JARDINES PARA EL SILENCIO
Publicado en
agosto 25, 2013
Jardín de belleza que cautiva, proyectado en el siglo XVI en el parque Ritsurin, en la ciudad de Takamatsu, isla de Shikoku. (Fred Maroon / Louis Mercier)
Estas creaciones simbólicas son un estímulo para la imaginación e invitan a contemplar el lugar del hombre en la naturaleza.
LOS JARDINES clásicos de Japón son tan distintos del ideal occidental (macizos de flores de tumultuosos colores) que, des¬pués de visitar algunos de los más famosos ejemplos alrededor de Kio¬to, la antigua capital del país, una turista occidental preguntó: "Muy interesante; pero, ¿cuándo vamos a ver los jardines?" Los japoneses gustan de ver flores por todas par¬tes, excepto en sus jardines, que, destinados a la contemplación, cons¬tan a menudo sólo de arbustos re¬cortados, rocas colocadas con arte y guijarros cuidadosamente rastri¬llados para simular agua que corre.
Cazo de bambú colocado en posición tradicional sobre una pila de jardín. (Takeji Iwamiya)
En Japón se diseñan los jardines para representar la esencia de la naturaleza. En concordancia con los conceptos del budismo zen, los japoneses buscan subrayar la unidad del hombre y el mundo natural, el sentimiento de la armonía y la eternidad.
El jardín llano de Shisendo es típico por su forma de producir la ilusión de espacio en una superficie reducida. Los arbustos podados evocan montañas. (Takeji Iwamiya)
Hay simbolismo en el corazón de todo jardín japonés. Las plantas perennes representan larga vida o eternidad; el bambú sugiere la fuerza; los ciruelos en flor, prime¬ros brotes de la primavera, reflejan la valentía; las cascadas simbolizan la vida misma, que siempre se ex-tingue y siempre se renueva; las rocas no son otra cosa que el esqueleto de la Tierra. Para acentuar el efecto del conjunto, los jardines se aprovechan a veces de un "esce¬nario prestado" que trasciende sus confines.
El gran Pabellón de Oro, cubierto de nieve, en el jardín del templo de Rokuon-ji, en Kioto. (Takeji Iwamiya)
En la moderación y el refina¬miento del jardín japonés clásico que conocemos hoy resplandece la enorme diferencia entre las inter-pretaciones occidental y oriental de la naturaleza. En Occidente, el hombre es la medida de todas las cosas y la naturaleza debe ser do-minada. En Oriente, la naturaleza es el valor supremo, y el hombre reconoce agradecido que forma par¬te de ella.
Un quiosco del Ritsurin entre azaleas y rododendros. Sólo en tiempo de floración invaden sus colores el jardín, tradicionalmente monocromo. (Fred Maroon / Louis Mercier)
TESTIMONIO DE GRATITUD A GEORGE AVERY. EX DIRECTOR DEL JARDÍN BOTÁNICO DE DROOKLYN (NUEVA YORK). POR LA AYUDA QUE PRESTÓ EN LA PREPARACIÓN DE ESTE ARTÍCULO