Publicado en
enero 26, 2014
En la actualidad, un gran número de especialistas cree que, en materia sexual, aquellos factores importantes para los varones no tienen la misma importancia para las damas y viceversa.
1. ¿Ha cambiado su conducta y pensamiento?
Por James Lincoln Collier.
"NO PASÓ mucho tiempo desde que nuestra cultura le dijo a las mujeres: Ustedes pueden tener orgasmos, para que les empezara a ordenar: Deben tenerlos".
La persona que hizo tal declaración es el Dr. John Francis Steege, profesor auxiliar de gineco-obstetricia en el Centro Médico de la Universidad Duke, en Durham (población del estado norteamericano de Carolina del Norte). En contra de la actual creencia cultural, sostiene que el orgasmo para las mujeres no forma, necesariamente, parte del acto sexual; más aún, para muchas ni siquiera es de suma importancia.
El Dr. Steege pertenece al número creciente de expertos que observan que el sexo, en el caso de las mujeres, no debería ser juzgado conforme a los parámetros masculinos. Aunque es posible, según opinan algunos investigadores, que físicamente en un orgasmo exista muy poca diferencia entre ellos y ellas, el significado parece ser diferente tanto para un hombre como para una mujer.
Durante casi dos décadas a la mujer se le ha enseñado que puede y debe tener órgasmos con tanta facilidad como el varón; e incluso con mayor facilidad porque tiene la posibilidad de multiplicarlos, factor del cual carecen los hombres. A pesar de todo esto, muchas mujeres tienen más dificultad que los varones para lograr un orgasmo. De acuerdo con un estudio realizado por Dana Wilcox y Ruth Hager, médicos clínicos de Michigan: "Nuestros informes desafían la teoría de que es patológico en una mujer el hecho de que no experimente un orgasmo en la cópula". Observan que sólo menos de la mitad (41,5 por ciento) alcanzan el orgasmo en el acto sexual, sin otra estimulación. En cambio, algunas (33 por ciento) prefieren por lo general lograrlo en la estimulación que antecede al acto, y un porcentaje menor después del coito.
¿Por qué la mayoría de las mujeres no logra el orgasmo con tanta facilidad como los hombres? Un grupo de investigadores busca una mejor respuesta. Hasta donde tenemos noticia, en ninguna otra especie de los mamíferos las hembras experimentan el orgasmo. Esto sucede quizá porque el orgasmo masculino es necesario para la reproducción, y no así el femenino. De acuerdo con una teoría, las hembras comenzaron a desarrollar la capacidad del orgasmo por razones que no están del todo claras. Pero la realización es irregular, todavía y existe en mayor grado en algunas mujeres que en otras.
Cualquiera que sea la causa, la mayoría de las mujeres tiene un "comienzo" más alto en la respuesta orgásmica que los hombres. Es decir, toma más tiempo en alcanzarlo. Por desgracia, muchas han caído en la creencia de que siempre podrían alcanzar un orgasmo durante el acto sexual si tan sólo pudieran relajarse, ensayar una técnica diferente o hacer algo para conseguir el objetivo. Como resultado, opina William Kephart, profesor de sociología de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia: "Estas mujeres se sienten insatisfechas si no tienen orgasmos regularmente".
Todo esto nos puede llevar a pensar que las mujeres que tienen problemas para alcanzar el orgasmo encuentran frustrante el mantener relaciones sexuales. Pero no es así. En repetidas ocasiones las investigaciones han demostrado que dichas mujeres pueden mantener y disfrutar de un contacto sexual. En un estudio hecho en la Universidad Estatal de Pensilvania por el sicólogo David Shope, se descubrió que el 75 por ciento de las que no tenían orgasmos de todas maneras sentían un total relajamiento después de la cópula.
Si para muchas mujeres el orgasmo no es el objetivo del acto sexual, entonces, ¿qué es? Aparentemente, es un estado que se ha dado por llamar "impulso". En cierto estudio llevado a cabo en la Universidad de California, por el profesor Uta Landy, concluye que el impulso es muy importante. Landy dice:
"Fisiológicamente parece ser una pulsación, un empuje y una contracción en la región pélvica, lo cual significa una preparación para el coito. La sensación se difunde por todo el cuerpo más ampliamente que en los hombres, en quienes está concentrado generalmente en el órgano sexual".
Lo que los hombres no entienden es que para la mayoría de las mujeres esta sensación de impulso no es tan sólo una fase en el camino hacia el orgasmo, sino un fin. Para algunas es una agradable sensación de "hormigueo", para otras, casi extático.
Por otra parte, el estado de impulso no es meramente físico. También están involucrados los sentimientos y la cercanía del compañero en el acto sexual. Tampoco necesariamente conduce al orgasmo. Cuando la mayoría de los hombres alcanzan un cierto nivel de impulso, están obligados a tener un orgasmo. No siempre es así para las mujeres. Shope argumenta: "Es evidente que las técnicas insignificantes capaces de producir un alto estado de excitación sexual en las mujeres, no aseguran la continuación de este estado en el coito". Desde luego que el impulso lo llegan a sentir las mujeres con más frecuencia en los pequeños detalles o en los juegos previos al acto mismo. Cuando los desvíos para la unión se realizan, en muchas ocasiones el nivel de impulso de la mujer puede caer, en vez de elevarse.
Y sin embargo, para la mayoría de las damas, la introducción (la sensación de tener el órgano sexual masculino dentro de ellas) constituye una parte importante del acto. De hecho, muchas no sienten que el acto sexual se ha consumado hasta que esto ocurre. Conforme al estudio realizado por Shope, el deseo de introducción era muy fuerte en el 85 por ciento de las mujeres que experimentaban el orgasmo, y de moderado a fuerte en el 90 por ciento de las que no lo experimentaban. Incluso, aunque no esperaban alcanzar el clímax, casi todas deseaban la introducción.
"Este es un punto interesante, porque según lo demuestran los estudios, el coito no es necesariamente el mejor camino a seguir por una mujer para lograr el orgasmo. Sugiere que la introducción tiene, para ellas, un significado por sí solo", comenta Landy.
Otro punto, largamente sostenido por la creencia popular y ahora apoyado por los nuevos estudios, es que la mujer es menos promiscua que el varón. Con las nuevas libertades del decenio pasado, muchas sintieron que tenían que ser tan libres como los hombres para buscar satisfacción sexual en donde pudieran encontrarla. No obstante, resulta que la mayoría no se siente interesada en tener relaciones sexuales temporales. Según las investigaciones llevadas a cabo por Judith Bardwick, profesora de sicología de la Universidad de Michigan, las mujeres siguen teniendo menos compañeros en el acto sexual que los varones; aunque va en aumento el porcentaje de las relaciones polígamas entre ellas.
Los investigadores como Richard Dawkins, sociobiólogo de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y Donald Symonds, antropólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara, tienen una explicación para este fenómeno basado en las diferentes "estrategias sexuales" seguidas por el macho y la hembra del reino animal a través de la evolución. Para un macho, con el fin de reproducirse más satisfactoriamente y por consiguiente ganar la competición evolutiva con otros machos, la idea ha sido fecundar tantas hembras como sea posible.
Esta estrategia ha podido llevarse a cabo porque para el varón hay muy poca energía implicada en la reproducción. Sin embargo, para la mujer, la gestación de un hijo le quita una buena dosis de tiempo y energía. Por esta causa, la estrategia femenina ha sido asegurarse de que el padre esté lo suficientemente unido a ella para ayudarla a proteger y a alimentar al niño. Así es que prefiere tener relaciones sexuales con alguien que siente que la ama y la cuida en vez de mantenerlas con quien se írá al otro día.
Aun cuando no todas las mujeres —o el hombre, en este asunto— aceptarán estas explicaciones de la conducta sexual femenina y masculina, una cosa parece estar muy clara; debemos volver a revisar y revalorar muchas de las nociones acerca del sexo. Para los hombres y las mujeres es diferente.
II. La promiscuidad: trampa mortal
Por Rollo May (Sicoterapeuta y conferencista, es autor de Power and Innocence ("Poder e inocencia"), The Meaning of Anxiety ("El significado de la ansiedad") y de Love and Will ("Amor y voluntad"). El presente artículo es un pasaje de su libro más reciente: Freedon and Destiny ("Libertad y destino").
El sexo sin intimidad, según este conocido sicoterapeuta estadounidense, no proporciona libertad.
EN LA primera reunión de asesoramiento, cierta joven manifestó que se sentía completamente feliz con su amante y que no buscaba tener relaciones sexuales con otra persona. Pero él la persuadió de que algo debía fallar en ella si no era capaz de acostarse con otros hombres. El mensaje que escondía la preocupación de su amante resultaba claro: La libertad de tener relaciones sexuales con quien uno quiera, y cuando sienta disposición de hacerlo, ¿no constituye una parte esencial del ser libre?
Por primera vez en la historia contamos con la píldora anticonceptiva, y ello ha creado una nueva actitud respecto al sexo. Pero, ¿qué secuelas se han producido en las relaciones personales? ¿Cuál es el efecto que, sobre la libertad personal, tiene el mantener relaciones sexuales —la más íntima de las relaciones físicas humanas— sin intimidad?
Evidentemente, las actividades sexuales sin intimidad han estado con nosotros por largo tiempo. Basta mencionar la prostitución. Pero algo nuevo ha sido incorporado: la elevación de esta forma de sexo a la categoría de ideal, de virtud. Creo que este ideal constituye una manifestación de narcisismo, y una forma de racionalización del temor frente a la proximidad en las relaciones personales.
La intimidad es el que dos personas compartan no sólo sus cuerpos, sino también sus esperanzas, temores, angustias y aspiraciones. La intimidad está conformada por todos los pequeños gestos y expresiones que nos encariñan a unos con otros. La intimidad es la sensación de un florecer emocional. El sexo consiste en estímulo y respuesta, el amor es compartir el propio ser con otro.
El sexo sin intimidad puede, algunas veces, ser positivo: para los adolescentes que se internan tambaleantes en la selva sexual, o para ayudar a los recién divorciados a cicatrizar las heridas de la separación y el rechazo. Pero cuando se convierte en una forma general de vida, se provoca una división del ser, una amputación de partes importantes del propio individuo.
Merle Shain, en su libro titulado Some Men Are More Perfect Than Others ("Hay hombres más perfectos que otros"), relata una discusión que tuvo con su amante, en la cual él manifestó su irritación por el hecho de que ella se aislara sexualmente con él. La autora se encontró gritando: "Si mi deseo es serte leal, ¿qué te importa?"
En hombres como ese, vemos el temor a la intimidad, frecuentemente estimulado por su temor general a las mujeres. Quizá temen que la mujer los cargue con excesivas responsabilidades y temen encadenarse a las emociones y necesidades femeninas. Sin duda, las mujeres padecen temores similares respecto a los hombres: temor a ser atadas por él, a perder su autonomía, a no poder expresarse, a quedar subordinadas al "papel de la mujer".
Tales temores son comprensibles. La fusión de dos cuerpos es, fisiológica y sicológicamente, la más íntima de todas las relaciones humanas. Es la forma esencial en que nos convertimos uno en parte del otro; el latir del corazón del otro y su pulso los sentimos como los propios.
La gente que responde mejor al sistema de hacer el amor sin intimidad es, en general, gente con escasa capacidad de sentir, en primer término. Se trata frecuentemente, de personas compulsivas y mecánicas en sus reacciones. El peligro radica en que buscarán una experiencia mecánica, que controla todos los niveles, no solamente el sexual.
El sexo y la intimidad que le es implícita constituyen un factor tan básico en la existencia humana que no podemos separarlos de los propios valores. Considerar el sexo como algo independiente de los valores, equivale no sólo a obstruir el desarrollo de nuestra propia libertad, sino también a convertir los problemas culturales del sexo en algo imposible de resolver. La preocupación moral respecto al sexo depende de la aceptación tanto de las propias responsabilidades personales como de las que tenemos frente a la pareja. Otras personas importan; y la conmemoración de esto asigna a la relación sexual su éxtasis, su significado y su capacidad de estremecernos profundamente.
Como modo de vida, las relaciones sexuales sin intimidad son motivadas por el resentimiento. Muchos de nuestros contemporáneos parecen cargar la venganza desde niños, alguna experiencia de falta de amor. No aceptaron la realidad, factor muy necesario, de que nunca se recibe suficiente amor. Es, en realidad, este ansiar amor lo que nos hace humanos.
Algo evidentemente ignorado por quienes proponen la libertad sexual es que sin un sentido de responsabilidad no existe una auténtica libertad. Nuestra libertad en lo sexual crece proporcionalmente a nuestra sensibilidad respecto a las necesidades y deseos del otro. El hecho de que los estímulos sexuales puedan florecer en una auténtica intimidad, y en el amor, constituye uno de los misterios de la vida que pueden proporcionarnos satisfacción y felicidad duraderas.
Al igual que en todos los aspectos de la vida, existe riesgo. Si uno tiene sentimientos, seguramente será vulnerable y herirá. Y, algunas veces, el dolor que provoca un amor abortado es casi superior a lo que podemos resistir. Pero en la aceptación de este riesgo está el precio de la libertad.
CONDENSADO DE "FREEDOM AND DESTINY". © 1981 POR ROLLO MAY.