SCHUMACHER, EL ROSTRO HUMANO DE UN CAMPEÓN
Publicado en
diciembre 01, 2013
Foto: © First Look.
Este gran piloto alemán tiene fama de reservado y frío, pero en realidad es un volcán de emociones.
Por Amelie Fried.
ES UN HOMBRE delgado y no muy alto, con unas piernas que habrían podido hacer de él un buen jockey. Originario del pueblo alemán de Kerpen, habla el dialecto de la región de Colonia y muestra algunos de los rasgos de carácter "típicamente germanos" que los italianos ven con recelo. Aun así, desde que llevó al equipo Ferrari al campeonato de la fórmula uno tras 21 años de derrotas, Michael Schumacher alcanzó un rango divino para los italianos fanáticos de las carreras de autos.
Lo admiran —mejor dicho, lo adoran— con tanta veneración como al vehículo que ha llevado a la victoria. En italiano, "automóvil" es nombre femenino, la macchina, y la prensa deportiva de Italia llama cariñosamente la dea delle dee, "diosa de las diosas", al último modelo de este misil rojo, el Ferrari F2001.
Al anunciarse una carrera de práctica en la ciudad toscana de Mugello, los aficionados se reúnen en los cerros que rodean la pista y aguardan horas para ver pasar como un rayo a su héroe. Pero aún no es hora: la pista, las descoloridas gradas de plástico rojo y el estacionamiento están desiertos.
El panorama cambia al mirar más de cerca. Un numeroso grupo de jóvenes vestidos con el rojo subido de la Ferrari se afanan como hormigas en la salida: mecánicos, ayudantes, voceros y guardias. Frente al autódromo se encuentran estacionados en fila cuatro gigantescos camiones, también de color escarlata, en los que se transportan estos autos de una carrera a otra. Aunque hasta los camiones brillan como el sol, nunca dejan de pulirlos y lavarlos.
Un quinto camión, pintado de un elegante gris plateado, ostenta un letrero: "Centro de acondicionamiento físico de M. Schumacher y R. Barrichello". Se trata de un gimnasio móvil donde los pilotos pueden estirar los músculos y levantar pesas entre prácticas. A fin de cuentas, el tiempo es oro, sobre todo en la industria de la fórmula uno. Hasta las esperas deben aprovecharse al máximo, ¡y vaya que son largas!, como el día de hoy.
Por fin llega el hombre que causa tanta expectación, y lo hace como corresponde a un dios: bajando del cielo. Poco antes del mediodía, un helicóptero traquetea sobre la muchedumbre y aterriza a pocos metros de la pista. De él bajan Schumacher y dos acompañantes, y suben a un minibús. El vehículo atraviesa rápidamente el campo y se pierde de vista entre las instalaciones del autódromo.
Al cabo de media hora, el rugido de un motor, poderoso como el de una fiera, acelera el pulso de los espectadores. Entonces salen de un remolque el auto más excepcional del mundo, según los italianos, y el mejor piloto de todos los tiempos, no sólo en opinión de los italianos. A mi parecer, va muy encogido dentro de la estrecha cabina del bólido, a escasos centímetros del suelo, y lleva un casco igualmente incómodo.
Michael parece casi insignificante en medio de tanta tecnología, pero en cuanto conduce el Ferrari a la pista y acelera, se hace evidente quién es el amo aquí.
Quienes han visto los autos de carreras sólo por televisión no tienen la más mínima idea de lo veloces y ruidosos que son en realidad. Me quedo mirando, boquiabierta y tapándome los oídos, al campeón mundial y a su diosa roja tomar las curvas. Hombre y máquina se funden y dan la impresión de tener un contacto íntimo, casi erótico.
NO ES SORPRENDENTE que, en el contexto de las carreras automovilísticas, siempre se hable de "pasión". Me pregunto si Schumacher, que tiene fama de hombre seco, manifestará tales sentimientos. Después de la práctica voy a verlo para preguntárselo personalmente.
Él se sienta, cruza los brazos y saca un poco más la prominente barbilla. Al principio se muestra hermético, a la defensiva; las entrevistas no están entre sus actividades favoritas. "Pues sí", se anima a decir finalmente. "A veces uno establece una relación íntima con el auto, pero no es una relación amorosa. Después de todo, ¡no se trata de una mujer!" Sonríe, y entonces me doy cuenta de que tiene bonitos ojos, de color verde grisáceo, y una mirada expresiva: unas veces fría y esquiva; otras, melancólica, y otras más, cálida y directa. Tengo la sensación de haber encontrado la puerta que me permitirá llegar al interior de este hombre, quien vive tan presionado por la curiosidad del público que necesita ocultarse tras una barrera de hermetismo.
Lo miro fijamente, tratando de inspirarle confianza. Da resultado: ya no rehúye tanto mis ojos y me sostiene la mirada durante más tiempo. De repente dejo de sentir que estoy presionándolo, y él ya no parece tan ansioso por huir.
¿Qué clase de persona es este alemán, cuyo aspecto bien podría ser el de un cajero de banco? ¿Cómo logra conducir hasta el límite vuelta tras vuelta, y bajar del auto al final de una carrera sin una sola gota de sudor en la frente? ¿Acaso no siente miedo? ¿Cuál es su secreto? ¿Qué talento excepcional lo distingue del resto de los pilotos?
"Entran en juego muchos factores, por supuesto, y todos son importantes a la hora de competir", explica con su habitual diplomacia. "Es una fortuna haber nacido con este don; es algo que se lleva en la sangre, en el carácter. Y, naturalmente, lo complementan otras cosas, como una buena preparación".
Michael dio muestra de su talento cuando, siendo apenas un chiquillo de cinco años, compitió por primera vez en kart... y ganó. Desde entonces las victorias se sucedieron casi una tras otra, aunque a su padre apenas le alcanzaba el dinero para sufragar el costoso pasatiempo. Tanto así, que a veces sacaban de los basureros neumáticos usados y otros materiales para equipar el vehículo.
Al llegar a la adolescencia Michael consiguió algunos patrocinadores. A los 15 años ya era campeón juvenil de karting en su país, y a los 18 ganó el campeonato europeo de la especialidad. En 1989, después de tomar un curso de mecánica automovilística, participó en una carrera de fórmula tres, y muy pronto ascendió a la fórmula uno. A partir de entonces ha seguido una trayectoria que, según confiesa, jamás se atrevió siquiera a soñar.
Meta fija— Con la Ferrari, Schumacher ha ganado cuatro campeonatos.
TENGO LA IMPRESIÓN de que no le interesa en lo más mínimo hablar de su talento. Casi parece tener miedo de hacerlo, como si al ahondar en el tema corriera el riesgo de destruir la magia. "No me rompo la cabeza con este asunto", concluye. Y, en efecto, no dice nada más. Si antes de una carrera se pusiera a reflexionar en todas las cosas que podrían ocurrirle, quizá abandonaría la pista en el acto. El valor le viene de no pensar demasiado.
Sea como sea, posee muchas otras cualidades. Es decidido, perseverante, disciplinado... Tiene la voluntad absoluta de ganar, aunque sin correr riesgos innecesarios (como si las carreras de automóviles no fueran ya de por sí un gran peligro).
"Hago lo que tengo que hacer y pongo toda mi atención en ello", dice. "Cuando debo concentrarme, me concentro. Es mi forma de ser". Schumacher es una de esas personas que duermen bien siempre y en todas partes, sin importar la cama de hotel en que se acuesten. Nada le quita el sueño; no se pone a dar vueltas entre las sábanas ni se consume en reflexiones nocturnas. Incluso se las arregla para echarse una siesta antes de competir.
Asegura que no sueña con las pistas: "Las carreras no tienen un lugar importante en mis sueños". ¿Tampoco sueña despierto? Le pregunto si ha pensado en cuál será su futuro cuando deje la fórmula uno, si tiene planes sobre la vida que llevará más adelante y si hay algo que de veras lo fascine además del automovilismo. "Si lo hubiera, quizá dejaría de correr", responde. Entonces recapacita un poco y añade: "Sería difícil encontrar algo que me atrajera tanto como las carreras de autos, con todo y sus altibajos; algo en lo que pudiera lograr lo mismo..." La frase queda en suspenso.
De pronto se le ilumina el rostro y empieza a hablar de sus hijos. Se le enternece el semblante y se le anima la voz. "Me imagino perfectamente sin hacer nada durante todo un año después de retirarme, dedicado sólo a mi familia. Los hijos nos cambian como personas; nos vuelven más completos".
Me cuenta que su hija acaba de llamarlo por teléfono porque no quería ir al jardín de niños; él le explicó que en la vida todos tienen obligaciones y que una de las de ella es ir a la escuela. "No se entusiasmó, pero la convencí", añade. Es sin duda un hombre práctico, aunque deja entrever que se siente orgulloso de que su hijita sea capaz de expresar su inconformidad.
Schumacher ha declarado muchas veces que su familia le da fuerzas, que sus hijos le importan más que todos sus triunfos. Tenía 19 años cuando conoció a su esposa, Corinna, quien sin duda lo habría aceptado aunque él no se hubiera vuelto rico y famoso. Cuando le pregunto a Michael cuál es su "secreto" para que el matrimonio funcione, contesta: "Me parece que cada uno debe mantenerse abierto al otro y no esperar que haga siempre lo que uno quiere. Es un constante toma y daca". Salta a la vista que no es mera palabrería, que toma el matrimonio tan en serio como su profesión.
Por lo visto, el automovilismo lo ha catapultado a la fama y la fortuna sin haber afectado mucho su forma de ser. Se dice que es muy austero, y es que, para él, el dinero representa seguridad. Aunque ha ganado millones, el único lujo verdadero que se permite es tener avión propio, para poder llegar rápidamente a casa desde cualquier sitio.
La familia Schumacher jamás ha sido tema de noticia en los periódicos por ningún escándalo, y cuando los padres de Michael se separaron, en 1997, la prensa divulgó que el campeón le había comprado una casa a su padre y a la nueva compañera de este último.
Es buen hijo. Quizá por eso haya siempre un matiz despectivo en las notas periodísticas que hablan sobre él: ¡es tan bueno, tan recto! Aunque es sin duda una celebridad, realiza su trabajo con el mismo esmero y la misma sobriedad que si llenara un formulario de pago en una ventanilla bancaria. No tiene nada de mundano, y sólo cuando obtiene una victoria muy importante en la pista es posible verlo expresar su alegría de vivir.
En una ocasión dejó entrever sus sentimientos y despertó una ola de simpatía general. Fue en el año 2000, después de ganar su Gran Premio número 41, en Monza. Al enterarse de que un joven guardapista había muerto al recibir el impacto de un trozo de metal que salió disparado durante la carrera, Michael se echó a llorar. "Schumi; te hemos visto el corazón", proclamó al otro día el periódico Bild-Zeitung.
Schumacher se quedó estupefacto. "¡Conque de pronto descubren que no soy insensible!", exclamó. "¿Pues qué pensaban? ¿Qué clase de persona creían que era?" A veces parece molestarle que no se perciba cabalmente al ser humano que es: "Muy pocos me conocen, y son demasiados los que tienen que escribir reportajes sobre mí".
Sería fácil remediar esto si fuera un poco más accesible y nos revelara más de sí mismo, pero no puede o no quiere. La media hora que me concedieron para entrevistarlo terminó hace largo rato. Un empleado de la Ferrari entra al cuarto, y Schumacher comprende en seguida que debe volver a la pista.
Decide regalarme un poco más de tiempo. Charlamos sobre esto y aquello, tomamos fotos y me da autógrafos para mis hijos. Por mera diversión intercambiamos frases en italiano; ha mejorado mucho desde que toma clases de este idioma con un maestro particular.
Una vez que lo domine, los italianos no tardarán en nombrarlo su santo. Entre tanto, seguirá siendo ciudadano honorario de Módena, la indiscutible meca del automovilismo de Italia.
Ha pasado más de una hora y tenemos que despedirnos. Echo una última mirada a esos ojos entre verdes y grises, que ahora parecen contentos y tranquilos. El pequeño dios de overol rojo se pierde de vista, y al poco rato vuelve a oírse el potente rugido de su diosa.
La próxima vez que salte a la pista estaré, al igual que millones de personas, sentada ante el televisor y sudando. Por él mantendré los dedos cruzados, deseando que no le ocurra nada malo. E imaginaré que lo oigo decirse a sí mismo en el melodioso acento de Colonia: "Y si algo me pasa, será el destino. Me quedará el consuelo de haber vivido la vida como quería vivirla".
© 2001 POR AMELIE FRIED. CONDENSADO DE GONG (23-11-2001), DE NUREMBERG