Publicado en
julio 08, 2013
Por Bernard Fougéres.
Suenan los clarines de la voluptuosidad y los pechos se ponen firmes. Según el enfoque, sensual o pragmático, llegan a ser fuente rodante de supervivencia o tercera dimensión del erotismo. Soy un hombre serio y no caeré en la tentación de darle cuerda a la bagatela. Mis apreciaciones serán, a lo sumo, de tipo científico, de corte matemático. Escribo para los lectores de la Revista Diners y no para galopines en pos de perturbaciones periféricas.
EL TAMAÑO IDEAL
Aquella norma se sometió a los caprichos de la Historia. La Venus adiposa del Paleolítico Superior, al pasar por Rubens y Botero, llegará a modificar su turgidez. Praxíteles mostrará el camino a quienes inflarán con fe y alegría glúteos y pechos. Según la zona tratada, como claro desafío a la liposucción, los griegos inventarán a la Venus Calipigia (la nalgona) y a la Venus Esteatopigia (la llenita).
El modelo de doble pechuga enloquecería a los pintores flamencos del siglo XVII por efecto de la bonanza económica que reinaba entonces en Flandes. Está de moda el bodegón y abundan en los lienzos comestibles, vinos, tetas al por mayor. Con más realismo, Caravaggio inventa la moda unisex de los bacos ambiguos. Brueghel pinta sus escenas de sobremesa donde se abren solas las braguetas y se abultan las mamilas. El poeta Villón reclama un busto pequeño y anchas caderas, y Guillaume de Machaut los prefiere sobresaltados y encantadores. El ideal del escritor Eustache Deschamps, resumido en El Espejo del Matrimonio, sería "un cuerpo esbelto con pechos rollizos". Para el Ecuatoriano Francisco Tobar García, los senos serán "logísticos" y los ojos "halójenos". Verlaine los cantará como nadie al exclamar con descarado lirismo: "Seins, double mont d'azur et de lait aux cimes brunes" (senos, doble monte de cielo azul y leche con cimas morenas).
En cuanto a las mujeres afligidas por unas mamas descomunales, deberán llevar una faja apretada. Durante las noches de pasión, los amantes averiguarán "manu militari" el calibre de las protuberancias pectorales. No vayan a creer que padezco obsesiones con el tema: ni siquiera puedo mirar el hocico de un Airbus sin ruborizarme. Christine de Pisan se muestra partidaria del palpamiento: "Hay que sondear el botín antes de cerrar el negocio". Brantome, mal pensado, advierte que las exhibiciones mamarias pueden llevar a una "infladura del vientre". El Doctor Venette (1969) aconseja, ya que no existe todavía la cirugía plástica, el uso de moldes metálicos untados con aceite de beleno así como "una cocción de vino rojo con perejil y cicuta". Tal desborde de carnosidades obliga a las Presiosas ridículas a prepararse durante horas antes de recibir visitas. "Espere a que arreglemos las carnes". Diana de Poitiers, retratada en su tina de baño por Francisco Clouet, ostenta un par de "plucas" dignas de envidia, lo que hace exclamar al predicador Maillard: "Las mujeres de pechos enardecidos que se bañan desnudas entrarán en el vapor del Infierno". Otro predicador fulmina desde el púlpito: "Satín: muerte de la virginidad. Terciopelo: padre de la infidelidad". Abrumada por esas amenazas, Francion de Sorel, citada por Gratien Dupont (Controversias del Sexo, 1530) "solo cambia de calzón cuando está enamorada". El nailón transará las diferencias.
LA FORMA Y LA MODA
Del punto de vista meramente horticultural, los senos evocan peras, naranjas, limones, toronjas, y hasta sandías. Por ello, la moda intenta aprisionar los globos gemelos de la voluptuosidad o exalta sus misterios mediante sutiles sugerencias. Nacen los sujetadores de encajes con tonos cálidos de carne, de púrpura, de cielo y de mar, cuando no, de repente, negros como la noche. Los mecanismos de ajuste despliegan sus corchetes para complicar la tarea de los desvalijadores. Esas minúsculas mandíbulas de acero, esos cierres relampagueantes, esas trampas metálicas o plásticas provocan, a menudo, nocturnas y desvergonzadas interjecciones. Hay una época de perplejidad cuando nacen los "brassieres" que se abren en su parte delantera. Los machos exaltados se obstinan, con altisonantes comentarios, en buscar por las espaldas la vía ortodoxa.
LOS PECHOS Y LA ENCICLOPEDIA
El comprensivo filósofo, amante de la naturaleza, Juan Jacobo Russeau, escribe con lirismo: "Nada debe apretar a tan frágiles pechos. Deben sentirse en libertad bajo las prendas que los cubren". Pese a tamaño idealismo, los senos manifiestan, a partir de Newton, una tendencia a la baja. Se independizan. Los hay derramados como la pena, erguidos como la justicia, escalfados, túrgidos, vencidos, rebeldes, coquetos, hinchados, desinflados, testarudos, corridos, chorreados, blandos y acérrimos; recogidos, invertidos, melifluos, amargados, conflictivos, reaccionarios, burilados y aburguesados. Monseñor Luis Veuillot, sorprendido en la contemplación de unos ejemplares superlativos, provoca la pregunta de una cándida damisela:
—¿Mira usted mi crucecita?
—¡ Hija mia!... ¡Mas deploro la superficie del calvario!
Y Voltaire, asombrado por un escote que bosteza sobre un pecho derramado, hace caso omiso a la coqueta pregunta "¿Todavía se interesa en esas alhajitas, Monseñor de Voltaire?", y exclama: "¡Más que alhajitas, son colgantes que vuelven a su fuente!", en clara alusión al origen depravado de aquella pérdida de firmeza.
La misma cuidad de Quito se siente huérfana de cariño cuando aparece Sabrina Salemo recatada y bien cubierta, frente a un Polo Barriga ojizaino. La cálida italiana, usando los versos de La Verdad Sospechosa, debía decirle: "Dóytelos poco a poco porque dura el gusto más". Al iniciar su bailoteo, da impluso a su vía láctea y, según el decir de Andrés Eloy Blanco, el público de la ciudad capital "Muerde el seno que vuelca leche de amor en las rosas de la vida". Aquello me recuerda la invitación de Cátulo a su amada Lesbia: "Aquí se anida la dulzura, en tus pezones de rosa". Comprendo por qué el inspirado bardo romano se sentía capaz de realizar novem continuas fututiones en semejante compañía.
En todo caso, basta que aparezca en la pantalla una de esas odaliscas que menean el polivalvo y chilinguean las avelinas para que los machos superen su anorexia. En el siglo XV las mujeres usaban vestidos tan escotados y ajustaban sus pechos tan alto que "podía colocarse encima de ellos un candelabro" (Pierre Michaut, dixit, en 1466). Parodiando a Edmond Rostand, en su Himno al Sol, podríamos decir del sujetador: "Tú, sostén, sin el cual los pechos solo serían lo que son".
La sublimación pectoral culminará con Marilyn Monroe, Jayne Mansfield, Bo Dereck y Sonia Braga. Pocos recordarán que se inició con Ovidio, cuya máxima fantasía sexual era una mujer de pecho bien lleno "ubera plena femenina", mientras Cátulo se torturaba la mente con el recuerdo de una hembra capaz de abrazar al mismo tiempo a trescientos amantes sin querer a ninguno.