Publicado en
octubre 13, 2013
Después de la boda de Roberto con la crespa, mi tía Eulogia se sentía desesperada... Y decidió irse a los Estados Unidos, a casa de la Domi, para sacarse a su ex marido de la memoria. Allí buscaría cualquier trabajo...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Sobra decir que mi tía Eulogia sufrió lo indecible cuando Roberto se casó con la crespa. Casi 20 años de matrimonio habían volado con el viento. Fue el acabose para ella. Después de varios meses de depresión, sin hacer caso de los consejos del siquiatra, ni de las cartas que le enviaba la Domitila desde Iowa, ni de las pócimas "milagrosas" que le preparaba la Dorotea, dejó de llorar, pero empezaron a dolerle cosas que no duelen. Despertaba y le dolían las cejas, el pelo, las uñas. Abría un ojo y la realidad se le venía encima como un aerolito. Se levantaba y deambulaba por la casa y por el barrio sin saber qué hacer con sus huesos. Dicho en pocas palabras, mi pobre tía Eulogia era una verdadera calamidad.
—Esto te pasa por ser una lapa de tu marido —la recriminaba mi abuela—. Las mujeres no deben depender tanto del marido. A la primera, el perejiliento se las empluma con otra o se muere y las deja plantadas en la mitad de la vida sin saber para dónde enrumbar. ¡Anímate, Eulogia! No vas a morirte porque ese firulauta se casó con otra...
Pero sus palabras caían en un profundo vacío. Mi tía no quería saber de animarse ni de ser feliz. Lo único que quería era que Roberto volviera a su lado.
—No va a volver, señora. Cuando los hombres se casan de nuevo están fritos para siempre. De esa aventura sí que no vuelven. Si usted era una "iñora" medio difícil de tragar imagínese cómo será esa crespa que lo andaba persiguiendo desde hacía 10 años —dijo la Dorotea con esa sabiduría de campo que rara vez se ve por estos tiempos.
Lo cierto es que mi tía, hecha un estropajo, tenía que hacer algo para no morirse.
—Cambia de siquiatra —le recomendó mi abuela—. Ese gordo que estás viendo es un inútil. ¿Por qué no vas a ver a uno más joven, más de nuestra época, que no fume ni te ofrezca vino tinto en la consulta, sino que escuche con atención tus problemas y te aconseje bien?
Preguntando entre sus amigas cayó en manos del doctor Ruiseñor, un tipo de muy buena pinta, bastante más joven que ella, "rupturista", le dijeron que era. Y en realidad el doctor era rupturista. Cuando mi tía le contó su problema, se puso a aplaudir.
—¡La felicito! Se liberó de ese malacatoso sin que la victimaria fuera usted. Esa es una buena noticia. ¿Qué más iba a hacer usted con un tipo que le ponía los cuernos desde la luna de miel? ¡Tardó mucho, señora, en separarse de él!
—Es que estaba enamorada —balbuceó mi tía Eulogia.
—Estaba fijada, no enamorada. Estaba obsesionada, no enamorada. ¿Entiende la diferencia? Pensaba que el matrimonio es para siempre cuando hasta un abrigo de una tienda económica dura más. Y tenía miedo —atinó el doctor.
Mi tía salió de su consulta convertida en otra. Llegando a la casa le escribió un e-mail a la Domi diciéndole que dentro de una semana llegaría a Iowa. Quería pasar una temporada en los Estados Unidos. Quería sacarse a Roberto de la memoria. Borrarlo con cloro si fuera necesario, que no quedara ni una huella suya, que fuera como si no hubiera existido. Además, se buscaría un trabajo allá. Cualquier trabajo. Quería salir adelante con su propio esfuerzo, quería ser una de esas americanas ejecutivas que se ven en las películas, "las que levantan una ceja y cae la bolsa de Wall Street".
La Domi le contestó que la esperaba con los brazos abiertos.
Y fue así como mi tía y la Dorotea se trasladaron, con camas y petacas, a la casa de la Domitila y Brian, en Iowa.
Al comienzo hicieron vida familiar, pastel de manzana con la tía Molly, cuidar a los trillizos, darle alfalfa a la vaca y cosas de esas. Pero al cabo de un mes mi tía comenzó a buscar trabajo. Estaba empecinada en salir adelante y ser una ejecutiva de las que aprietan un botón y sube la bolsa en Tokio, aprietan otro y baja el euro en Alemania.
—No es tan fácil como cree —le dijo la Domi—. Es cierto que este es el país de las oportunidades, pero no crea que las oportunidades están tiradas en la calle. Tiene que ir a la universidad, sacar un máster, luego un doctorado, pertenecer a alguna minoría interesante, apoyar los matrimonios gay, pagar sus impuestos sin chistar...
Mi tía empezó a ver el diario todos los días, hasta que se topó con el anuncio del Reality Show de Donald Trump. Buscaban candidatos para el show. El show era televisado y consistía en realizar el trabajo que Donald Trump les encomendaba. El que lo hiciera mejor sería contratado por una de sus empresas.
—¡Esta es mi oportunidad! ¡Voy a trabajar para Donald Trump!
Se presentó. La aceptaron. Conoció a los otros tres concursantes. Una mañana fueron presentados a Donald Trump, quien sin pérdida de tiempo les dio la bienvenida a su programa y les indicó cuál era la tarea del día: debían conseguir clientes ricos para su casino de Atlantic City.
—Pero yo no conozco a nadie en este país, mucho menos a alguien con plata —le dijo mi tía.
—Si quiere trabajar para mí tiene que demostrar su ingenio, su talento, su rapidez —le dijo Trump.
—¿Y usted quiere que salga a la calle y cace a un par de ricos como quien caza una mariposa y los lleve a su casino? —preguntó mi tía.
—Exactamente —dijo Trump—, pero time is money (el tiempo es dinero) así que no perdamos el tiempo en esta conversación. ¡A trabajar!
Y así fue como mi tía dejó tres pares de zapatos en las calles de New York. Entró en la oficina del zar del aluminio, pero el zar estaba ocupado con el rey de Jordania y no hubo forma que la recibiera; luego se fue a la oficina del embajador de Kuwait, pero el Embajador estaba reunido con dos generales de las Fuerzas Armadas y naturalmente no la quiso recibir, mandó a decir que jamás había escuchado hablar de ninguna Eulogia y le pidieron que abandonara el recinto antes de que llamaran a la policía.
De ahí se fue a la oficina de Rockefeller y la sacaron del edificio con un perro Doberman que le rompió el abrigo de un mordisco. Buscó en la guía de teléfonos el nombre de la persona más rica de New York, Oprah Winfrey, y una vez que llegó a la oficina de su representante, este le dijo que tenía que pedir una hora en Chicago y que si Oprah la recibía sería a mediados del año 2010.
En eso, la tía se puso a llorar.
Estaba a punto de morirse de angustia en la Quinta Avenida cuando se le apareció su ángel de la guarda.
—Me tenías abandonada —le dijo mi tía.
Y el ángel, que siempre ha sido el más ineficiente de todo el universo, le dijo al oído que se fuera a Atlantic City, al casino de Trump, que se sentara en la primera máquina, entrando a la derecha y que jugara 20 dólares de una sola vez.
Como estaba tan desesperada, le hizo caso. Tomó un bus y tres horas más tarde entraba en el casino de Trump, se sentaba ante la máquina indicada, y tiraba de la palanca... Luego de unos segundos, la máquina se puso a saltar como loca y ante la vista espantada de mi tía, echó monedas, miles de monedas, millones de monedas, hasta parar. Una luz roja indicaba que mi tía había ganado el premio máximo. Dicho en otras palabras, había quebrado el casino.
Esa misma noche, luego de recibir su cheque, dar cinco entrevistas de prensa y aparecer en todos los noticieros, mi tía, convertida en millonaria, llegó a la oficina de Trump donde debían reunirse para ver cuál de los concursantes resultaba contratado.
—You are fired! (¡Está despedida!) —le gritó Trump, indignado—. La contrato para que lleve gente rica a mi casino y no para que una perejilienta como usted quiebre mi máquina más importante de una sola jugada.
—Usted me contrató para que le llevara a una persona rica a su casino, ¿no es así?
—You are fired! le gritó Trump de nuevo.
—Y mañana le voy a llevar a la mujer más rica de los Estados Unidos —le dijo mi tía, haciendo caso omiso de la rabia del hombre.
—¿Ah, sí? ¿Y se puede saber quién es? —preguntó el empresario.
—Yo, pues —dijo mi tía.
Al día siguiente partió en una limusina a Atlantic City y tres horas más tarde estaba jugando. A las 12 de la noche lo había perdido todo.
—You are fired! —le gritó Trump, cuando regresó a sus oficinas en New York—. ¡Despedida! ¡Por bruta! ¿Usted cree que yo hubiera llegado hasta donde he llegado si mis primeros millones me los hubiera jugado en mi casino?
Mi tía llegó de regreso a la casa de la Domi en Iowa, más pobre de lo que había partido y sin trabajo en la empresa de Trump, pero decidida a regresar a su país y a reconquistar a su marido. "Yo nací para estar casada con Roberto, no para trabajar con Donald Trump, ni ser millonaria", le dijo a la Domi en el aeropuerto, y 10 minutos más tarde su avión se perdía entre las nubes.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 06 DEL 2004