ROCK Y JAZZ, DE LA INNOVACIÓN A LA NOSTALGIA
Publicado en
abril 14, 2013
Correspondiente a la edición de Octubre de 1993
1968. La guerra fría y los enfrentamientos por los derechos de los negros producían un temblor leve pero constante, mientras los hippies querían cambiar al mundo con flores y paz, y los estudiantes franceses peleaban de otra forma por ese cambio. Yen la música...
Por Fernando Larrea M.
Los Beatles lo habían intentado todo: el rock and roll puro; las fusiones con la música clásica, la electrónica, la étnica; los álbumes conceptuales; en fin, desde los excesos del silencio hasta la sobriedad de las orquestas, los Escarabajos de Liverpool habían sentado las pautas de lo que sería la música popular anglosajona de las siguientes décadas. Y publicaban su álbum blanco para demostrarlo.
Pero había otros. Los Doors lanzaban su segundo álbum, que les consagraba indiscutiblemente y que empezaba a escribir el nombre de Jim Morrison en el libro de la leyenda. Los Cream, el más famoso super-trío de la historia y el trampolín definitivo de Eric Clapton, se separarían ese año, con un enorme concierto en el Royal Albert Hall.
El sonido de San Francisco se consolidaba con el rock ácido de los Jefferson Airplane y los Grateful Dead. Crosby, Stills & Nash empezaban a reunirse para realizar lo que serían los más importantes trabajos de folk rock de la década, junto a los de Bob Dylan.
Las grandes bandas de los 70 y 80 como Pink Floyd y Jethro Tull, habían dado ya sus primeros pasos, y los "veteranos" como Rolling Stones y The Who seguían cosechando éxitos y creando propuestas únicas.
Poco había en común con el rock de los 50, en donde todo era rock and roll simple, baladas románticas y algo de rhythm and blues. En 1968 todo se había disparado creando ricas variaciones entre complejas instrumentaciones y distintas formas de la más emotiva expresión musical.
Es que los jóvenes que se habían vuelto locos con los ritmos de Chuck Berry y Little Richard, y que se creían iconoclastas porque veían a Elvis Presley mover las caderas, estaban empezando a madurar. En los 60s, la música no era un gusto separado del cuerpo, de la vida, como si se pudieran encerrar los cuestionamientos e inquietudes en un pequeño tocadiscos del dormitorio.
En los 60s, las cosas se empezaban a integrar: uno podía ver cómo la Historia se retorcía día a día, dando giros inesperados, y la música era parte esencial de esa Historia. La psicodelia, las drogas, la moda de las minifaldas y hasta los desnudos, el sexo libre y las flores místicas empezaban y terminaban con los rockeros de esos años.
En la búsqueda de referentes, los seres humanos reconocen dos formas de autoridad: la que se les impone por miedo y la que necesitan como guía en el incierto camino hacia la madurez. La segunda se construye alrededor de la "idolización" de una figura, de la identificación con ella como algo que les gustaría ser. Si el mensaje de las voces oficiales, aquellas en las que había que creer porque detentaban el poder, ya no era satisfactorio, ¿cómo avalar otras prácticas y otros intereses? Quizás buscando esas figuras alternativas de autoridad, las que ofrecían otras respuestas, con las que uno pudiera identificarse.
Si los Beatles habían declarado que habían ingerido LSD, que el Maharishi Mahesh Yogi tenía la verdad en sus labios y su corazón, que la religión tradicional estaba pasando de moda al punto de que ellos eran más populares que Jesucristo, no solo que algo de eso debía ser cierto, sino que el mensaje sonaba a libertad, a un espacio y a una lógica propias.
Y la música era producto y guía en este proceso, un proceso que se consolidó en la segunda mitad de la década, y particularmente del 68 en adelante. Para entonces, el arte estaba tan dispuesto a experimentar y buscar alternativas como lo estaban los propios jóvenes de la época. Más allá del entretenimiento, era una toma de posiciones ante el mundo, un lenguaje personal, y como tal debía ser tomado muy en serio.
Esta tendencia continuaría hacia fines de los 60, con el aparecimiento de grupos como King Crimson; Emerson, Lake & Palmer (ELP); Génesis; de artistas como Cat Stevens y Elton John; y con la desintegración de los Beatles, allá 1970.
Y, ¿QUÉ PASABA CON EL JAZZ?
Por estos lados también soplaban vientos de cambio. Antes de 1969, el género había jugado con pequeños grupos y grandes orquestas, con improvisaciones fuertes y temas definidos, y también con la inclusión de elementos de la música clásica, del mambo, del blues y del rock. Pero, en 1969, el trompetista y compositor Miles Davis publicó Bitches Brew, el álbum que no solo oficializó la fusión, sino que lo hizo de tal manera que no quedaron dudas de que este subgénero rmerecía su espació propio.
Por primera vez se integraban el jazz y el rock en igualdad de condiciones, con aportes de similar valor, y de tal manera que el resultado difícilmente puede ser llamado rock o jazz (por ello, aunque muchos utilizan la denominación jazz-rock, los entendidos prefieren llamar fusión a esta corriente; además, la fusión puede incluir elementos de otros géneros, lo que, en rigor, no debería formar parte del término jazz-rock). Además, el producto de Davis era agradable, comprensible y vibrante y, en ningún caso, material esotérico para cuatro estudiosos. Quizás por ello tuvo tantos adeptos como detractores, algunos de los cuales vieron en él la "banalización" y comercialización extrema del jazz, así como su alejamiento de las verdaderas fuentes del género.
En el rock, los 70s presentaron otra estructura, aunque de hecho tenía mucho que ver con las tendencias de fines de los 60s: los primeros años dominados por el rock sinfónico, el progresivo, el experimental y las fusiones, con grandes figuras como Pink Floyd, Génesis, ELP, Mike Oldfield, Camel, Nektar, Queen y otros. La idea era realizar obras largas, instrumentalmente complejas, y con elementos de la música clásica, la electrónica, del country y del jazz en ellas.
El rock se había vuelto tan serio que pretendía salir del nivel de "simple" música popular, para ser considerado un Arte con mayúsculas. Algo se ganó y algo se perdió con estos experimentos. Excelentes obras, que exploraban todo lo que podía ofrecer el género y sus fusiones, brillaban como muestras de lo que los artistas y sus seguidores estaban dispuestos a crear y asimilar. Así mismo, unos cuantos zoquetes se dedicaron a difundir ruidos indigeribles. Como siempre, las innovaciones proveen un espacio para los talentosos y dan refugio a los ineptos.
La segunda mitad de los 70s vio florecer al glam rock, el rock glamoroso, de más forma que fondo y por lo común simpático, comercial y con connotaciones homosexuales, cuyos principales representantes –los más creativos y serios, además– fueron David Bowie y Lou Reed, más tangencialmente Elton John y Freddie Mercury, y en la línea más simplona y efímera, Gary Glitter. Lo interesante de esta tendencia es que se jugó con temas fantásticos, de la línea de la ciencia ficción, y con la idea de un rock más teatral, con un concepto dramático como cuerpo de la óbra musical.
La música bailable había estado evolucionando también desde el soul al hustle y, por último, llegó al gran fenómeno comercial de los 70, el disco music. Hacia fines del decenio, grupos como Tavares, Bee Gees, Barry White y otros barrían con los records de ventas de discos. Y John Travolta y Olivia Newton-John se habían vuelto mundialmente famosos por las películas Saturday night fever y Grease. Aquí, en Quito y en Guayaquil, había numerosos Travoltas y Olivias vestidos de traje blanco, los unos, y con pantalones negros ajustadísimos, las otras, en cada fiesta o discoteca de la época.
El jazz vio brillar, además de las recreaciones del mainstream, es decir, del jazz clásico o típico (en sus muchas formas), a la fusión, con algunos músicos de primer orden. Desde grupos más integrados al rock sinfónico y progresivo, como Mahavishnu Orchestra, bajo la batuta del guitarrista John McLaughlin, hasta conjuntos más ligados al jazz, como las bandas de Chick Corea. Sea como fuere, nombres como Return To Forever y Weather Report, entre los grupos, y Corea, McLaughlin, Jean-Luc Ponty, Keith Jarret y otros empezaban a ser considerados "los nuevos maestros del jazz". Y los instrumentos propios de este género invitaban a las guitarras eléctricas y los sintetizadores a sentarse a la misma mesa y a compartir el trabajo y sus frutos.
Resultaba obvio que aún en un género como el jazz, menos popular y juvenil que el rock en la segunda mitad del siglo XX, el proceso iniciado en 1969 se había definido. Nuevos músicos y nuevas propuestas dentro de la fusión eran buscados, cultivados y mantenidos. Inclusive algunos prejuicios que catalogaban y limitaban las formas de creación musical eran cuestionados; así, algunos artistas fluían entre una serie de géneros, sin limitar su producción a una élite, sino ofreciéndosela al gran público. Cabría citar el caso especial de Astor Piazzola, que con su particular forma de entender al tango argentino, creó un tipo especial de fusión, con claros elementos de jazz, de tango y de música clásica.
Lo interesante era que, además, se empezaban a definir no solo los estilos armónicos de cada músico, lo que es típico del jazz, sino también a determinar los estilos melódicos de sus obras, lo que resulta más propio del rock, donde las melodías son muy identificables. Por si fuera poco, Corea y Jarret, cada cual por su lado, no tuvieron empacho en probar suerte con fusiones particulares, donde la música clásica tenía mucho que ver, a veces con instrumentos acústicos solistas, como el piano, en una época donde los más variados instrumentos eléctricos y electrónicos estaban causando sensación.
Y VOLVEMOS AL ROCK
Paralelamente a estos sucesos, en el mundo del rock, a la altura de 1976 (aunque con verdadero vigor desde 1978), surgió el punk. Este movimiento rompía con la visión clásica de la industria de la música –presente en el disco–, con los virtuosismos del rock sinfónico y progresivo y con los artificios del glam rock. El punk proponía un retorno al rock más simple, donde la expresión reemplazara a la técnica, como lo demostraron sus principales exponentes, los Sex Pistols.
En el lado extramusical, el punk era un movimiento anárquico, de cierta violencia, que respondía a la espantosa recesión europea y, particularmente, inglesa, con una visión muy anárquica. Tan así fue que la mayoría de grupos que tuvieron la oportunidad de lograr cierta fama se desbandaron porque sus integrantes morían, eran arrestados, sufrían accidentes, etc. Los mismos Sex Pistols, por ejemplo, solo grabaron un disco, porque su líder murió al poco tiempo de esa grabación y porque todo lo demás que hicieron era prácticamente inaudible.
Pero, a principios de los 80, como todo anarquismo, el punk fue rápidamente asimilado y/o suavizado, y se convirtió en un producto muy vendible, ya sea como pseudopunks, como su descendiente directo, el new wave, o en otros híbridos menos definidos. Además, en los 80 florecieron en Europa corrientes como la música industrial y el tecno, así como la fusión con la música gitana; y en el mundo anglosajón, en general, los "nuevos románticos", el heavy metal, el trash y otras tendencias de rock duro; por supuesto, el rap y la música bailable con fuerte influencia tecno; y, quizás lo más importante, la "síntesis comercial", un tipo de subgénero compuesto por ritmos bailables, con algo de música negra, de rock, de pop y de tecno, que a veces asume formas románticas: es la música de los fenómenos comerciales como Madonna, Michael Jackson o New Kids On The Block.
Además, esta época se ha constituido en el medio adecuado para buscar en otros géneros y otras culturas, para lograr fusiones extremadamente interesantes con el jazz y la música étnica, como la latinoamericana, la asiática, la irlandesa y la africana. Peter Gabriel, U2, Clannad, Paul Simon y muchos músicos más se han beneficiado de ello, así como el público, claro está.
De igual manera, las grandes figuras del jazz de los 70s siguieron haciendo noticia: Corea, Jarret y otros, por ejemplo. Pero la fusión se ha enriquecido con jóvenes virtuosos y creativos, como el guitarrista Al di Meola, el bajista John Patitucci, el pianista Gonzalo Rubalcaba, que han ampliado los límites y redefinido las clasificaciones tradicionales del jazz. Músicos latinos como el grupo Irakere y muchos músicos populares del Brasil y Europa han permitido que el término "fusión" integre algo más que el rock, lo que se ha visto en los ritmos caribeños, las melodías brasileñas, los sonidos flamencos y gitanos que ahora se pueden escuchar en composiciones de jazz (y de rock también).
Hasta aquí, todo parece una evolución hacia la música global, sin límites arbitraríos entre estilos o tendencias. Pero, cada cierto tiempo, la creatividad parece agotarse más en la mente de los empresarios de la música que en la de los artistas. Y entonces se lanzan modas e ídolos, para seguir haciendo de la música la primera industria del entretenimiento en gran parte del mundo.
Claro, como lo reciclable también está de moda, en ocasiones se vuelve la vista atrás, a ver qué del pasado puede reutilizarse en el presente. Así, desde fines de los 80s y en los 90s, hay una tendencia de resurrección de las viejas figuras, estilos y hasta corrientes musicales, de Eric Clapton a Gary Glitter, desde los boleros hasta el blues.
En primer lugar, ha habido un resurgimiento de los años 60s, en su música e incluso de su moda. Películas como Los Doors, de Oliver Stone, han hecho lo suyo. Pero, además, grupos como Black Box, Eddie Brickell & The New Bohemians, por ejemplo, han asumido estilos en su música o en sus videos, que tienen que ver con esa década.
En segundo lugar, viejos artistas como Eric Clapton, Cliff Richard, Rod Stewart, Mick Jagger, Smokey Robinson, Tina Turner, Paul McCartney y otros han regresado o (si nunca se habían ido) han alcanzado nuevos picos de popularidad, en ocasiones con "nuevas fórmulas" como lanzar álbumes acústicos con grandes éxitos de sus trayectorias, del estilo de los Unplugged, que en algunos casos se han vendido muy bien (Clapton, Stewart, McCartney); o, también, al aparecer en grandes conciertos donde nuevas y viejas figuras se juntan, especialmente con fines benéficos, como ha sido el caso de Live Aid, Knebworth y Prince' s Gala Trust.
En tercer lugar, están las nuevas versiones de temas viejos, muchas veces dentro de tributos a los "grandes maestros del rock", como Elton John, Neil Young, John Lennon, etc., aunque no siempre. Tales versiones cuentan con la participación de artistas o grupos muy cotizados en la actualidad: Sinéad O'Connor, George Michael, Phil Collins y más.
Como colofón, también en el jazz ha habido un resur gimiento del mainstream, incluso con la participación ocasional de algunos puntales de la fusión, como Corea y Rubalcaba. Pero músicos nuevos, como el trompetista Wynton Marsalis o viejos, como Joe Henderson, han llamado la atención sobre la necesidad de enriquecer las formas tradicionales del género.
Como todo proceso, éste no puede ser analizado en forma maniquea. Es evidente que hay puntos positivos y negativos en estas resurrecciones: los positivos, que se rescata un bagaje artístico enorme, se reconoce el valor de grandes músicos de antaño y se "historiza" al rock y a la música popular contemporánea, ofreciéndoles fuentes de inspiración y contextos creativos más amplios; los negativos, que el comercialismo y el facilismo de la industria musical pretenden retroceder antes que avanzar, al brindar temas antiguos en donde la creatividad se limita a adaptar en forma estereotipada las viejas canciones a las técnicas modernas.
La tónica que se dé al fenómeno dependerá de las razones para buscar en el pasado: ¿es la falta de referentes y artistas de importancia en la actualidad, o una justa comprensión de que una sociedad sin memoria no posee arte ni cultura valiosos ni duraderos?
La respuesta no es sencilla y solo el tiempo la dará.