PARAGUAS ENVENENADOS Y CRÍMENES POLÍTICOS
Publicado en
julio 14, 2013
Un desertor búlgaro, locutor de radio, el renombrado escritor Georgi Markov, murió recientemente en Londres víctima de un peculiar asesinato. Dado que era un severo crítico de la jefatura comunista de su país, Scotland Yard sospechó fundadamente —pero fue incapaz de probar— que el crimen había sido obra de la policía secreta búlgara. En este artículo otro desertor que pudo haber muerto en un ataque similar recurre a su propio conocimiento íntimo de la jerarquía comunista para establecer cómo y por qué murió Markov y, de paso, arrojar luz sobre los entretelones del poder en un Estado comunista "modelo".
Por Vladimir Kostov.
EL JUEVES 7 de septiembre de 1978 a eso de las 18:00 Georgi Markov cruzaba el puente londinense de Waterloo en camino a su trabajo como locutor del servicio búlgaro de la British Broadcasting Corporation (BBC). Estaba por llegar a la parada del autobús en el lado sur del puente cuando sintió una repentina punzada en el muslo derecho y al volverse vio a un hombre que manipulaba torpemente un paraguas. "Lo siento", se disculpó el hombre y corrió hasta un taxi que se acercaba, en el que desapareció.
Al llegar al trabajo Markov se quejó de palpitaciones en el muslo y pidió a un compañero llamado Teo Lirkoff que le mirase la pierna. "Pude ver una mancha roja como la de un grano inflamado", recordó más tarde Lirkoff. En las primeras horas del viernes Markov se sintió muy afiebrado y comenzó a vomitar. Su esposa llamó a un médico y horas después fue llevado con urgencia al Hospital Saint James. Dijo a los médicos que estaba seguro de haber sido envenenado, probablemente por el hombre del paraguas y a instigación de la policía secreta búlgara.
Los médicos se mostraron escépticos, puesto que los exámenes clínicos rutinarios no revelaban indicio alguno de veneno. No obstante, reconocieron que Markov padecía una condición "muy tóxica" y le diagnosticaron una septicemia, o sea una grave infección sanguínea. El sábado le fueron administradas dosis masivas de antibióticos a las que pareció responder, y para el día siguiente su esposa pensó que estaba fuera de peligro.
Cuando Markov expiró el lunes por la mañana su muerte fue atribuida a una insuficiencia cardiaca inducida por una grave septicemia. Pero ese dictamen abrió aun más interrogantes. ¿Cuál fue la causa de la septicemia? ¿Acaso no había dado muestras Markov de responder al tratamiento? ¿Por qué había presentado todos los signos de una gran intoxicación sin que se hubiese detectado indicio alguno de un agente tóxico?
Pocas horas después de la muerte de Markov se hicieron presentes en el hospital agentes de la famosa brigada antiterrorista de Scotland Yard. Buscaban respuestas para esas preguntas, y querían saber más acerca de las afirmaciones de Markov de que había sido envenenado. Pronto descubrieron por qué había sido blanco de un ataque. Aunque restringido por la BBC a informar sobre temas culturales y generales, había expuesto descarnadamente la fraudulencia de la jefatura comunista de su país en una serie de programas en idioma búlgaro que escribió en Munich para Radio Europa Libre.
Markov escribió aquello con conocimiento de causa. Nacido en Sofía en 1929, llegó a ser miembro de una élite de escritores con influencia en los más altos círculos. Conocía al jefe del Partido Comunista búlgaro Todor Zhivkov y visitaba con regularidad al exclusivo suburbio de Sofía donde los principales dirigentes del Partido tienen sus villas. Pero al mismo tiempo sintió cada vez más restringida su libertad de expresión y en 1969 decidió desertar, una actitud considerada humillante y perjudicial para el régimen.
LA CITA DE LOS JUEVES POR LA NOCHE
Semana tras semana los guiones de Markov denunciaban la vida rumbosa de los dirigentes búlgaros, sus prácticas corruptas de gobierno y la brecha entre las realizaciones que reclamaban públicamente y su verdadero desempeño. Aunque no nombraba a quienes denunciaba (así lo requerían las normas de Radio Europa Libre) sus descripciones eran tan explícitas que los oyentes de Bulgaria podían deducir con facilidad a cuáles personajes se refería. Llegó a revelar incluso las flaquezas humanas del propio Zhivkov, una figura deidificada durante casi un cuarto de siglo en la prensa búlgara.
No cabían dudas de que las transmisiones eran escuchadas. Los intentos del Gobierno por interferir las emisiones de Radio Europa Libre nunca lo lograron por completo. El interés oficial era tan grande que una de las adivinanzas más populares en Sofía preguntaba:
—¿Por qué no mira nunca televisión el Politburó los jueves por la noche?
La respuesta era:
—Porque todos sus miembros están escuchando los programas de Georgi Markov por Radio Europa Libre.
Yo tenía vínculos estrechos con Markov, dado que, como él, deserté de mi posición de prominente periodista y miembro del Partido. Fui informado telefónicamente del ataque mientras se encontraba en el hospital. Al colgar el auricular mi mente era un torbellino; yo también había sufrido recientemente una fiebre intensa causada, estaba seguro, por un ataque disimulado hábilmente lanzado contra mí en París.
EXTRAÑA AVISPA
Ocurrió el 26 de agosto de 1978, apenas doce días antes del ataque contra Markov. Cuando mi esposa Natalia y yo iniciábamos el ascenso por una escalera mecánica del tren subterráneo para salir a los Campos Elíseos, sentí un golpe seco en la espalda justo encima de la cintura, acompañado por una detonación ahogada. Detrás de mí estaba un individuo de aspecto inocente que llevaba en la mano una pequeña bolsa. Habíamos notado su presencia antes porque parecía empeñado en estar cerca de nosotros en el tren. No bien llegó a la calle se perdió entre la multitud.
Parecía un incidente trivial, pero cuando caminábamos por la avenida el dolor en mi espalda no disminuyó. Cuando esa tarde fui a ver a un médico, examinó el diminuto pinchazo y opinó que probablemente había sido picado por una avispa. Me miró incrédulo cuando le dije que quizá había sido víctima de un intento de asesinato.
En realidad yo tenía fundados motivos de aprensión. Por ser un franco crítico del régimen sabía que mis actividades eran vigiladas por la Oficina de Seguridad del Estado, que es la policía secreta de Bulgaria. Y poco tiempo antes había recibido una carta de Markov en la que me advertía de la existencia de "causas muy serias de ansiedad" y me instaba a mantenerme en guardia.
Al día siguiente sentí mucha fiebre y una dolorosa hinchazón. Fui al hospital, donde el médico que me examinó reconoció que sufría de algo más serio que una picadura de insecto, aunque no podía determinar exactamente de qué se trataba a menos que me internase para una serie de análisis clínicos. Me dijo que no estaba en grave peligro, de manera que decidí esperar y ver si mi condición mejoraba. Al cabo de tres días la fiebre y la hinchazón comenzaron a disminuir.
La inquietante experiencia todavía me preocupaba cuando me enteré de la muerte de Markov. Informé a la policía francesa del incidente y dije que sospechaba haber sido atacado por la misma gente que había asesinado a mi compatriota. Me asignaron protección y notificaron a Scotland Yard.
VENENO BAJO LA PIEL
Como precaución decidí que me tomasen una radiografía. Reveló que yo tenía una diminuta partícula metálica incrustada debajo de la piel en el lugar donde había sido golpeado. La autopsia había revelado la presencia de un minúsculo perdigón en el muslo de Markov. Suponían que había contenido veneno y que una bolilla similar pudo haber sido disparada contra mi espalda. Me apresuré a aceptar la remoción de la partícula.
El día de la operación en una clínica privada de París se presentaron allí inspectores de la policía francesa y dos agentes de Scotland Yard que habían venido en avión de Londres. Aunque practicada con anestesia local fue una operación delicada, dado que el menor movimiento brusco de la bolilla de metal podía liberar una cantidad adicional de veneno. El cirujano necesitó 20 tensos minutos para cortar una pequeña porción de tejido. Uno de los inspectores partió en seguida hacia Londres con la muestra macabra.
En el laboratorio de ciencia forense de Scotland Yard en Lambeth se comprobó que los dos perdigones eran idénticos. Aunque sólo tenían poco más de 1,7 milímetros de diámetro su superficie presentaba dos perforaciones microscópicas. Las bolillas mismas eran de una aleación de platino e iridio que el organismo no rechaza.
En un esfuerzo por averiguar qué clase de veneno había sido usado, Scotland Yard obtuvo la cooperación del ultrasecreto Establecimiento de Defensa Química de Porton Down, en Wiltshire. Una serie de minuciosos análisis de los rastros de veneno en el perdigón disparado contra Markov hizo pensar a los toxicólogos allí que quizá estaban en presencia de un derivado raramente usado del aceite de castor y uno de los venenos conocidos más mortíferos. Hasta hoy no hay una explicación científica de cómo pude sobrevivir.
UN DOBLE MOTIVO
Al cobrar asidero las conjeturas de una implicación de la policía secreta búlgara, los medios de comunicación se hicieron eco de un furor internacional suscitado por los dos casos, pero el régimen de Sofía negó oficialmente tener conocimiento alguno de ellos. Si Markov era semejante amenaza, replicaron retóricamente los voceros oficiales búlgaros, ¿por qué no había sido eliminado mucho antes? Estoy convencido ahora de que la explicación es que tan sólo recientemente había llegado a ser un importante factor de humillación para el régimen búlgaro, por razones vinculadas con la singular posición del país en el bloque soviético.
La pequeña nación de menos de nueve millones de habitantes ha sido un modelo de lealtad a la URSS desde que los soldados soviéticos instalaron en el poder al Partido Comunista en 1944. La influencia soviética en el país es penetrante. El servicio búlgaro de espionaje tiene 30.000 agentes, todos bajo control soviético y supervisados por asesores de la KGB (policía secreta de la URSS) que dependen directamente de Moscú. Un ex coronel de la policía secreta búlgara, Stefan Sverdlev, atestiguó en abril de 1979 en un programa de la televisión británica que la aprobación rusa había sido absolutamente fundamental para algo tan importante como el asesinato de Markov.
He arribado a la conclusión de que la orden de liquidarnos a Markov y a mí obedeció en gran medida a un apremiante afán de los rusos por sofocar un reciente brote de sentimiento antisoviético en la opinión pública búlgara y consolidar el control del país. Ese doble motivo comenzó a ser evidente en marzo de 1977, cuando Bulgaria fue sede de una importante conferencia de las naciones del bloque soviético. Yo era todavía jefe de la oficina en París de la Radio y Televisión de Bulgaria y como tal tenía acceso a las deliberaciones confidenciales, que me llamaron la atención por su énfasis en la supresión de la disensión interna. El Kremlin tenía dificultades con sus propios disidentes, con Polonia y con Checoslovaquia, y estaba especialmente preocupado por evitar la propagación del desorden a otro Estado satélite.
Deserté en junio de 1977. A través de amigos bien informados en Bulgaria sé que mi caso y el de Markov fueron abordados poco después del régimen. Zhivkov y el general Dimiter Stoyanov, ministro del Interior a cargo de la policía secreta, convinieron en que dado que Markov y yo éramos los exiliados contrarios al gobierno más escuchados en el Este —también yo había comenzado a transmitir para Bulgaria por Radio Europa Libre— silenciarnos era la única forma de desalentar la creciente actividad disidente dentro del país.
El primer paso fue simplemente para prevenirnos. En septiembre de 1977 el hermano de Markov, Nikola, negociante de filatelia en Bolonia (Italia), recibió la noticia de que se había adoptado la decisión de eliminar a Georgi sin dejar huellas. Algún tiempo después me encontré con un viejo conocido, periodista de Sofía, que me sugirió que escribiera unos artículos pro-búlgaros para la prensa francesa. En esa forma, me dijo, podría demostrar que era "un buen ciudadano búlgaro".
Para comienzos de 1978 las presiones oficiales tendientes a intensificar el control soviético de todos los aspectos de la vida búlgara habían generado un brote sin precedente de disidencia. A través de ese período la jefatura del régimen ejecutó una depuración en masa de los cuadros jerárquicos, A mediados del año Zhivkov viajó a la Crimea para conversar con Leonid Brezhnev. Según me informaron, inmediatamente después de su regreso se encerró a solas con el general Stoyanov. Mis fuentes en Bulgaria presumen que fue en una de esas reuniones que decidieron emitir una notificación a los disidentes y desertores del bloque soviético dondequiera se encontrasen: el salario de la deslealtad al régimen era la muerte. En el término de pocas semanas ese mensaje nos había sido entregado a Markov y a mí.
La indignación pública por el caso de Markov me ha dado al parecer inmunidad contra un ataque desembozado —por el momento— y continúo mis trasmisiones dirigidas a Bulgaria, Pero no puedo borrar de mi memoria el truculento comentario formulado por el general Stoyanov a la televisión búlgara apenas cuatro días después de la muerte de Georgi Markov: "Nuestros enemigos no pueden eludir nuestra acción en ninguna parte. Para nosotros las fronteras no existen".
Ilustración: Harvey Kidder