Publicado en
septiembre 29, 2013
La Domi se puso a llorar a gritos, cuando el oficial de la INTERPOL le dijo que Brian, los trillizos y la tía Molly con su escopeta... ¡habían aparecido!.
Por Elizabeth Subercaseaux.
No habían pasado dos meses desde que la Domitila había vuelto, desesperada por la extrañísima desaparición de Brian, los trillizos y la tía Molly, cuando la tía Eulogia recibió una llamada por teléfono.
—¿Vive ahí la señora Domitila? —preguntó una voz con un acento norteamericano muy cargado.
—Sí —dijo mi tía.
—¿Podría hablar con ella?
—¿Quién es usted? —quiso saber mi tía.
—Un oficial de INTERPOL.
Mi tía, temerosa de que la Domi hubiese cometido un desaguisado antes de venir de Iowa, cortó el teléfono. Diez minutos más tarde tocaron el timbre. Un tipo alto, rubio, de ojos azules, con una pinta inconfundible de americano que gana plata y tiene poder, entró en la casa sin siquiera decir buenos días.
—No debió hacer eso, señora —dijo.
—¿Hacer qué?
—Cortarme el teléfono. Yo soy un miembro de la INTERPOL y no vengo a hacerle daño, ni mucho menos, ni siquiera vengo a darle una mala noticia sino a notificarle que tenemos en custodia a un señor que dice llamarse Brian, padre de trillizos. Alega que está casado con su empleada, la señora Domitila, y lo hemos traído a Chile con sus tres hijos y una vieja con una escopeta.
—¿Qué? ¿Qué me está diciendo usted? ¿Brian? ¿La tía Molly con su escopeta? ¿Los trillizos? ¿Están aquí?
—Vamos directo al grano —dijo el hombre haciendo gala de un gran pragmatismo a lo americano.— Se trata de una familia completa que alega haber sido hipnotizada por una baby sitter. Dicen que la baby sitter, una bruja disfrazada de colegiala, los sacó de la casa donde vivían en Iowa en una camioneta y los trasladó, dormidos o, semidormidos, a Colorado. El hombre logró escapar del secuestro y se acercó a un cuartel de la policía. Los liberaron, con prensa y todo, aparecieron en 60 Minutes y en Sábado Gigante, pidiendo ayuda, y ahora han llegado a Chile, en busca de la mamá, Domitila, y dicen que ella trabaja en esta casa. ¿Estoy en lo cierto?
Mi tía casi cae al suelo. ¿Qué? ¿Habían aparecido? ¿No estaría loco el de la INTERPOL? Ella había oído decir que esa gente era sumamente bien preparada, y no se suponía que anduvieran de casa en casa inventando historias.
—¡Domi! —gritó.
El funcionario le explicó a la Domitila que Brian estaba en la embajada de los Estados Unidos, con los trillizos y la tía Molly. ¿Era ella, verdaderamente, la madre de esos niños?
Para qué digo la que se armó. La Domi se puso a llorar a gritos, de emoción, de alegría, de tristeza, de miedo, de todo junto, y al mismo tiempo se abrazó al funcionario, y en menos de una hora iba camino a la Embajada con el funcionario, la tía Eulogia y Roberto, a quien hicieron venir corriendo desde la oficina.
El encuentro de la Domi con sus trillizos fue una de las cosas más conmovedoras que mi tía había visto en toda su vida. Estuvieron abrazados por media hora, como lapas, sin poder soltarse, mientras Brian echaba unos lagrimones y la tía Molly, apoyada en su escopeta, lloraba en silencio.
Pasada la emoción de los primeros momentos, la Domi se despegó de sus hijos, unos meses más grandes que la última vez que los había visto, se acercó a Brian y le pegó un carterazo que casi lo despacha al universo. Brian, pálido como un muerto, explicó de nuevo lo que tantas veces le había dicho a la policía en los Estados Unidos y a su llegada a la embajada en Chile: que hallándose la Doumi en el pueblo trabajando en la cafetería, la baby sitter los había hipnotizaho, que él no entendía cómo ocurrieron las cosas, pero lo único que sabía es que un día despertaron en otra casa, en otro estado, al cuidado de la baby sitter, que era loca como una cabra, y los había secuestrado para ser famosa. En un momento de descuido de su celadora, Brian había logrado escapar al pueblo más cercano, donde habló con la policía.
—¿Me vas a decir que los hipnotizó a todos? ¿Tú crees que soy idiota? —bramó la Domi—. ¿Por qué no dices la verdad, que te enamoraste de esa flaca desarticulada y convenciste a la tía Molly para que se fueran y me dejaran plantada? ¿Por qué no dices que eres el peor perejiliento de los Estados Unidos y que no tuviste vergüenza de secuestrar a mis hijos para seguir a esa pécora de mechas largas y ojos de ciruela?
—Doumi, por el amor de Dios, yo siempre te he querido, ¿cómo crees que iba a hacerte algo tan espantoso? Una cosa es irse con la flaca de la esquina, mi amor, pero otra muy diferente es partir con los niños y tía Molly. Yo nunca haría eso a mi mujer. ¿No me conoces?
—¿Pero qué pasó, Brian? La Domitila casi muere de la tristeza. ¿Se da cuenta de lo que es llegar un día de regreso del trabajo a su casa y encontrarse con que toda su familia ha desaparecido? ¿Sus tres hijos? ¿Su marido? ¿La tía Molly con su escopeta? ¿Y hasta la vaca? ¿No ha pensando en que la pobre Domi pudo haber enloquecido de angustia, de espanto?
—Tiene toda la razón, señora, eso fue lo que pasó, y sí, mi pobre Doumi pudo morir de angustia, no sé qué decirle.
—Me imagino que todo se debe al realismo mágico, ¿verdad? Dicen que Gabriel García Márquez se inspiró en William Faulkner, que Faulkner fue su padre literario, así que deduzco que el realismo mágico no empezó en Latinoamérica, como suele pensarse, sino en el sur de los Estados Unidos. ¿O me equivoco?
—Se equivoca medio a medio, señora —dijo Brian—. A mí me hubiera gustado que esto estuviese relacionado con la magia, pero no tiene nada que ver con eso.
—¡Cómo que no! ¿Y cómo llama usted al hecho de que una familia entera desaparezca sin explicación, de la noche a la mañana, se haga humo, se vuele y se pulverice por los aires, al más puro estilo de Remedios la Bella?
Entonces Brian explicó que los Estados Unidos era un país muy grande, todo debía multiplicarse por 100, había muchos más locos allí que en cualquier parte del mundo, y muchas veces las personas hacían estas cosas espantosas para salir en la tele. La baby sitter era una de esas locas que andan buscando sus 15 minutos de fama y terminan 50 años en la cárcel. ¿No había leído sobre los serial killer? ¿Sobre las mujeres que tiraban a sus hijos a los lagos? ¿Sobre los niños que disparaban a sus compañeros de curso?
—Bueno, lamentablemente —dijo Brian, que amaba a su país pero reconocía sus problemas—, en los Estados Unidos hay tantísima gente que da para todo, y así como hay millones de cuerdos, hay decenas de locos y locas y a nosotros nos tocó una de ellas.
—Para su tranquilidad, la baby sitter está en la cárcel y en este momento la INTERPOL le hace entrega de su marido, sus trillizos y de esta vieja con escopeta. Hágame el favor de firmar el papel donde acusa recibo conforme a la entrega —dijo el funcionario alcanzándole a la Domi un documento—. Haga usted con ellos lo que quiera y lo que las leyes de este país le permitan —añadió el funcionario y luego desapareció por una puerta, dejando a la familia tranquila para que discutieran sus problemas.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó la Domitila.
—Volver a Iowa y retoumar nuestro vida —dijo Brian.
—¡ Ah! ¡No! De ninguna manera. No vuelvo a ese país ni aunque me paguen el ticket del avión en oro. De ninguna manera. He recuperado a mis hijos, a mi familia... ¡Nos quedamos aquí! En Chile. Para siempre —dijo la Domi, apoyada por mi tía Eulogia que movía la cabeza afirmativamente, mirando de reojo a la tía Molly, quien subrepticiamente había puesto el dedo en el gatillo de la escopeta.
—¿Aquí? ¿Y qué voy a hacer aquí? Allá tengo mi campo, mi vaca, mi tractor —balbuceó Brian—. Y los trillizos son americanos, Doumi.
—¿Y tú crees que aquí no hay campos, ni vacas, ni tractores? Pues bien, te equivocas —dijo la Domi, quien pese a la felicidad de verlos a todos, sobre todo a sus niños, estaba furiosa con Brian, porque hay que ser bien perejiliento para dejarse hipnotizar por una baby sitter y dejarse secuestrar en un camión con tres hijos, la vaca y una tía con una escopeta—. ¿Tú crees que no tenemos agricultores? ¿Crees que aquí no hay tierras por cultivar? ¿Manos para trabajar? ¿No sabes que somos el país que más exporta vinos en el mundo? Mira, Brian, perejiliento de siete suelas, estoy muy contenta de verte, pero necesito tiempo para perdonarte. No me trago del todo el cuento de la baby sitter. Es decir, me lo trago, pero me cuesta pensar que una flaca como esa pudiera ser capaz de hipnotizarlos a todos, subirlos a la camioneta, hasta con la vaca y partir a un pueblo de Colorado. Me cuesta... aquí hay gato encerrado. Hay que darle tiempo al tiempo. No esperarás a que después de todo lo que ha pasado me tire a tus brazos y te siga a los Estados Unidos de regreso. Tendría que estar mucho más loca de lo que estoy para eso... No, señor, nos quedamos en mi patria y si a usted no le gusta se vuelve a Iowa, pero a mí y mis hijos no nos mueve ni una grúa de aquí.
La Domi había sacado sus garras. La tía Eulogia se acercó a ella y le puso una mano en el hombro, con esa cara que ponen las amigas cuando quieren decir "somos solidarias hasta la muerte, ni un terremoto nos va a mover de aquí".
Brian agachó la cabeza.
La tía Molly preguntó si vendían balas en Chile y si era legal tener escopeta. Brian preguntó por unas semillas de alfalfa, por los cultivos, habló con Roberto, quien le contó lo poco que sabía del campo y se comprometió a presentarle a un distribuidor. Y horas después, cuando los trillizos se caían de sueño y de hambre, acordaron que la familia de la Domi, reencontrada, viviría en un campo cerca de Santiago, de manera que la Domi pudiera visitar a la tía Eulogia con frecuencia.
—Deduzco de todo esto que no vas a ser más mi empleada —dijo la tía Eulogia, triste de perderla como empleada pero feliz de verla con su familia de vuelta.
—Nunca me he sentido su empleada, sino su amiga, y eso no va a terminar jamás —dijo la Domitila.
Al día siguiente Brian partió a los Estados Unidos, a vender su campo y su casa, para instalarse con su familia en Chile.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 28 DEL 2004