ESPECTROS (Vonda N. McIntyre)
Publicado en
enero 05, 2014
Estoy soñando. Extiendo las manos en busca de algo que he perdido, algo hermoso. No puedo recordar de qué se trata, pero sé que estaba allí. Los sonidos resuenan en el fondo. Mis manos son detenidas. Empujo la barrera, me esfuerzo, impotente. Abro los ojos a la oscuridad, y recuerdo. Estoy tumbado en mi sitio de dormir, con las manos apretadas con fuerza contra el techo justo por encima de mí, como si pudiera empujarlo y ser libre otra vez. Mis manos se mueven a lo largo de la superficie lisa y fría hasta los rincones, tan separados como la anchura de mi espalda, bajan por las paredes hasta los espacios angostos a mis costados. Mis manos se detienen, y me quedo quieto.
Hay un rápido dolor agudo en mi pierna cuando las cánulas se retiran de la válvula implantada en mi tobillo. El timbre que me despertó vuelve a sonar, el timbre que nos llama a nuestro trabajo. El panel se abre a mis pies, y la luz perfora el agujero oscuro en que estoy encarcelado. Me revuelvo y me arrastro para salir hacia atrás, doblando los codos para no arañarme la espalda en el techo. Me pongo en la pasarela entre las figuras deformes y grisáceas de los otros. Nuestra rutina no cambia nunca, es invariable. La pasarela se desliza, llevándonos hacia nuestros tableros. Todos los que me rodean murmuran y ríen, pero yo estoy silencioso.
Todos afirman saber qué es la belleza. Dicen que la ven en todos los períodos de trabajo. Dicen que los esquemas que los dirigen los calman, satisfacen y excitan. Están orgullosos de ser mejores que máquinas. Dicen que eso es un éxtasis. Si todo lo que yo recordara fuera la negrura y las sombras y las quebradas franjas de luz, quizá podría estar tan contento como ellos. Pero nunca siento lo que ellos sienten.
La pasarela se detiene. Me vuelvo, ando dos pasos, y me deslizo en el asiento de mi tablero. El miedo que me afecta todos los días llega a más profundidad. He tratado de evitar el casco otras veces, y he aprendido a no hacerlo más. El casco absorbe mi cabeza y aísla las sombras de mi vista. Las sondas se estiran y tocan las cavidades metálicas que remplazan a mis ojos. Retrocedo, pero no puedo apartarme. Las sombras penetran, y los esquemas comienzan.
Trabajo duro. Hago mi tarea. Contemplo los esquemas de oscuridad y luz y hago lo que me indican. Pero deseo ver el día otra vez.
El cielo y los árboles es lo que más recuerdo. Los árboles rozaban sus puntas en un fondo azul, alrededor de toda nuestra casa. La corteza era rugosa y las agujas blandas y agudas. Cuando yo trepaba por los árboles mis manos se ponían pegajosas con una resina dorada que dejaba el olor de la siempreviva en mis dedos. El cielo era del color de los ojos de mi madre (me pregunto si a ella también se los habrán sacado). Sólo una vez vi el final del cielo, cuando caminé hasta muy lejos y el bosque cesó. Yo era muy joven. Estuve al borde de un peñasco acompañado por el viento y el sol. Y vi que el cielo terminaba en una enturbiadora nube de color amarillo y castaño. Corrí hacia casa, llorando, con lágrimas reales de gusto salado en mi lengua, lágrimas que se secaban y se ponían rígidas en mi cara. Mi madre me consoló. Dijo que la nube nunca se acercaría más. No volví a pasear en aquella dirección, ni cuando crecí y no debía tener miedo.
Una moderada sacudida eléctrica me impulsa bruscamente a la conciencia. Se ha cometido algún error. Tres de nosotros trabajan en cada serie de esquemas, como un seguro contra errores. Observo otra vez, conscientemente, la imagen de mi cerebro. Hago lo que indica. Mi error es confirmado y corregido. No puedo escapar a mi castigo distrayéndome o preparándome. El castigo va traqueteando a través de mí, y mis dedos se cierran. No es demasiado fuerte esta vez, pero si me equivoco de nuevo será peor. Creo que es porque saben que a veces cometo errores a propósito. Los otros dicen que jamás cometen errores. No lo creo. Odio estos dibujos ridículos. Les costó largo tiempo enseñarme a deducir lo que cada grupo de líneas me indica hacer. Todos los grupos son diferentes, y yo no quería aprenderlos.
Cuando era pequeño podía hacer figuras en la oscuridad apretando los dedos contra las comisuras de los ojos. Surgían todos los colores, los que están en los arcoiris (es tan difícil recordar los arcoiris... ¿Qué había arriba? ¿El violeta o el rojo?) y algunos que no están. Las líneas y círculos mellados y las criaturas ondeantes se movían, bailaban y me hacían compañía por la noche.
Ahora, cuando se supone que estoy dormido, recuerdo a mis compañeros de infancia y toco mis ojos. Siempre confío en que los colores regresarán y en que volveré a ver el día. Es difícil recordar cómo eran realmente los colores. Tengo esperanza, pero toco mis párpados cerrados y no veo nada, y lo que percibo está duro y muerto. Cristales, circuitos y lentes que me permiten resolver bandas oscuras en líneas finas. Todo parece muy importante para ellos. Carece de sentido para mí, y eso me enoja. A veces araño mis ojos por la noche. Sé que no debería hacerlo...
Un día, cuando volvía a casa, oí voces. Oculto por la esquina de nuestra casa, observé. Escuché que llamaban egoísta a mi madre. Decían que no podíamos quedarnos allí por más tiempo. Ella dijo que estaban equivocados y ellos la derribaron a golpes. Yo grité ¡basta! y golpeé en su pecho con mis puños. Me empujaron. Miré al suelo y vi lo pequeña y frágil que era mi madre. Intenté golpearlos otra vez, pero se rieron de mí y también me derribaron a golpes, y cuando desperté me encontraba aquí, y el mundo era sombras grises. Me pregunto qué habrán hecho con mi madre.
Las bandas de luz y oscuridad se desvanecen. Me detengo. Si tratara de seguir trabajando sin información sería castigado de nuevo. Es la hora del ejercicio. Quieren mantenernos saludables. Las piezas oculares se retiran de mis cuencas muertas y el casco se levanta de mi cabeza. El mundo se convierte en formas grisáceas, sin rasgos, informes. Así es peor que cuando trabajo, cuando los dibujos ampliados son nítidos y claros.
Doy media vuelta en mi silla y me levanto. Dos pasos al frente. El suelo se mueve. La primera vez que se movió bajo mis pies me caí. Me lo habían advertido. Estaban vigilándome en mi primer día, así que me castigaron. Después de eso no me he vuelto a caer. El suelo nos lleva a todos hacia una gran sala donde la palidez de las paredes está un poco agrisada por la distancia, y oigo ecos.
Las formas grises de los otros se mueven a mi alrededor. Sé que ellos no pueden darse cuenta, y creo que nadie que pueda ver está observando, pero me avergüenza estar desnudo. Ponemos las manos sobre barras metálicas y empujamos. Una y otra vez en derredor, hasta que sudamos y las corrientes de aire nos enfrían.
Todos tenemos símbolos relucientes en la espalda, distintos, para identificarnos. No siento diferencia alguna en mi piel, por lo que no sé cómo están hechos los símbolos. Empujo, y doy vueltas y más vueltas. Cerca de mí no hay ningún símbolo que reconozca. Oigo conversaciones activas pero todas son sobre el éxtasis de las luces y quién tenía el esquema más anormal. Mi sudor me produce un hormigueo, y quiero rascarme. Finalmente las barras aminoran la velocidad y se detienen. Las sombras parecen dar vueltas a mi alrededor. Casi caigo. La presión de los otros me fuerza a mantener el equilibrio.
Caminamos de nuevo hacia el pasillo móvil. Me siento desorientado y mareado. Apretamos los párpados para cerrarlos y el agua cae a chorros sobre nosotros, eliminando el sudor. El agua siempre está demasiado caliente. El aire nos seca. A veces también el aire es demasiado frío, y en realidad no quedamos nada secos.
Recuerdo haber nadado en una laguna profunda y oscura cerca de nuestra casita. Allí no me daba vergüenza estar desnudo, y me gustaban las brisas que me ponían la piel de gallina. Recuerdo hierba y guijarros bajo mis pies, y el sol que suavizaba el viento a mi espalda.
El casco baja y abraza mi cabeza hasta inmovilizarla. Las piezas oculares se extienden, entran, se unen, y una vez más soy receptáculo de líneas negras y bandas de luz. Ya no tengo que pensar atentamente en lo que hago. Pienso en más tarde, cuando pueda tumbarme y descansar. No habrá esquemas y sombras en un fondo de negrura donde debería estar mi visión. Pienso en los incorpóreos y multicolores compañeros de mi infancia. Estoy solo... Pienso en otra forma de tocar mis párpados, una forma que nunca he probado, y así mis amigos nocturnos tal vez vuelvan. Me digo que me desilusionaré, pero no lo creo. Creo que dará resultado. Deseo cerrar los ojos ahora y probar, pero mis ojos no pueden cerrarse aquí, y si saco las manos de los controles volveré a ser castigado. Ahora trabajo con expectación y ansias, como si haciéndolo así el tiempo fuera a pasar más deprisa.
Cometo un error. Me encojo a causa de la sacudida y mi boca es metálica. Mi mente no ha hecho caso de una línea oscura. No comprendo cómo he podido pasarla por alto. Pruebo otra vez. El castigo me sorprende y hiere. No sé qué cosa he hecho mal. La sacudida se repite. Mis acciones se vuelven casi caprichosas. Quizá sea error de ellos...
Las piezas oculares se retiran bruscamente. Algo va mal. Los castigos absurdos me espantan. El casco me suelta. Me vuelvo, me levanto y doy dos pasos, porque sé que eso es lo que se supone que debo hacer. El suelo empieza a moverse. No oigo más que su deslizamiento, no veo nada más que la palidez uniforme de las paredes que pasan a mi lado. Aquí no hay ningún espectro, ninguna persona como yo. Líneas oscuras fulguran a mi alrededor, de un lado a otro, girando, cercándome. Sé qué ocurre. Algo va mal con las cosas que uso como ojos. Sé que me culparán. Me aterroriza que me quiten los últimos restos de mi vista. Pero ahora no lo pienso, si sus ojos no funcionan tendrán que devolverme mis auténticos ojos.
El suelo se detiene. Estoy aturdido. Se abre una puerta y un espectro coge mi brazo y tira de mí hacia adentro. Cierro los párpados, tuerzo el rostro, mantengo los ojos fuertemente cerrados. Deseo recuperar mis ojos auténticos. Estos no funcionarán mucho más tiempo. No dejaré que los reparéis, devolvedme mis ojos.
Me dicen que abra los ojos. Casi sonrío. No puedo abrir algo que no tengo. Me lo repiten. Me abofetean. Levanto los brazos para proteger mi cara, y me abofetean otra vez. Sólo puedo expresarme con sollozos secos. Mis párpados se abren y las cosas opresoras que hay detrás de ellos llevan a mi cerebro las sombras y luces horribles. Me llevan a una mesa y me hacen tumbar. Ponen correas a mi alrededor para impedirme los movimientos, y empiezan a sondear mis ojos.
Esto hace daño. Dura largo rato, y ni siquiera puedo ver sus sombras. Esto hace daño.
Terminan, me desatan, me echan afuera. Los oigo reír mientras me tambaleo en dirección al suelo móvil. Es un sonido espantoso. Me duele la cabeza. Vuelvo a mi puesto y me siento. Las luces son demasiado brillantes, los negros demasiado oscuros, pero no se me permite parar. Mis manos están temblando. Recuerdo que he pensado en una nueva forma de hacer que vea, y por un rato soy capaz de olvidar el dolor.
Mi turno termina por fin. El suelo nos devuelve a nuestros sitios de dormir. Me arrastro para entrar, agachado. Debo ajustar mis tobillos con las cánulas o el panel que hay a mis pies no se cerrará, y seré castigado. Recuerdo grandes y fragantes camastros de rama de pino y el carácter rasposo, suave, placentero de aquellas agujas. Esta noche no temo al dolor. Hago lo que se espera de mí y aguardo a que el panel elimine la luz.
Extiendo el brazo y toco mis ojos. La expectación me produce cosquillas en la garganta. Será tan estupendo ver de nuevo los colores y recordar qué son en realidad... Sé que de esta forma dará resultado. Extiendo las manos...
Mis manos se apartan bruscamente. No pueden castigarme aquí. No pueden. Este es mi sitio, es mi tiempo... Extiendo las manos otra vez, y la sacudida es más fuerte. Mis dedos se apartan violentamente, de un modo reflejo, y me duele la parte posterior de la cabeza por la presión de la cama. Mis manos ascienden con lentitud una vez más. La chispa es tan potente que relampaguea hasta mi cerebro. Huelo a carne socarrada, y mis dedos están ateridos. Me los llevo a los labios. Noto el gusto a sangre. Sé que los dedos me dolerán mañana, cuando deba usarlos en mi trabajo.
Pero aunque no me dolieran, no podría tocarme los ojos. Los espectros no me dejarán. Si me dejaran tan sólo tocármelos, sé que podría ver. Quiero llorar. Ojalá tuviera lágrimas.
Fin