DE AMANTE FRUSTRADO A HÉROE REVOLUCIONARIO
Publicado en
junio 30, 2013
El coronel Luis Vargas Torres, insurrecto en Esmeraldas.
Las mujeres privadas de los hombres públicos.
Investigación: Fernando Jurado; Redacción: Omar Ospina.
Cuando el comerciante guayaquileño Jacinto Gil Galecio regresó a Esmeraldas el verano de 1879, con su mujer Alegría Endara y sus 8 hijos, no se imaginó que el viaje de retorno cambiaría curso y ruta de la historia.
Tenía 47 años y estaba limitado de recursos. Sus hijos oscilaban entre los 7 y los 21años, y las mujeres -Carmela, Leticia, Victoria y Gertrudis- eran muy agraciadas, sobre todo la última, realmente bella a sus 18 años. Años antes, en los 50, Jacinto Gil había vivido en la zona y hecho amistad con el comerciante colombiano Luis Vargas, de manera que a su regreso encontró hospedaje y ayuda en la casa del hijo del viejo amigo, el joven Luis Vargas Torres, que tenía por entonces 22 años.
En aquella casa esquinera del parque central de Esmeraldas -que miraba a la ría por uno de sus costados y a la modesta iglesia por el otro-, se gestaría uno de los más tórridos e insólitos amores provinciales. Sus protagonistas: Luis Vargas Torres y Gertrudis Gil Santacruz.
El pretendiente, de pavorosa timidez, tardó casi un año en declarar su amor a Gertrudis. Cuando lo hizo en 1880, la respuesta fue positiva, no sólo por gratitud al dueño de casa, sino porque Luis dejaba traslucir un germen de lucha y rebeldía que sedujo a la joven.
Huérfano de padre a los 4 años, seis después su madre -a instancias de su segundo esposo, don Uladislao Concha- envió a sus hijos Luis y Rómulo como internos al colegio quiteño San Gabriel. A los 15 años (1872), en plena época garciana y en medio de la más completa soledad, Luis creyó que su vocación era el sacerdocio: sería el primer cura de Esmeraldas en más de tres siglos.
Pero ya en el seminario y luego de tres años de internado, se decepcionó de la institución. Surgió en su carácter algo que un velo de misterio ha tapado siempre y que se manifestaría en su terrible lucha anticlerical futura, y hasta en el intento de ultimar al obispo de Loja, Massia, según lo escribiera el doctor Wilfrido Loor.
La "muerte natural" de García Moreno y el hecho de que Uladislao Concha pretendía casar a su hermano Ismael con Zulema Vargas, hermana de Luis, fueron los pretextos para dejar el seminario. A fines de 1875 volvió a Esmeraldas y meses después tenía un muy serio conflicto con su padrastro, por lo que decidió establecerse en Guayaquil y abrir allí un comercio. Muerto Concha a fines del 77, regresó otra vez a Esmeraldas y se dedicó a cuidar las haciendas familiares y a vender cacao y tabaco, principales productos del agro esmeraldeño.
El mismo año 78, Vargas asoció en su negocio a Julio César Concha Campuzano, oculto compañero de juego en su infancia, a quien habían prohibido entrar en casa por ser hijo prematrimonial de don Uladislao. Con su inteligencia y amplio criterio, Vargas superó tan absurdos prejuicios.
Gertrudis Gil Santa Cruz. Ella hija legítima de Fco. Xavier Gil Galecio y de Alegría Santa Cruz Endara.
REVERDECE EL AMOR
Los amores con Gertrudis tuvieron la intensidad de los temperamentos esquizoides, como el de Luis. Para entonces no sólo era un honrado comerciante, sino el ilustre pensador y filósofo que leía a Montalvo y a los enciclopedistas, y empezaba a soñar en una revolución auténtica.
La boda se preparó para mediados de año. Pero Luis no contaba con que su amigo Julio César Concha escondía en su interior un profundo amor por Gertrudis, sentimiento que pronto habría de manifestarse.
Días antes de la boda y durante una fiesta -así lo ha referido César Nébil Estupiñán en la estupenda biografía del héroe- una dama le hizo caer en cuenta a Luis de que entre Julio César y Gertrudis se gestaba algo más que una amistad. Cerciorado de ello y con su tajante e impulsiva manera de ser, cortó para siempre sueños y deseos, y deshizo el compromiso. En su ser interno, tierno y duro al mismo tiempo, rígido y heroico, murió para siempre "lo afectivo". Pidió su parte en la herencia paterna y regresó a Guayaquil donde instaló un comercio, con tan buen éxito que un año después, mientras Gertrudis se casaba ante la iglesia con Julio César (julio de 1881), él compraba las acciones a su nuevo socio Domingo Avellaneda.
Leía y trabajaba sin cesar. No tenía ojos para nadie y, un año después, a fines de noviembre de 1882, liquidó su negocio y viajó a Panamá para poner todo el dinero a disposición de Alfaro, quien iniciaba entonces su campaña en contra de la dictadura de Veintimilla.
Regresó a Esmeraldas como capitán en campaña. Alfaro se alojó en su casa del 8 al 24 de febrero de 1883, supo de su inmensa tragedia, de su valor y generosidad, y bautizó al nuevo batallón con el nombre de Vargas Torres, pues el caudillo sabía como levantar los ánimos de la gente aún en medio de las peores circunstancias.
Con sólo 26 años, Luis Vargas Torres ascendió en pocos meses hasta el Coronelato, y estuvo en la toma de Guayaquil el 9 de julio de 1883 en la zona de mayor peligro. Pero ni títulos ni heroicidades llenaron por completo su espíritu; en las fotos de aquellos días heroicos y fugaces, un rictus de profunda amargura se adivina en sus labios contraídos.
Volvió a Quito a fines del 83 como diputado y abogó porque la pena de muerte fuera sólo para asesinos y parricidas y no para delitos políticos. A principios del 84 abrió otro almacén en Guayaquil, pero su permanente inquietud y un inmenso e insuperable deseo de gloria (¿de muerte?) lo consumía. Liquidó el negocio en agosto y un mes después estaba de nuevo en Panamá planeando otra revolución, esta vez para derrocar a Caamaño.
Bien apertrechados y en el navío Alajuela, regresaron en noviembre al Ecuador. Pero en Esmeraldas Alfaro embarcó a Amador Rivadeneira y a Carlos Otoya, dos liberales de prestigio. Nada pudo dolerle más a Vargas Torres, pues el primero era, no sólo el íntimo amigo de Julio César Concha, sino el padrino de su boda. Luis, deshecho pero altivo, buscó quedarse con el pretexto de armar una nueva división. Le carcomía su dolorido amor por Gertrudis y no quería testigos de su desolación. Por esa razón Vargas Torres no estuvo en Jaramijó.
Julio César Concha Campusano.
En enero del 85 volvió a reunirse con Alfaro, quien venía derrotado, en las selvas de Esmeraldas, y le acompañó en un peregrinaje increíble por Cayapas, La Tola, Rioverde, la frontera, Tumaco y Panamá.
Habían pasado 6 años desde la frustrada boda con Gertrudis, pero su fantasma estaba presente. Por cartas familiares sabía que tenía ya dos niños y era aparentemente feliz. Esto torturaba aún más su espíritu ultra-sensible; nadie le conoció amores ni aventuras en Lima, donde estuvo exiliado. Sus contemporáneos decían que "había matado la carne".
Alfaro -desde Lima- concibió un triple plan de ataque al gobierno de Caamaño. El primero debía protagonizarlo Vargas Torres rompiendo la frontera lojana. En octubre del 86 abandonó Lima pero fue apresado en Piura. Sin embargo, el propio presidente del Perú abogó por su libertad. Libre, cruzó la frontera sur y ocupó Loja el 2 de diciembre. Durante apenas 5 días fue jefe supremo de esa ciudad, hasta que el jefe conservador Antonio Vega Muñoz lo venció y encerró en una pocilga que servía de cárcel común.
Casi un mes estuvo preso en Loja. Luego fue trasladado al cuartel de Cuenca, una casona que había alojado a Bolívar y fuera convertida en cárcel. Los tres meses de agonía en Cuenca son demasiado conocidos. Añoraba el cariño que jamás volvió a tener en su vida. Condenado a muerte, logró fugarse por cohecho de su hermano Jorge Concha, la noche del 15 de marzo. Ya en la calle, pensando en los compañeros que no habían podido fugarse, volvió a su mazmorra.
Jorge Pérez Concha -su sobrino carnal y biógrafo- y Eugenio de Janón señalan como autores intelectuales de su muerte al general Salazar, quien, consultado si debía ejecutarse, opinó afirmativamente "para sentar escarmiento"; al Ministro don José Modesto Espinosa -gran literato costumbrista por otro lado-; y al doctor Alberto Muñoz Vernaza, quien manifestó que el pueblo de Cuenca pedía que se hiciera justicia con el revolucionario que había escrito: "Es necesario romper las cadenas forjadas por Plutón en las fraguas del Vaticano".
En realidad, burlarse de Roma hace 106 años era demasiado grave, y soñar en un nuevo sistema de gobierno lo era más aún. Vargas Torres subió al patíbulo el domingo 20 de marzo de 1887 a las 8 y 30 de la mañana. Con serenidad se negó a que le cubriesen los ojos, a recibir un bastón de apoyo o a dar la espalda a la tropa. Sólo cuando escuchó que su compañero de armas gemía en la terraza de la vecina cárcel-cuartel, se sacó su sombrero manabita y les dijo adios. Recibió 5 descargas y aún intentó levantarse, pero 3 nuevas descargas a boca de jarro sellaron su vida de auténtico héroe ecuatoriano.
En la última carta de su vida, escrita a su madre la noche del 19 de marzo, luego de haber rechazado la confesión que quería imponerle el Obispo Miguel León, recordó a sus hermanos y amigos.
Sería inútil preguntarse qué hubiese ocurrido si Vargas Torres se hubiera casado con Gertrudis Gil aquél 1880. ¿Habría sido el revolucionario martir de 1887? Quizá quepa agradecerle a Gertrudis y a su desamor el haberle dado un auténtico héroe revolucionario a la patria Ecuatoriana.