Publicado en
julio 14, 2013
Tradiciones y costumbres.
Se preparaba la fiesta del bautizo, comenzando por la cuidadosa elección de los padrinos, generalmente escogidos dentro del grupo más intimo de amigos.
Por Jenny Estrada.
Débese al clero, portador de los rituales eclesiásticos del medioevo, la introducción de los santos sacramentos en América, donde los hasta entonces ignorantes, aunque felices pobladores de estas tierras, nacían y crecían libres de toda culpa, desconociendo por completo el estigma del pecado original y la necesidad de lavar faltas ajenas de los desobedientes devoradores de la manzana, para obtener el derecho a llamarse hijos de Dios y súbditos de España. Y fue gracias a esa bienhechora ceremonia que nuestros nativos resultaron también descendientes de Adán y Eva, pasando a engrosar la nómina de herederos del reino de los cielos, donde algún día les serían devueltas, con creces, las riquezas de las que habían sido despojados.
Pero no es nuestro afán remover viejas heridas de la historia, sino traer a la memoria el cumplimiento de un requisito formal que antaño creó nexos hermosos, fortaleciendo afectos y amistades junto a la pila bautismal.
UN COMPROMISO DE POR VIDA
El feliz suceso de un nacimiento en la familia era anunciado por tarjeta, en cuyo texto -y sin mediar ni siquiera un eructo de aceptación de la criatura- ésta quedaba a órdenes de parientes y conocidos, lo cual obligaba a devolver la cortesía, efectuando la visita con los presentes de estilo. Y mientras la madre guardaba cuarentena bajo el toldo, en prevención del temido sobreparto, la canastilla se incrementaba con tarros de talco, jabones, chambritas, escarpines y las repisas se iluminaban con los colores intensos de sonajeros, chinescos y porfiados de galalita.
Mientras tanto, se preparaba la fiesta del bautizo, comenzando por la cuidadosa elección de los padrinos, generalmente escogidos dentro del grupo más íntimo de amigos, a quienes se los haría signatarios de un compromiso de por vida. Puesto que en caso de enfermedad, revés económico o ausencia definitiva de los padres, serían ellos -y sin opción a rechazo- los llamados a hacerse cargo del ahijadito o ahijadita, a quien tenían -además- el derecho de reprender cuando lo sorprendiesen en falta y el deber de proteger y orientar cuando las desviaciones de su conducta así lo demandaran.
UN FUERTE PARENTESCO ESPIRITUAL
Ligados a través del parentesco espiritual que se sellaba junto a la pila bautismal, salían de la iglesia los felices padrinos arrojando "capillos" a diestra y siniestra, para evitar que los muchachitos del barrio les gritaran "roñosos, tacaño, bolsillo de candado" y marchaban portando a su ahijado hasta el domicilio, donde esperaban los compadres para iniciar el festejo por el gusto de contar con un nuevo cristiano. Así se iniciaba una relación basada en la estimación sincera y el respeto, que unía a las familias y ampliaba el círculo social, obligando a asumir ciertas responsabilidades.
Porque las comadres, de antaño, eran solidarias en las buenas y en las malas; compartían sus alegrías y en más de una ocasión constituían el paño de lágrimas que enjugaba las penas de las infidelidades y los reveses del destino. Los compadres intercambiaban confidencias, consejos (aunque también alguna que otra mataperrada), pero siempre estaban prestos a demostrar su amistad, arrimando el hombro en caso de una desgracia.
COMPADRES SOLO DE NOMBRE
Como todas las cosas de la vida, el compadrazgo ya no es lo mismo. Para empezar, un número considerable de personas elige padrinos de sus hijos como calculando una transacción mercantil de gran provecho, y por ello, más que pensando en virtudes y valores morales de los sujetos, se atiende a las cifras de sus cuentas bancarias, al tipo de propiedades y la marca de vehículos que poseen, al equipo de fútbol de su preferencia o al partido político que promete.
La misma ceremonia bautismal ha perdido mucho de su solemnidad. La pila tradicional casi no se usa. Los monaguillos han desaparecido. Algunos curitas andan siempre apurados y para ahorrar tiempo y no gastar mucha energía (de la eléctrica, se entiende), imponen los bautizos colectivos que en medio de las llantinas infantiles, dejan a la concurrencia más aturdida que pavo en gallinero alborotado. Para remate, si el whisky que brindan no es de su agrado, el compadre sale criticado. O si entre los invitados no hay quien se fije en su vestido traído de Miami, la comadre no vuelve por esa casa. Y en caso de un problema, si te vi, no te conozco. A propósito, ¿cuántos ahijados tiene usted. Y cuándo fue la última vez que conversó con uno de ellos?...
Fuente: Revista HOGAR, Julio 1998