CÓMO CHANTAJEAR A SUS HIJOS
Publicado en
diciembre 07, 2013
Todo está en descubrir su talón de Aquiles.
Por Dave Barry.
HACE ALGÚN TIEMPO el Times de Nueva York publicó una nota sobre una muchacha a la que por casualidad alguien alcanzó a oír decirle a su padre: "¡Papá, por favor, no cantes!" El papá era Billy Joel.
Lo irónico del asunto, huelga decirlo, es que un buen número de personar estarían dispuestas a pagar mucho dinero por oír cantar a Billy Joel... con la salvedad de que no son sus hijos. Al parecer, el famoso cantante representa para esta jovencita lo que todo padre representa para un hijo adolescente: el prototipo de lo ridículo. Nada en el mundo le resulta más vergonzoso.
Cuando yo era un muchacho, a mi papá le daba por ponerse un gorro ruso parecido a esos sombreros de cartón que usan los empleados de algunos restaurantes de comida rápida, sólo que el suyo era de piel con pelo, como si lo hubieran hecho después de desollar a un poodle. Nadie, ni siquiera Mel Gibson, dejaría de parecer un pelmazo si se pusiera un gorro como el de mi padre.
A papá, que era calvo, le gustaba el suyo porque le protegía la cabeza del frío; no le importaba si le sentaba bien o mal. Pero a mí... sí que me importaba, sobre todo cuando pasaba por mí a la escuela después de alguna actividad especial. Mis amigos y yo nos poníamos en la puerta a esperar a nuestros padres. Cuando llegaba el mío, con su gorro de perro y en su Nash Metropolitan —un auto ridículamente pequeño, como esos que ponen a la salida de los supermercados para que, al introducirles una moneda, se balanceen los niños sobre ellos—, yo quería que me tragara la tierra. Nunca se me ocurrió que mis amigos ni siquiera se fijaban en mi papá porque estaban demasiado ocupados avergonzándose del suyo.
Desde luego, con el paso del tiempo mi padre dejó de ser mi mayor vergüenza y yo, tomando de sus manos la estafeta de la ridiculez, me convertí en la mayor vergüenza para mi hijo, en particular cuando, como Billy Joel, me pongo a cantar. Si quieren ustedes presenciar un fenómeno flagrantemente violatorio de las leyes de la física, observen a mi hijo cuando estamos en público y a mí se me ocurre entonar una canción. En un abrir y cerrar de ojos se esfuma de mi lado y vuelve a materializarse a no menos de 200 metros de distancia.
Así es, padres del mundo, en la eterna batalla contra los hijos adolescentes, ustedes tienen el arma más formidable: el poder de avergonzar. ¡Úsenla! Si sus hijos adolescentes les ocasionan algún disgusto —si contestan mal o incurren en conductas inaceptables—, no gasten saliva regañándolos. Simplemente hagan lo que Billy Joel y yo: canten. Es más, el sistema judicial debería valerse de esta arma para dar su merecido a los menores infractores:
Juez: Jovencito, ésta es su tercera infracción. Me veo obligado a imponerle la pena máxima.
Adolescente acusado: ¡No, por favor!
Juez: Sí. Voy a pedirle a su mamá que pase al frente y cante Copacabana en el karaoke del tribunal.
Acusado: ¡No, lo que sea menos ese terrible castigo! ¡Mándeme a la cárcel! ¡Se lo suplico!
Si impusiéramos esta clase de penas, veríamos desplomarse la delincuencia juvenil. Las calles serían más seguras, los adultos volveríamos a llevar las riendas y viviríamos en un mundo más feliz.
De sólo pensarlo hasta me dan ganas de cantar. Así que, ¡a cantar todo el mundo!
CONDENSADO DE "DAVE BARRY IS FROM MARS AND VENUS". © 1997 POR DAVE BARRY, PUBLICADO POR CROWN PUBLISHERS, INC., DE NUEVA YORK.
ILUSTRACIÓN DE MICHAEL WITTE