Publicado en
septiembre 15, 2013
Por Cecilia Saénz.
Es quien más cerca ha estado de mí en los últimos doce o quince años. Al principio no le puse toda la atención, pero poco a poco fue asumiendo un lugar muy suyo. Nada exigía, siempre silencioso aguardaba a que yo lo tomara o lo dejara de acuerdo, inclusive, a mis caprichos.
Me acompañó en los grandes triunfos y en las infames derrotas. Llegó a suplir el amor, y hasta el hambre y el sueño.
Con una humildad que a veces me exacerbaba, estaba ahí, quieto, en un rincón. Esperando a que lo deseara; esperando resignadamente a que la reina lo acariciara. Nunca lo engañé. Se sabía un "segundón", pero creo que en el fondo intuía que se quedaría conmigo el resto de mis días.
Era muy noble, jamás por él se conoció ninguno de los secretos de mi vida que fue tan largamente compartida.
Por supuesto, no todo fue alegría en nuestra relación. Por su compañía me vi privada de varios momentos hermosos. Recuerdo que más de una vez me causó fuertes disgustos con quienes simplemente no lo soportaban, ni entendían nuestra relación, casi maligna, por la dependencia. Inclusive alguien, muy valiente, me puso a elegir entre los dos.
A veces me disgustaba tanto su presencia que lo botaba fuera de casa, pero luego lo extrañaba y salía en su búsqueda en plena madrugada. Por encontrarlo, visité bares de mala muerte y me arriesgué a ser asaltada.
En el seno de mi familia, desde hace unos años, se levantaron fuertes voces de protesta por su compañía. En varias ocasiones fui invitada a abandonar la casa si quería estar con él. Así, en la propia casa de mis padres, aquella que había sido mía por largos años, me veía obligada a abandonar la escena familiar, tan sólo por su presencia.
Todavía se me pone la piel de gallina al recordar que en Copenhaguen, mi mejor amiga de la juventud, cuando descubrió que estaba con él, me pidió que saliera de su casa, me dijo que podíamos estar juntos, ¡pero en el patio!... eso, a las dos de la mañana y con una temperatura bajo cero... ¡no lo podía creer!
Sufrí muchas humillaciones por su causa, pero por el otro lado, era el único que no me abandonó bajo ninguna circunstancia. Siempre estuvo conmigo. Me sostuvo mientras afrontaba crisis de identidad, emocionales, económicas, filosóficas y hasta políticas. Amigo incondicional, compañero de autopistas y chaquiñanes. Nunca reparé en la importancia que había tenido en mi vida, hasta ahora que lo he dejado.
Amigo mío, he querido despedirme de ti públicamente. Gritar tus bondades y generosidad, asegurarte que de alguna forma seguirás conmigo y, es más, quiero prometer frente al mundo que si algún día llegas a no despedir el olor infame que me obliga a alejarme de ti, te buscaré y te traeré de vuelta a mi lado.
Jamás te olvidaré, siempre estarás dentro de mí aunque casi quemaste mi casa, me alejaste de mi familia, dos novios me abandonaron porque no soportaban tu presencia, fui echada de un restaurante en Washington y en el Museo de Louvre casi me llevan presa porque te vieron en mi mano.
Gracias por haberme soportado tantos años mi querido, mi entrañable Marlboro blanco.