Publicado en
agosto 11, 2013
"Quiero que me diga qué va a pasarme en el futuro" , le dijo la tía Eulogia a la gitana, estirándole la mano derecha. Y para su sorpresa, esta le pronosticó que la veía tirándose por el balcón de la casa de una hermosísima mujer... una tal Susana, que estaba con Roberto.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía Eulogia iba caminando por el centro de la ciudad cuando la vio. Era una mujer espigada, de grandes ojos verdes, un pañuelo florido en la cabeza y faldones largos. "¿Qué hará esta gitana por aquí?", se preguntó, intrigada. La mujer la atravesó con unas pupilas como pozos de agua y mi tía, que era terriblemente supersticiosa, pensó que si no se le acercaba se iba a morir. Como una sonámbula fue hacia ella con la palma extendida.
La gitana la acogió con una carcajada diabólica y, luego, con un marcado acento extranjero, hablando mitad serbocroata mitad español, le preguntó si quería que le dijera la "suerrrrte".
—Sí, por favor, quiero que me diga qué va a pasarme en el futuro —balbuceó la tía Eulogia, agarrándose al bolso, pues mi abuela le había dicho que no había manos más largas que las de las gitanas.
—¡Sjesti! —ordenó la gitana.
—¿Qué?
—¡ Siéntese! —repitió la mujer, a la vez que desplegaba dos sillas plásticas que tenía a su lado—. Sjesti lijepo.
—Es que no entiendo su idioma, tendrá que hablarme en español, aunque lo hable muy mal —dijo la tía Eulogia, y la mujer sonrió dándole a entender que la había comprendido.
—Le dije que se sienta cómoda, gospódica.
La gitana tomó la mano derecha de mi tía y la puso sobre su rodilla izquierda. Estuvo un buen rato mirando las líneas y reflexionando acerca de lo que veía, hasta que por fin, exclamó:
—¡Uzasan! ¡Uzasan!
—¿Qué? —preguntó mi tía aterrada—. ¿Qué me dice?
—Ver flaca, con unos pechugos muy voluminosos y unos piernas largas, y el pelo castaña y unos uñas como de tigreso. Y a su lado ver hombre perejiliento.
—¡Ah!, sí, es la flaca de la esquina. Eso ya me pasó —dijo la tía Eulogia.
—¡Uzasan!... Aquí veo rubia de anchos caderas y huelo a acetato de mercurio... Y a su lado vuelvo a ver perejiliento.
—¡Ah!, sí, eso también ya me pasó. Es la rubia de la farmacia —dijo la tía Eulogia, mirando con ojos torvos a la gitana, quien le estaba pareciendo la menos eficaz de cuantas había consultado—. Quiero que me diga lo que me va a pasar, no lo que ya me pasó.
—¡Grozan! —gritó la mujer—. Ver señorita crespa, con perrito pequinés, y perejiliento al lado.
—¡Otra vez! ¿No le digo que quiero que me vea el futuro? Esa es la crespa de la oficina, y también ya me pasó. ¡Dígame el futuro!
—¿Buducnost? ¿Eso querer mujer? ¿Buducnost? ¿Futuro?
—Sí, buducnost o como se diga, quiero que me diga el futuro.
—El problema es que usted no tener futuro, señora, no tener buducnost. Aquí, en esta línea, ver pozo negro, sin perejiliento a la vista, ver usted misma tirándose por el balcón y luego el vacío, nada...
La tía Eulogia sintió una serpiente de hielo recorriéndole la espina dorsal.
—¿Por el balcón? Pero si en mi casa no hay balcón, señora.
—No ser balcón de su casa, gospódica.
—¿No es mi casa? ¿La casa de quién es?
—Gospódica hermosa. Veo gospódica hermosísima, llamarse Susana. Ser balcón gospódica Susana. Perejiliento estar en esa casa y usted pillar con manos en la masa, en pieza gospódica Susana. Usted entrar con un palo y amenazar con matar a los dos. Perejiliento esquivar un golpe y decir que explicará, pero usted no querer escuchar nada y volver a dar un palo; esta vez llegarle el palo a la cabeza gospódica Susana y perejiliento alzarse entre ambas para defenderla. Usted dar dos pasos hacia atrás y entonces, caer al vacío por el balcón... ¡Grozan!
—¿Voy a caer por el balcón de la casa de una tal Susana, hermosísima, a quien voy a sorprender haciendo quién sabe qué barbaridad con el perejiliento de Roberto en una cama, o en un sofá? ¿Eso me está diciendo?
—¡Da! Da, da, da —afirmó la gitana esbozando una sonrisa triunfante.
Mi tía Eulogia comenzó a sudar.
—¿Y cuándo ocurrirá esta tragedia?
—Sutra —dijo la gitana en voz baja.
—¡En español! —chilló la tía Eulogia, quien a estas alturas estaba al borde de un ataque de apoplejía.
—¡Sutra! ¡Mañana! —gritó la gitana.
Aterrorizada, mi tía Eulogia le pagó los 10 mil pesos, tomó un taxi y se fue directo a la oficina de Roberto. Al llegar allí se encontró con que este no podía recibirla, pues se hallaba en una reunión muy importante. Acababan de despedir a la crespa, su secretaria de toda la vida, y al parecer estaba contratando a otra persona.
—Espérelo, señora Eulogia. La entrevista empezó hace un rato, así que no debe tardar mucho más —le dijo Nancy, una de las ayudantes.
La tía Eulogia tomó asiento y se puso a hojear una VANIDADES. Al cabo de unos momentos se abrió la puerta del despacho de Roberto y una mujer despampanante apareció en el dintel, escoltada por Roberto y el presidente de la empresa. Era estupenda, en realidad, tenía cuerpo de diosa y melena de anuncio de champú; olía a flores y a ganas de tener a todos los hombres de aquella empresa a sus pies. La tía Eulogia la miró estupefacta, como si hubiese visto a un fantasma. El presidente le alcanzó un abrigo de piel y la ayudó a ponérselo, mientras Roberto, con un aire de esclavo sin sueldo por toda la vida, la ayudó a abrocharse el primer botón.
—Ha sido un verdadero placer, señores —dijo la bella, sonriendo y enseñando los dientes blancos de anuncio de pasta dentífrica—. Entonces... ¿comenzamos mañana a trabajar?
—Mañana mismo —dijo Roberto, quien ni se había percatado de que la tía Eulogia estaba allí—. Será un placer para nosotros trabajar contigo, Susana, un placer —añadió siguiéndola, como perro faldero, hasta la puerta del ascensor.
Al escucharlo, la tía Eulogia sintió que le hervía la sangre.
—¡Ah! Estás aquí. Perdona Eulogia, no te había visto —terminó de humillarla Roberto—. Ven, te quiero presentar a mi nueva secretaria, Susana Alcántara, acaba de llegar de Miami, en donde tenía una casa de masajes. Víctor y yo la hemos entrevistado y estamos encantados con ella, y ella con nosotros, espero, ¿verdad, Sussie?
La tía Eulogia frunció el ceño, las pestañas, el labio superior, las mejillas y el alma. ¿Sussie? ¿Y la trataba de Sussie? ¿Ya? ¿Sin apenas conocerla? ¿Después de la primera entrevista? ¿O no era la primera entrevista?
—Verdad —dijo Susana, toda coqueta, y entró despacio en el ascensor, tirándoles un beso con la mano.
La tía Eulogia entró en la oficina de Roberto furiosa.
—¡Cierra la puerta! Quiero hablar contigo en privado.
—¿Qué pasa mujer? Por Dios, mira la cara que traes. ¿Te tragaste un cáliz?
—¡A ti te voy a hacer tragar un cáliz! —chilló la tía Eulogia y luego dijo—: ¿Sabes qué va a pasar mañana?
—No —dijo Roberto—. ¿Qué?
—A las siete de la tarde voy a ir a buscarte a casa de esa tal Sussie y te voy a encontrar con ella en la cama, y voy a pegarle a ella con un palo y tú te vas a interponer entre ella y yo, y yo voy a dar un paso atrás y la baranda del balcón va a ceder, y voy a caer de espaldas al vacío. Y ese será el último día de mi vida. Lo que vendrá después será un hoyo negro. La nada.
Roberto la escuchaba atónito.
—¿Y de dónde sacaste esa estupidez?
—Me lo dijo una gitana.
—Pues la gitana se equivocó. Mañana a primera hora tengo que viajar a la Florida. Ya he comprado los pasajes, lo que dices es imposible, no puede ocurrir, ¿lo ves?
La tía le clavó unos ojos de águila.
—¿Y vas solo?
—No, voy con la nueva secretaria, por supuesto, y con el presidente de la empresa. Como siempre.
—¿Y la pieza del hotel donde se van a alojar, tiene balcón?
—Seguramente, en Miami todos los hoteles tienen balcón.
—¡No vas! No vas a ninguna parte. Que vaya el presidente.
—Pero Eulogia...
—No hay pero. O el viaje o yo.
—El viaje a Miami —dijo Roberto, arriesgándolo todo.
—¡Asesino! —gritó y se marchó.
Abajo la estaba esperando la gitana.
—No tener que preocuparte de nada, gospódica. Acabo sacar suerte Susana y he dicho lo mismo que a ti. Y ella no ir Miami mañana ni nunca. No volver a esta oficina. Decir que es muy peligroso y buscar trabajo en otra parte. No querer saber más de perejiliento de marido tuyo.
La tía Eulogia le estiró la mano derecha.
—Dígame, ¿qué ve ahora?
—Perejiliento indignado. Usted vivir 100 años. Perejiliento volver a flaca de grandes pechugos. Lo de siempre, gospódica —dijo la gitana.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, OCTUBRE 28 DEL 2003