el pasado. Está aquí, ahora. Empezó el día en que la propia Tierra dejó de ser habitable para el tipo humano que se autodefine como básico. El fluir de las corrientes hacia el depósito común se irá haciendo más y más grande a medida que la noticia de que la propia Tierra ha sido inseminada con Hombres Adaptados se extienda por toda la galaxia. Con esa noticia llegará a todas partes el shock de la comprensión de que los tipos básicos" son ahora, y lo han sido durante mucho tiempo, una minoría muy pequeña, pese a sus pretensiones.
¿Estaba siendo Hoqqueah lo bastante absurdo como para amenazar..., un desarmado y cómico hombre-foca agitando una aleta ante el capitán de la Indestructible? ¿O...?
—Antes de que me vaya, déjeme hacerle una pregunta, capitán. Ese de ahí delante es nuestro planeta natal, y mi equipo y yo estaremos en su superficie no dentro de mucho. ¿Se atreverá usted a seguirnos fuera de la nave?
—¿Y por qué iba a hacerlo? —dijo Gorbel.
—¿Por qué? Para demostrar la superioridad del tipo básico, capitán —dijo Hoqqueah suavemente—. Sin duda no puede usted admitir que un grupo de hombres-foca son mejores que usted, en su propio terreno ancestral...
Hizo una inclinación con la cabeza, y se dirigió hacia la puerta. Poco antes de alcanzarla, se volvió y miró especulativamente a Gorbel y al teniente Averdor, que estaba observándole con una expresión de rígida furia.
—¿O sí puede? —dijo—. Será interesante ver cómo consiguen comportarse ustedes como una minoría. Creo que les falta práctica.
Salió. Gorbel y Averdor se volvieron casi al mismo tiempo hacia la pantalla, y Gorbel la conectó. La imagen creció, se estabilizó, se fijó.
Cuando llegó el relevo, ambos hombres seguían mirando todavía al enorme y revuelto desierto que era la Tierra.
Fin