Publicado en
junio 23, 2013
Tradiciones y Costumbres.
Por Jenny Estrada.
Mucho antes de que proliferaran los gabinetes de belleza y de que la moda del pelo corto se impusiera en una gran variedad de estilos y peinados, tener el pelo largo era sinónimo de feminidad, y escarmenárselo con coquetería frente al espejo formaba parte de un ritual matinal en el que las abuelas solían entretenerse sin prisa, antes de proceder a dividirlo en un par de trenzas simétricamente elaboradas o en moños de artística factura que al llegar la noche liberaban de invisibles, peinetas y redecillas, para cepillarlo y dejarlo flotar sobre sus hombros.
TODO ERA NATURAL
A falta de shampoo y rinses que no se introdujeron al mercado hasta la década de los años 50, se usaba el jabón de tocador, y al agua del último enjuague, se le añadía jugo de limón fresco que daba lustre y suavizaba las hebras. En caso de caspa rebelde, excemas u otra molestia, el jabón prieto, llamado también jabón de orilla, o un poco de petróleo crudo aplicado directamente a la raíz. Las puntas orquilladas se eliminaban pasándoles la llama de una vela. La resequedad se combatía frotando aceite de oliva tibio desde la base del cuero cabelludo hacia los extremos y dejándolo actuar por unas cuantas horas, cuando no toda la noche. También se acostumbraba majar un aguacate bien maduro para embadurnarlo en todo el pelo, o frotar una yema de huevo a la que muchas personas adicionaban aceite, y con esa especie de mayonesa básica o con cualquiera de los otros recursos mencionados, se obtenían eficaces tratamientos naturales que mejoraban notablemente la apariencia y calidad de los pelos más difíciles, sin mayores esfuerzos ni inversiones.
TRASQUILADORAS DESPIADADAS
En los gabinetes de belleza se ofrecía servicio de corte, peinado y manicure, básicamente para señoras y señoritas. Las niñas casi no frecuentaban dichos sitios y sus inocentes cabecitas continuaban siendo campo experimental de madres, tías y hermanas mayores que de cuando en cuando oficiaban de trasquiladoras despiadadas. Los rizados permanentes se efectuaban prensando mechones a los cables pendientes de un aparato emparentado con la silla eléctrica; y la alisada de las zambas, se conseguía aplicando unas pomadas hediondas a flatulencias de Lucifer.
LOS TORMENTOS VOLUNTARIOS
A mediados de la década de los 50, aparecieron en el mercado local las primeras fórmulas químicas importadas, relegando los productos naturales al olvido. Y allá por los años 60, al ponerse de moda unos peinados que requerían ayuda profesional, la incursión masiva de las mujeres a los salones de belleza abrió el cauce a una actividad en la que fueron destacando notables artesanas con su séquito de diligentes ayudantas, dedicadas a lavarnos, raquetearnos inmisericordemente la cabeza, empinarnos y enrularnos con cerveza, meternos bajo la ardiente escafandra del secador y cuando estábamos al borde del chamuscado, liberarnos de aquel suplicio para someternos al tormento del enredado -sin importarles nuestros tímidos quejidos- antes de entregarnos fmalmente a las hábiles manos de Maruja, Mercedes, Elba, Fridda, Bella y muchas otras artistas, que sin más escuela que su intuitivo sentido estético, imitaban a la perfección los modelos de revistas extranjeras.
Después de largas horas de encierro y cotorreo en esos atestados gabinetes, donde la nube de los aerosoles apenas permitía distinguir quién era quién, salíamos enteradas del último chisme social y luciendo los sofisticados moños al estilo de Grace Kelly, las ampulosas bombas de influencia espacial o los gatos acartonados de puntas arriscadas, que algunas hacían durar de 4 a 5 días.
LA INVASIÓN DE LAS PELUCAS
Luego nos invadieron las pelucas importadas que las había de pelo natural y de fibra sintéticas con apariencia casi humana. Entonces, quienes nunca habíamos tenido pelo largo o simplemente por variar, pudimos darnos el gusto de escoger la longitud y color de nuestras nuevas cabelleras, alternándolas de acuerdo al estado del tiempo, del ánimo y la ocasión. Y así fue como algunos días anduvimos pelirrojas en la mañana, castañas por la tarde y en la noche rubias platinadas, confundiendo en veces hasta los propios novios y maridos. Pero todo fue producto de los dictados de la moda que inspirada en el tiempo de las cortes francesas, reimpuso aquel aditamento en pleno siglo XX, y siempre obedientes a sus sacrosantos mandamientos, decidimos adoptarlos a pesar del calor y la incomodidad que producía. Para finalizar debo contarles, que hubo ocasiones en las cuales una peluca mal asegurada o la frenética sacudida de un Rock and Roll de Billy Halley, mandó por los suelos esa elegancia postiza, dejando al descubierto la triste imagen de una cabeza desaliñada que corría a refugiarse en el cuarto de baño más cercano, provocando la hilaridad de la nutrida concurrencia. Y por todas estas cosas es que en el tema del peinado yo me inclino por un look más natural.
Fotos tomadas del libro: "El Diseño del siglo XX". M. Tambini. Ediciones B, Grupo Z. España.
Fuente: Revista HOGAR, Ecuador - Noviembre 1998