Publicado en
octubre 13, 2013
"'Piedad". Acuarela y marcador para tela sobre cartulina. 1988. 45 x 45 cms.
Correspondiente a la edición de Agosto de 1993
Por Inés María Flores.
Los orígenes artísticos de Gilberto Almeida se remontan a su temprana vida familiar en San Antonio de Ibarra, donde nació en 1928. El primer encuentro con el arte se gestó en la Hacienda Hauquer que su padre arrendaba. La vida en el campo con sus feraces cultivos y la elaboración del azúcar, proporcionaron al niño de cuatro años el más grande entretenimiento, porque la moldeaba con sorprendente habilidad y rapidez ante el regocijo de la peonada.
De especial importancia para sus intereses futuros, era el fervor que sentía su padre por la estética: hacía injertos de rosas y árboles frutales que su hijo observaba con atención. De ahí que recuerde: "la parcela que mi padre regaló a cada hijo en Cobuendo, tenía que sembrarse y cuidarse con esmero. La mía incluía hijuelas que separaban por colores el cultivo de las rosas y las tortas (especie de judía grande, hermosa, con que juegan los niños), de óptimo provecho en la escuela Juan Montalvo, donde estudiaba. Me beneficiaba de la acequia de lindero por la facilidad para el regadío y porque le sacaba utilidad a los carrizales. Con los mejores, los indios hacían sus flautas y con ellas se animaban entre choza y choza comunicándose musicalmente".
El dibujo y el campo fueron para Almeida una forma natural de registrar sus impresiones, que luego combinaría con sus estudios: agronomía en Atuntaqui mientras terminaba la primaria, y en el colegio Mejía de Quito los primeros cursos de secundaria porque el resto lo hizo en el colegio Santa Teresita de los Padres Lazaristas. Cuando en 1944 se funda en San Antonio la Escuela de Artes Daniel Reyes, bajo la rectoría de Luis Gonzalo Cornejo, Almeida ingresa con 40 condiscípulos de diferentes edades. Son seis años de estudio, llenos de trabajo y anécdotas: dio discursos académicos en clase y políticos en el pueblo; cantó en dúo con Moisés Rivadeneira con el nombre de "Los Marios" (homenaje a Cantinflas); después conformó un trío, dos guitarras y el cantante, el cual, además de trasnocharse para cumplir contratos, debía cantar en la iglesia de la parroquia, según convenio que su madre viuda hizo con el Padre Rojas. Era, además, el "mejor puñete" del curso y un buen estudiante.
"Figura en Azul". Acrílico sobre cartón, 1992. 65 x 65cms.
Almeida está listo para enfrentar los retos de vida y oficio. En 1948 se instala en Guayaquil y alterna con profesores y alumnos de la Escuela de Bellas Artes: Palacio, Tábara, Miranda, Maldonado, Bravomalo, entre otros. Pinta paisajes de grandes soledades; lo muestran como una persona acostumbrada al manejo de distintos materiales y a trabajar espontáneamente. El color lo aplica para hacer un cuadro decisivo, sin las pasadas incertidumbres en las cuales dibujo y pintura eran extraños entre sí. Esta orientación tan segura será un distintivo en su futuro plástico.
Fue el paisaje costeño, con sus características de tropical y popular, lo que terminó de liberarlo de lo académico formal. La arquitectura suburbana de "vaporosas construcciones de caña picada", en oposición a la linealidad andina, se volvieron su tema predilecto. Su verdad puede sintetizarse en lo que pasó delante de sus ojos y que su sensibilidad artística transformó en creación, y en las visiones profundamente íntimas que sus obras trasmiten hasta hoy.
A partir del contacto con la bohemia guayaquileña, en la que alternaban Bellolio, Moré, Cazón Vera, González del Real, Carlos E. Jaramillo, etc., Almeida pudo compartir algunas experiencias que enriquecieron su condición inconformista y rebelde. Creó La Manga, agrupación de intelectuales y artistas que manifiesta su inadaptación a la rutina y a todo lo consagrado. Gana el segundo premio en el Primer Salón "Fundación de Guayaquil", en 1958. Entonces los pintores de la costa se inquietan por entender a Almeida. Su capacidad para manejar inusuales y acertadas combinaciones de elementos en la composición de sus cuadros, es el pretexto para avanzar hacia el informalismo. La amalgama de influencias heterogéneas que llegan desde Europa, propone la reconstrucción abstracta que ignora los valores figurativos. Almeida considera a Cézanne como el verdadero precursor de la función moderna en la pintura. La lección del maestro francés constituye uno de los recursos técnicos que más utiliza en la construcción de sus lienzos. Pero, sobre todo, comprende el valor de la expresión local, interpretada en un lenguaje nuevo que empieza a desarrollarse como concepto del arte americano, para llegar o lograr la inserción dentro de lo universal.
Almeida muestra la flamante orientación estética de su pintura en las obras que año a año (1958-1964) participan en los Salones oficiales de Guayaquil y Quito, ganando siempre los primeros premios. Esta producción se distingue por las innovaciones matéricas; superficies engrosadas que retienen diversos componentes, como piedra y mármol molidos, arena y malla de cerda. También utiliza clavos y piola para el alma del acordelado.
"Fantasma de Luz, Fantasma de Sombra". Acuarela y marcador para tela. 1988. 45 x 65cms.
Su trabajo artístico resume aspectos fundamentales en sus transformaciones. Estos son más evidentes a partir de sus viajes por Suramérica: Bolivia, Santiago de Chile (expone en el Museo de Arte de la Alahambra y Galería Martha Faz), Mendoza (con programas en TV.) y Buenos Aires (exposición con Castagnino y relación con el grupo Espartaco). En cada país descubre las diferentes rutas de la pintura y las explora ampliamente para anexarlas, como aportes, a su repertorio plástico.
Cuando regresa a Ecuador, Almeida se instala en Quito, se une al grupo VAN y exhibe su obra en la Antibienal (1968). "Su abstracción aquí es un tanto sensual, pintada sobre superficie recubierta de papel higiénico". Durante la siguiente década opta por una actitud reivindicadora del pueblo, relacionada con la vida y las costumbres de indios, cholos y mestizos. Es patente que estos temas le exigen la expresión figurativa. La raíz de esta nueva aventura artística fue el reencuentro con las calles de Quito, con sus zaguanes coloniales y con sus fantasmas. Pintó el primer Portón después de muchos "hasta mañana" de un vecino cerrando la puerta. Los patrones de luz y los tonos de color, las superficies grafiadas y los trazos rítmicos, se juntaron como naturaleza unificadora del cuadró para construir sus Casas en el lienzo.
La década de los ochenta y los inicios de los noventa, han sido para Almeida de confrontación, progreso y lucha existencial. Ha construido su lenguaje visual no solo a partir de las fuentes del quehacer cotidiano, sino de la imágenes arquetípicas que elaboró durante su vida. Siendo el artista un peregrino atento que explora el mundo moderno, su obra deriva de un insaciable apetito creativo, de una agudeza madura, vitalista, que resuelve sin problemas el juego estético de espacio, clima y movimiento. Se ha plegado siempre a las severidades del arte auténtico, donde está su dogma como pintor y como ser humano.
"Los centauros". Acuarela, marcador para tela sobre cartulina. 1988. 45 x 45 cms.
COMENTARIO CRITICO
Al optar en su obra por una propuesta modernizante, Gilberto Almeida lo ha hecho sin olvidar sus raíces; seducido por las fuentes costumbristas de su medio, humano en sus sentimientos, cósmico en sus orígenes
Su nota creativa es renovadora y recurrente; sus motivos retienen una autenticidad que no debe ser invadida y que ha de ser observada tomando en cuenta el proceso de cambio y contemporaneidad. Dibujar es su medio fundamental; lo hace cada vez con más refinamiento para lograr el propósito visual, de ahí que esa expresión se constituya en la arquitectura de sus cuadros. Hace buen uso de los materiales y técnicas artísticas, pero considera el dominio de estos procedimientos como pre-requisito de cualquier trabajo. Ha logrado piezas memorables con materiales mixtos para acentuar los procesos matéricos que derivan en superficies surcadas por incisiones profundas, o bien en texturas superficiales con veladuras superpuestas, en función del tema.
Maestro cabal y maduro, tiene la rara capacidad de pensar como dibujante y como pintor. Ha pasado por muchas etapas hasta conseguir un estilo propio, único, alejado de todo amaneramiento y de toda sugerencia de la moda. Sus obras permiten descubrir un contenido que se reconoce al instante y se acepta sin reserva, porque lo que se ve es eminentemente creíble.