Publicado en
julio 08, 2013
A sabiendas de que es un fraude, mucha gente acude a admirar este cíclope bíblico.
Por Stephen Sears.
UNA MAÑANA de noviembre de 1868, tres individuos se presentaron en la estación de ferrocarril de Union, en el estado norteamericano de Nueva York. El más imponente —alto, barbado y de unos 45 años— se identificó ante el jefe de la estación como George Hull, y reclamó un envío. Los visitantes recogieron un pesado cajón de tres metros y medio de largo, lo ataron con cuidado a un coche y emprendieron el camino hacia el norte.
Viajaron cinco días evitando las regiones pobladas. Satisfacían la curiosidad de los granjeros diciendo que la caja contenía hierro fundido, una prensa de tabaco o un monumento a los héroes caídos en la Guerra de Secesión.
Llegaron a la granja de William Newell, cerca de Cardiff y unos 20 kilómetros al sur de Siracusa, y abrieron el cajón, que contenía una enorme estatua de piedra. Hull y Newell, su cuñado, la enterraron y encima sembraron trébol.
George, fabricante de cigarros puros, había hecho una serie de inventos sin obtener ganancias. Cierto día conversó con el reverendo Turk, quien interpretaba un pasaje de la Biblia al pie de la letra: "Existían entonces los gigantes en la tierra" (Génesis 6:4). El en ese momento pensó mandar esculpir una estatua y hacerla pasar por un hombre petrificado.
La idea fue madurando poco a poco; en junio de 1868 fue a las canteras de yeso de Fort Dodge (Iowa), y encargó a un cantero que cortara un bloque de 3,60 por 1,20 por 0,60 metros; luego, en Chicago, el picapedrero Edward Burghardt talló a su gigante fosilizado.
Para mantener el secreto, Burghardt y sus dos ayudantes trabajaban fuera de hora y los domingos. Hull pidió que su personaje bíblico quedara boca arriba, levemente vuelto hacia la derecha, con la pierna izquierda flexionada y la diestra oprimiendo el estómago. Daba la impresión de haber sufrido una terrible agonía, provocada quizá por un cólico miserere. Contrastaban con esta actitud las facciones regulares, serenas y casi sonrientes. Sin duda la habilidad del tallista no alcanzó a expresar la angustia, o acaso Hull, que fue el modelo, se sentía demasiado satisfecho con su plan y no podía disimularlo. Enterado Hull de que el cabello no se petrificaba, decidió que su personaje sería calvo, lampiño y desnudo. Las estrías del yeso le daban venas y musculatura, a lo que hizo agregar poros mediante un mazo erizado con agujas. Luego lo "envejecieron" con ácido sulfúrico.
El gigante medía 3,16 metros y pesaba 1.400 kilos. Los hombros abarcaban casi un metro y los pies 53 centímetros de largo. Una vez enterrado, su dueño volvió a la prosaica fabricación de cigarros puros, dando a la estatua tiempo para asentarse en su tumba. La empresa había costado hasta entonces 2.600 dólares.
En el otoño de 1869 Newell contrató a dos obreros del lugar, Gideon Emmons y Henry Nichols, para que cavaran un pozo entre el granero y el cercano arroyo Onondaga. El sábado 16 de octubre empezaron a trabajar. A un metro de profundidad las palas dieron contra algo: el gigante.
La noticia cundió de inmediato, el Journal de Siracusa informó: "los hombres abandonaron su trabajo, las mujeres llevaron a sus bebés en brazos y los niños las siguieron. Todos iban a la granja". Proliferaron distintas teorías. Algunos recordaron la leyenda de la tribu onondaga, según la cual una raza de gigantes de piedra habitó en otros tiempos el valle. Para los religiosos, el Génesis era la explicación. Todos estuvieron de acuerdo en que el cíclope de Cardiff era un hallazgo sensacional.
Dos días después se levantó una carpa y se cobró 50 centavos de dólar por la entrada. "Había una atmósfera solemne y se hablaba en voz baja", recuerda un testigo.
Los caminos de acceso a Cardiff estaban atestados de coches, carretas y diligencias que llevaban pasajeros desde Siracusa. Los fines de semana recolectaban hasta 2.600 dólares. A las tabernas y hoteles del lugar los bautizaron con nombres como "Salón del gigante" y "La casa de Goliat".
Entre los curiosos había varios aficionados a la ciencia quienes, instigados por la reciente teoría de la evolución de Darwin, se habían dedicado a estudiar geología y paleontología. Circulaba toda clase de consejas acerca de extraños fósiles encontrados en las inmediaciones, relatos que venían a reforzar los argumentos de los "petrificacionistas". Pero un conferenciante científico, John Boynton, declaró que no existía evidencia respecto a la fosilización de la carne. Según su teoría, no era aquello un ser humano petrificado, sino una estatua tallada 250 años antes por un jesuita francés con el fin de impresionar a los indígenas.
Los diarios esgrimían mil argumentos que acababan opacando los análisis fríos de los escépticos. Una semana después del descubrimiento, un grupo de cinco hombres de negocios pagó 30.000 dólares a Newell a cambio de percibir tres cuartas partes de las ganancias obtenidas con el gigante. Luego trasladaron el cíclope a Siracusa, donde cosechó un éxito rotundo.
Algunos periodistas no se tragaron la mentira y en un diario apareció este título : "Informe oficial sobre un reciente examen científico del gigante de piedra"; debajo había una columna en blanco. Peor fue el escrito de Othniel Marsh, paleontólogo de la Universidad de Yale: "Es de origen reciente y, sin duda, un engaño". Indicó que la superficie no se veía afectada por el largo contacto con la tierra.
Dio el tiro de gracia a todo este asunto el rumor divulgado desde el Onondaga County Bank, según el cual William Newell había traspasado una suma considerable a la cuenta de alguien llamado George Hull. Los granjeros del lugar recordaron haber visto un año antes cierto carro, el de Hull, transportar un enorme cajón. Los picapedreros de Iowa mencionaron la compra del yeso, y en Chicago los ayudantes del tallista confesaron su participación en el fraude. Hull admitió todo.
El grupo de los cinco continuó. El 20 de diciembre se exhibió el titán en la Sala Apolo de la Ciudad de Nueva York, bajo un cartel que proclamaba: "Genuino. GIGANTE DE CARDIFF. Original. Más alto que el Goliat muerto por David". Después, apareció un émulo. El famoso histrión P. T. Barnum trató de arrendar la figura por 60.000 dólares. Al no conseguirlo hizo tallar una réplica y la presentó en el Museo Wood, a dos calles de la Apolo. La imitación logró más éxito que la falsificación verdadera.
La agrupación, entonces, trasladó el cíclope a Boston y se dice que Ralph Waldo Emerson lo calificó de maravilloso y antiguo; pero su verdadero origen ya se había descubierto y poco más tarde lo guardaron en un almacén.
En 1948 encontró un hogar en el Museo de Granjeros, en Cooperstown (Nueva York). Allí, en una aldea construida a imitación de Cardiff, recibe con su sonrisa enigmática a los visitantes que aún pagan por verlo.
ESTE MATERIAL SE CONDENSO DE "DISCOVERY OF LOST WORLDS". EDITADO POR JOSEPH THORNDIKE, HIJO. ©1979 Y PUBLICADO POR AMERICAN HERITAGS PUBLISHING CO. INC., NUEVA YORK MUEVA YORK.