EL COMPLICADO LENGUAJE DEL HOMBRE
Publicado en
julio 08, 2013
Para desarrollar el tema, es preciso coincidir en un hecho del diario vivir: el que las frases que se emplean en el idioma cotidiano no tienen para cualquier mujer el mismo significado que les da su marido.
Por Victoria Puig de Lange.
Ni Jean Paul Sartre, que tomó la vida tan en serio que llegó a decir que en la suya primaba un sentimiento: escribir o morir, ni siquiera él escapó a la necesidad de ser peligrosamente ambiguo. "Como todo ser", dijo en una ocasión, "tengo un fondo sombrío que rechaza ser expuesto".
Por mi parte, cada vez que confronto la absurda realidad de que los hombres -sobre todo los que afectan nuestra vida- no siempre dicen exactamente lo que piensan, me consuelo pensando que nada menos que Simone de Beauvoir tuvo el mismo problema en su larga relación con el padre del existencialismo.
Y si a semejante altura una mujer como Simone pudo enfrentar el enigma perenne, el obstáculo imprevisto entre las palabras y la sintaxis, hasta el punto de verse obligada a descifrar el sentido de las palabras de su ilustre compañero, ¿qué queda para nosotros, simples mortales?
Pues... una paciente y amorosa labor, mezcla de lógica y paciencia, porque si de algo podemos estar seguras en una relación que dura más del tiempo que toma ver "Lo que el Viento se llevó" es de que nuestro compañero no siempre dice lo que parece estar diciendo. Las palabras pueden ser concisas y la sintaxis correcta, pero el ritmo nos advierte que la frase está codificada y el mensaje necesita descifrarse.
Lo más grave es que el dominio especial que tienen para manejar el arte de disfrazar lo que dicen es tan absoluto, que es fácil que en el proceso de escuchar, algo importante se nos escape.
Ejemplo: Usted pregunta a su marido si en la oficina han encontrado por fm una recepcionista. "Sí, hay una chica nueva", contesta con estudiada indiferencia.
"iY qué tal es?", quiere saber usted. "Muy eficiente. A todo el mundo le ha caído bien. Es bien chévere".
¿Ve? Apuesto a que usted tampoco captó nada sospechoso. Chévere. En el idioma nuestro, eso podría significar que es muy lista, servicial, o simplemente simpática. Pero chévere en el idioma de un marido semi culpable, es un escudo para luego poder decir: "Yo te dije que era Chévere", cuando usted descubre que la recepcionista en cuestión usa minis stretch, y sweaters escotados con wonder bras.
Advertencia: la próxima vez que haga una pregunta que pueda afectar su vida, ponga sus cinco sentidos en la respuesta. Escucharla mientras oye los mensajes en su grabadora no es lo más indicado. Escuche a conciencia. A menudo la respuesta es una escopeta cargada. Asimismo, cuando él dice: "Mi vida, ¿dónde está el jamón serrano?". Traduzca el mensaje oculto: (¿por qué no me haces un sandwich?) y aproveche para darle un momento de felicidad.
LAS FANTASIAS DEL HOMBRE
Sepa que la mayoría de los hombres (y todos lo negarán) tienen esta fantasía en la que sus mujeres despiertan cada día soñando con satisfacer todos sus antojos, velar por su comodidad, planear su vida alrededor de las necesidades de su media naranja, listas siempre a escucharlo. Y al fin del día, cuando llega a casa, la fantasía exige que los niños jueguen apaciblemente, mientras él y ella miran TV... hasta que él se queda dormido. Luego ella lo despierta con una proposición "sexy", poco antes de que se le quede dormido de nuevo.
Son fantasías masculinas. Claro que jamás se atreverían a confesarlas, porque saben que la feminista en potencia que vive en toda mujer, se rebelaría ante tan aburrida dependencia. A cambio, dice algo como: "Voy a tener que hacerme un chequeo. La verdad, me siento decaído". Lo que realmente está diciendo: "Necesito que me cuides, que me mimes más".
¿Y qué tal cuando nos pillan acurrucadas en la cama mirando una película de Antonio Banderas? La reacción no se deja esperar: "¡Nunca entenderé cómo ustedes las mujeres pueden mirar películas tan estúpidas como ésta!". Acepte eso como un grito de auxilio. Traducción: "¡Quiero que apagues el televisor, eches de mi dormitorio a ese hombre y te dediques a este don Juan de carne y hueso que está aquí, frente a ti!".
Lo interesante de aprender a descifrar el idioma de ellos, es que siempre nos queda la alternativa de tomarlos al pie de la letra, y hacer como que no hemos entendido el verdadero sentido. Es una linda manera de tomar revancha.
Sepa que la mayoría de los hombres tienen esta fantasía en la que sus mujeres despiertan cada día soñando con satisfacer todos sus antojos, velar por su comodidad, planear su vida alrededor de las necesidades de su media naranja, listas siempre a escucharlo.
RESPUESTAS AMBIGUAS SOBRE EL AMOR
Y luego está lo que ellos creen que nosotros queremos oír, lo cual está en el origen de la clásica respuesta del hombre acosado: "Como tú quieras, amor. Lo que tú digas". Este tipo de respuesta surge cuando la mujer hace una pregunta espinosa, como por ejemplo: "Dime la verdad. ¿Hacer el amor todavía es para ti como al comienzo, a pesar de que tenemos ya dos niños?"
Ellos saben, por supuesto, que la pregunta no está motivada por una curiosidad científica, que cuando las mujeres preguntamos estas cosas estamos listas a rompernos en mil pedazos si no nos dan la única respuesta que queremos oír ("¡mejor, mil veces mejor!"). Pero algo en su complejo masculino le impide pronunciar la frase que nos deleitaría. Es muy probable que diga algo ambiguo mientras emite una risa nerviosa: "¡Las cosas que se te ocurren! Todo tiene su tiempo... hacer el amor varía con cada etapa que vivimos". Con eso tal vez quiso decir que él disfruta en muchas maneras de esos momentos. Ella en cambio esperaba una respuesta más emotiva.
Cuando antes hablé de Sartre y Simone en relación al idioma especial de los hombres, es porque siempre me interesó la relación de estos dos seres excepcionales que se amaron desde jóvenes sin reservas, y vivieron juntos pero "libres" hasta el fin de sus días, cuando él estaba casi ciego, y dependía de ella para "leer" lo que su amor de toda una vida le trasmitía en aquella voz cálida y su hablar rápido y apasionado.
Jean Paul Sartre dormía en casa de Simone todos los días, y volvía a su departamento en las mañanas. Del tema que nos ocupa, de la dificultad de decir siempre la verdad escueta, el gran hombre decía: "En mis conversaciones diarias con Simone o con otros, trato de ser lo más claro y verídico, para entregar, o tratar de entregar totalmente mi subjetividad. De hecho, es algo que no doy a nadie, porque hay cosas que no pueden ser dichas, que solo puedo susurrar a mí mismo, no a otras personas".
Finalmente, Sartre dijo aquello de que "había llegado el momento de decir la verdad", como si hasta entonces no hubiera dicho más que mentiras.
"Mentir no", aclaró para la posteridad, "más bien decir solo aquello que es medio verdadero, digamos 1/4 de la verdad. Por ejemplo, nunca describí el aspecto sexual y erótico de mi vida. Nunca encontré razones para hacerlo, a menos que hubiera vivido en una sociedad donde todo el mundo dejara sus cartas al descubierto".
Me imagino a Simone de Beauvoir sonriendo enigmáticamente al oírlo decir esto. Tenía razón para sonreír. Era su igual en todo aspecto, y Sartre lo reconocía: "Entre Simone y yo", solía decir el gran rebelde, "lo grande... lo único... es que lo nuestro es una relación de igualdad. Ella ha dicho mi crítica más severa, y a ratos he tenido que defenderme de esas críticas. Suerte para mí que Dios me dio la oportunidad de amar a quien tan sabiamente me critica".
Fuente: Revista HOGAR, Ecuador, noviembre 1998