LINCOLN, DE CARNE Y HUESO
Publicado en
noviembre 10, 2013
Fotos: (arriba izquierda) © BETTMANN ARCHIVE, (arriba derecha) © CULVER PICTURES, (abajo) © BROWN BROTHERS.
El decimosexto presidente de Estados Unidos fue un hombre alegre y bromista que nunca dejó de sorprender a quienes lo rodeaban.
Por Gerald Parshall y Michael Barone.
ABRAHAM LINCOLN es el personaje de la historia de Estados Unidos del que más se ha escrito... y también el más misterioso. Su rostro es el más conocido... y su espíritu, el más evanescente. Lincoln fue la figura principal del escenario apenas unos años: desde fines de 1858, cuando sostuvo sus famosos debates con Stephen Douglas sobre el problema de la esclavitud, hasta su asesinato, ocurrido en abril de 1865. Y, sin embargo, entre todos los líderes estadounidenses, fue el que tuvo que pasar las pruebas más severas y al que más quebrantaron las preocupaciones y el paso del tiempo, pues sobre sus hombros recayó la responsabilidad de mantener unido el país.
El eco de su vida y de sus principios cambia con el tiempo. Empero, para entenderlo bien, debemos verlo con los ojos de sus contemporáneos.
ANIMACION MUNDANA
Unas orejas y una nariz descomunales; la barba oscura; los ojos sombríos y las cejas hirsutas. En la boca, un gesto de determinación. La naturaleza creó el ícono, y el incipiente arte de la fotografía plasmó la imagen para siempre.
Lincoln, uno de los hombres más fotografiados de su tiempo, suele aparecer en actitud de pétrea contemplación, con la cabeza erguida y las manazas en reposo. La costumbre —no menos que la fotografía de placas de colodión— exigía que se mostrara como un majestuoso león en descanso. La gente se tenía que pasar tanto tiempo ante la cámara para que la retrataran —hasta un minuto— que al más pintado se le desvanecía la sonrisa o cualquier otro gesto de espontaneidad.
La cámara fija captó la gravedad de Lincoln, pero no pudo reflejar su animación, cualidad muy comentada por quienes lo conocieron. "Nada podía hacer el arte gráfico", escribió uno de sus secretarios, John Nicolay, "con aquel rostro que transformaban mil matices delicados de línea, contorno, luz y sombra, brillo de los ojos y curvatura de los labios, en la amplia gama de expresiones que iban desde la risa traviesa hasta la mirada distante, seria, cargada de intuiciones proféticas".
Se dice que Abraham Lincoln era tan feo, que jamás habría triunfado como político en esta era de la televisión. Nada más lejos de la verdad. ¡Cuánto les habría gustado a los televidentes aquel rostro magnético y expresivo!
SACANDO A PASEAR SU INGENIO
Lincoln ha sido el más bromista de los presidentes de Estados Unidos, y eso que vivió en una época en que se esperaba de los estadistas una solemnidad rayana en lo clerical. El comandante en jefe era también narrador en jefe y bromista en jefe. "Me río para no llorar... Eso es todo"<.comi>, dijo una vez.
Y, en efecto, las bromas alejaban los demonios de la melancolía. Así como hay gente que saca a pasear su perro para divertirse, Lincoln sacaba a pasear su ingenio. Sin embargo, su sentido del humor era algo más que una cota de malla contra la desesperanza. A veces era un plumero que hacía cosquillas a los amigos y, un minuto después, era una lanza con punta de terciopelo que punzaba a los enemigos. En cierta ocasión dijo que los argumentos de Stephen Douglas tenían menos sustancia que un caldo "hecho con la sombra de una paloma muerta de hambre".
También echaba mano de los chistes para soslayar algún asunto que le resultara fastidioso. Siempre que llegaba a la Casa Blanca alguna delegación con demandas o preguntas que Lincoln no deseaba escuchar, se ponía a contar chistes con verdadero deleite, rascándose los codos y riendo a mandíbula batiente. Los visitantes se marchaban festejando las gracias del buen Abe, pero sin haber sacado a colación el asunto que traían entre manos.
En cierta ocasión en que Lincoln despidió a un miembro de su gabinete, algunos senadores lo presionaron para que echara al gabinete entero. El Presidente respondió que eso le recordaba la anécdota de un granjero que se enfrentó a siete zorrillos. "Apunté", contaba el granjero, "disparé y maté a uno, pero despidió al morir un olor tan espantoso que preferí dejar escapar a los otros seis".
EL ARTE DE LA BREVEDAD
Más aún que nuestra época, el siglo XIX se caracterizó por su verborrea; sin embargo, Lincoln se esmeraba por que su oratoria fuera breve. El famosísimo discurso que pronunció en Gettysburg, Pensilvania, duró poco más de dos minutos, es decir, unos 50 minutos menos que el de Bill Clinton en la Convención Demócrata de 1992.
Cuenta la leyenda que Lincoln garabateó esa obra maestra en el reverso de un sobre mientras viajaba en tren al campo de batalla de Pensilvania. Pero lo cierto es que escribió gran parte de su discurso en papel con membrete de la Casa Blanca antes de salir de Washington.
Cuando Lincoln se calaba sus gafas de montura metálica y se ponía a escribir proclamas, discursos o cartas, se comunicaba consigo mismo tanto como con los demás, pensando con la punta de su pluma y descubriendo la senda de la lógica. De joven, partía leños de un solo hachazo. Años después, el agudo filo de su prosa, no menos eficiente, presentaba la verdad desnuda con golpes poéticos y sonoros.
EL HOMBRE INDEPENDIENTE
Hoy, los presidentes estadounidenses viven rodeados de tantos expertos, analistas, especialistas en relaciones públicas y demás asesores, que a uno se le olvida que no siempre fue así. Abraham Lincoln no tuvo nunca más de tres secretarias pese a que ganó la Guerra Civil, aseguró el futuro de la libertad en el mundo y lidió con mil cuestiones más.
"El negocio", como solía llamarlo, se hallaba en el segundo piso, a corta distancia de los dormitorios de su familia. Constaba de un recibidor, algunas piezas para sus secretarias y su propio despacho, que servía también para las reuniones del gabinete. Allí se daba Liricoln lo que llamaba sus "baños de opinión pública": permitía que casi cualquier ciudadano reclamara un momento del tiempo del primer mandatario. Sus partidarios acudían a solicitar puestos gubernamentales; los parientes de algún condenado, a pedir clemencia, y los defensores de alguna causa, a pedir apoyo. Había algunas personas que únicamente deseaban estrecharle la mano y constatar su altura con sus propios ojos, pues medía 1.93 metros.
Una vez que la multitud se marchaba, Lincoln se sentaba en un sillón giratorio y se ponía a trabajar en los documentos que tenía sobre su escritorio.
A veces se iba al Departamento de Guerra a leer telegramas, a enviar preguntas a los generales y pasearse mientras esperaba las respuestas, con las manos entrelazadas a la espalda. Como su jefe de artillería era enemigo de los cambios tecnológicos, Lincoln hacía las veces de su propio jefe de investigación y desarrollo, interrogando a los inventores y haciendo pedidos de armas nuevas, como el rifle de repetición, la primera ametralladora y una bala explosiva. En algunas ocasiones se veía a una figura alta y encorvada probando armas en un lote baldío cercano a la Casa Blanca.
Al tomar decisiones importantes, Lincoln confiaba menos en los expertos, los libros y los informes que en su propia intuición, a veces desesperantemente lenta. Pero, una vez que tomaba una determinación, no cambiaba de opinión así como así.
PRAGMATISMO FUNDADO EN PRINCIPIOS
La base moral de la política de Lincoln se entendió mejor en sus tiempos que hoy. Era a la vez un político taimado y un moralista severo. Las grandes decisiones de su carrera política las tomó basándose en principios. Sin embargo, siempre reconoció que los principios deben respetarse dentro de los límites prácticos que imponen la ley y la opinión pública.
En cierta ocasión confesó que no tenía la menor idea de cómo poner fin a la esclavitud, aun cuando estuviera en sus manos el hacerlo. Finalmente, sin embargo, reconoció que en algunos casos podía requerirse de fuerza y violencia para aplicar los principios. "Una casa dividida no puede permanecer en pie", dijo en 1858, y después vio morir a más de 600,000 estadounidenses (él siempre sostuvo que los confederados eran estadounidenses).
Como lo expresa el historiador Harry Jaffa, Lincoln hizo hincapié en que la democracia no debe basarse sólo en la "mera opinión", sino en un "propósito moral". En circunstancias sin precedente, en medio de sucesos atroces, con apenas unos cuantos colaboradores fieles, Lincoln nunca perdió de vista sus principios. También demostró poseer un asombroso talento político: se las arregló para no ser él quien disparara el primer tiro en la Guerra Civil, mantuvo dentro de la Unión los estados esclavistas de Delaware, Maryland, Kentucky y Missouri, y después liberó a los esclavos.
Los políticos actuales, muy dados a responder con violencia a las demandas públicas contradictorias, parecen incapaces de hacer suyo el pragmatismo de Lincoln, basado en principios. Ya nadie tolera la tensión existente entre los grandes principios morales que debe defender la nación y las realidades prácticas, en ocasiones ingratas, que debe respetar. Y esa tolerancia es muy necesaria en los gobiernos democráticos.
Lincoln, que perseveró cuando los principios y las realidades condujeron a la guerra, nos da una última lección: en un mundo que experimenta profundas tragedias, debemos compadecernos de todos. Seis semanas antes de su muerte terminó su segundo discurso de toma de posesión con estas palabras:
Sin mala voluntad hacia ninguno; con caridad para todos; con firmeza en lo justo, tal como Dios nos permite entenderlo, esforcémonos por completar la tarea comenzada; curemos las heridas de la nación; cuidemos del que haya librado la batalla, o de su viuda, y su huérfano... realicemos todo lo que pueda darnos y hacernos valorar una paz justa y duradera entre nosotros y con todas las naciones.
CONDENSADO DE "U.S. NEWS & WORLD REPORT" (5-X-1992), © 1992 POR U.S. NEWS & WORLD REPORT. INC , DE WASHINGTON, D.C.