LA OTRA CARA DEL FEMINISMO
Publicado en
junio 09, 2013
Lo cierto es que muchas mujeres han acabado por considerar al feminismo como un movimiento que se opone a los hombres, a los hijos, a la familia y a la femineidad. Por tanto, no tiene nada que ver con nosotras.
Por Sally Quinn (ex articulista del Post de Washington, es autora de varios libros; entre ellos, Happy Endings ("Finales felices"), obra de reciente publicación.)
LAS FEMINISTAS han hecho recientemente unas declaraciones pasmosas. Gloria Steinem confiesa en su nuevo libro que sedujo a un hombre ocultando su propia personalidad y simulando ser quien él quería que ella fuera. Cuando este hombre realmente se enamoró, cuenta la señora Steinem, ella tuvo que "seguir fingiendo".
Jane Fonda, al hablar a la revista Time acerca de su nuevo esposo, Ted Turner, anunció que se retiraba de la actuación por un tiempo. "Ted no es un hombre a quien se pueda dejar para ir a filmar fuera del estudio", comentó. "Necesita tenerme a su lado todo el tiempo".
Por su parte, Barbra Streisand explicó en una entrevista que publicó el Post de Washington: "Aunque mi lado feminista reconoce que las personas deberían ser independientes y no necesitar del cuidado de otro, las cosas no siempre funcionan así".
Y Patricia Ireland, la nueva presidenta de la Organización Nacional de Mujeres, de Estados Unidos, refirió a una revista para homosexuales que, aparte de su esposo, ha tenido una "compañera" desde hace cuatro años.
¿Qué conclusión debemos sacar de todo esto? ¿Es posible que el feminismo, según lo hemos conocido, haya muerto? Así lo creo. Como el comunismo en el ex imperio soviético, el movimiento feminista, en su forma actual, ya no es útil.
La gente que hablaba en nombre del movimiento feminista jamás fue del todo sincera con las mujeres. Era hipócrita. Y a semejanza de los comunistas, que negaban la existencia de Dios y el derecho al culto religioso, las dirigentes del feminismo pasaron por alto las necesidades más profundas y fundamentales de sus representadas. La realidad es que nunca lograron separar el centro de trabajo de la recámara.
El movimiento estaba tan empeñado en alcanzar el legítimo objetivo de la igualdad de los sexos en el terreno laboral, que intentó reglamentar la conducta privada de las personas. Y ahí es donde se topó con dificultades. Hoy, son cada vez más las mujeres que se alejan del "feminismo", porque piensan que no las representa a ellas ni lucha por resolver sus problemas.
Hace varios años, Betty Friedan escribió un valiente libro en el que defendía el concepto de la maternidad, que había perdido relevancia entre muchas feministas cuya tesis era que tener hijos no era políticamente correcto. La señora Friedan recibió acerbas críticas de no pocas afiliadas al movimiento, pues consideraban que ese libro constituía una desviación de las tareas prioritarias de la mujer.
Para la mayoría de las mujeres, la igualdad y la justicia son los aspectos fundamentales de todo proyecto feminista. Y lo que más detestan es que se les indique cómo vivir su vida privada. Se sienten traicionadas y engañadas, porque no siempre es posible llevar una vida privada políticamente correcta, como lo han demostrado las señoras Steinem, Fonda, Streisand y otras. Si estas mujeres vivían de cierto modo mientras defendían otro estilo de vida, ¿no era eso corrupción?
Siempre existió la sospecha de que, como los comisarios comunistas que predicaban el sacrificio a sus camaradas y luego adquirían caviar en la tienda del Partido, las dirigentes feministas recomendaban en público a las madres que abandonaran a sus esposos y se independizaran, mientras en secreto se ataviaban con llamativa ropa íntima para complacer a su pareja.
No obstante, las líderes del movimiento ni siquiera pestañearon. En vez de ayudar a las mujeres a satisfacer sus necesidades; apoyando a la "mujer total", actuaban como si la vida de estas tuviera solamente un aspecto, y pasaban por alto la realidad de los esposos y los hijos. Tú puedes hacerlo; fíjate en nosotras, era el mensaje. Las mujeres que se esforzaron por ponerlo en práctica y fracasaron, terminaron con frecuencia más heridas que beneficiadas por estos falsos ejemplos de lo maravillosa que puede ser la vida con sólo empuñar las riendas y hacer caso omiso de los varones. Las mujeres se avergonzaban de ser amas de casa; se avergonzaban de ser madres de tiempo completo.
Al trivializar los aspectos esenciales de la vida privada de la gente, y al omitir lo que en verdad ocurre en el corazón y en la mente de las mujeres, el movimiento se hizo daño a sí mismo y presentó un blanco perfecto a sus enemigos.
Hoy día, al feminismo se le percibe cada vez más como una causa marginal, a menudo con resonancias de lesbianismo y de odio hacia los hombres: esta es una idea que difícilmente se disipa con la declaración de Patricia Ireland. A la mayoría de las mujeres que conozco les molestó su declaración. ¿Qué clase de criterios defiende Patricia Ireland? Aseveró que siempre había sido del todo sincera en sus relaciones, lo cual constituye una elección de vocabulario extrañísima. Al fin y al cabo, no estamos hablando sólo de relaciones abiertas o de sinceridad; ni siquiera, para el caso, de lesbianismo. En mi opinión, la señora Ireland, en el fondo, habla de adulterio.
Es imposible sostener que el movimiento que ella preside sigue en contacto con la mayoría de las mujeres. ¿Cuántas madres les dirían a sus hijas que la vida de Patricia Ireland es digna de emularse?
Lo cierto es que muchas mujeres han acabado por considerar al feminismo como un movimiento que se opone a los hombres, a los hijos, a la familia y a la femineidad. Por tanto, no tiene nada que ver con nosotras.
MUCHAS MUJERES han logrado grandes avances en sus centros de trabajo, gracias, en parte, al movimiento feminista. Pero casi todas tenemos, además, esposos, hijos, hermanos y padres a los que amamos. Queremos que ellos se preocupen por la igualdad tanto como nosotras. Sin embargo, las nuevas dirigentes que surjan para hablar de los problemas de las mujeres harán bien en recordar que no necesitamos que nos digan quién debe lavar los platos.
Necesitamos líderes como Betty Friedan, que analicen esas necesidades. El otro día, una amiga mía le preguntó a su hija en edad de seguir estudios universitarios qué pensaba del feminismo. La joven respondió que ella no era en realidad una feminista, pero que estaba convencida de que no existía empleo que no pudiera obtener ni profesión a la que no pudiera aspirar. Sólo por eso, el movimiento feminista debería enorgullecerse de sus logros.
Pero eso no basta.
Cualesquiera que sean las nuevas líderes, no tendrán éxito a menos que se ocupen de la cuestión básica: el "factor humano".
© 1992 POR SALLY QUINN. CONDENSADO DEL "POST" DE WASHINGTON (19-1-1992), DE WASHINGTON, D.C.
FOTO: © DIANA WALKER/GAMMA-LIAISON