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septiembre 01, 2013
Basta oprimir un botón en un tablero para que se inicie en varias naciones la busca sistemática de determinada persona y se salve una vida.
Por Stanley Englebardt.
EN EL verano de 1975 murió en un hospital de Leiden (Holanda) un estudiante a consecuencia de las lesiones que sufrió en la cabeza durante un accidente de motocicleta. Como antes del percance el joven gozaba de excelente salud, los médicos obtuvieron autorización para aprovechar en trasplantes los riñones de la víctima. En la región de Leiden no había, entre los enfermos renales que esperaban trasplante, ninguno de características histológicas compatibles con las del donante,* pero en una busca de 15 segundos hecha por computadora entre 1583 candidatos de cinco diferentes países europeos, aparecieron dos nombres: el de un ama de casa de 32 años, de Gante (Bélgica), cuya vida dependía de un trasplante renal, y el de un hombre de negocios de 39, vecino de Graz (Austria), que desde hacía dos años esperaba la oportunidad de que le injertaran un riñón.
*Si no son compatibles las características de los tejidos denominadas antígenos de trasplante, el sistema inmunógeno del receptor rechaza el árgano del donador.
Extirparon al estudiante muerto los riñones, los bañaron en una solución preservadora y los guardaron entre hielo en recipientes de acero inoxidable. Un órgano fue directamente en helicóptero hasta Gante; el otro, en automóvil hasta el vecino aeropuerto de Schiphol, donde esperaba un reactor militar de la OTAN para entregarlo en Graz. Menos de seis horas después de extirpados del joven accidentado en Leiden, los dos riñones habían sido injertados con éxito.
Lo relatado es ejemplo de lo que un médico ha llamado "el mercado común de riñones". La labor de organismos tales como Eurotrasplantes, Trasplantes de Francia, Trasplantes Scandia y Trasplantes del Reino Unido permite ahora comparar, mediante computadoras, los órganos renales disponibles en un lugar de Europa con las necesidades de pacientes de insuficiencia renal que habitan en otras ciudades o en otras regiones europeas. Así, por ejemplo, si Eurotrasplantes no encuentra un receptor idóneo en la región de cinco naciones (Austria, Bélgica, Holanda, parte de Alemania Occidental y parte de Suiza) que abarca su campo de acción, se dan a conocer por telex las características tipológicas del riñón disponible a los demás organismos similares para que hagan por computadora la correspondiente busca de receptores compatibles.
El Dr. Jon van Rood, fundador de Eurotrasplantes y precursor en la tipología de los tejidos, comenta: "Sin faltar a la verdad podemos afirmar que, con estos programas, a partir de 1960 se ha operado una revolución en el tratamiento de los pacientes de insuficiencia renal".
Antes de ese año virtualmente el ciento por ciento de los 16.000 europeos que, según cálculos estadísticos, padecen anualmente de insuficiencia renal irreversible, estaban condenados a una muerte lenta y prematura. Actualmente el índice de defunciones por esa causa se ha reducido a cinco por ciento, gracias a los trasplantes de riñones sanos y al empleo de los aparatos de diálisis que depuran la sangre. "Es más", se aventura a decir un eminente cirujano británico especialista en el trasplante de órganos, "si contáramos con mayor número de riñones para injerto, la cifra antes señalada se reduciría aún más".
En 1967 el Dr. van Rood propuso la idea de establecer un sistema para comparar rápidamente la compatibilidad entre el organismo receptor y el riñón donado. "Cuando se hicieron los primeros trasplantes", nos explica el barbado científico holandés, "se pensaba que únicamente los individuos con muy estrechos vínculos de consanguinidad podían servir mutuamente de donadores y receptores de riñones. En consecuencia, los primeros trasplantes que tuvieron éxito fueron casi exclusivamente los practicados entre gemelos idénticos, entre hermanos o entre padres e hijos".
Poco tiempo antes, en los primeros años que siguieron a 1960, los investigadores desentrañaron los misterios de los antígenos humanos que operan en el rechazo de los órganos trasplantados y descubrieron que, una que otra vez, hay compatibilidad entre individuos sin el menor parentesco consanguíneo. "Esto significaba", explica el Dr. van Rood, "que, si lográramos integrar una lista lo suficientemente grande de pacientes con insuficiencia renal en espera de una oportunidad de trasplante, nos sería posible localizar en algún lugar un receptor adecuado para casi cualquier riñón disponible".
En mayo de 1968 se inició Euro-trasplantes en la Universidad de Leiden con un modesto archivo para computación de 300 receptores potenciales que en aquel entonces recibían tratamiento en 38 hospitales que colaboraban con el organismo en Bélgica, Holanda y Luxemburgo. El propósito inmediato en aquel tiempo era reunir más fichas de pacientes para el archivo de la computadora. En otras regiones de Europa Occidental se instituyeron programas semejantes: en Francia, el Reino Unido y parte de los países escandinavos. Al aumentar progresivamente la distancia que separaba al donador del receptor, los problemas del transporte de los órganos se complicaron, pues los riñones sólo pueden conservarse almacenados durante un tiempo máximo de 36 horas. Por eso cada una de las grandes zonas geográficas de Europa estableció su propio sistema de computación. En caso de no encontrarse un receptor compatible en la propia zona, se transmitían a las demás regiones los datos sobre el tipo de tejido del órgano disponible.
El resultado de todos estos esfuerzos mancomunados es el actual mercado común de riñones para trasplante, integrado por Trasplantes de Francia, que lleva el registro de los nombres y las características histológicas de pacientes con insuficiencia renal que habitan en Francia, España y parte de Suiza; Trasplantes Scandia, que cumple la misma función para Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia; Trasplantes del Reino Unido, que comprende a Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y Eurotrasplantes.
La eficiencia con que trabaja este programa de cooperación en el campo de la salud, único en su género, quedó demostrada por una serie de sucesos que se iniciaron en una angosta carretera cerca de Lyon (Francia) en marzo de 1976. Un automóvil arrancó la barrera de contención en una curva y se precipitó rodando por un terraplén muy inclinado. El conductor del vehículo, un hombre de 24 años, sufrió graves lesiones en la cabeza y falleció horas después en un hospital, donde un joven médico solicitó a los familiares permiso para utilizar sus riñones, aunque no necesitaba esa autorización según las leyes de Francia, que fue una de las primeras naciones en permitir el uso de órganos sin autorización de los familiares del fallecido.
Mientras los cirujanos extirpaban los riñones, un asistente de los servicios médicos transmitía por telex al sistema de computación de Trasplantes de Francia, con sede en París, los datos relativos al donador. En menos de dos minutos la computadora proporcionó los nombres de cinco posibles receptores compatibles. Sin embargo, cuatro de ellos no estaban disponibles por una razón u otra. El quinto era una joven de 16 años, de París.
En el Hospital Necker de la capital francesa, el Dr. Henri Kreis, jefe de un equipo de trasplantes, acababa de sentarse aquella mañana, temprano, en la cafetería del personal de la institución para tomar una taza de café, cuando empezó a emitir su señal sonora el dispositivo electrónico de comunicación que lleva en todo momento sujeto al cinturón. Al ponerse en contacto con su oficina, una enfermera le informó:
—Parece que ya tenemos un riñón para Yvette.
—Llámela por teléfono inmediatamente —le ordenó— y comience a prepararla en cuanto llegue.
Subiendo de dos en dos los peldaños de la escalera, corrió a su oficina, donde una secretaria operaba el aparato de telex para confirmar que podían aprovechar el riñón que estaba disponible. Un joven médico, con los ojos enrojecidos al cabo de casi 16 horas de guardia continua en el hospital, se comunicaba telefónicamente con Lyon para concertar los detalles del transporte del órgano, que se recibió a las 8:30 de esa mañana.
Como en casi todos los trasplantes de riñón, la operación de Yvette duró unas dos horas. Vino a continuación el período de espera para comprobar si el organismo de la receptora aceptaba o rechazaba el injerto. Finalmente, tres días después, el análisis de orina demostró que se estaban eliminando de la sangre de la enferma las impurezas tóxicas de desecho, esto es, que el nuevo riñón funcionaba satisfactoriamente.
Pero, ¿qué se hizo con el otro riñón obtenido del accidentado? "En cuanto supimos que en nuestro territorio sólo había un receptor que podía beneficiarse", explicael Dr. Jean Dausset, hombre de hablar pausado, fundador del sistema Trasplantes de Francia, "transmitimos mensajes a otros organismos europeos de trasplantes". Se dio prioridad al caso de un hombre de Hamburgo (Alemania Occidental). El órgano llegó al hospital correspondiente en unas horas y la operación resultó bien.
Hoy se trasplantan cada año unos 3000 riñones de manera parecida en 13 países de Europa Occidental. Más de 70 por ciento de estos injertos compatibles se ven coronados por el éxito. Alrededor del 65 por ciento de los órganos provienen de víctimas de accidentes, personas sin relación de consanguinidad con el receptor, y en el 50 por ciento de los casos son de individuos que vivían en otro país.
Pero aún persisten ciertas dificultades. Una de ellas es la crónica escasez de riñones disponibles. "Esto depende de varios factores", explica el Dr. van Rood. "En primer lugar, muchos médicos se resisten a pedir a los acongojados familiares su consentimiento para extirpar los riñones al recién fallecido. En segundo, en muchos países se tropieza con el problema jurídico de quién puede disponer del cadáver. Y por último, aún está pendiente la definición legal de muerte".
El problema podría resolverse, en parte, mediante el uso en mayor escala de la llamada tarjeta de donador. Actualmente, por ejemplo, por lo menos en la mitad de los Estados Unidos está permitido, a quien lo desee, anotar en la licencia de conducir su voluntad de donar sus órganos en caso de muerte accidental. "Si esta práctica se popularizara en Europa", opina el Dr. van Rood, "estoy seguro de que contaríamos con más riñones para trasplante".
El aumento de los costos es otra de las dificultades que entorpece la labor de estos organismos. La determinación del tipo de antígenos en los tejidos de órganos para trasplante cuesta el equivalente de unos 250 dólares, los gastos de cirugía varían entre 1200 y algo más de 3000, y el transporte de un riñón puede valer hasta 400. "Sin embargo", señala un especialista en trasplantes renales, "si se compara con lo que en promedio cuesta anualmente la diálisis (unos 14.000 dólares), los trasplantes, cuando es posible hacerlos, son la solución más conveniente".
Por de pronto, lo que antes era un remedio heroico hoy es un tratamiento casi rutinario. No hace mucho, por ejemplo, pereció un hombre en Marburgo (Alemania Occidental) en un accidente de automóvil. Se localizó un receptor compatible en Newcastle (Inglaterra). Un helicóptero se encargó de llevar el riñón desde el hospital de Marburgo hasta la base aérea militar situada en las afueras de Colonia. De allí lo llevó la Luftwaffe hasta el aeropuerto de Newcastle, donde lo recogió una ambulancia que corrió a entregarlo en el centro hospitalario Royal Victoria Infirmary. Casi exactamente 12 horas después de que el riñón había sido extirpado en Marburgo, se recibió un mensaje en la central de Leiden: "Anoche el equipo de cirujanos trasplantó felizmente el riñón que nos enviaron a Newcastle. ¡Muchas gracias!"