SECRETOS DE LAS MAHARANÍS
Publicado en
septiembre 29, 2013
Collar de oro y rubíes de las maharanís. Seguido: La maharaní Gayatri Devi, conocida como Ayesha. Izquierda: El palacio Rambagh convertido hoy en lujoso hotel.
Por Mari Rodríguez Ichaso.
Este artículo podría comenzar con "Había una vez una princesa...", pero en realidad, esta historia es sobre muchas princesas, cientos de ellas, que vivían en un mundo irreal de suntuosidad y riquezas, cuando la India se componía de un grupo de antiguos y millonarios principados, bajo el gobierno de los ingleses.
Y entre esos cientos de mujeres que vivían una existencia exótica —aunque esclava de tradiciones y costumbres que hoy en día parecen arcaicas y crueles— se distinguieron tres familias y tres mujeres ¡increíbles!, que no solo personifican aquella vida de un lujo supernatural, sino que cuando llegó el momento, supieron adaptarse a los cambios que ocurrieron y hasta dar ejemplo de civismo.
Les hablamos de las maharanís, esposas de los ricos maharajás que por siglos gobernaron sus reinados individuales en la India, y muy en especial sobre mujeres diferentes, rebeldes y llenas de fuerza. Entre ellas está Chimnabai, maharaní de Baroda y su rebelde y preciosa hija Indira, princesa de Baroda, quien por su matrimonio llegó a ser maharaní de Cooch Behar; y la hija de esta, la todavía viva y fascinante Gayatri Devi, conocida como Ayesha, quien fuera, por su matrimonio, maharaní de Jaipur y una de las mujeres más bellas del mundo.
Hace muchos años, cuando Ayesha escribió su libro A Princess Remembers —editado por su buena amiga Jacqueline Kennedy Onassis tuve la suerte de entrevistarla en el Hotel Plaza Athenée de New York, y la amistosa Maharaní, que tenía que hacer todo un día de entrevistas televisivas, primero me pidió que por favor la ayudara a ponerse sus pulseras, después su sari y sus varios chales, y al final me dijo: "¿Por qué no me acompaña a estas entrevistas? Voy a estar sola y me encantaría su compañía". Enseguida dije que sí, y pasamos un día encantador conversando y riéndonos, mientras la limusina nos llevaba de un sitio para otro. Años después, leyendo el fabuloso libro Maharanís, de Lucy Moore, comprendo que de una forma amabilísima y encantadora la Maharaní me usó un poco como su doncella privada, porque estaba acostumbrada a que alguien la ayudara y acompañara en todo momento. Claro que no me importó y al final de la tarde me dio sus teléfonos privados en Jaipur, donde vive en la casa de los guardabosques, en vez de hacerlo en el palacio de Rambagh, donde fue feliz con Jai —oficialmente Man Singh II de Jaipur— su adorado marido, y las otras dos esposas e hijos que el maharajá de Jaipur tenía cuando se enamoró de ella.
Arriba, de izquierda a derecha: La maharaní Indira en su salón en Cooch Behar con una nieta. Ayesha y Jai en su boda. Izquierda: Indira con su madre Chimnabai. Abajo: Collar de oro, esmeraldas y diamantes.
Los secretos de las maharanís son muchos, y el más importante es el lujo con que vivían. Ayesha me contó que cuando se iban a vestir, las princesas apenas se paraban en medio del salón, abrían los brazos, y una docena de sirvientas les ponían sus saris, sus joyas, las peinaban y las maquillaban sin tener que mover un dedo. La mayoría de las maharanís —en especial, las que debían vivir en purdah, sin contacto con el exterior— habitaban en un harén llamado la zenana, en aquellos palacios de Las mil y una noches, donde vivían apartadas, sin salir, junto a otros cientos de mujeres y sus hijos. Allí esperaban a que sus maridos las visitaran y participaban solo en las actividades que tenían lugar dentro de sus palacios. Esta vida fue desapareciendo poco a poco después de que la India se independizara del Reino Unido, en 1947. Y se hizo más evidente en 1971, cuando el gobierno de Indira Gandhi (quien nunca simpatizó con las maharanís, y muy en especial con Ayesha de Jaipur) abolió todos los títulos y las subvenciones de los Príncipes y los despojó de sus palacios y territorios.
La palabra maharajá viene del sánscrito y significa "gran rey"; mientras que la maharaní —quien a veces es llamada Rajmata o reina— es la esposa del gran rey. Y en la vida de Ayesha no solo sus dos abuelas y abuelos habían sido reyes de los principados de Baroda y Cooch Behar, sino que cuando era muy joven se enamoró locamente del guapo Jai, que llegaría ser maharajá de Jaipur. Lo más curioso es que tanto sus abuelas Chimnabai, como Sunity Devi, eran mujeres inteligentes y de gran fuerza, que no aceptaban que las cosas no se pudieran cambiar y lucharon mucho. Fundaron escuelas y hospitales para sus súbditos y lucharon por los derechos de las mujeres todavía a finales del siglo XIX. Y Ayesha no solo aprendió esto de sus abuelas, sino que entró en la vida política de la India y resultó electa con la mayoría más grande que se ha visto en unas elecciones parlamentarias, e incluso sufrió prisión por ello. También aprendió mucho de su madre, la bella Indira de Baroda, quien le dio el ejemplo de que lo importante era casarse por amor y nunca aceptar un matrimonio arreglado, algo que hasta el día de hoy ocurre entre muchas familias indias de todos los estratos sociales.
Ayesha, igual que su madre Indira, considerada una de las mujeres más bellas del mundo, tenía muchos cofres de joyas espectaculares, incluyendo las famosas perlas de Baroda, rubíes, esmeraldas y zafiros gigantescos. Ella creció viendo que los zapatos de Indira (creados solo para ella por Ferragamo en aquellos años) llevaban también esmeraldas y rubíes, y sus saris estaban bordados con hilos de oro y docenas de perlas y brillantes. En las bodas, donde la novia se viste de rojo, los saris eran de un lujo desmedido. Una maharaní podía tener 500 saris o más. En los palacios había 500 sirvientes —algunas familias llegaban a tener mil de ellos— y hasta los elefantes con que paseaban eran pintados a mano y adornados con suntuosas telas y joyas de los cofres reales. Se dice que el lujo de los maharajás y las maharanís era para mostrar al mundo con orgullo la riqueza de sus tierras y sus pueblos.
Pero Ayesha (nacida el 23 de mayo de 1919 y activa hasta el día de hoy) creció con más amor por montar caballos y elefantes a pelo que a las joyas y los saris. Y lo que más le gustaba "era disfrutar con sus hermanos y esperar las visitas que hacía Jai de Jaipur, cuando mi madre lo invitaba a pasar temporadas en el palacio de Cooch Behar".
Cuando al cabo de los años (y estudios en Londres, donde ambos vivieron largas temporadas), el guapo joven decidió casarse con ella ¡ya tenía dos esposas viviendo en purdah y varios hijos! Por eso Ayesha se convirtió en su tercera maharaní. Pero como esta pareja compartía una crianza tan europea, ella aparecía en público con él, incluso en la India. Y, poco a poco, todos comprendieron que Jai y Ayesha estaban tan enamorados, que la joven y el Maharajá compartían su vida en Europa o New York, igual que en la ciudad rosada de Jaipur, disfrutando su amor al polo, a los caballos y a los viajes, y no había otras mujeres e hijos. Jai se había casado a través de un matrimonio arreglado con la maharaní Marudhar Kanwar, hermana del maharajá de Jodhpur y su segunda esposa era la maharaní Kishore Kanwar, ¡sobrina de su primera esposa! Lo más curioso es que, a pesar de su crianza europea, Ayesha comprendía las costumbres hindúes y se llevaba muy bien con las dos esposas de su marido, que apenas salían de los palacios en Jaipur. Y su hijastro Sawai Bhawani Singh Bahadur, a quien llaman Bubbles, es hoy en día el nuevo maharajá de Jaipur, aunque no tiene títulos oficiales ni palacios, porque todos fueron convertidos en hoteles de lujo.
Arriba: El jardín del palacio Rambagh. Izquierda: La maharaní Indira con Douglas Fairbanks en Cooch Behar. Derecha: Indira, la madre de Ayesha. Abajo: Hasta los elefantes en que paseaban o iban de safari eran adornados con joyas.
Otro secreto que afectó la vida de estas mujeres es el alcoholismo que sufrían un gran número de sus hijos o esposos, pues los príncipes que se educaban en Europa destruían sus vidas bebiendo. Se dice que el ser extranjeros en Inglaterra —un lugar donde nunca eran aceptados completamente en la sociedad y había grandes prejuicios raciales, igual que tampoco lo eran al llegar a la India de sus colegios y universidades, donde eran considerados demasiado "ingleses"— creó en ellos un sentido de que eran seres inútiles, que lo único que tenían que hacer era divertirse y vivir del dinero de sus padres, los maharajás. Y ese estilo de vida los llevaba a beber.
El amor clandestino era otro secreto, porque muchas de las maharanís tenían affairs que en la India eran desconocidos. Tal fue el caso de Indira, la madre de Ayesha, cuando al enviudar del maharajá Jitendra de Cooch Behar, su gran amor —quien sucumbió al alcoholismo a los 36 años— comenzó a tener affairs públicos hasta con estrellas de Hollywood.
Los secretos de las maharanís incluyen también el tener que enfrentar a sus padres y maridos, y luchar por sus derechos. Derechos a estudiar, a casarse por amor, a salir a su antojo y a vivir con más libertad. Esto solo lo podían hacer en Europa y por eso las grandes familias pasaban meses sin regresar a la India, lo que motivaba problemas políticos, porque sus reyes no debían pasar tanto tiempo alejados de sus pueblos.
Izquierda: El Palacio de Rambagh y un Rolls Royce de los maharajás. Derecha: La marahaní Indira con uno de sus nietos, en Venecia. Izquierda: Collar de perlas de las maharanís.
Cuando ocurrió la independencia de la India, en 1947, la mayor parte de los maharajás aceptó todo con patriotismo, aunque sabían que su estilo de vida cambiaría radicalmente, pero no todo fue como ellos esperaban. Por esa razón Ayesha —quien tuvo el título de maharaní desde 1939 hasta 1970— decidió entrar en política en 1962 y representar a su territorio hasta 1971. Su propio marido Jai la apoyó mucho en ello. Pero Indira Ghandi tenía una agenda política muy radical (y odiaba a Ayesha, aunque habían sido compañeras de colegio) y con el tiempo rompió acuerdos previos, hasta que un buen día Ayesha fue a prisión, donde pasó cinco meses en terribles condiciones. Así y todo, la valiente Maharaní siguió luchando por las mujeres de la India y fundó un colegio de niñas muy respetado. Además, nunca quiso mudarse a Europa, y pasaba el año en su "pequeña casita" en los jardines de su ex palacio de Rambagh. La vida de la Maharaní fue el tema de los documentales Mémoires d' une princesse des Indes, dirigida por Francois Levie.
Ayesha tuvo un hijo: el maharajá Jagat Singh de Jaipur (también Rajá de Isarda), quien le dio dos nietos, Rajkumari Lalitaya Kumari y el maharajá Devraj Singh, actual Rajá de Isarda. ¿La gran tristeza de su vida? La muerte de su marido, Jai, jugando polo, "lo que tanto amaba", en 1970.
La maharaní Gayatri Devi, Ayesha, siempre llamó la atención, no solo por su belleza, sino también por su elegancia y glamour.
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 13 DEL 2008