Publicado en
noviembre 03, 2013
Cuando Tina leyó el anuncio en el periódico, llamó a Eulogia. "Buscan a dos mujeres..." Nos presentaremos juntas y no me cabe ninguna duda de que nos van a contratar, porque ¿dónde van a encontrar a dos mejores que nosotras?
Por Elizabeth Subercaseaux.
"Se necesitan dos mujeres con mucha experiencia en manejo de empresas de cosméticos, no mayores de 40 años, cultas, bien informadas, capacitadas para dirigir equipos, con amplias facultades gerenciales; dos mujeres modernas, con ganas de trabajar, percibiendo un salario inmejorable". Así decía el anuncio que vio Tina Fernández en la sección de avisos económicos del periódico El Tiempo.
—¡Eulogia! —la llamó—. Mira lo que sale aquí —y le enseñó el anuncio del periódico.
—Tú no querrás vender esta empresa, ¿verdad?
—¿Por qué no? Me estoy estresando más de la cuenta, no quiero tener tanta responsabilidad, la vendo, meto la plata en un fondo mutuo y trabajo para otra gente, que sean ellos quienes corran los riesgos, se lleven los dolores de cabeza y pasen encerrados ocho horas diarias protegiendo su capital, ¿no crees que es una buena idea?
—¿Y yo? ¿Qué pasaría conmigo?
—¿No leíste lo que te acabo de enseñar? Buscan a dos mujeres, y tú y yo encajamos perfectamente en ese perfil, nos presentaremos juntas, y no me cabe ninguna duda de que nos van a contratar, porque, ¿dónde van a encontrar a dos mejores que nosotras? —la autoconfianza de Tina siempre maravillaba a Eulogia—. Y si no nos contratan, bueno, ellos se lo pierden, pero no perdemos nada con presentarnos, y ver de qué se trata.
Tina y Eulogia pidieron una cita y las convocaron para el día siguiente.
Por fuera, al menos, la empresa se veía próspera; buenas oficinas en la mejor ubicación de la ciudad, una secretaria de esas de revista sentada frente a su computadora, rodeada de teléfonos y otros artefactos que Eulogia no supo identificar. La sala de recepción era lujosísima, decorada con buenos grabados ingleses, de mucho gusto pero nada ostentoso; así que en cuanto pusieron un pie allí tuvieron la certeza de que la cosa estaba empezando bien.
Algo cambió cuando 10 minutos más tarde la secretaria les dijo que los señores las estaban esperando y las condujo por un pasillo alfombrado hasta el fondo, donde abrió una enorme puerta de roble y las introdujo en una oficina que más bien parecía un salón de baile. Ahí las esperaban tres caballeros impecablemente bien vestidos, como de 65 ó 70 años, todos parecidos al duque de Edimburgo. Los hombres estaban sentados en amplios sillones de cuero, cada uno con un puro en la mano y al verlas entrar se pusieron de pie, y uno de ellos que parecía el mayor, se adelantó sonriendo.
—Encantado señoras, adelante, tomen asiento, por favor, el señor Mandila y el señor Anzueta, yo me llamo Alberto Torres-Cilleruelo, soy el presidente de la empresa y mis colegas aquí presentes son el vicepresidente y el gerente general —dicho esto los otros dos las saludaron con una gran amabilidad, ambos con una sonrisa de lado a lado, mostrando uno sus dientes amarillentos y el otro, una dentadura llena de filamentos de oro.
Tomaron asiento y durante unos cinco minutos la conversación giró en torno a temas sin ninguna importancia, como qué bonito estaba el día, qué bueno que había parado de llover, pues no había nada como el verano, y luego uno de los caballeros explicó que él era mexicano e inmediatamente saltó el otro diciendo que él era colombiano y el tercero dijo que había nacido en Buenos Aires pero había vivido toda su vida, o casi toda su vida porque ahora estaba ahí, en Panamá. Tina y Eulogia se pegaron una mirada inteligente y en eso el presidente de la empresa, que dicho sea de paso se llamaba Cosmetic Inc., le propuso a Tina que empezara.
Tina puso cara de no entender y preguntó empezar qué y este le dijo que comenzara a contar su historia, quién era ella, qué cosas le gustaban, cómo le gustaba pasar sus horas libres, quiénes eran sus amigos, por qué quería vender su empresa... El currículum profesional ya lo tenían y lo que les interesaba saber ahora era sobre ellas, no sobre los trabajos que habían realizado en sus vidas.
—¿Está lista?
Tina se puso de pie y partió diciendo...
—Me llamo Cristina Femández, pero desde que tengo memoria me han dicho Tina, soy hija de Tomás Fernández, abogado, y de Luz María Echenique, decoradora de interiores. Mi educación empezó en las monjas ursulinas de donde me expulsaron a los 10 años, porque mi curiosidad ya no daba más y tuve que levantarle las faldas a la monja Carmela para ver si era cierto que no usaban calzones como me había dicho una compañera. Terminé mi educación en el Liceo Francés, luego fui a la universidad donde me recibí de ingeniera química, y mientras hacía la práctica y trabajaba al mismo tiempo en una fábrica de cosméticos, pedí un préstamo al banco y compré el 51 por ciento de la fábrica. Así fue como empezó mi carrera profesional que ustedes tienen en el currículum. En cuanto a otras cosas, lo que más me gusta es vestirme bien, verme bonita, ponerme unos zapatos de tacón muy alto, faldas cortas y partir a un bar y ligar con algún buen mozo que esté solo, pero no aburrido de la vida y llevármelo, no sé, a un hotel o a mi departamento, si es que me gusta, claro, y si es que yo le gusto a él, y conversar ahí, más tranquilo, quizás bailar un poco, usted sabe. Otras cosas que me encantan son las películas de terror, los animales salvajes; siempre he querido tener un elefante en mi jardín, las culebras vivas, y la ropa de Giorgio Armani, y bueno, también me gusta la amistad, con hombres y mujeres, mayores y menores, no soy nada fijada en las edades de las personas. Me fascina la lectura, me devoro a Isabel Allende, Marguerite Yourcenar y Kafka, y mi novela favorita entre todas las que he leído en mi vida se llama Las golondrinas de Kabul, que les recomiendo leer para ver si así comprenden la suerte de esas pobres mujeres insultadas, deprimidas y aisladas. La música que más me gusta es el canto de los pájaros temprano en la mañana, los Rolling Stones y algo de Mozart, y en cuanto a por qué quiero vender mi empresa, quiero hacerlo porque estoy cansada de ganar plata y ahora deseo disfrutar de la vida, del aire libre, de mis amigos, es decir, quiero empezar a jubilarme.
—¿Y cuántos años tiene? —preguntó el argentino.
—Veintinueve —dijo Tina sonriendo, y se sentó.
Los tres caballeros se miraron entre ellos, y el que había vivido casi toda la vida en Panamá le hizo un gesto a mi tía Eulogia. Esta se puso de pie y dijo:
—Me llamo Eulogia Barros Aldunate, soy hija de Demetrio Barros y Virginia Aldunate, ya crié a mis hijos y viven cada uno por su cuenta, con sus vidas y sus problemas. Estoy separada de un perejiliento que ahora se ha convertido en un tipo de lo más encantador, con decirles que a veces hasta me gustaría tener una goma de borrar tiempo y borrar todos los años que pasamos juntos o medio juntos, porque él andaba siempre enamorado de la flaca de la esquina. Me gustaría volver a empezar todo de nuevo, de cero, no sé si me entienden, y perdonen que me esté yendo por las ramas al hablar de Roberto; siempre me pasa lo mismo, debe ser porque lo más importante que me ha ocurrido en la vida es él, aunque ya no es así, ahora lo más importante es mi trabajo, lograr los mayores grados posibles de serenidad y el hecho de haberme dado cuenta de que soy capaz de vivir sola, de mantenerme sola, de superar sola mis problemas. En fin, lo primordial es que tengo una estructura sicológica lo suficientemente firme como para andar por la vida incluso sin marido. De gustarme, me fascina casi todo, desde los frijoles con espagueti, hasta los tamales con chorizo, y una buena caminata por la orilla de la playa; si es acompañada, mejor que mejor, pero desde hace un tiempo a esta parte no me he sentido sola, me encantan mis amigas y como a Tina, no me importa la edad que tengan. Creo que donde una mujer está verdaderamente como un pez en el agua es sentada a la mesa con cuatro o cinco amigas de toda la vida, criticando a los hombres, riéndose de ellos, echándolos de menos, contando las cosas que te hacen y las que no te hacen, y reclamando porque el marido de una no la toca y el marido de la otra la toca demasiado. No sé qué habría sido del mundo sin las mujeres. Lo otro que me gusta es darme baños de manguera en la terraza de mi departamento, creyendo que estoy sola en el planeta o en un potrero vacío de la luna y que Jeremy Irons me está mirando con un telescopio. Mi cantante predilecto es Cat Stevens, mi actor predilecto, por supuesto, es Jeremy Irons, y mi libro predilecto, Madame Bovary. Tengo 40 años recién cumplidos.
Los tres caballeros se pusieron de pie al mismo tiempo, como si con lo que habían oído les bastara, y las despidieron amablemente diciendo que iban a llamarlas en cuanto tomaran su decisión.
Nunca más supieron de ellos, y la próxima noticia que tuvieron de la empresa fue que la habían vendido y los tres socios se habían jubilado en una isla del Caribe. Si ellas tuvieron arte o parte en esa decisión, nunca lo supieron.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 22 DEL 2005