Publicado en
julio 08, 2013
Para Eulogia, el hombre debía ser mayor que la mujer. Pero su jefa le dijo que mejor buscara a uno joven, con las manos rápidas y el corazón palpitante... "¿Para qué quieres a un viejo? ¡Tú no estudiaste enfermería!"
Por Elizabeth Subercaseaux
Tal vez no fuera tanta la diferencia de edad entre la tía Eulogia y Tina Fernández, su jefa. Sin embargo, en materia de amores, había un abismo entre las dos. Para Eulogia, criada a la antigua por mi abuela, educada en colegio de monjas y casada muchos años con Roberto, las cosas estaban escritas más o menos así: una mujer debía terminar el colegio, entrar a la universidad con los ojos abiertos (para encontrar marido), recibirse de algo porque ya no estaban los tiempos para no tener un título, casarse, tener hijos y quedarse en casa hasta que los niños fueran al colegio. Todo lo que tuviera que ver con ganar dinero, tomar iniciativas, decidir qué casa o apartamento comprar, qué auto, en qué lugar veranear, le correspondía al marido.
Había ciertas normas que la tía Eulogia jamás soñó siquiera con saltarse y la primera era que el hombre debía ser mayor que la mujer. Así de sencillo.
Un día de verano, Eulogia y su jefa estaban en la terraza del edificio fumando un cigarrillo antes de reiniciar el trabajo de la tarde, cuando Tina le preguntó abiertamente:
—¿Piensas quedarte sola el resto de la vida?
—¿Qué quieres decir con sola? —preguntó Eulogia.
—Mira lo que es tu vida: la casa, la oficina, la casa, almuerzo con tu hija los domingos, la casa, la oficina, la casa. Yo lo llamo el síndrome de la mujer que espera.
—¿Que espera qué?
—La muerte.
—¡Yo no estoy esperando la muerte! ¡Cómo se te ocurre, Tina! Tengo 43 años nada más, ¿te parece una edad como para sentarsé a esperar la muerte?
—Justamente a eso me refería, no es una edad para no tener pareja. Hay miles de jóvenes preciosos dando vueltas por ahí, en busca de una mujer madura, interesante y bonita como tú.
—¿Jóvenes?
—Naturalmente, ¿para qué quieres echarte encima a un viejo? ¡Si tú no estudiaste enfermería! No, mujer, lo que te corresponde ahora es un hombre menor, joven, atractivo, con olor a sudor de potro, las manos rápidas y el corazón palpitante.
Eulogia sintió una especie de escalofrío que recorría su cuerpo.
—¿No te atreves?
—¿Crees que algún joven se fijaría en mí? En los tiempos que corren, con todas esas bellezas de la tele, las modelos de los anuncios, una mujer mayor de 40 no solo es vista como una vieja, sino que ni nos ven, Tina. Esa es la verdad.
—Te equivocas. Te verán mientras quieras mostrarte. Si andas agachada, llena de complejos, claro que nadie va a mirarte, pero si sacas pecho, te arreglas como Dios manda, te haces un buen corte de pelo y te compras ropa juvenil... ya verás lo que consigues.
—Está bien. Pero, ¿dónde voy a conocer hombres jóvenes? No pretenderás que me siente en un bar.
—¿Y por qué no? Para eso son los bares. Para sentarse a tomar un trago y conocer gente.
Una semana más tarde...
Si Roberto la hubiera visto, le habría dado un infarto ahí mismo. La tía Eulogia, con el pelo muy corto, una falda de colores, una blusa escotada (se veía regia), estaba sentada en un bar que le recomendó Tina. Había pedido un daiquirí y estaba con los nervios de punta esperando que el garzón se lo trajera. No sabía cómo poner las piernas. Nunca se había sentado en un bar. Le daba vergüenza mirar hacia los lados, temía encontrarse con alguien conocido. ¿Qué estaba haciendo ahí?, se preguntaba. ¡La bruta de Tina! Para qué le hizo caso. El garzón le trajo su copa. En eso se le acercó un hombre de unos 30 años.
—¿Estás sola?
Le llamó la atención que la tuteara. ¿Por qué la tuteaba si no la conocía? Lo miró. Tenía las cejas pobladas y unos ojos negros y profundos que la atravesaron como si fuera un vidrio.
—Sí —balbuceó llevándose la copa a los labios.
—¿Puedo sentarme contigo?
—Bueno —dijo mi tía Eulogia, sintiendo que el corazón se le escapaba por la boca.
—Alberto Donoso —dijo él extendiéndole una mano.
—Me llamo Eulogia Barros —dijo mi tía, sorprendiéndose de ella misma, porque ya se sentía más suelta. ¡Qué diablos! Que fuera lo que Dios quisiera—. Salud, Alberto —dijo y alzó la copa sonriendo con coquetería.
Media hora más tarde, Eulogia pensó preocupada: "¿Estoy coqueteando con un tipo 12 años menor que yo?".
Estaba. Pero qué diablos, atrás habían quedado los tiempos en que si un hombre se enamoraba de una mujer menor era pasión, y si eso le pasaba a una mujer, era perversión.
—Eres muy atractiva —le decía Alberto en ese momento—, me gustaría conocerte un poco más. ¿Te gustan los mariscos? Conozco un lugar muy agradable por aquí cerca donde sirven unos mariscos frescos muy deliciosos. ¿Te gustaría ir conmigo?
¿Por qué no? Mañana, a primera hora entraría en la oficina de Tina para contárselo todo. ¿Ves lo buena alumna que soy? Aprendí en un rato... Y Tina le diría: Te felicito, por fin aterrizaste en el mundo moderno. Las mujeres de hoy ya no se meten con hombres mayores... y tal vez hasta le subiera el sueldo, pues no había nada que le gustara tanto a Tina como ver a la tía Eulogia adentrándose en la modernidad.
—Encantada —dijo mirando a Alberto a los ojos.
La comida transcurrió placenteramente, sin altos ni bajos, Alberto no era agresivo ni demasiado lento, como cualquier hombre de 30 años que sabe lo que hace y por qué lo hace, y eso a mi tía le gustó muchísimo.
Esa noche, antes de dejarla en la puerta de su casa, la invitó a salir al día siguiente.
—¿De verdad quieres salir conmigo de nuevo? —le preguntóEulogia toda azorada, sintiéndose en las nubes.
Al día siguiente llegó a su casa y se arregló como para asistir a la boda del príncipe de Mónaco. Se miró al espejo y se encontró demasiado vestida. Se quitó toda la ropa y empezó de nuevo. Tres horas más tarde se había puesto el mismo vestido que había elegido por la mañana, se había recogido el pelo en un moño y un par de aros nuevos hicieron el resto. "Si Roberto me viera", pensó dándose el visto bueno frente al espejo.
—Te ves preciosa —le dijo Alberto, abriéndole la puerta.
"Además es galante", pensó mi tía, "esto tiene buena cara".
—¿A dónde te gustaría ir? —le preguntó Alberto.
Y condescendiente, pensó Eulogia, me gustan esos tipos que lo tienen todo pensado, como si una fuera una pelota a quien basta darle un empujoncito con el pie para que se mueva.
—¿Qué tal si vamos a comer una pizza? —preguntó mi tía, pensando que a un hombre tan joven seguramente lo que más le gustaría sería una buena pizza.
Su respuesta la sorprendió.
—No, no, por nada del mundo. Vamos a un buen lugar, no te estoy invitando a comer una pizza, quiero que elijas el mejor restaurante de la ciudad. Uno francés, tailandés, peruano, italiano, lo que quieras.
"Este sí que me gusta mucho", se dijo mi tía, "es maduro, sabe tratar a una mujer, no come puras pizzas y se viste como un verdadero caballero".
Las cosas no podrían haber empezado tan bien.
Tres horas más tarde, estaban en un hotelito muy europeo. Eulogia estaba un poco excitada. Entraron en la habitación y fue como un milagro al revés: de sopetón se terminó toda la parsimonia de su acompañante, y este se le tiró encima como si ella fuera una tarta de chocolate y él, un niño con hambre, y la desvistió como si el mundo fuera a acabarse antes de que le quitara la blusa.
Su premura la asustó, su exaltación, su juventud, ese olor a buey, las manos atolondradas. ¡Madre santa! Hicieron un amor desacompasado, él como un caballo corriendo la última carrera de su vida, ella como una tía cansada. Se sintió no solo vieja sino de otra era. Ella no estaba para estos trotes. Y tampoco estaba tan segura de que le interesara el amor con tanta gimnasia.
—¿Qué tal? le preguntó Tina al día siguiente.
—Un desastre.
—¿Muy joven?
—Demasiado. La próxima vez voy a buscar a un hombre de 50 años, por lo menos.
—Te tengo uno. Y está al alcance de mi mano. Mi tío Tomás. Se parece a Robert Redford, tiene 53 años y es muy atractivo. ¿Te interesa conocerlo?
Y así fue como la tía Eulogia conoció a Tomás...
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 13 DEL 2005