NUEVAS TÉCNICAS CONTRA LAS QUEMADURAS
Publicado en
septiembre 15, 2013
El pequeño Henri tenía horribles quemaduras en todo el cuerpo. Hace apenas unos años probablemente habría muerto, pero ahora tuvo la suerte de caer en manos de un equipo de especialistas.
Por Janice Tyrwhitt.
JEANNE MERCIER* despertó a las 6 de la mañana del domingo 15 de mayo de 1977, al oír los gritos de Henri, su hijo de cuatro años, en su dormitorio del sótano. La escalera estaba envuelta en llamas. Paul, su marido, salió al exterior de la vivienda, rompió el cristal de la ventana y logró sacar al niño. Lo llevaron a toda prisa a un hospital de la localidad, pero, como tenía quemaduras demasiado extensas, lo enviaron desde allí al Hospital Infantil en Montreal. Más del 85 por ciento del cuerpo estaba cubierto de ampollas y de quemaduras de segundo y tercer grado; la criatura perdía grandes cantidades de plasma, sangre, proteínas y sales minerales.
*Se han cambiado los nombres de las víctimas y de sus familiares.
Rápidamente se movilizó todo el personal de las unidades de terapia intensiva y de quemaduras del hospital. Había motivos para temer la existencia de lesiones pulmonares producidas por la inhalación de humo, y por eso los médicos emplearon inmediatamente un aparato para dar respiración artificial al pequeño; además le inyectaron suero antitetánico. Guiándose por la secreción urinaria y los análisis de orina y sangre, le administraron por vía intravenosa una solución salina que compensara la brutal pérdida de líquido, proteínas y sangre. En el cuarto del enfermo reprodujeron las condiciones de humedad y calor capaces de remediar hasta cierto punto la pérdida de la piel, que en circunstancias normales regula los mecanismos internos de termorregulación del organismo. Las enfermeras colocaron las piernas y los brazos del niño en la posición más conveniente para mantener separadas las zonas quemadas. El Dr. Bruce Williams, especialista en cirugía plástica, hizo profundos cortes en las regiones carbonizadas de las extremidades de Henri que, a manera de torniquetes, constreñían la circulación en los miembros tumefactos.
Las quemaduras graves destruyen las defensas naturales del organismo. Por eso el equipo especializado comenzó rápidamente la lucha contra la infección, que es el más importante factor de mortalidad entre quienes sobreviven al accidente primario, o sea la quemadura en sí. El Dr. Williams aplicó pequeños discos de papel a la superficie cutánea para absorber el líquido cargado de bacterias y desprendió trocitos diminutos de piel, con la grasa subyacente. Así obtuvo muestras de las cepas de bacterias, que se cultivaron y se contaron. El recuento, inferior a 100.000 por gramo de tejido, era indicio de que aún no había invasión bacteriana grave en el torrente circulatorio. Para detener la infección, se aplicó en las zonas lesionadas una pomada de sulfadiazina de plata.
El martes colocaron a Henri una serie de férulas ideadas para evitar que, al comenzar a cicatrizar y encogerse el tejido, hiciera tracción desde el mentón hacia el tórax y se amontonara en las articulaciones. Para el cuello, los codos, las rodillas, las manos y los pies, la terapeuta ocupacional Ghislaine Prata modeló piezas de un plástico que, ablandado previamente por el calor, se endurece al enfriarse. Le separó los dedos con trocitos de gasa para que no se pegaran entre sí y le aplicó férulas en las manos para prevenir deformidades serias. Al faltarle la envoltura protectora de la piel, el pequeño organismo de Henri tenía un gasto diario de 5000 calorías y por eso, desde el segundo día, le instituyeron un régimen de superalimentación mediante sonda estomacal.
Dos veces al día lo sumergían en un baño de burbujas para que moviera los miembros, se limpiaran sus heridas,y se desprendieran los tejidos muertos. Se graduó con toda precisión la cantidad de antibióticos que se le aplicaban a las heridas. El exceso podía aniquilar las bacterias que viven normalmente en el organismo y propiciar el desarrollo de cepas resistentes y de infecciones causadas por hongos.
CASCO Y MASCARILLA
Desde el 20 de julio hasta mediados de septiembre hicieron a Henri siete operaciones planeadas por fases, de tal manera que cada una de ellas no afectara más del 30 por ciento de la superficie corporal. El Dr. Williams le extirpó los tejidos muertos y le cubrió las quemaduras de tercer grado en manos, pies y espalda con injertos temporales de membrana amniótica (saco que envuelve al feto y se expulsa en el parto; por su contextura, se parece mucho a la piel). En una etapa posterior se emplearon trozos de piel sana del pequeño mismo, extirpados mediante un dermátomo de motor; las tiras para el injerto cutáneo, de unos ocho centímetros de longitud, eran tan delgadas que las mismas áreas de donación pudieron utilizarse más de una vez, después de cicatrizar. Para fijar los injertos en su sitio, el Dr. Williams los cubría con una redecilla de nailon impregnada de antibióticos.
A partir de entonces pudieron vestir a Henri con prendas elásticas que ejercían suficiente presión para impedir el crecimiento de cicatrices exuberantes. Primero le adaptaron un casco con mascarilla provista de agujeros para los ojos, la nariz y la boca, colocada por debajo de la férula que apuntalaba la barbilla. Hacia fines de octubre llevaba puesto un traje completo que sólo le quitaban para bañarlo. Un mes después salió del hospital.
Ya en casa, el niño usa una mascarilla facial y una férula cervical, un chaleco elástico con mangas largas, y calzones ceñidos que le cubren desde la cintura hasta los dedos de los pies. Durante el día lleva puesta una férula y almohadillas de espuma de plástico en ambas axilas; por la noche, férulas en las manos. Dos veces por semana acude al hospital para sesiones de fisioterapia, terapia ocupacional, ajuste de las férulas y confección de nuevas prendas ceñidas a medida que el niño crece.
Las perspectivas de Henri para el futuro son muy buenas. Aunque tendrá que usar durante otros dos años ropa interior muy ajustada para lograr la presión necesaria, el pequeño lleva una vidá casi normal. Quizá necesite otras operaciones para reducirle las cicatrices y reemplazarle los injertos cutáneos que no han crecido a la par de su organismo; además, algunas cicatrices le quedarán de por vida, pero podrá, en cambio, tomar parte en casi todas las actividades deportivas aun antes de prescindir de los trajes elásticos.
APOYO SICOLOGICO
Hace pocos años lo más probable hubiera sido que Henri no sobreviviera. Durante los tres últimos lustros se produjo una serie de importantes progresos médicos que cambiaron radicalmente la terapia de las quemaduras. Por ejemplo:
• Los antibióticos que, en colaboración con bacteriólogos clínicos, se administran localmente para evitar la infección de las regiones lesionadas.
• El perfeccionamiento de la técnica de reposición intravenosa de los líquidos corporales.
• Los injertos provisionales para cubrir las heridas hasta que el organismo sea capaz de generar piel sana en cantidad suficiente para hacer injertos permanentes.
• Hiperalimentación para aportar calorías, además de proteínas, hierro y grasas suplementarias.
• La pronta eliminación del tejido muerto (necrosado), mediante baños o con pinzas y escalpelo, en vez de esperar semanas a que se desprenda espontáneamente.
• El empleo de férulas, ropa de presión y vendajes apretados para reducir la retracción cicatrizal y ayudar a la regeneración de una piel más tersa.
Administra el tratamiento un equipo de especialistas con mucha experiencia en las quemaduras, encabezado por un cirujano plástico a quien asiste un número de enfermeras adecuado al de los pacientes, y un conjunto de peritos en disciplinas médicas y paramédicas. Desde el momento de su admisión en el nosocomio hasta el período de vigilancia poshospitalaria, Henri y sus padres recibieron el más valioso tratamiento que puede darse en este campo de la terapéutica: un sostenido apoyo sicológico para superar una crisis que puede producir invalidez tanto del cuerpo como de la mente. La relación entre paciente y enfermera es tan importante que Elizabeth Cormier, jefa de enfermeras de la Unidad de Quemaduras del Hospital Infantil de Toronto, estimula a su personal para que cada enfermera escoja su propio paciente. En muchas unidades de este tipo son precisamente estas auxiliares las que colocan los injertos una vez que el cirujano ha preparado la región sobre la cual va a aplicarse.
El dolor de las quemaduras puede ser de extrema intensidad. Cada baño y cambio de vendajes desprende piel muerta y deja los tejidos subyacentes en carne viva. Por eso la enfermera tiene que ejercer suficiente autoridad para hacer que el paciente se someta a una dolorosa rutina necesaria para una recuperación más rápida, pero además tiene que ser lo suficientemente tierna y sensible para apaciguar los temores de su enfermo de quedar desfigurado o con un lamentable grado de invalidez. El dolor que persiste durante largos períodos surte un efecto desmoralizante tanto en lo físico como en lo sicológico. Las víctimas de quemaduras se sienten mutiladas, atrapadas y muchas veces atormentadas por un sentimiento de culpa al atribuir el accidente a su propia negligencia. Se calcula que uno de cada cuatro adultos quemados contraen úlceras gástricas atribuibles a su excesiva tensión emocional.
La salida del hospital puede resultar tan deprimente como su ingreso en él. Los cirujanos plásticos y los siquiatras cooperan para reducir al mínimo las cicatrices y reforzar la confianza del paciente en sí mismo, pero los que sobreviven a grandes quemaduras quedan muchas veces muy lesionados en su autoestimación. Algunos jovencitos son objeto de crueles burlas de parte de otros muchachos de su edad que los tratan como "fenómenos" o que los lastiman moralmente con sus comentarios expresados en voz baja. La deformidad origina emociones casi intolerables en el adolescente, que ya de por sí está expuesto a violentos vaivenes emocionales.
QUÉ SE DEBE HACER
La gravedad de las quemaduras depende de la temperatura y de la duración del calor. Una explosión de gasolina que dura sólo una fracción de segundo sobrecalienta la piel hasta un lapso de un minuto; con una exposición de veinte segundos al vapor de agua, son necesarios más de tres minutos para que se enfríe la superficie cutánea afectada; la quemadura producida por una llama durante dos minutos tarda once en enfriarse. La ropa incendiada genera un calor tan intenso que casi siempre produce quemaduras de tercer grado.
Los primeros auxilios pueden atenuar los efectos de la quemadura si evitan que la lesión penetre en profundidad. El enfriamiento con agua corriente, con nieve o compresas húmedas aplicadas en la superficie cutánea quemada puede impedir que el calor afecte tejidos más profundos. Además, el enfriamiento rápido mitiga el dolor, reduce la hinchazón y la pérdida de líquidos y hasta evita a veces la penetración de las quemaduras de segundo grado. Ni la mantequilla ni otras grasas sirven para tratar las quemaduras agudas.
Se llaman de primer grado las quemaduras superficiales, que casi siempre curan espontáneamente. Son de segundo grado las que afectan la segunda capa de la piel, esto es, la dermis, donde están los folículos pilosos, las glándulas sudoríparas y sebáceas y la capa germinativa que da origen a las nuevas células epiteliales que forman la piel. Quemaduras de tercer grado son aquellas que destruyen la piel en todo su espesor y sólo pueden repararse mediante injerto, a menos que su extensión sea sumamente reducida. Antes se consideraba que una persona con quemaduras de tercer grado que afectaran más de la mitad de la superficie del cuerpo, tenía sólo un 50 por ciento de probabilidades de sobrevivir, pero en la actualidad el promedio de supervivencia (aun con quemaduras de mayor extensión) es mucho mayor. Los especialistas en cirugía plástica han perfeccionado nuevas y más refinadas técnicas para reparar deformidades. Aunque todavía no se han convertido en procedimientos de rutina, estos métodos son de gran beneficio para algunas personas quemadas:
Cirugía acelerada. En cuanto el paciente ha superado el choque inicial de la quemadura, el cirujano rebana diagonalmente la lesión para conocer exactamente su profundidad y extensión; luego la extirpa capa por capa hasta dejar al descubierto el tejido no lesionado.
Nuevos avances en los injertos provisionales. En el decenio actual creció el interés por el empleo de la membrana amniótica como material biológico para cubrir superficies. También la piel de cerdo se ha utilizado con el fin de preparar la herida y dejarla lista para una operación ulterior, así como para estimular la cicatrización espontánea y proteger la herida mientras se hacen injertos cutáneos tomados de zonas limitadas de donadores; esto está indicado sobre todo en pacientes con quemaduras muy extensas. La piel de cerdo secada por congelamiento y esterilizada mediante irradiación, puede almacenarse hasta dos años y rehumedecerse para cubrir las quemaduras aun estando el paciente en la fase de choque.
Injertos en malla. Se extirpa una tira de piel del propio paciente; después con un aparato, se corta diagonalmente para que se estire como una red de tenis y cubra zonas varias veces mayores que su tamaño original. Los líquidos del organismo exudan a través de las aberturas mientras piel de nueva formación las va cubriendo poco a poco.
Injerto cribado. Sobre la herida abierta se despliega una lámina perforada de material artificial y se implantan fragmentos diminutos de piel del paciente en cada uno de los agujeros; estos microinjertos crecen gradualmente para formar un trasplante continuo y permanente. Hasta ahora el método se ha empleado principalmente para cubrir superficies calvas con piel capaz de echar pelo.
Enzimas. Aunque aún discutible, el tratamiento con enzimas (que se aplican en pomada sobre la herida) pretende activar la disolución del tejido muerto para que la piel sana cubra la herida. Si no ha quedado suficiente piel regenerable, las enzimas preparan con mayor rapidez la base de la quemadura para que prenda en ella un injerto cutáneo (si se injerta en seguida, las cicatrices suelen ser menos abultadas).
La asistencia de los quemados depende mucho del perfeccionamiento del material y el equipo: placas de radiación que dan calor a las lesiones descubiertas; camas que reducen la presión, con almohadas infladas por separado; camas giratorias para cambiar sin dificultad la posición dorsal o ventral del accidentado; y dispositivos que con sólo oprimir un botón hacen pasar al enfermo de una camilla a un tanque en forma de mariposa donde le lavan las quemaduras, puede ejecutar ejercicios y se le elimina el tejido muerto. Pero más importante que todos los avances técnicos son los recursos humanos disponibles durante la fase crítica del programa de rehabilitación.
Los grupos especializados en el tratamiento de quemaduras aún no conocen a fondo los complejos cambios que ocurren en el organismo a consecuencia de estos accidentes, pero a corto plazo son previsibles tratamientos más eficaces para dominar mejor las infecciones, los procesos de cicatrización y las lesiones pulmonares. Están en estudio las reacciones inmunógenas del rechazo de injertos y se buscan sustitutos sintéticos para la piel humana. Se perfeccionan técnicas quirúrgicas para la reconstrucción de narices, orejas y manos. Se apela a la conciencia pública para la prevención de las quemaduras y el trato humano de los quemados, que, además de seres humanos como cualquiera, son personas que tuvieron el valor de salir adelante en una prueba tremenda.
MEDIDAS PREVENTIVAS DE SENTIDO COMUN
LA MAYOR parte de las muertes y lesiones por quemaduras e inhalación de humo pueden evitarse. Los líquidos en ebullición y las grasas calientes que se dejan al alcance de los niños, el descuido al fumar, la negligencia en el manejo de sustancias químicas o explosivas, o de metales fundidos, son acciones imprudentes que cobran víctimas. Los dispositivos de alarma para la oportuna detección del humo, el empleo de materiales no inflamables en la confección de ropa y tiendas de campaña, así como la observancia rigurosa de los reglamentos contra incendios tanto en casa como en los lugares de trabajo, reducirían radicalmente el número de quemaduras. Pero más que nada es sentido común lo que hace falta para evitar muchos accidentes que no deberían ocurrir. Por ejemplo, estos casos:
• El agasajo a la madre: una criatura, un camisón o pijama de tela inflamable, una estufa y la intención de servir a mamá el desayuno en la cama... pueden terminar en tragedia.
• La fiesta del lugar: un bolsillo lleno de petardos puede ser causa de una grave quemadura en la región inguinal.
• La Navidad: una colilla encendida que se arroja despreocupadamente o una conexión eléctrica vieja y defectuosa incendian el arbolito navideño ya muy seco.
• El taller, donde un trabajador tiene su banco lleno de virutas, trapos impregnados de grasa y un cautín para soldar. Por negligencia, no presta atención a las advertencias impresas en las etiquetas de los productos inflamables que utiliza en sus labores.
• El que todo lo guarda en cajas de cartón en el sótano o en el desván por si le sirve algo algún día.
• La cocinera que derrama o salpica agua hirviendo; la grasa caliente que se inflama y produce llamas fácilmente propagables.
• Las fiestas: candelabros, bebidas alcohólicas y cigarrillos son ingredientes que generan un incendio.
• La excursión: una fogata al aire libre alimentada con gasolina, o un hornillo de gas, encendidos cerca de una tienda de campaña o de una casa rodante.
•El que fuma en la cama, con todos los peligros que esto entraña, especialmente después de haber ingerido licor o tranquilizantes.