EPICENTRO (Bruno Henríquez)
Publicado en
junio 09, 2013
© 1999 by Bruno Henríquez.
En Axxón 101, Julio de 1999.
Durante el mes pasado y con motivo de la feria del libro tuvimos la oportunidad de tener a Bruno entre nosotros. En su país lleva adelante diversos proyectos relacionados con la ciencia ficción y con la física (su profesión). Es un hombre, dotado de un espíritu incansable, que encara grandes emprendimientos y los lleva a buen término contra viento y marea. Esta ficción tiene un aire tradicional y me recuerda a algunos cuentos de Fredric Brown.
Se agrietaron las calles y se derrumbaron los edificios más débiles. La onda superficial se propagó y a su paso cayeron postes eléctricos, árboles, se rajaron las paredes de las presas, el agua rodó loma abajo arrastrando todo lo que encontraba. La onda llegó a la playa y agitó la superficie del agua produciendo una ola gigantesca que volcó navíos e inundó las costas cercanas.
La onda profunda llegó al núcleo del planeta reflejándose en diferentes capas y anomalías del interior de la Tierra, volvió reflejada y refractada a la parte externa y junto a la onda superficial impresionó los sismógrafos de todos los países.
La noticia, casi tan rápido como la catástrofe, se propagó a todo el mundo. La ayuda se organizó, en forma voluntaria en unas partes, en otras se recogió el dinero y los bienes para los damnificados, pero estos nunca los vieron, mientras ciertas cuentas en los bancos suizos aumentaron de forma inesperada.
Los científicos, por su parte, interpretaron los sismogramas y detectaron el epicentro. Hacia él se enviaron grupos especiales, fue sobrevolado por aviones y satélites y sus fotos comparadas con las existentes anteriores a la catástrofe.
El asombro recorrió el planeta en una sola onda, como la del sismo. En el epicentro, con la exactitud del cálculo de las más refinadas computadoras, aparecía la huella. Pero no la huella de un sismo originado en las entrañas de la Tierra, ni el cráter de un aerolito, ni el destrozo causado por una bomba atómica; sino aquella creada sólo por un pie gigantesco.
Las conjeturas causaron tantos daños como el terremoto, ya que lo absurdo de la situación hacía caer el prestigio de aquellos que se arriesgaban a lanzar alguna hipótesis, y las burlas de los que proponían una explicación diferente levantaron rivalidades incapaces de desaparecer aunque se aclarara el misterio.
Así los místicos vieron en la huella una señal del cielo, los escépticos una casualidad, los republicanos una provocación de Moscú, la extrema izquierda una agresión imperialista, los fanáticos de Ovnis un ser extraterrestre, los periodistas un motivo para llenar cuartillas, los oportunistas una vía de ascenso, los remolones una justificación a sus tardanzas, los adúlteros un pretexto a su ausencia, los burócratas un motivo de dudas y de creación de planillas.
Los lógicos y prácticos propusieron reforzar el suelo del lugar, pues si en todo el planeta había una sola huella, tal parecía que alguien gigantesco se hubiera apoyado en nuestro mundo para saltar a otra parte y muy bien podría volver a hacerlo en el mismo lugar. Otros, más lógicos, argumentaron que si bien nunca antes había ocurrido, no tenía por qué repetirse y de repetirse no tenía por qué ser en el mismo lugar.
Se buscaron los testigos, los registros atmosféricos, ionosféricos, las fotos de satélites, los informes del ejercito, pero no se supo nada, nadie vio bajar el supuesto pie del cielo, ni se registró el viento que debió producir en su caída, ni el rastro luminoso al encender la atmósfera inspiró a nadie a pedir algún deseo, a pesar de los cálculos; sólo la huella y los destrozos del terremoto existían y se podía demostrar que seguían existiendo.
Los criminalistas modelaron al culpable, suponiendo que la huella fuera de una bota y que su autor fuera una persona (¿persona?) de 200 metros de estatura que hubiera caído de una altura de 50 kilómetros, con una masa de un millón de toneladas; las proporciones resultaron bastante incoherentes y muy poco proporcionales.
Se citó a un congreso a todos los especialistas preocupados por el caso de la huella, se reunieron durante una semana a deliberar, con acceso libre a todas las computadoras y bases de datos del planeta.
Durante el séptimo día, cuando se iba a leer el acta final con los resultados de las investigaciones, se produjo un intenso sismo cuyo epicentro se encontró en el área de la conferencia, muriendo todos aplastados por algo desconocido que desapareció y dejó una huella gigantesca, en dirección contraria a la anterior y hecha por lo que debía ser una bota, en proporción dos números mayor que la anterior. ¡Ah! y del otro pie.
Fin