Publicado en
septiembre 08, 2013
Un estudio exploratorio arroja nueva luz sobre los delincuentes empedernidos y sugiere cómo se podría modificar a algunos de ellos.
Por Eugene Methvin.
¿QUE SE puede hacer con un criminal patente, empedernido, como lo es Carlos?* Su carrera no se ajusta a ninguna de las teorías sociológicas y sicológicas más aceptadas acerca de las causas y los remedios de la criminalidad. Procede de una respetable familia de la clase media. Sus padres se profesan mutuo afecto y velan por sus tres hijos. Los dos hermanos menores de Carlos son graduados de una universidad, buenos ciudadanos y trabajan.
No así él, que se convirtió en un delincuente profesional. De muchacho era mentiroso, ladrón y buscapleitos, blandía navajas y amenazaba a sus compañeros, hurtaba en las tiendas y cometió raterías, robos a mano armada, asaltos y docenas de violaciones antes de llegar a los 15 años. Pasó nueve meses en un reformatorio, pero de nada sirvió. A los 18 era ya autor de miles de delitos mayores.
*En este artículo se han alterado los verdaderos nombres de los delincuentes mencionados.
Detenido por allanamiento de morada, asalto y violación cuando tenía 19 años, Carlos fingió locura y lo enviaron a un hospital de enfermos mentales. Pasó allí 10 años, obtuvo su libertad y encontró un buen empleo como vendedor de bienes raíces. Pero en secreto volvió a sus viejos hábitos predatorios: robos, saqueos con allanamiento, asaltos. Detenido al cabo de tres años por un intento de asalto y violación, salió bien librado con una sentencia de 10 años de libertad condicional. Ahora, a los 37 de edad, anda suelto, cometiendo docenas de delitos cada año. Es una bomba de tiempo que probablemente asesinará a alguien antes de que lo condenen a cadena perpetua o de que lo maten.
Evidentemente, Carlos y su ralea presentan un tremendo problema a la sociedad. Aumentan las pruebas de que una parte enormemente desproporcionada de los delitos es obra de un corto número de criminales empedernidos, como Carlos; que el sistema penal fracasa lamentablemente en descubrir y aislar a este tipo de delincuentes; y que las instituciones correccionales no pueden ni rehabilitarlos ni identificarlos y encarcelarlos para librar de sus pillerías a los ciudadanos respetuosos de la ley.
Se ha publicado ahora un estudio en tres volúmenes, realizado con fondos del gobierno de los Estados Unidos durante un período de 17 años, que lleva el título de The Criminal Personality ("La personalidad criminal") y muestra el perfil más preciso jamás trazado de los delincuentes incorregibles, como Carlos. Los sorprendentes descubrimientos parecen apuntar a una triste conclusión: que "nada sirve" para rehabilitar a la mayoría de los delincuentes innatos, y que para el futuro inmediato debemos estar preparados a encarcelarlos permanentemente.
Pero también surge de ese mismo estudio una conclusión más alentadora e interesante: que podemos lograr una enorme reducción en la criminalidad identificando desde sus comienzos y encarcelando a esa proporción relativamente pequeña de los delincuentes, y que una minoría significativa de tales individuos, al parecer "incorregibles", puede ser rehabilitada.
LA MENTE DEPREDADORA
En 1960 el Dr. Samuel Yochelson tenía establecido en Búfalo (Nueva York) su consultorio siquiátrico y gozaba de brillante reputación. El Dr. Winfred Overholser, superintendente del Hospital Saint Elizabeths, institución del gobierno de los Estados Unidos para enfermos mentales, en Washington, D. C., pidió a Yochelson que dirigiera una amplia investigación de la conducta criminal. El médico convino en emprender esa tarea, con una condición: que los criminales entrevistados supiesen que ninguna de sus revelaciones podría influir en el trato que recibieran, en su enjuiciamiento o en su libertad. De esa manera tendrían muy pocos motivos para fingir enfermedad o mejoría, o para ocultar la verdad.
Durante los 15 años siguientes Yochelson y sus colegas estudiaron a 252 delincuentes empedernidos varones, entre ellos 162 adultos y 59 jóvenes de 13 a 21 años. En los primeros tiempos del estudio los sujetos procedían exclusivamente del Hospital Saint Elizabeths: reclusos declarados no culpables por estar considerados como dementes. Posteriormente entrevistaron a otros criminales encarcelados, o en libertad condicional o bajo palabra, o sueltos en la calle. También hablaron con los parientes, las amigas, los patronos y los secuaces de esos delincuentes.
Al principio Yochelson se apegó a todas las teorías aceptadas sobre las "causas" sociales y sicológicas de la criminalidad. Ensayó las técnicas tradicionales sicoanalíticas y siquiátricas e hizo infinidad de pruebas de sangre, de hormonas y de cromosomas, en busca de bases fisiológicas de la conducta anormal. Pero ya en 1965 había comprendido que eso no lo llevaba a ninguna parte, por lo que llegó a esta conclusión: "Los conceptos y las técnicas siquiátricas son inoperantes en los delincuentes, porque la mayoría de los diagnósticos de enfermedad mental proceden de lo que inventan los criminales mismos".
A pesar de todo, continuó con sus investigaciones, pero en 1966 decidió probar una nueva técnica importante: el informe de "corriente de la conciencia", llamado también "fenomenológico". "Olvida el pasado, concéntrate en el presente e informa cada día acerca de lo que pienses", pedía a sus sujetos. "Imagina que tienes una cámara de televisión de circuito cerrado en tu mente, como monitor y grabadora de tus pensamientos. Toma notas detalladas y mañana hazme oír la grabación".
Este sencillo procedimiento de la "cámara de televisión" resultó ser la llave mágica que abría los recintos cerrados de la mente de los criminales. Durante varios años habían hecho "trampa" a Yochelson, hablando cosas sin sentido y ensayando infinidad de engañifas. Pero con el cambio del pasado distante al presente era difícil que engañaran en sus informes.
RETRATO DEL MAL
Mientras Yochelson escuchaba las "cintas" de los criminales, uno de los descubrimientos más estrujantes que hizo fue la enorme frecuencia y amplitud de los delitos de cada uno. Cuando lo detienen por primera vez, el delincuente ha cometido ya centenares y hasta miles de delitos. Cada uno de los 252 individuos sometidos a estudio reconoció haber cometido suficientes crímenes para pasar más de 1500 años en la cárcel. Además, la mayoría delinque en las tres categorías de la criminalidad: delitos contra la propiedad, delitos sexuales y agresiones.
En 1970 Yochelson pidió al sicólogo clínico Stanton Samenow que participara en su estudio y juntos descubrieron que, en todos los casos —trátese del asaltante callejero o del oficinista desfalcador—, el desarrollo de la personalidad del criminal empedernido era la misma. Desde temprana edad, el muchacho parecía "diferente" a sus padres. Hiperactivo física y mentalmente, por lo general de inteligencia ordinaria o superior a lo común, sentía fuerte inclinación por "lo emocionante", que significaba hacer lo prohibido. Crónicamente se mostraba inquieto, irritable, insatisfecho, y estos rasgos habrían de ser imborrables. A la edad de cuatro años ya tomaba dinero de la bolsa de su madre, mentía, engañaba y reñía.
Sin embargo, más de la mitad de esos criminales natos procedía de familias estables, y el hogar de cada uno de ellos ejercía cierta influencia estabilizadora y protectora. Los había de familias ricas y de familias pobres, de barrios infectos y de sectores urbanos prósperos. Desde muy temprano en su vida habían aprendido a justificar sus actos, a culpar a sus padres, a considerarse "víctimas de su ambiente", sin mencionar nunca a sus hermanos y hermanas, que se adaptaban al mismo medio y lograban llevar una vida honrada.
El delincuente profesional siempre se muestra ajeno al afecto, que ni da ni recibe. El crimen no llegó a él, sino que él, por su voluntad, fue hacia el crimen, con frecuencia apartándose mucho de su vecindad en busca de "acción" y de otros jovencitos delincuentes a quienes emular e impresionar. Anhelaba ser el primero ante todos.
Cuando lo aprehendían el adolescente malhechor disfrutaba del interés y del estímulo que significaban escapar o mitigar su castigo. Al enfrentarse al sistema de la justicia penal, leía libros de leyes, se enteraba de las enfermedades mentales y aprendía a fingir hábilmente la locura. Entre más de 100 delincuentes incorregibles que Yochelson y Samenow estudiaron a fondo y que habían sido declarados "inocentespor su insania", no hallaron un solo diagnóstico acertado.
Detrás de la fachada de criminal importante, Yochelson y Samenow descubrieron también al individuo débil y hasta cobarde. Sus padres tal vez recuerden que, de niño, había que dejarle encendida la luz de su habitación más tiempo, que era el que menos soportaba el dolor, el que más temía al médico, al trueno, a las alturas, a los duendes, a resultar lastimado en una pelea. Sin embargo, la mayoría de ellos se sobreponen a sus temores por el temor, más grande, de que otros los desprecien. Y cada uno de ellos perfecciona una especie de interruptor síquico que corta el paso a temores o remordimientos cuando sale en busca de la excitación del crimen.
Quizá el descubrimiento más sorprendente de Yochelson y Samenow fue que todos y cada uno de sus 252 estafadores, ladrones y asesinos se consideraban buenas personas, decentes y bondadosas. Es típico que el criminal y sus secuaces se detengan para ayudar a una anciana a cruzar la calle cuando van a perpetrar un robo a mano armada, y distribuyan su botín entre amigos necesitados. Esas buenas acciones les ayudan a corroer sus frenos internos y les hacen sentirse mejor ante la comisión de sus delitos.
PROGRAMA PARA UN CAMBIO
Yochelson y Samenow habían llegado ya en 1972 a una suposición básica, que se aparta radicalmente del pensamiento sicológico y sociológico tradicional: En su afán de poderío, de ejercer control y de excitación, el criminal puede escoger, y escoge libremente su forma de vida. Además, puede elegir la enmienda si hace acopio de valor o de voluntad para soportar las consecuencias de una elección responsable.
Para subrayar lo racional de su enfoque, Yochelson y Samenow dejaron de considerarse "terapeutas" y empezaron a llamarse "maestros". Su propósito era enseñar a esos criminales empedernidos los valores fundamentales y los frenos que casi todos los niños han adquirido ya cuando llegan al tercer año de primaria. "Nuestro enfoque es moralista, y no nos excusamos por ello", proclamaban.
Cambiar la manera de pensar de un delincuente es un proceso lento y tedioso. En la entrevista inicial, el nuevo maestro se lanza abiertamente a hacer un retrato del criminal empedernido que incluye sus temores, sus mentiras, sus robos y sus engaños desde niño. En un esfuerzo vigoroso para acrecentar el asco que el criminal siente de sí mismo, el maestro describe a la gente que el criminal ha sacrificado. En la mayoría de los casos, esa es la primera vez que se enfrenta a la acusación de que es un criminal. Todos oyen que los describen como son realmente, según saben ellos mismos en su fuero interno.
El maestro termina con una severa advertencia: "Te quedan solamente tres opciones: la cárcel, el suicidio o la enmienda. Y nosotros somos tu salvavidas, porque podemos enseñarte a cambiar. Tómalo o déjalo".
En realidad, la mayoría lo dejan. En los primeros cuatro años, sólo 30 (menos de la mitad de los que tuvieron ocasión de aceptarlo) decidieron participar en el programa rehabilitador. Pero de esa minoría se sacó una conclusión alentadora: si el criminal se somete a los requisitos del programa, es imposible que no logre un cambio fundamental. En efecto, ya en mayo de 1976, 13 de los 30 criminales inveterados que aceptaron el programa llevaban una vida respetable como trabajadores, maridos, padres, y llenaban en lo fundamental los 37 criterios de cambio efectivo establecidos por Yochelson y Samenow. Muchos de los restantes pasarían por casos de enmienda según los criterios tradicionales, porque trabajan y no los han vuelto a arrestar. Pero no alcanzan la rehabilitación completa, pues siguen derrochando el dinero, bebiendo demasiado, cambiando de empleo con frecuencia y llevando una vida sexual irresponsable.
"¡ME SIENTO LIMPIO!"
El programa de reforma estipula que el delincuente en libertad condicional o bajo palabra se reúna durante un año tres horas diarias, cinco días a la semana, con el maestro y dos o tres participantes más. Debe renunciar al alcohol y ser fiel a su esposa o a su concubina. Necesita encontrar empleo, generalmente humilde y nocturno, pues debe asistir a sus sesiones diarias, que duran medio día; y tiene también que revelar a su patrono sus antecedentes criminales.
Diariamente anota sus pensamientos e informa de ellos, y cada informe comienza con un resumen de lo que aprendió el día anterior. Si se vuelve descuidado o engaña, el maestro lo sabe, gracias a su propia lista de comprobación, o por las conversaciones que tenga con la familia o el patrono del criminal. En ese caso se le revoca la libertad bajo palabra o condicional.
Cuando el criminal ingresa en el programa, tiene que desacostumbrarse de las emociones fuertes que la delincuencia le producía y adaptarse a la corriente continua de las satisfacciones derivadas de la propia estima y del cumplimiento del deber. Al renunciar a las fuertes emociones que anhela, sufre dolores de abstención: mareos, jaquecas, trastornos gastrointestinales, palpitaciones, sudores, insomnio, llanto. Pero aprende. Cierto criminal pasó todo un fin de semana llorando y sin poder dormir, pero el lunes siguiente informó de algo nuevo: "¡Me siento descansado! ¡Me siento limpio!" Con el tiempo, la "lista de comprobación del cambio", de 37 puntos, permite al maestro saber si el criminal ha dado verdaderamente nueva forma a su mundo.
LA OBRA precursora de Yochelson (quien murió en noviembre de 1976) y de Samenow ha provocado una enconada controversia, pues critica despiadadamente los enfoques profilácticos y siquiátricos de la conducta criminal, y ofende a los científicos sociales liberales, para quienes la delincuencia es producto del mal trato y de la pobreza. Pero también ha sido muy elogiada. Robert presidente de los programas de justicia penal de la Universidad de Cincinnati, declara: "La personalidad criminal ofrece a los consejeros en métodos correccionales un punto de partida para su difícil labor de rehabilitación".
Samenow proyecta nuevas investigaciones en torno a las fases primeras del criminal inveterado. Propone una serie de programas piloto de perfeccionamiento y prueba del proceso del cambio: clínicas locales con varios grupos de maestros y ayudantes, cada uno de los cuales se encargaría a la vez de la rehabilitación hasta de una docena de criminales que disfruten de libertad bajo palabra. Pero hace hincapié en que a los participantes que no sigan el programa o que traten de engañar a su maestro se les debe revocar la libertad condicional o bajo palabra, para enviarlos nuevamente a prisión, sin indulgencia ni sentimentalismos, pues si no se encierra a los criminales natos y se les obliga a enfrentarse a sus alternativas, continuarán delinquiendo hasta que mueran.