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septiembre 29, 2013
Nelson Diebel, jubiloso después de ganar la medalla olímpica de oro.
Inserto: El entrenador Chris Martin.
Fotos: (DIEBEL) © DUOMO; (MARTIN) © BOB DAEMMRICH/SYGMA.
"Te voy a torturar", le advirtió el entrenador al muchacho, "¡y vas a ganar!".
Por John Tompkins.
DE PEQUEÑO, Nelson Diebel era hiperactivo y siempre estaba metido en líos. Su maestra del jardín de niños en Western Springs, Illinois, pidió que lo expulsaran de la escuela. Y cuando el chiquillo llegó al tercer año de primaria, los médicos querían que tomara tranquilizantes.
Cuando Nelson cursaba el séptimo año sus padres se divorciaron, y entonces sus travesuras se convirtieron en rabietas y peleas en la escuela. Comenzó a beber y a fumar mariguana. Después lo inscribieron en la Escuela Peddie, de Hightstown, Nueva Jersey, cuyo personal docente consideró que el muchacho tenía un buen potencial. En el internado se exigía a todos los alumnos que participaran en deportes y en actividades extracurriculares. En su solicitud, Nelson escribió "natación",aunque nunca había practicado ese deporte en serio. Pronto se le invitó a conocer a Chris Martin, el entrenador de natación.
—Es un chico brillante, pero necesita atención —le advirtió a Martin el director de admisiones de Peddie—. Si estás dispuesto a orientarlo y ayudarlo, lo admitiremos.
El entrenador Martin, un hombre exigente y bien parecido de 1.90 metros de estatura y 104 kilogramos de peso, conocía los antecedentes de Nelson porque había leído su solicitud. Sin embargo, percibió en él un fuego interno y pensó que si ese enojo podía canalizarse, el jovencito llegaría a donde quisiera.
—Lo primero que quiero que sepas es que soy un tirano —le dijo Martin a Nelson.
Luego le explicó en detalle los inmisericordes entrenamientos que le esperaban como nadador de la Escuela Peddie: una hora y media en la mañana y dos horas y media al atardecer, más sesiones de gimnasia y de ejercicio con pesas. Concluyó con una advertencia:
—Si nadas para mí, vas a hacer lo que yo diga, cuando yo diga y como yo diga.
Chris Martin se enamoró de la natación siendo un niño, y también a temprana edad aprendió el valor del trabajo duro. Se dio cuenta de que en este deporte no se puede culpar a nadie de los fracasos, y de que, cuanto más se practica, mejores son los resultados.
Cuando empezó a trabajar en la Escuela Peddie, en 1986, ya tenía un plan: convertiría a estudiantes de enseñanza media superior en campeones mundiales de natación, forzándolos a trabajar incansablemente e inculcándoles su convicción de que hay que trabajar hasta no poder más... y luego seguir trabajando. Solamente un gran esfuerzo conduce a grandes resultados.
Apabullado por la personalidad de Martin, Nelson aceptó las condiciones, aunque en realidad no le interesaba la natación. Pensó en presentarse a los entrenamientos durante un par de semanas, y después renunciar. Pero cuando le comunicó a Martin su decisión, este le espetó:
—¡Ni creas! Voy a hacer de ti un nadador, aunque tenga que matarte.
Un día, en la piscina, Nelson se jactó de que podía romper el récord de su escuela en las 100 yardas (91 metros) de nado de pecho, que era de 58.5 segundos. Y lo dijo a pesar de que acababa de hacer un tiempo nada encomiable: un minuto con ocho segundos. Todos se rieron, excepto el entrenador. Durante semanas, Martin estuvo apremiando al muchacho y recordándole que nadie creía que pudiera hacerlo.
—Pero todo es posible —le aseguró—, si en verdad te esfuerzas.
El número 58.5 se convirtió en una obsesión para el muchacho. La verdad era que, en el fondo de su corazón, Nelson Diebel deseaba triunfar en algo.
En dos meses redujo su tiempo a 1:05. Después se estancó varias semanas en 1:04.6, a pesar de todos sus esfuerzos. Pero un día, cuando sentía que ya no podía dar una brazada más, registró un tiempo de 1:03.
EL PAGO DEL PRECIO
En marzo de 1987, Nelson estaba nadando entre 30 y 40 horas semanales, y su tiempo seguía mejorando. El entrenador Martin lo desafiaba constantemente con nuevas metas, y trataba de convertir en fuerza la furia que caracterizaba al joven. "Nunca vas a participar en las Competencias Nacionales Juveniles", le decía, "porque no estás dispuesto a entrenarte como campeón". Nelson rechinaba los dientes y al día siguiente nadaba más aprisa. Por fin se clasificó, con un cronometraje de 1:00.
En las eliminatorias de las Competencias Nacionales Juveniles, celebradas en abril, Nelson hizo un tiempo de 59 segundos. Luego, en la final, rompió el récord de la Escuela Peddie y quedó en quinto lugar. Por primera vez en su vida se creyó capaz de destacar en algo. Mas no le duró mucho el gusto. El entrenador Martin le dirigió unas cuantas palabras de elogio, pero en seguida le recordó que podía hacer las cosas mejor.
Los alumnos de la Escuela Peddie tienen un periodo obligatorio de estudio de dos horas, seis días a la semana, pero Nelson no podía estarse quieto tanto tiempo, y nadie conseguía que lo hiciera.
Una noche, Martin entró en la habitación del joven, puso un billete de diez dólares sobre el escritorio y dijo:
—Quédate sentado 15 minutos, y el dinero es tuyo.
Luego, el entrenador colocó una silla frente a la puerta, y se sentó a leer.
Los segundos se convirtieron en minutos. Nelson se revolvía en su asiento, se rascaba la cabeza, se tiraba de una oreja y miraba el reloj que estaba sobre el escritorio. Al cabo de un rato que le pareció una hora, habían transcurrido únicamente cuatro minutos. Se le llenaron los ojos de lágrimas y dio un puñetazo en el escritorio. Martin permaneció sentado. Aquella noche, el muchacho no ganó los diez dólares, pero el entrenador siguió ayudándolo. Poco a poco, conforme la disciplina de la natación lo hizo madurar, Nelson fue capaz de sentarse a estudiar las dos horas reglamentarias.
En el verano de 1987 ganó las pruebas de nado de pecho de 100 y 200 metros en las Competencias Nacionales Juveniles. Un año después, gracias a sus cronometrajes, logró participar en las Eliminatorias Olímpicas de Estados Unidos, en las que quedó en octavo lugar en los 200 metros y en quinto en los 100 metros de nado de pecho. Nelson empezó a pensar: Dentro de cuatro años podré formar parte del equipo olímpico.
VOLVER A EMPEZAR
Nelson no pensaba en otra cosa que los Juegos Olímpicos de 1992, que iban a celebrarse en Barcelona, España. Se sentía tan entusiasmado que le resultaba más difícil que de costumbre estar quieto, y más aún cuando le tocaba hacer de salvavidas en la piscina de la Escuela Peddie. A fin de romper la monotonía, en los descansos que tenía cada hora saltaba desde el barandal de las gradas, cuya altura era de tres metros, a la parte honda de la piscina, de seis metros de profundidad.
Una tarde, sólo tres días después de las Eliminatorias Olímpicas de 1988, Nelson se inclinó para saltar y resbaló sobre el barandal mojado. Instintivamente extendió los brazos hacia adelante, se estrelló contra las baldosas de la orilla y luego cayó en la piscina, inconsciente.
Cuando se enteró del accidente, Martin corrió a la piscina, rogando a Dios que el chico no estuviera muerto. Otro estudiante lo había visto caer en el agua y lo había sacado. El entrenador vio que acostaban a Nelson en una camilla de ambulancia, semiconsciente y en estado de choque. Más tarde, cuando le mostraron las radiografías de las manos del accidentado, temió que nunca más pudiera competir en campeonatos mundiales.
Margaret Diebel llegó en avión desde Chicago esa noche. Las manos y las muñecas de su hijo estaban tan hinchadas que no era posible operarlas de inmediato. Yacían sobre las sábanas, destrozadas, lo mismo que las esperanzas olímpicas del muchacho. Una semana después le insertaron a Nelson clavos en las manos y en los antebrazos, y tornillos en la muñeca derecha. Después el cirujano le acomodó los huesos. Cuando el chico despertó, tenía las manos y los antebrazos enyesados. El médico le dijo que quizá no recuperaría más del 60 por ciento del movimiento de las manos y las muñecas. Los sueños de Barcelona '92 empezaron a desvanecerse cuando Nelson se hizo a la idea de que quizá jamás volvería a participar en una competencia.
Martin llevó al joven y a la madre, del hospital a la Escuela Peddie. Cuando llegaron, estacionó el auto, se volvió hacia Nelson y le dijo:
—Te vas a recuperar por completo, o dejamos de trabajar juntos. No quiero nada a medias. Voy a torturarte, y tú vas a ganar campeonatos nacionales. Si no te comprometes a hacer eso, aquí se acabó todo.
CONTRA EL ESCEPTICISMO
Cuando le quitaron los enyesados, ocho semanas después, Nelson tenía las manos tan atrofiadas que apenas podía moverlas. Aun así, Martin le ordenó entrar en la piscina. No podía nadar, pero el entrenador insistió en que ejercitara sus piernas.
El muchacho pasó muchas horas de dolor flexionando las muñecas fuera de la piscina y moviendo las piernas dentro. Un día, ya casi de noche, le dijo a Martin que estaba demasiado cansado para seguir. El entrenador, sin decir una palabra, sacó las escalerillas de la piscina, apagó las luces y se fue.
La única manera en que Nelson podía salir del agua sin usar sus frágiles muñecas era enganchando los codos en los peldaños de una escalerilla, pero ya no había escalerillas. Para mantenerse a flote, no podía dejar de patalear. Veinte minutos después, Martin regresó y volvió a colocar las escalerillas. Nelson se enteró luego de que el entrenador lo había estado observando desde las gradas, en la oscuridad. Había vuelto a demostrar que el muchacho podía hacer más de lo que él mismo creía. Unas semanas más tarde, Nelson ya nadaba.
—Lo único que te detiene es esto —le aseguró Martin, y le puso el dedo en la cabeza—. Si crees en ti, puedes lograr cualquier cosa.
Cinco meses después, Nelson ganó la prueba de 200 yardas de nado de pecho en las Competencias Nacionales de la primavera de 1989. En 1990 se graduó en la Escuela Peddie y se matriculó en la Universidad de Princeton. Más adelante decidió retirarse de sus estudios durante el segundo año con el objeto de entrenarse para los Juegos Olímpicos. En las eliminatorias del 1 de marzo de 1992, tras meses de entrenamiento casi ininterrumpido, rompió el récord de Estados Unidos en los 100 metros de nado de pecho por la mañana, y volvió a romperlo ese mismo día, en la final.
Pero en los meses previos a los Juegos Olímpicos, algunas personas del mundo de la natación dudaban de la capacidad de Nelson para triunfar. Se le había clasificado sólo en vigesimocuarto lugar mundial en los 100 metros de nado de pecho en 1991, y ahora iba a medirse con los mejores nadadores del mundo.
La noche del 26 de julio, ocho jóvenes tomaron su puesto en la orilla de la Piscina Olímpica de Picornell, en Barcelona. Estaba a punto de comenzar la competencia de los 100 metros de nado de pecho. Norbert Rózsa, de Hungría, poseedor del récord mundial, era sólo uno de los formidables competidores. No obstante, Nelson se veía tranquilo y concentrado.
Con el disparo de salida, Dmitry Volkov, del Equipo Unificado de la ex Unión Soviética, fue el primero en lanzarse al agua. Luego salió Rózsa, y luego Vasily Ivanov, también del Equipo Unificado. Nelson iba en el carril tres, entre Volkov e Ivanov, y se emparejó con ellos. Al dar la vuelta empezó a dejar atrás a Ivanov. Luego, en los últimos 15 metros, rebasó a Volkov y a Rózsa, y tomó la delantera. Los demás trataron de alcanzarlo, pero era demasiado tarde. Nelson terminó en 1:01.50, un nuevo récord olímpico.
Minutos después se encontraba en el podio de los triunfadores, con la medalla de oro sobre el pecho. Por fin, campeón olímpico. Cuando las notas del himno nacional de Estados Unidos empezaron a llenar la atmósfera nocturna, el joven rompió a llorar. ¡Lo planeé, lo soñé, y trabaje tan duro!, pensó. Y ¡lo logré!
Hoy, Nelson cursa su tercer año en Princeton, y dedica su tiempo libre a animar a muchachos en escuelas y hospitales. Siempre que piensa en su futuro, se acuerda de Chris Martin, el hombre que creyó en él cuando él no creía en sí mismo.
"La medalla de oro le pertenece tanto como a mí", declaró. "Aun si no tengo en mi vida otros logros, trataré de dar a otros jóvenes lo que Chris Martin me dio a mí".