Publicado en
mayo 12, 2013
Después de un año de ser amante de mi tía Eulogia, Roberto decidió enfrentar a la crespa: "Quiero divorciarme de ti, para casarme de nuevo con mi mujer", le dijo.
Por Elizabeth Subercaseaux
La misteriosa, y hasta mágica desaparición de la familia de la Domitila en los Estados Unidos provocó una serie de cambios en la familia de mi tía Eulogia. Desde luego la Domi viajó de regreso y volvió a emplearse en su casa. Y no es que llegara como si no hubiese pasado nada, no, cómo se le ocurre. Regresó entristecida hasta el alma, flaca como alambre, con los ojos alicaídos y la sonrisa muerta en el corazón. Mi tía la acogió con los brazos abiertos. "Con el tiempo se cicatrizará esta herida", le dijo y le ofreció lo que ella quisiera.
—Lo único que yo quiero es olvidar —le dijo la Domi.
A todo esto, Roberto, que ya llevaba más de un año de amante de mi tía, decidió que había llegado el momento de enfrentar a la crespa con la verdad. No tenía sentido seguir viendo a mi tía en un motel de mala muerte; estaba gastando una fortuna en rosas, collares caros y abrigos de piel; y además echaba de menos su casa, su verdadera casa, a mi tía con sus achaques y malos humores, sus escapadas con la flaca de la esquina, su antigua vida. Y mi tía estaba un poco acongojada, al fin y al cabo ser la amante, la segundona de tu propio marido no es, ni con mucho, la situación ideal. Sobre todo porque la crespa la llamaba día por medio para insultarla, la amenazaba con quemarle la casa, atropellarla en la calle y envenenarle al perro. Pero lo cierto es que ella y Roberto estaban más enamorados que nunca —estas cosas pasan—, salían a todas partes juntos, incendiaban las sábanas del pequeño motel, comían tomados de la mano, y Roberto, que toda su vida había sido perezoso para escribir y un bruto a la hora del romance, le escribía tiernas cartas de amor y le enviaba rosas amarilllas.
—Estoy loca de amor por él —le decía mi tía a la flaca, que cada vez la miraba más con cara de odio—. Nunca le había visto a Roberto su lado de amante, y me gusta, me gusta más que su lado de marido, pero de todas formas, prefiero terminar esta comedia y volver a nuestra vida normal.
Una tarde, después de hacer el amor, tomar champán y contarse por enésima vez lo que habían hecho en el día, mi tía le pidió a Roberto que se lo dijera todo a la crespa. Era ridículo que siguieran escondiéndose, además, uno de estos días la crespa la iba a matar, ella tenía miedo y prefería regularizar la situación.
—¿Qué es, exactamente, lo que quieres, Eulogia? —le preguntó Roberto.
—Casarme contigo —dijo mi tía entornando los ojos.
—Pero si estuvimos casados casi 20 años —dijo Roberto.
—Ya lo sé, sin embargo, eso es lo que quiero. Volver a ser tu esposa.
—¿Empezar todo de nuevo?
—¡Sí! —exclamó mi tía.
Roberto no sabía cómo decírselo a la crespa. Mal que mal, confesarle a tu mujer que eres el amante de tu primera esposa y quieres regresar con ella es casi peor que enamorarse de una extraña y abandonar el hogar. Pero no le quedaba otro camino. Tenía que decirle que su matrimonio había sido un error de comienzo a fin, que tarde había aprendido la lección, que aún estaba a tiempo de rectificar, porque Eulogia ya lo había perdonado. Y así, medio muerto de susto, le dijo a la crespa:
—Crespa, tenemos que hablar.
—Hablemos —respondió la crespa con esa cara que ponen las mujeres cuando saben que el marido está a punto de preguntarle dónde están su traje gris y sus pantuflas, porque se va de la casa.
—No sé cómo empezar, crespa, probablemente te has dado cuenta de algo, mal que mal las mujeres como tú ven debajo del agua, no sé si sabes, pero...
—¡Claro que lo sé! ¡Sinvergüenza! ¡Lagarto del universo! ¡Polilla podrida! ¡Perejiliento de la peor especie! ¡Claro que lo sé! Lo sé desde el comienzo. ¡Estás enamorado de esa culebrota de mechas tiesas y voz de calambre, la Eulogia! ¿Tú crees que soy tonta? ¿Que no veo? ¿Que no te he visto la cara de murciélago que pones cuando tocan ese disco de Elvis Presley que te gusta tanto?
La crespa había perdido completamente los estribos. Agarró un jarro para el agua y se lo lanzó con toda su fuerza.
—Pero, crespa, no lo tomes así, déjame hablar —suplicó Roberto, escabuyendo el jarro, que de darle en la cabeza lo habría dejado mirando al infinito.
—¡Habla! —gritó la crespa perdiendo totalmente la compostura.
Entonces fue cuando Roberto, medio tartamudeando, le dijo que no entendía lo que le había ocurrido, pero la verdad de las verdades, es que nunca había olvidado del todo a Eulogia, echaba de menos su casa de antes, sus hijos, las peleas con su mujer de toda la vida, las arrancaditas con la flaca, "y para serte bien sincero, he de decirte que desde hace un año Eulogia y yo somos amantes, y me gustaría ponerle un punto final a esta situación y casarme de nuevo con ella".
—¿Queeeeeeeeeeeé!
—Que quiero divorciarme de ti para casarme de nuevo con mi mujer —balbuceó Roberto, apoyándose en la pared.
—¡Yo soy tu mujer!
—Ya lo sé, crespa, no te molestes, es cierto, tú también eres mi mujer, pero antes que tú estuvo Eulogia, la madre de mis hijos, el amor de mi vida.
—¡Yo soy el amor de tu vida! —gritó la crespa, presa de un desenfreno que Roberto nunca antes había visto.
—Sí, tú también, crespa, pero no lo tomes a mal, trata de entenderme...
—¿Entenderte? ¿Entenderte? ¿Estás diciéndome que trate de entender que quieres volver con esa lagarta, como si yo fuera un trapo viejo? ¿Un vidrio sucio que no merece ser limpiado? ¿Un estorbo? ¿Me estás pidiendo que entienda que quieres abandonarme para rejuntarte con la misma vieja histérica a quien has vivido engañando por 20 años con esa flaca desarticulada que vive en la esquina? ¿Eso me estás pidiendo que entienda?
—Ssssss —dijo Roberto, sin atreverse a pronunciar la "i".
—¡No! —chilló la flaca.
—No, ¿qué? —dijo Roberto.
—¡Que no te vas a ninguna parte! ¡No creas que vas a abandonarme así no más, como si yo fuera una quiltra a la cual se puede lanzar por la ventana! ¡Tú te quedas aquí! ¡Con tu mujer! ¿Me oíste?
Y Roberto, que era cualquier cosa menos un hombre de carácter, se encogió desde el pelo hasta los pies, sintió que se le arrugaba el alma, que el corazón se le apagaba, que su posibilidad de ser feliz se le escapaba entre las manos, y dijo:
—Bueno, tú ganas, crespa, me quedo contigo, pero conste que me quedo de mala gana, ¿entendiste?
—¡De mala o de buena, me da lo mismo, pero no te mueves de mi lado!
Esa noche, Roberto se armó de un valor que nunca hubiera creído posible. El rostro de mi tía Eulogia, sus locuras, los años que pasaron juntos, su historia con ella... todo le dio fuerzas y, nadie sabe cómo, se escapó por la ventana del baño.
A la mañana siguiente, cuando la crespa despertó y se encontró con que la cama de al lado estaba vacía, se dio cuenta de que no había nada más que hacer. Roberto se le había ido. La pérfida de Eulogia había ganado esta partida, pero ya vería la lagarta esa...
Mi tía recibió a su ex marido con lágrimas en los ojos. La Domitila se alegró de que don Rober volviera a su casa, de donde nunca debió de haber salido. Esa noche durmieron tomados de la mano, la Domi les llevó el desayuno a la cama, y mi tía se puso a hacer los preparativos de la boda... después del divorcio de Roberto. Quería casarse por todo lo ancho, vestida de blanco, con un coro, tal como la primera vez, y volver a Buenos Aires para esta segunda luna de miel. Y como Roberto no quería más que hacerla feliz, aceptaba cualquier locura que a mi tía le pasara por la cabeza.
La boda se fijó para un sábado a las seis de la tarde.
Ese día hacía calor. Un pájaro negro cruzó el horizonte. La Domi lo vio como un mal augurio, pero tuvo buen cuidado de no decir una palabra. La ceremonia comenzó a las 6:50. La sala del juez civil estaba atestada de gente. Llegaron los hijos, los sobrinos, las hermanas, mi abuela, mi abuelo, los primos. Y llegó la flaca. Nadie la vio, pero ella entró calladita a la sala, se instaló en la parte trasera de la misma y ahí se quedó. Pocos minutos más tarde, vestida de negro, con una pistola en la cartera, entró la crespa y se instaló junto a la flaca.
El juez estaba preguntando: "¿Quieres a esta mujer como tu única esposa para toda la vida y hasta que la muerte los separe?", cuando un balazo atravesó el ambiente y fue a incrustarse en una lámpara. Se produjo una verdadera estampida, los invitados arrancaron a perderse, el juez civil tiró el libro al suelo y salió corriendo, la flaca intentó sujetar a la crespa, la crespa le dio un golpe, mi tía Eulogia sufrió un desmayo, la Domitila le dio unas gotas de valeriana y Roberto, mudo y paralelo, observaba la tragedia sin saber qué hacer.
Llegó la policía y se llevaron a la crespa al cuartel, y una hora más tarde Roberto fue a pagar la fianza, acompañado por mi tía Eulogia, la flaca y la Domi.
Esa noche, mi tía y Roberto partieron a Buenos Aires. Llegaron a un hotel, se instalaron en una suite y se dispusieron a olvidar el incidente.
—Roberto, quiero hacerte una pregunta —dijo mi tía, antes de apagar la luz.
—Pregunta lo que quieras —dijo Roberto, amoroso.
—¿Prometes que nunca más te vas a ir con otra mujer, ni con la crespa, ni con la flaca, ni con la rubia de la farmacia?
—Pero Eulo, si tú eres el amor de mi vida, cómo se te ocurre que voy a mirar a ninguna flaca, mucho menos a la de la esquina, ¿cuál esquina? ¡Por ningún motivo, mi vida! Mira, Eulogia, creo haber dado pruebas concretas de ser un marido recto, fiel a ti, ¿no estamos juntos de nuevo? ¿Cuál rubia de la farmacia? —dijo Roberto, poniendo esa cara de ángel que ponen los maridos cuando en el fondo de su corazón no están creyendo ni una letra de lo que ellos mismos están diciendo.
Entonces mi tía comprendió que habían vuelto a la normalidad. Y se durmió.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 11 DEL 2004