Publicado en
junio 23, 2013
Un breve intercambio de cartas entre el columnista y Robert Pirsig, uno de los más notables filósofos pop de la actualidad, muestra la relatividad de los valores: ¿puede un libro ser más importante que un par de medias?
Por Daniel Samper Pizano.
El lector que compra un libro en Inglaterra se encontrará con una fea nota de corte egoísta-capitalista escrita en una de las páginas preliminares. La nota dice: "Este libro se vende bajo la condición de que no podrá ser, a modo de comercio ni ningún otro, prestado, revendido, alquilado o puesto en circulación de cualquiera otra manera sin la autorización previa y escrita del editor".
Después agrega dos o tres cláusulas más que contribuyen a crear en el comprador un sentimiento de culpabilidad y claustrofobia: que aquel a quien se le preste, revenda, etc. -previo permiso del editor, se entiende- estará obligado a acatar las mismas obligaciones impuestas al primer cliente; y que la venta comercial que se haga no puede ser a un precio inferior al precio neto autorizado para el libro.
Cualquier lector inocente, después de leer semejantes condiciones -que, por lo demás, no puede discutir-, se acompleja y queda convencido de que en cualquier momento puede ir a la cárcel por prestarle el libro a su mujer o por dejarlo en el baño y que un invitado a su casa le eche una mirada una tarde de éstas a falta de mejor distracción.
Preocupado por todo ello, resolví el pasado 20 de abril escribir a dos casas editoriales inglesas en solicitud de su visto bueno para una transacción que expliqué en mi carta de la siguiente forma:
Mi primo Juan querría que yo le diera en préstamo el libro (aquí el nombre del libro en cuestión). Podría ser que, en vez de devolvérmelo, me diera a cambio un par de medias. Como este libro advierte que cualquier tipo de circulación del ejemplar necesita "la autorización previa del editor", le ruego enviarme una carta que permita el préstamo o permuta de este libro a mi primo Juan.
Atentamente, etc...
Uno de los libros era la novela Lila: una pesquisa ética (Lila: an Inquiry into Morals), de Robert Pirsig, que había comprado pocas semanas antes publicada por Black Swan. El norteamericano Pirsig es autor de uno de los libros más significativos de los años 60: Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, una exploración inteligente, original, brusca, en los nuevos valores sociales. Lila es una historia apenas un poco distinta: un filósofo navegante, Phaedrus, encuentra a Lila, una mujer elemental y atractiva, y emprende con ella un viaje en bote por el río Hudson. Pirsig desarrolla una historia de relaciones hombre-mujer en la que aparecen otros personajes de fondo, como un abogado y navegante llamado Richard Rigel. Pero, sobre todo, es una travesía de exploración a través del mundo de los conceptos éticos. La síntesis del pensamiento de Phaedrus se recoge en su teoría de la Metafísica de la Cualidad. La cualidad -sostiene Phaedrus- es el supremo valor metafísico, por tanto la realidad no es más que valores. Sin explorar los valores, resulta imposible entender la esencia de un ser o una cultura. Para él, la metafísica tradicional es "un restaurante donde te ofrecen un menú de 30 mil páginas, pero ninguna comida". La novela es un tanto complicada, sobre todo para leer en una buseta -y pesada, si no se digiere de a poquitos-, pero muy interesante. Tanto que el Financial Times dijo de ella: "Es un libro que al mismo tiempo concentra y libera la mente... El viaje no es nada fácil, pero vale la pena".
Los otros dos títulos, publicados por el Grupo Penguin, eran El libro de las mentiras, sabrosa recopilación de las grandes patrañas que han hecho carrera en el mundo, y una colección de las novelas de John Updike sobre Conejo Ansgtrom, el adorable personaje de Corre, conejo.
No tardaron en llegar las respuestas. La primera se refería a Lila. Venía de Londres, firmada por John Blake, director internacional de Transworld Publishers Ltd. Mi carta, al parecer, había acertado en medio del sentido del humor de estos ingleses que representan en Gran Bretaña a siete famosas editoriales internacionales, entre ellas Black Swan. La respuesta de Blake, fechada el 30 de abril, decía así:
Su carta acerca del dilema ético que está usted enfrentando ha despertado gran interés entre mis colegas aquí.
Antes de asumir la fuerte responsabilidad de autorizar a usted que permute su ejemplar de Lila por un par de medias de su primo, creo que debemos pensar si semejante transacción se conforma o no con lo que el autor de la obra llama la Metafísica de la Cualidad. El señor Pirsig podría considerar las medias como "una pila de materia objetiva amoral", pero dudo que se pondría feliz de que tengamos la misma idea de su libro.
Tan intrincada filosofía, me temo, me desborda y creo que debería invitar a que el autor exponga su opinión. En consecuencia, estoy enviando su carta y mi respuesta al señor Pirsig, en la esperanza de que encuentre tiempo para contestarle.
Muchas gracias por su inquietante carta y espero que no tenga que esperar mucho antes de conseguir un nuevo par de medias.
Saludos a su primo Juan.
Atentamente...
Unos días después llegó la respuesta de Penguin Books. Era mucho más didáctica que la de Blake, pero contenía varios gramos de sal. Servía para despejar cualquier duda, incluso la posibilidad de un intercambio libro-medias con mi primo Juan. Firmada por la señora Harwinder Parmar, del Departamento de Permiso, decía así:
Gracias por sus cartas acerca de los títulos en referencia. Fue muy amable de su parte escribirnos antes de entregarle los ejemplares a su primo Juan. Sin embargo, el párrafo que aparece en la página sobre derechos en todos nuestros libros, se refiere sólo a la circulación de ejemplares dentro de un contexto comercial. Es perfectamente correcto prestar ejemplares personales a amigos, parientes, etc., sin necesidad de obtener autorización previa del editor.
Usted tiene todo el derecho de prestar los ejemplares que compró y su primo Juan no tiene que darle el par de medias.
Entienda, por favor, que esto es válido para todos los libros y no sólo para los que publica Penguin.
Cordialmente...
En ese momento, pues, estaba bastante claro que podía prestar los libros de Penguin, y aunque la señora Parmar hacía extensiva la licencia a otras editoriales, aún seguía a la espera de la opinión de Pirsig para saber qué podría hacer con Lila.
La carta de Pirsig llegó al poco tiempo. Venía fechada en Nueva York y decía lo siguiente:
Toda vez que la Metafísica de la Cualidad es una "teoría de todo" , la comparación de los valores relativos de sí misma con unas medias aparece, ciertamente, dentro del ámbito de sus posibilidades. En general, el cambio -libro por medias- es malo para usted, porque la mente se encuentra en un estado de evolución más elevado que los pies; pero hay otros factores que deben tenerse en cuenta: 1) ¿Qué tanto necesita usted las medias? ¿Son las medias una necesidad en Madrid, o tan sólo una extravagancia civilizada? 2) En sus circunstancias especiales, ¿qué tanto necesita usted un mayor acceso a la Metafísica de la Cualidad, ahora que ya la ha leído? ¿Es la metafísica tan sólo una extravagancia civilizada en Madrid y en el resto del mundo?
Las respuestas a estas preguntas dependen del estado de evolución de cada quien. Algunas personas se encuentran en un estado en el que necesitan más la metafísica que las medias, pero para la mayoría, es al revés. Richard Rigel necesitaba mayor entendimiento de la metafísica y andaba buscándolo, aunque él no lo hubiese admitido. Lila, por otra parte, necesitaba más las medias. Y a pesar de que Phaedrus creó la Metafísica de la Cualidad, en la realidad estaba menos interesado en sus conclusiones metafísicas que en la Cualidad Dinámica de descubrirla, lo cual no es de manera alguna metafísico.
Por fortuna, los imponderables de la comparación de valores tienen una técnica de solución que nos acompaña desde la antigüedad. Es un índice universal de cualidad llamado "dinero". ¿Cuántas pesetas vale para usted el libro? ¿Cuántas pesetas valen las medias? Si esta última cifra es mayor que la primera, ¡haga el trato con su primo!
Sinceramente...
La carta de Pirsig era estimulante, y no sólo por provenir de uno de los más admirados filósofos pop de la actualidad, sino porque no se limitaba a dar el permiso o negarlo, sino que procuraba evaluar la situación a la luz de la Metafísica de la Cualidad. Pero al final no resolvía el problema, sino que dejaba una pregunta colgando sobre mi cabeza. Así que, unos días después, el 16 de mayo, procedí a responder a Pirsig las cuestiones planteadas y le mandé mi contestación.
En ella ponía en duda el valor absoluto de la mente sobre los pies, y citaba ejemplos como los de Pelé y Maradona, quienes, amén de poseer una clara inteligencia futbolística, tenían pies de artista para su oficio. Al mismo tiempo, le expresaba la relatividad de comparar libro con medias: ¿qué preferiría llevar usted a una isla desierta en el Antártico: ¿una buenas medias o un mal libro? ¿Qué valor tienen unas medias para una tejedora de medias y qué valor tiene un libro, a menos que el libro se titule "Cómo tejer medias"? Al mismo tiempo, ponía en cuestión al precio como medida de valor: una Biblia cuesta 500 pesetas, pero vale mucho más que el libro de Madonna, que cuesta 5.000, pero vale poco. Lo importante en un libro -le observaba yo humildemente a Pirsig- no es su parte material tasable (papel, cartón, tinta) sino su contenido. Así como el valor de unas medias no lo dan la lana o el poliéster, sino su elegancia o su abrigo.
Le advertía también que mi primo Juan se había asustado un poco con las condiciones impuestas a los pobres compradores y estaba averiguando si las medias padecen las mismas limitaciones comerciales que los libros a efecto de prestarlas, permutarlas, revenderlas...
Mi carta terminaba con el siguiente comentario: "Espero que finalmente consiga convencerlo a usted y a la editorial de que aprueben mi propuesta".
Han pasado cuatro meses y Pirsig no respondió a mi segunda carta. Evidentemente, ya me había vuelto un lagarto. Por eso sigo sin cerrar el trato con mi primo Juan, quien, a estas alturas, ya tiene las medias rotas.