ESCUELA DEL MAYORDOMO PERFECTO
Publicado en
octubre 13, 2013
Allí se aprende a planchar el periódico, a distinguir el salmón de río del de vivero, y a echar discretamente a un invitado indeseable.
Por Frederick Waterman.
DE PIE ante sus discípulos, que son aspirantes a mayordomo, Ivor Spencer pregunta:
—Jeffrey, ¿qué haría usted si la esposa de su patrón no estuviera en casa y, al llevarle a él el café por la mañana, lo encontrara con otra mujer en la cama?
—Pondría la bandeja sobre la mesita de noche y abriría las cortinas. Tal vez haría un comentario sobre el estado del tiempo.
—¿Y si la dama estuviera desnuda fuera de la cama, y le diera los buenos días?
—Le respondería: "Buenos días, señora", mirándola a los ojos y nada más que a los ojos.
—Muy bien. ¿Está seguro de que no le echaría un vistazo disimulado?
—Procuraría no hacerlo, señor.
—Excelente. Un mayordomo tiene que ser siempre circunspecto.
Los mayordomos están volviendo a ponerse de moda, e Ivor Spencer, autodidacto que se crió en el violento East End de Londres y que ha sido maestro de ceremonias de reyes, enseña el oficio.
Su curso consta de 86 lecciones. Los alumnos aprenden a hacer reverencias, a planchar el periódico, a presentar y escanciar vinos, y a deshacerse discretamente de un invitado ebrio, entre otras cosas. En los ensayos anuncian a visitantes imaginarios, o caminan con una copa de vino sobre la cabeza y con una bandeja en las manos, en la que llevan una botella de champán de litro y medio.
—Buscamos la perfección —explica Spencer, a propósito de las preguntas con las que acosa a sus discípulos—. James, ¿cómo debe conducirse el mayordomo ante su patrón?
—Con amabilidad, pero jamás con confianza, señor.
—Muy bien. Y usted, Martin, ¿qué me dice de la higiene personal del mayordomo?
—Cada día hay que ducharse dos veces, cepillarse los dientes cuatro veces por lo menos, y nunca se debe comer cebolla, ajo o curry; ni siquiera en días de asueto.
—Correcto.
Casi todos los integrantes del grupo tienen poco más de 20 años de edad, y se cuentan entre ellos algunas mujeres.
Uno vendió su automóvil para pagar los 6000 dólares que cuesta la colegiatura. Es que los alumnos de Spencer tienen prácticamente asegurado un salario inicial de 35,000 a 40,000 dólares anuales, más alojamiento, comida y coche. Y si a alguno no le molesta que lo comparen con Oddjob, el sirviente de Goldfinger, puede llegar a ser mayordomo guardaespaldas, con un salario inicial de 60,000 dólares. Para eso tiene que haber recibido entrenamiento en maniobras de evasión en automóvil y en artes marciales.
Spencer comenta que entre las celebridades que han empleado a ex discípulos suyos se cuentan la reina Isabel de Inglaterra, el Duque de York, el rey Hussein de Jordania y la cantante estadounidense Linda Ronstadt. Sin embargo, en esta época casi todos los patrones son hombres de negocios.
Antes, los deberes del mayordomo eran lustrar la plata, supervisar al personal doméstico y servir alimentos y bebidas. Pero los tiempos han cambiado. "Actualmente, los mayordomos son en realidad administradores", dice Spencer. "Algunos tienen que ocuparse de tres o cuatro residencias en distintos lugares del mundo, y de las nóminas, que pueden ser de personal doméstico y de tripulación de helicópteros y yates. También tienen que planear fiestas y preparar viajes".
Hoy como ayer, el mayordomo es símbolo de la más alta posición social. Debe dar ejemplo de buenas maneras y buen gusto. Spencer les enseña a sus discípulos a no replicar, a no opinar salvo que se les pida que lo hagan, y a no intervenir en conversaciones que oigan sin querer. El mayordomo tiene, por así decir, la columna vertebral de una pieza.
La reverencia es muy importante, señala Spencer. "Como denota respeto, y no servilismo, nunca hay que bajar la vista; hay que mirar a los ojos y tener los talones juntos, las puntas de los pies separadas y las manos a los costados".
Existen inclinaciones de cabeza y de cuerpo. Las de cuerpo se reservan para los personajes; consisten en doblar la cintura 45 grados, con la espalda siempre recta. Las de cabeza son breves y requieren alargar un poco el cuello, como al apuntar un rifle.
—La inclinación de cabeza es la que usarán más —indica Spencer—. Ahora practiquen entre ustedes.
Se oyen por todo el salón ceremoniosos murmullos:
—Gracias, señor.
—Con todo gusto, excelencia. —A sus órdenes, señora.
Una mañana, a las 9, los estudiantes más corteses del mundo se van a hacer un recorrido por las principales sastrerías y otros establecimientos diversos de Londres. En Gieves & Hawkes saludan a Robert Gieve, un hombre que, cualquiera diría, nació con el traje puesto.
Robert Gieve explica que los trajes son descendientes de los uniformes, y muestra que si a una chaqueta se le levantan las solapas y el cuello, se parece a la antigua casaca militar británica. Hace un siglo, los botones de las mangas servían para que los médicos y los caballeros en general se remangaran y se lavaran las manos sin quitarse la casaca en presencia de las damas, pues ello podía ofenderlas.
Como el mayordomo es quien hace las maletas del patrón, la clase aprende a empacar las camisas sin que se aplasten los cuellos: poniéndoles dentro ovillos de calcetines o corbatas. Para que la ropa no se arrugue, hay que doblar juntas las perneras de los pantalones, envolviendo con ellas otras prendas, y hay que acomodar los zapatos a lo largo de la parte donde se articula la tapa de la valija.
Y Gieve hace su más valiosa observación: "Vestir bien se interpreta como signo de buena educación, y un caballero no debe llevar encima su riqueza. El secreto de la caballerosidad es la sencillez".
En el departamento de alimentos selectos del famoso almacén Selfridges, los estudiantes aprenden a almacenar ostras (con el lado combado hacia abajo) y a distinguir el salmón de río del salmón de vivero (este siempre tiene las aletas algo maltratadas). Y, en Moét & Chandon, Rupert Lendrum les enseña a abrir botellas de champaña:
—Se sujeta el corcho con una mano —les explica—, y con la otra se le da vuelta a la botella, despacio. Así se oye un siseo en vez de un estallido. Y hay que tener el pulgar colocado firmemente sobre el corcho, para que este no salga volando y dañe el Rembrandt de la pared de enfrente. —Pero hasta el champaña tiene su talón de Aquiles. El chocolate —advierte Lendrum muy serio— mata el sabor del champaña. Jamás se sirven juntos.
"La gente sigue sonriéndose al pensar en un mayordomo, pero no sin admiración", comenta Spencer después de la última visita. "El mayordomo tiene dignidad y presencia, y es un conocedor en diversas materias. Ha leído libros sobre etiqueta, moda, bellas artes, vinos, frutas, verduras, carnes, y sobre el arte de trinchar. Supongamos que, en una cena, un invitado le dice al mayordomo que le sirve: 'La carne está exquisita. ¿De dónde es, James?' La respuesta no debe ser: 'Del supermercado, señor'. El mayordomo está enterado de que la carne se ha importado de Alemania, de cómo alimentan el ganado en ese país, y de la razón de que esa carne tenga mejor sabor. He ahí su respuesta".
A la mañana siguiente, Spencer hace el examen final. Pregunta a los estudiantes cómo se habla por teléfono con cortesía, cómo se organizan salidas al teatro en grupo, cómo se obtienen descuentos en compras cuantiosas, y cómo se plancha el periódico: con el termostato de la plancha en posición de "tibio", para fijar la tinta e impedir así que el patrón se manche las manos.
Spencer le pide a Martin que explique la delicada tarea de deshacerse de un invitado ebrio en una cena.
—Me acerco al patrón con una botella de vino o champán en la mano, como si fuera a presentársela, pero le informo que el comensal ebrio está molestando a los demás. El patrón seguramente querrá que me ocupe del asunto.
"Salgo del comedor y le ordeno a otro sirviente que cinco minutos después entre y simule que me avisa algo. Entonces le digo al invitado impertinente que tiene una llamada telefónica en la sala contigua. Si no quiere ir a contestar, le prometo que le servirán otra copa mientras esté hablando por teléfono. Una vez que ha salido, me coloco entre él y la puerta del comedor, me disculpo y le explico que no lo han llamado, sino que el anfitrión teme que se esté poniendo en ridículo, por lo cual le pide que se retire. Le ofrezco café, pero si él quiere irse en ese momento, le digo que haré que lleven su automóvil a la puerta. Cuando me entregue las llaves, pido que llamen un taxi y le pregunto al invitado a qué hora desea que lleven su auto a la puerta de su casa".
—Exactamente —aprueba Spencer—, pero si el señor mide 1.90 metros de estatura y se empeña en regresar al comedor, no hay que forcejear con él.
El día de su graduación, los flamantes mayordomos se van a una taberna y toman cerveza, muy alegres. Al término de la velada, James levanta su vaso y brinda:
—Por lo más selecto —dice—. Por la perfección.
© 1992 POR FREDERICK WATERMAN. CONDENSADO DE "FORBES FYI" (23-XI-1992), DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. FOTO (IVOR SPENCER CON ALGUNOS DE SUS ALUMNOS): © PATRICK WARD.