EL LADO POSITIVO DE LA FURIA
Publicado en
noviembre 17, 2013
El asunto no es si debemos o no enfurecernos ante una situación que nos fastidia. El problema es aprender a manipular la rabia a beneficio nuestro.
Por Victoria Puig de Lange.
Esto de ser mujer tiene sus bemoles. Para empezar, perdemos de partida, en aras de la tan cantada feminidad, el derecho a reaccionar legítimamente ante emociones que la sociedad decretó –sabe Dios por qué– que eran patrimonio estrictamente masculino.
Como el derecho a indignarse y cobrarle la cuenta inmediatamente al culpable, sin mayores subterfugios. En cambio si usted es como la mayoría de las mujeres, en el momento en que algo pide a gritos una reacción de nuestra parte, –como por ejemplo arrancarle los ojos al individuo en cuestión y tirárselo al gato– una serie de conceptos heredados se apoderan de nuestra mente: cosas como la dignidad, la educación, la clase, la cultura, y con el cuento de que hay que portarse como una señora, damos la espalda silenciosamente a la vulnerabilidad, pero la frustración camina por dentro.
Porque la rabia, la ira, el enojo o como se llame, es una reacción que no sabemos manejar. Temprano nos inculcaron que ese sentimiento se ocultaba, tal como se cubre el desnudo. Los hombres no. Ellos desde niños solucionan sus diferencias a puñetes, y si quedan con un ojo en tinta, no importa. La dignidad, la de ellos, la masculina, queda salvada. Luego se les recrimina por haber llegado a las manos, pero el hecho es que ya castigaron al ofensor y lo principal... ¡se desahogaron! O sea, encontraron el lado positivo de la rabia.
A las mujeres en cambio se les enseña que perder los estribos en público "no es de niñas bien nacidas", aunque la situación la hiera en lo profundo de su coranzocito de niñita "bien". Y como ella también necesita desahogarse, aprende a usar otras emociones, otras armas: las lágrimas... sorpresivo dolor de estómago, un ataque depresivo, o simplemente un aislamiento inexplicado. Se hunde en sí misma y permanece incomunicada, rumiando su derrota.
Peor aún, toda esa rabia reprimida le hierve en el pecho luchando por salir a flote. Esa rabia que ni ella misma reconoce como tal, diciéndose que actuó "como persona decente". Sin embargo poco después, una broma inocente de su mejor amiga, la hace estallar fuera de toda proporción. Así se expresa por fin su frustración, pero en privado y con menores consecuencias. Ha encontrado su cordero expiatorio.
UNA LUZ ROJA
Pero cometer una injusticia no es la manera de salir de ese estado tóxico. Hay otras formas que además nos dejan experiencias. En primer lugar, sepa que la rabia no es otra cosa que una luz roja que se prende en el cerebro para ponerla en guardia: alguien quiere abusar de usted. Un saludable aviso urgiéndola a protegerse. La próxima vez que algo la altere, obsérvese y analice lo que siente ¿están atentando contra su dignidad o sus derechos básicos? Descubra exactamente lo que la hiere, y aproveche esa coyuntura para responder a un ataque verbal con una respuesta agria, pero honrada, porque es importante que cuando devuelva el golpe éste no se base en algo falso. Aprenderá así que una frase bien dicha puede doler más que un insulto o el bofetón más efectivo.
¿Es todo? Dice usted. No, eso no va a resolver mágicamente el problema, pero la ayudará a controlar su ira y devolver el golpe dignamente, sin aspavientos, como quien cierra un párrafo con un punto final... y eso no es fácil, porque ahora dos emociones actúan en su interior: la que siente por el mal momento que ahora vive, y la que le recuerda las veces que en el pasado no supo controlar la situación. Y esta última es una rabia dañina porque es contra sí misma.
Lo principal es que ha aprendido a aprovechar el aviso de su subconsciente. Para su dicha, ha descubierto que puede ser fuerte en situaciones que antes no podía dominar. El peligro es que con frecuencia la gente que de pronto encuentra la manera de "no dejar que le pisen el poncho" comete a su vez injusticias. Y este es precisamente el momento de aprender a aprovechar esa rabia, usándola inteligentemente, dosificándola.
LA RABIA A NUESTRO FAVOR
Cuando llegue al punto en que descubre que responder a una agresión con otra puede ser tan dañino como reprimir sus reacciones, estará lista para escalar otro nivel. Ahora razonará con su rabia, negociará con ella: "Sí, estoy furiosa, la cabeza está a punto de estallar, debo tener la presión a mil..." ¿cómo puedo utilizar todo esto a mi favor? Este razonamiento es especialmente sabio cuando no hay muchos caminos abiertos ante nosotros, cuando la causa de nuestra ira es una figura de autoridad: los padres, el jefe, o el policía que la ha detenido por manejar su automóvil a toda velocidad.
Entonces es cuando hay que hacerse el sordo, y salir a quemar toda esa energía acumulada en las canchas de tenis o pedaleando una bicicleta a todo dar. El cansancio fisico es a menudo la mejor manera de calmar los estragos de la rabia.
Por cierto que los que escribimos tenemos una arma infalible en la pluma. Los que escriben novelas pueden insultar impunemente al objeto de su ira, convirtiéndolo en un personaje a merced suya. Y una estrella de la rima dice que se ha sacado más de un clavo escribiendo poesías hasta que la rabia cede. "Es", me dice en su inefable lingo "como un baño de luz de luna, que barre con toda la basura que deja en nosotros un momento negativo".
Los motivos para enfurecerse abundan. Santo Tomás de Aquino aseguraba que la gente se enfurecía solo cuando se sentía ofendida por un inferior. El gerente de una empresa a quien el portero "le falta el respeto"... un catedrático a quien insulta un imbécil... un capataz si quien discrepa con él es un peón. Pero si el capataz insulta al peón, éste no se indigna. Se pone triste. "Y", apuntaba Aquino, "con el tiempo, la sociedad produjo peones que se enfurecían si el patrón los insultaba, en lugar de acongojarse. Y eso, por supuesto, es la historia de la revolución".
Aquino, naturalmente, partía de la premisa de que la justicia se practica normalmente, o que la vida misma es justa. ¡Tamaño error!
¿POR QUE LA GENTE SE ENFURECE?
En el reciente campeonato abierto de golf británico, de Velte, el campeón francés, iba camino a una victoria fácil, a cinco puntos de distancias de su contendor más cercano, y dos hoyos por jugar. Y de pronto la suerte lo abandonó, y en el último hoyo una serie de errores le arrancaron el campeonato de las manos. "No, no estoy disgustado", contestó a la pregunta de un reportero: "¿Quién ha dicho que el golf es un juego justo?".
La vida tampoco lo es, pero el común de los mortales se empeña en comportarse como si esto lo fuera. Estamos convencidos de que lo que es es igual a lo que debería ser, por lo tanto, reaccionamos agriamente cuando se critica nuestra conducta. Además, aceptamos las injusticias más fáciles cuando son parte del sistema, porque así los obstáculos que surgen parecen normales e inevitables. Por lo demás, lo que parece normal a unos es anormal para otros.
Pero las fuerzas que mantienen a cierta gente en su lugar (si no contentos, por lo menos no descontentos) no son siempre racionales. La convicción de que una situación especial es injusta sólo surge cuando se superan ciertos problemas sicológicos. Sólo librándose de ellos, puede llegarse a superar la apatía y rebelarse –con rabia– contra la injusticia. Y entonces sí, la pregunta no sería ¿Por qué la gente se enfurece? Sino más bien: ¿Por qué no dan rienda suelta a su rabia?
Fuente: Revista HOGAR, Octubre 1999