¡CUIDADO CON ESTA ANCIANA!
Publicado en
julio 14, 2013
Goza de una vitalidad envidiable. ¿Su secreto? Yoga, sentido común, optimismo... y tres cintas negras en artes marciales.
Por Claude Bobin.
EN UNA lluviosa tarde de febrero de 1953 paseaba por la rue des Martyrs, en Montmartre, una mujer menuda de abrigo gris, cuando llamó su atención un letrero amarillo: Judo. Obedeciendo a un impulso, Jeanne Liberman entró en el establecimiento y pidió permiso para presenciar una lección; después solicitó informes sobre los requisitos de ingreso al club.
—¿Es algún hijo suyo el interesado ?, ¿o algún nieto ? —inquirió el instructor.
—No, la interesada soy yo. Tengo 61 años.
Al día siguiente empezó a aprender a caer. Su adelanto en la técnica japonesa de lucha puso pronto fin a las burlas de sus oponentes, menores todos de 25 años. Con el tiempo su cinta blanca de neófita fue dejando su lugar a la amarilla, la anaranjada, la verde, la azul y la café. A los 68 años se hizo acreedora a la cinta negra.
La señora Liberman visitó entonces Japón, donde practicó con el gran maestro Mifuné Kuyzo. Ueshiba Morihei, otro campeón de las artes marciales la ayudó a mejorar su técnica del aiki-do. Aunque la filosofía de este encierra cierta oposición a la violencia, es un formidable sistema de defensa perfeccionado por los guerreros samurais del antiguo Japón.
A su regreso a Francia pasó a estudiar con el maestro Tadashi Abe hasta obtener cinta negra en aiki-do; contaba 72 años. Entonces se dedicó de lleno al kung-fu, estilo de combate inventado por los monjes del monasterio de Shaolin en el norte de China. Sin precedente alguno en la historia, al cumplir 80 años obtuvo cinta negra en kung-fu de manos del maestro Hoang Nam.
Ahora, 8 años después, luce la apariencia, la fuerza y la elasticidad de una mujer de 65. Asombrado, vi a esta anciana. de 1,54 metros y 49 kilos, derribar en un segundo a un atleta entrenado de 1,86 metros y por lo menos 90 kilos... (Lo grave del caso es que repitió la hazaña nueve veces.) "Cualquiera puede hacerlo", aseguró; "sólo es cuestión de voluntad".
Le insinué que todo ser humano siente tarde o temprano el peso de la edad. "¿La vejez?" se extrañó, "¡pero si no existe!"
En su estudio, situado cerca de la Place de L'Hotel de Ville, en París, Jeanne enseña una especie de yoga occidentalizado y su método personal de defensa, el cual se basa en las artes marciales orientales. Al principio me resistí a creer que las elegantes damas —algunas andarían por los setenta y tantos abriles— que entraban a su estudio practicaran las artes marciales. Vestidas con quimono, se lanzaban maliciosos puntapiés a las caderas, se torcían los brazos y hasta se mandaban unas a otras al aire e iban a caer al duro piso de madera.
Manifestaron todas que estos ejercicios las conservan física y síquicamente en condiciones de verdad óptimas.
"Hace 20 años conocí a la maestra Liberman", me contó Adéle Nicolas. "Estaba con los nervios destrozados y a un paso de la muerte. Ahora tengo 72 y cuantos me conocen envidian mi vigor y mi salud".
Las alumnas han vivido algunas experiencias chistosas. En una ocasión dos maleantes jóvenes asaltaron cerca de medianoche a Andrée Rihouet, de 68 años, quien mandó sobre su espalda a uno de ellos y lo dejó tendido a tres metros de distancia; el otro, de rodillas e inmovilizado con una llave tremenda, tuvo que pedir misericordia. Jeanne Liberman se ve muy digna aconsejando a los grupos de su estudio. "En esta clase de movimiento", explica, "la fuerza física importa muchísimo menos que la técnica, y esta debe ser perfecta. ¡Observen!" Sin mover el cuerpo y con una mano arroja al suelo a cuantos acercan un brazo o una pierna en su dirección. "Retengan el aliento", sigue, "y concentren toda su fuerza justo donde la necesiten. Es la mente la primera que entra en juego".
Por lo que toca a musculatura, está claro que no se le puede comparar con los amos de los estadios, pero sí ha hecho de su cuerpo un arma formidable al someterlo a la fuerza de su mente.
Poco después de casarse con el pianista ucraniano Ruben Liberman, tropezó con un tratado de yoga y en él descubrió lo que siempre había buscado. Luego, en París, un viejo asceta hindú le enseñó el camino del conocimiento y el dominio propio.
"Por medio del yoga comprendí que todos los poderes radican dentro del ser humano y que antes de ejercitarlos hay que alcanzar un alto nivel de entendimiento y purificación".
A los 70 añós fue a la India a profundizar sus estudios y posteriormente se estableció en Francia como maestra de hatha-yoga, que adaptó a los conceptos occidentales. Al presenciar una de sus lecciones, noté varias posturas insólitas con lentos movimientos de brazos y piernas y largos períodos de meditación. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue el resultado: los estudiantes parecían caminar sobre nubes.
La filosofía personal de Jeanne hunde sus raíces en el cristianismo y el pensamiento oriental. Persigue la paz interna y la alegría de vivir a la luz de cuatro principios fundamentales: silencio, tolerancia, comprensión, amor. Todo lo que ella hace está encaminado a ayudar a otros para que vivan mejor sin violar su individualidad.
A partir de una entrevista que sostuvo con Jacques Chancel para un programa de radio de France-Inter, recibió centenares de cartas y llamadas en que se le rogaba revelara el secreto de su fuerza y de su juventud. "No tengo ningún secreto", contesta. "Sólo puedo citarles unas cuantas verdades eternas". Insiste en que la senectud comienza en el momento mismo en que la persona piensa que es vieja. "Cambia tus ideas y cambiarás tu vida".
Y para no pensar en la vejez sigue el precepto de vivir a fondo el presente. Toca el piano, escribe ensayo y poesía, pinta y da conferencias sobre temas espirituales. Proscribe el alcohol y el tabaco y apoya la respiración y la dieta correctas.
Porque juzga dañina la glotonería, la señora Liberman come muy poco —y a veces hasta ayuna—: por las mañanas toma atole de cereal en reemplazo del café y la leche, difíciles de digerir; almuerza un huevo, queso blanco y un vaso de agua, y cena una papa o una zanahoria y una cucharada de miel. "Así", asegura, "mi mente se conserva lúcida todo el día".
Sin embargo, aconseja a quienes suelen comer carne y papas no cambiar violentamente el régimen alimenticio, pues esto podría generarles un grave desequilibrio en la nutrición. Y defiende también a capa y espada la limpieza, el ejercicio físico y el canto, por más que las propiedades de este último sean casi desconocidas. "Canta, y verás la vida de forma distinta", dice.
Y aclara: "No es que todos los jubilados deban aspirar al campeonato de yudo, pero... ¿pasarse los días de la silla al sofá y del sofá a la silla simplemente por tener 70 u 80 años ?"
Como rara vez acude al médico, le pedí que se sometiera a un examen completo y el Dr. Paul Watenberg descubrió que su salud superaba con mucho a la de la mayoría de sus pacientes menores de 60 años. "Si mis clientes vivieran con la sobriedad y el equilibrio de ella, acabaría cerrando el consultorio".
Jeanne Liberman, que enviudó en 1968, recibió hace poco una propuesta matrimonial pero pidió tiempo para pensarlo. "El matrimonio es algo serio", afirma, "y, como usted sabe, dispongo de mucho tiempo".