Publicado en
enero 26, 2014
Cleveland Amory en su despacho de la sede del Fondo en Favor de los Animales.
Empleando como arma su diabólico ingenio, Cleveland Amory sale en ayuda de onagros, ballenas en peligro y pequeñas focas. Invariablemente pregunta: ¿"Por qué no podemos ser bondadosos?".
Por Dan Rottenberg.
FUERA del Hotel Plaza de Nueva York, un cochero trataba de hacer entrar a su jamelgo en el sector sur del Parque Central. El caballo, asustado por el intenso tránsito de automóviles, se resistía y el cochero, iracundo, respondía pateándolo en los ijares. De pronto, un hombre alto, y de cabello encrespado, saltó del auto y sujetó al cochero por el cuello.
"¡Miserable idiota!", le gritó. "Ese animal te aguanta 14 horas al día, llueva o truene. Tú lo albergas en un asqueroso establo expuesto a incendios, y cuando se asusta por el tránsito, todo lo que puedes hacer es propinarle puntapiés. ¡Te detesto! Si vuelves a patear a ese caballo, yo personalmente te voy a convertir en pulpa".
El hombre de pelo encrespado era Cleveland Amory, uno de los que, en todo el mundo, más dejan oír su voz contra la crueldad hacia los animales. Por ser alguien que debe su fama y su fortuna a la palabra escrita, insiste en que no se irrita con demasiada frecuencia, como en el caso del cochero, y en que su arma favorita es el estoque de la mordacidad. Pero si sacudir a un cochero por el cuello es la única forma de darse a entender, entonces, ¡que así sea!
Desde 1967, año en que establecieron El Fondo en Favor de los Animales, Amory y sus seguidores han sacudido al mundo por el pescuezo cuantas veces han podido. Frente a la costa de Canadá, rociaron inofensivo tinte rojo en más de 1.000 focas de arpa (Phoca groenlandica) recién nacidas, para que sus pieles carecieran de valor y de esa manera poder salvarlas. Rescataron a centenares de onagros del Gran Cañón de Colorado, a un costo de 906 dólares cada uno, para evitar que el Gobierno de Estados Unidos matara a tiros a esos asnos salvajes. Compraron un barco de pesca rastreador, de 789 toneladas, formaron en su proa una masa compacta con 63 toneladas de cemento y cascajo y, en 1979, embistieron deliberadamente frente a la costa de Portugal al ballenero Sierra, de 683 toneladas, considerado infame durante mucho tiempo por su despiadada caza de ballenas, y lo dejaron inservible. (En otro aspecto más benigno, administran el Rancho Black Beauty —Belleza negra—, retiro de 80 hectáreas, en Tejas, donde muchos equinos maltratados pueden vivir en paz sus últimos días.)
El padrino que organiza todas estas actividades radicales es el mismo Cleveland Amory, cuyo nombre sigue siendo sinónimo de la sociedad que cena pasta de hígado de ganso y ternera, que lleva abrigos de pieles y que se divierte en la caza del zorro. (Amory procede de una larga estirpe de respetables comerciantes de Boston y de graduados de la Universidad de Harvard.) Es aquel historiador social satírico que solía ganarse bien la vida escribiendo libros acerca de los ritos de la casta y la frivolidad, y que fue más conocido por sus malhumorados epigramas.
En el decenio de 1960, Amory era quizá el más prolífico escritor de artículos de revista en Estados Unidos, con columnas en varias publicaciones de circulación nacional, un programa diario de televisión y un programa cotidiano en la radio. Hoy, a los 64 años, casi no escribe artículos sobre la sociedad y ha dejado de percibir la mayoría de sus antiguos ingresos, para dedicarse a la muy seria tarea de "servir de vocero de aquellos que no tienen voz", como él lo expresa.
"Solía escribir acerca de la señora Astor y de su caballo", gusta decir Amory. "Ahora sólo escribo lo referente al caballo".
El género humano siempre ha matado a otras especies, en busca de alimento, pero nunca, al decir de Amory, en forma tan despiadada e irreflexiva como ahora. En un año representativo, bastante más de 25 millones de aves y mamíferos (alrededor de 70.000 diarios) son.atrapados en Estados Unidos, con frecuencia sin intención, y dejados a padecer una agonía que tal vez dure varios días. Alrededor de 65 millones de animales, incluyendo por lo menos un millón de perros y gatos, son sacrificados cada año en laboratorios estadounidenses, aunque existan con frecuencia métodos alternos de hacer pruebas. Todos, salvo el 15 por ciento, mueren sin anestesia. Decenas de miles de focas de arpa, de unos cuantos días de nacidas, son muertas a palos cada año y sus cadáveres son utilizados para hacer novedades y adornos de piel. Unas 15.000 inteligentísimas ballenas, de sangre caliente, son asesinadas anualmente en todo el mundo para obtener productos de los cuales existen sustitutos. La lista resulta interminable.
El movimiento en favor de los animales existía mucho antes que Cleveland Amory empuñara esa bandera. Pero fue él quien dio brío e interés al movimiento.
Amory da un agudo sentido de su valor simbólico a todo lo que hace, y no desprecia proceder con un poco de diabólico sarcasmo. Durante todo un debate televisado, llevado a cabo en Toronto, acerca del empleo de animales en experimentos de laboratorio, tuvo frente a él un fajo de papeles, de manera que se notaran. Cuando faltaba sólo un minuto para que el programa concluyese, cogió uno de sus apuntes.
—He aquí un caso en el que le sacaron los ojos a un perro y se los pusieron a un gato —dijo—. Después, pusieron los ojos del gato en el perro. ¿Qué utilidad puede haber en todo esto?
—Usted ignora lo más elemental de la oftalmología —replicó su oponente, que era médico patólogo—. Ese experimento tal vez evite la ceguera de los niños.
El médico se disponía a continuar cuando Amory hizo un ademán despectivo.
—No prosiga, doctor —dijo cuando el programa terminaba—. Inventé ese ejemplo, sólo para demostrar que usted defendería cualquier cosa.
En respuesta a la afirmación de que la caza es necesaria para evitar la sobrepoblación de los animales, el libro que publicó Amory en 1974: Man Kind? ("¿Es bondadoso el hombre?") sugería con ingenio sardónico que se aplicara la misma lógica para refrenar la explosión demográfica de los cazadores. El "Club de Caza Cazad a Cazadores" que él proponía, aseguraba a sus lectores que se sujetaría a la misma clase de reglas estrictas de justicia y espíritu deportivo que ahora siguen la mayoría de los cazadores.
"A los cazadores que disparen con arco y flecha, por ejemplo, se les disparará con arco y flecha... A los tramperos se les capturará con trampas; en forma humanitaria, por supuesto, y si son demasiado pequeños, se les permitirá que se vayan, para que sigan viviendo y se pueda jugar con ellos en alguna otra ocasión".
En los círculos de tiradores y cazadores se afirma que a Amory le interesa menos salvar a los animales que llenarse los bolsillos de dinero y halagar su vanidad. (Puesto que Amory no tiene empacho en lanzar ataques furibundos, sus opositores están encantados de replicarle en la misma forma. )
Pero Amory no recibe sueldo del Fondo en Favor de los Animales, y actualmente sus ingresos distan mucho de asemejarse a los que obtenía hace 20 años. Su columna semanal, titulada Animail ("Correo sobre animales"), que publica el Post, de Nueva York, le produce 15 dólares semanarios. En cambio, en 1968, sus columnas en revistas y diarios le producían 1.000 a la semana.
La conversión de Amory, de escritor de artículos de sociedad a salvador de animales, ocurrió cuando realizaba una investigación concerniente a la serie de obras clásicas y humorísticas de historia social que produjo entre 1947 y 1960. En 1945 asistió a una corrida de toros en México, y por primera vez no encontró nada que le produjera risa. Posteriormente, se unió a todas las sociedades humanitarias y a todos los grupos defensores de los derechos de los animales que pudo encontrar. Sin embargo, le irritaban las buenas intenciones, sin garra, de muchos de esos grupos. Por último, se lanzó a trabajar por su propia cuenta y estableció El Fondo en Favor de los Animales, porque quería "poner calzas a los zapatos tenis de las pequeñas viejecitas", y también, como es de sospecharse, porque prefería hacer las cosas a su modo.
Respecto a la acusación de que la cruzada de Amory en favor de los animales la motiva su vanidad, puede decirse que a corta distancia dél Carnegie Hall está la sede en Nueva York de El Fondo en Favor de los Animales, apartamento convertido en oficina, que antes perteneció a un compositor de óperas. Cuando Amory no está en el Gran Cañón arreando asnos, puede encontrársele ante su escritorio, en la lóbrega sala del apartamento. Cualquier visitante que lo observe allí, telefoneando feliz a sus agentes, mientras acaricia los gatos que constantemente saltan a sus piernas, o por encima del escritorio, tendrá que concluir que, sin duda, Cleveland Amory goza haciendo buenas obras.
Aun después de 14 años de su lucha contra la crueldad hacia los animales, sigue buscando a tientas una filosofía congruente de los derechos de estos en un mundo imperfecto. Desde que estableció el Fondo, Amory se ha convertido poco a poco en una especie de vegetariano, es decir, en vegetariano que come pollo, pavo y pescado. Aunque preferiría no ver que se sacrificara a ningún animal, no se opone al sacrificio per se, sino sólo al sacrificio cruel.
A este respecto, en el verano de 1979 el Fondo envió a México a Mark Berens, instructor de campo. Este recorrió los rastros para reunir datos y poder orientar a los matanceros sobre métodos menos crueles en el sacrificio de reses. También participó en clínicas al aire libre, en las que se vacunaba a perros.
Actualmente, Berens estudia en la Universidad de Tufts para obtener su título en veterinaria. El Fondo planea volver a enviarlo a México cuando concluya su carrera.
Por otra parte, ningún otro en el grupo de defensores de los derechos de los animales ha tenido mayor éxito que Amory en conciliar el realismo y el idealismo. "Siempre he esperado que el Fondo sea práctico, para luchar donde podamos. Un animal merece una muerte rápida, decente y limpia, sobre todo si no le podemos proporcionar una vida decente. En cada aspecto de la vida de un animal —la caza, el matadero, las pruebas del laboratorio—debemos preguntarnos: ¿Es esto cruel?"
"Así pues, luchamos por mejores jaulas para los animales de laboratorio, por el empleo de anestesia, por trampas más humanitarias, por una muerte sin dolor, y por otras cosas semejantes. No soy ningún teólogo, ni ningún científico. Pero me parece que esto es lo más sencillo del mundo: ¿Por qué no podemos ser bondadosos?"
© 1981 POR DAN ROTTENBERG, CONDENSADO DE "TOWN & COUNTRY" (MAYO DE 1981) DE NUEVA YORK (NUEVA YORK)