Publicado en
julio 28, 2013
Convencida de que Roberto era de otro planeta, la tía Eulogia entró en la universidad a estudiar sicología... para tratar de entenderlo. Y cuando escribió su tesis, "La compleja sique de un perejiliento", se ganó muchos aplausos. Pero tuvo que enfrentar varios tropiezos para ejercer su carrera...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Llegó un momento en la vida de la tía Eulogia en que tiró la esponja. Llevaba un montón de años casada con Roberto y no había logrado entenderlo. No había caso. Y por esfuerzos no se quedó. Leyó libros, lo consultó con las amigas, lo habló con su madre, con sus hermanas y con una monja que se las daba de experta matrimonial. Roberto venía de otro planeta, sin duda, sabe Dios por qué aterrizó en la tierra pero, ¿que era de aquí? ¡Qué va! Cómo se le ocurre que iba a ser de aquí.
Antes de tomar la decisión que cambió su vida, de la cual vamos a referirnos más adelante, la tía Eulogia fue a ver a un siquiatra.
—A ver, señora mía, usted viene aquí a decirme que su marido es de otro planeta.
—Así es, doctor, de otro.
—¿Y se puede saber por qué piensa eso, señora Eulogia?
—No hay más que verle la cara.
—La cara... ¿qué le pasa en la cara? ¿La tiene verde?
—Es el alma la que tiene verde, doctor, no la cara. La cara la tiene de perejiliento, no sé si usted me entiende.
El doctor movió la cabeza, pues nunca había escuchado esa palabra.
—¿Y qué quiere decir eso, señora?
—Un hombre que no hace su cama, no lava su plato, no muda al niño, no va a la reunión de padres y apoderados, sale a comprar cigarrillos y no vuelve hasta la semana siguiente; un hombre que dice que está en una reunión y está en el motel con la flaca de la esquina, y le hace el amor a su mujer como quien saca una cuenta, nunca más de dos veces al año; un hombre que...
—¡Ah! Ya entiendo —dijo el doctor—. Entonces usted dice que su marido, por ser perejiliento, es de otro planeta.
—Así es —dijo mi tía Eulogia, pero muy pronto se dio cuenta de que con ese médico lo único que haría sería gastar saliva. Lo más probable es que fuera tan perejiliento como Roberto y así no iban a llegar a ninguna parte.
El resto de la hora la gastó en hablarle de trivialidades y, cuando terminó su tiempo, se levantó y se fue.
—¿Qué le pasa a usted que pareciera que se hubiera tragado un cáliz? —le preguntó la Domitila al verla llegar con una cara de angustia tan grande, que era como para llamar a la ambulancia.
—Estoy desesperada, Domi, llevo casi 20 años casada con Roberto y no lo entiendo —le dijo la tía Eulogia.
—Ninguna mujer entiende al marido, señora. Todas dicen lo mismo.
—Ya lo sé, pero al menos pueden tener algunas claves.
—¡Y para qué necesita claves, señora! Lo que necesita es una buena ventilada. ¿Por qué no se va a Miami por 5 años?
—No digas tonterías. ¿Cómo voy a partir a Miami y dejar mi casa tirada? Tiene que haber una solución menos drástica que esa.
—¿Y por qué no entra en la universidad, a ver si la desasnan un poco y le enseñan sicología? —sugirió la Domi, que era sabia por naturaleza y siempre aterrizaba con la mejor idea.
—¿Sabes que no es nada mala tu idea? Podría estudiar sicología —dijo mi tía y se puso a sacar sus cuentas. Tenía cerca de 40 años, no estaba tan vieja, tenía algo de plata ahorrada, podría pagarse los estudios, y sus hijos ya estaban crecidos, no la necesitaban como antes—. ¡Listo! Voy a entrar en la universidad —dijo y le volvió la sonrisa al corazón.
El primer año se le hizo tremendamente difícil. Sobra decir que era la mayor del curso y que los chiquillos que le tocaron de compañeros la miraban con los ojos airados y se burlaban de ella.
—¿Qué anda haciendo por estos lados, abuelita? ¿Quiere que le enseñe a copiar en la prueba, abuela?
Otros le decían:
—¿Y cuándo me va a presentar a su hija, suegra?
La buena noticia es que mi tía resultó un genio de la sicología. Era una alumna excelente y al segundo año la eximieron de todos los exámenes.
A todo esto, Roberto no entendía qué estaba pasando en su vida. De un tiempo a esa parte, Eulogia no lo molestaba, le daba lo mismo que se fuera con la flaca a Río de Janeiro —es más, hasta lo empujaba a irse—, no quería estar con él por las noches, pues las pasaba en vela con unos anteojos gruesos estudiando a Freud. Este le había sorbido los sesos. "No sé cómo subsistió la humanidad antes del sicoanálisis", decía, "este hombre es un verdadero genio, Roberto".
—Cuando me reciba voy a ser sicoanalista —anunció.
Y llegó el día del examen final, la graduación, mi tía sacó la mejor nota en la tesis, La compleja sique de un perejiliento, que le valió toda clase de aplausos y fue publicada en una revista de sicología. Y se lanzó al ejercicio de su flamante carrera.
Primer tropiezo: el país estaba lleno de sicoanalistas y a los 7 meses no tenía ni un miserable paciente.
Segundo tropiezo: Roberto la había amenazado. "Si no abandonas esta carrera ahora, pero lo que se llama ahora mismo, yo me voy y te garantizo que no me vas a ver ni en foto".
Es que mi tía nunca supo donde trazar la línea entre su carrera y la vida de su casa. Desde el día en que se recibió de sicóloga se convirtió en la intérprete de la casa, particularmente de Roberto. Si Roberto pasaba a ver a su mamá, mi tía lo esperaba con un libro abierto en el capítulo del complejo de Edipo. Si llegaba tarde a la casa, mi tía lo estaba esperando en la puerta, lo hacía recostarse en el sofá del living, apagaba la luz, se colocaba detrás de él y le hablaba bajito:
—Te escucho.
—Me escuchas, ¿qué?
—Lo que tengas que decirme, Roberto.
—Pero si no tengo nada que decirte. Me quedé jugando con Joel González y fuimos a tomarnos una cerveza.
—¿Te tomaste una cerveza? ¿A esta hora, querido?
—Sí, mujer, una cerveza, es verano, hay muchísimo calor.
—¿Ves? Instinto de succión no satisfecho. Quiere decir que tu mamá no te amamantó más de un mes.
—¿Qué?
—Si te hubiera amamantado no tendrías complejo de succión inhabilitado.
—¡Ah! Bueno, Eulogia, ¿podemos ir a dormimos ahora?
Otra vez Roberto llegó a la casa con un sombrero nuevo.
—¿Y ese sombrero, Roberto? —quiso saber mi tía, intrigada.
—Me lo compré.
Mi tía echó los gritos al cielo. ¡Ahora sí que estaba mal! Roberto jamás habría comprado un sombrero. Se vanagloriaba de tener más pelos en la cabeza que la Demi Moore y no le gustaban los sombreros. Y que hubiera entrado con el sombrero puesto en la casa, le pareció un síntoma muy serio. Preocupante.
—Ven al sofá.
Una vez en el sofá, le rogó que no se preocupara, ella misma le haría la terapia, para eso tenían una sicóloga en la casa; el sombrero era su objeto transicional entre él y la carrera que ella estaba comenzando. Se lo había comprado por temor a que ella lo abandonara por la sicología. Tenía que poner algo, una distancia, entre su cabeza, es decir su alma, y la carrera de su esposa...
—Háblame de lo que sientes. Deja fluir tus palabras. No importa que digas puras tonterías.
—¿Pero qué diablos te pasa, Eulogia? No estoy enfermo. Me compré este sombrero porque estaba en liquidación.
—¿Ves? ¡Negación! Estás en estado de preshock... Pero no te preocupes, mi amor, con una hora de sofá te dejo como nuevo. ¿No ves que tienes el juicio de la realidad alterado?
—Lo que yo veo es que te volviste loca —dijo Roberto, marcando el número del manicomio. —¿Puede mandarme una ambulancia y un camillero con una camisa de fuerza, por favor? —pidió. Y mi tía casi pierde la razón.
—Pero, ¿qué estás haciendo hombre de Dios? Si el pobre enfermo eres tú, que te compraste un objeto transicional, que niegas lo que te ocurre y tienes alterado el juicio de la realidad; hasta podrían ser los primeros síntomas de un cuadro demencial o cualquier patología de los lóbulos frontales. Tengo que hacerte una resonancia magnética. ¿Te duelen los pies al caminar?
En eso llegó la ambulancia y un tipo como un ropero entró en la casa, preguntando por la paciente.
—Aquí —dijo Roberto señalando a mi tía, que los miraba despavorida.
La tuvieron una semana internada, le lavaron el cerebro con un jabón especial y se la devolvieron a Roberto como nueva.
Esa noche, cuando mi tía cayó en sus brazos y le dijo "eres el amor de mi vida, yo te amo más que a mí misma", Roberto suspiró aliviado.
Mi tía se durmió abrazada a su perejiliento y soñó que un ángel bajaba del cielo y le soplaba al oído: "Al marido no hay que entenderlo, Eulogia, no se puede".
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 2 DEL 2003