PELIGRO NUCLEAR EN EUROPA ORIENTAL
Publicado en
abril 14, 2013
Taller de reparación de las turbinas de la central nuclear de Kozloduy, Bulgaria, donde la situación es "inaceptable" y existe la inminencia de percances catastróficos.
Mientras no se tomen medidas urgentes, seguirá pendiendo sobre toda Europa la angustiosa amenaza de otra catástrofe nuclear.
Por Richard Covington.
SI LAS PREOCUPACIONES generaran electricidad, Jordan Jordanov podría alumbrar personalmente a toda Bulgaria. En lugar de ello, tiene que depender de reactores nucleares; de algunos de los más viejos aún en operación. Jordanov es responsable de la seguridad en la única central de energía nuclear de Bulgaria, situada en Kozloduy, 120 kilómetros al norte de Sofía, y la vida de este hombre no es fácil. "Tengo la mitad de los trabajadores calificados que necesito", explica. "Dispongo de dos computadoras, pero sin impresora, y de dos fotocopiadoras, pero sin papel. Los informes se escriben a mano, porque ya no hay cintas para las máquinas de escribir".
En junio pasado, la planta de Kozloduy fue sometida a la inspección más estricta de su historia, y los resultados fueron alarmantes. En su informe de 144 páginas, un equipo de inspectores occidentales que envió la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con sede en Viena, tachó de "inaceptable" el estado de la central y advirtió que sería "imprudente" poner en operación cuatro de sus seis unidades. Tales temores se materializaron: menos de diez días después, en julio, se detectaron tres fugas de radiación y estalló un incendio.
Kozloduy alberga cuatro de los 24 viejos reactores de agua a presión que diseñaron los soviéticos y que actualmente operan en toda Europa Oriental y en la Unión Soviética: en Checoslovaquia hay ocho, en Hungría, cuatro, y en la Unión Soviética, otros ocho. Hasta la reunificación, la ex Alemania Oriental tuvo en funcionamiento cuatro de estos reactores; entonces, Bonn los clausuró, porque no cumplían con las normas de seguridad occidentales.
En opinión de un creciente número de críticos, estos reactores constituyen verdaderas bombas de tiempo. Y las advertencias no pueden echarse en saco roto, porque provienen de grupos acendradamente partidarios de la energía nuclear. Entre estos grupos destacan la AIEA, organismo que crearon las Naciones Unidas para supervisar las centrales nucleares de todo el mundo; y el Comité Internacional de Asesoría en Asuntos Nucleares, "club" independiente que integran científicos del átomo, altos funcionarios gubernamentales y jefes de empresas de servicio público de 24 países. Hasta el Club Internacional de Energía, de Moscú, asociación independiente de expertos en este campo, se ha sumado al clamor que exige estudiar, reparar o, posiblemente, clausurar estos reactores anticuados.
"A la larga, podría sobrevenir la fusión del núcleo, si los mantenemos en funcionamiento", advierte Wolfgang Kromp, miembro de la comisión austriaca que inspeccionó los cuatro reactores de la central de Checoslovaquia en Bohunice, a sólo 55 kilómetros de la frontera con Austria. Lo que ocurrió en Chernobyl fue precisamente la fusión del núcleo.
En su informe, publicado en diciembre de 1990, la comisión pronosticó un aterrador escenario de accidente en Bohunice. Con cielo despejado sobre las instalaciones del reactor, viento suave del este y lluvia en Austria, una fusión contaminaría, en cuestión de horas, un área de 750 kilómetros cuadrados al norte de Viena. Alarmado, el gobierno austriaco exigió la clausura de los dos reactores más viejos de Bohunice.
Cuando los soviéticos los diseñaron, a principios de los sesentas, estos reactores de primera generación, de la serie VVER-440, se consideraban mucho más seguros que los de núcleo de grafito, como el de Chernobyl. En primer lugar, eran más pequeños y, por tanto, contenían menos uranio; en segundo, resultaba más fácil disminuir la velocidad de su reacción nuclear y controlarla. Además, los serpentines de enfriamiento contenían más agua que los de los reactores con núcleo de grafito, lo cual, en teoría, ofrecía protección adicional contra la fusión. Pero ninguno de los reactores soviéticos tenía domo de contención, hecho de gruesos muros de acero y hormigón, que impide la diseminación de la radiactividad en caso de fuga o fusión del núcleo.
En 1990 visité las centrales nucleares de Bulgaria, Checoslovaquia y la ex Alemania Oriental, para obtener información de primera mano sobre sus problemas. Cuando llegué a la central búlgara de Kozloduy, pude ver enormes tubos verdes que salían de un complejo de bajos edificios de hormigón y atravesaban unos campos hacia las poblaciones vecinas, para suministrarles calor. La intensidad sísmica de esta región de las llanuras del Danubio es de grado VI en la escala M.S.K.; la central de Kozloduy no estaba diseñada para resistir terremotos. En efecto, en 1977, cuando ocurrió un temblor de V a VI grados de intensidad, los principales tubos de enfriamiento estuvieron a punto de romperse y dejar escapar el vapor radiactivo.
Ya dentro de la central, un empleado me llevó a la sala de turbinas, sitio ensordecedor donde por todas partes había charcos de aceite y agua, y hoyos en el piso metálico que llegaban a medir un metro de anchura. Los trapos viejos y la madera astillada formaban trampas muy propias para provocar incendios. Desde abril de 1987, ha habido en Kozloduy 30 incendios. Estos incendios son tanto más peligrosos cuanto que no hay barreras contra el fuego que separen las distintas secciones de la central.
Inmediatamente afuera de la sala de control de la unidad número 1, me detuve a observar el equipo de interruptores eléctricos. Los circuitos, cuyos modelos datan de los sesentas, son mecánicos, no electrónicos. Los interruptores electrónicos se prueban automáticamente a intervalos de unos cuantos segundos. En los reactores de Kozloduy, un técnico tiene que probar personalmente cada circuito, que acaso falle un minuto después.
Esta anticuada tecnología soviética deja todo el sistema eléctrico expuesto a errores humanos. En la central nuclear de Greifswald, en la ex Alemania Oriental, por ejemplo, los ingenieros encajaban cajetillas de cigarrillos vacías entre los contactos de los relés para hacer funcionar provisionalmente el equipo. Otro importante error de diseño consiste en que los sistemas de seguridad están juntos, en vez de tener estrictamente separados los sistemas de respaldo. Cualquier accidente en un recinto podría desactivar los sistemas de seguridad alrededor de los reactores, donde son más necesarios. Por ejemplo: en 1975, un incendio en el cuarto de interruptores de Greifswald provocó una suspensión general de la corriente que paralizó las 12 bombas de agua para enfriamiento de uno de los reactores. Empezó a subir mucho la temperatura del núcleo del reactor. Los trabajadores corrían de un lado a otro, desesperados, para extinguir el fuego, restaurar la corriente y reactivar las bombas. Finalmente lograron que funcionara de nuevo una de las bombas, y se evitó la fusión del núcleo.
Sólo después de que los operadores alemanes orientales lo notificaron por fin al gobierno de Alemania Occidental, en enero de 1990, se publicó en la prensa el accidente. Entre otras revelaciones sobre las peligrosas operaciones de Greifswald, esta suscitó un clamor de protesta generalizada. A fines de ese año, se clausuró el último de los cuatro reactores de la central.
EN EL CUARTO de controles de la unidad número 1, en Kozloduy, me vi ante una impresionante serie de indicadores, manijas y medidores al mando de tres ingenieros. Si existe algún lugar de una central nuclear donde se esperaría estar a salvo, es el cuarto de controles. Pero los inspectores de la AIEA descubrieron que los cuartos de controles para cuatro reactores de Kozloduy no se podían sellar para aislarlos de "acontecimientos externos". Las unidades números 1 y 2 carecían de tableros de control para casos de urgencia, y los de las otras dos unidades estaban tan cerca de los cuartos de control, que resultarían inútiles en semejantes contingencias.
Fuera del cuarto de control, un ingeniero me llevó a una plataforma de observación, desde la cual vi, allá abajo, el enorme recinto del reactor. Dos cúpulas, de cinco metros de altura y seis de diámetro, cubrían los depósitos de agua a presión del reactor, enterrados a medias. Me enteré de que esos depósitos adolecían de dos importantes defectos de diseño.
En primer lugar, estaban mal diseñados los principales serpentines de refrigeración y los tubos comunicantes de metal, de 500 milímetros de diámetro, que salen del núcleo del reactor dentro del depósito. En los serpentines, el agua químicamente tratada está sometida a gran presión para que siga siendo líquida en vez de convertirse en vapor. Los soviéticos diseñaron los serpentines para que resistieran sólo una ruptura muy pequeña: de 32 milímetros, en lugar de 500, como se especifica en las instalaciones de Occidente.
El segundo defecto de diseño consiste en que los depósitos no tienen suficiente anchura: el flujo de neutrones que genera el núcleo bombardea constantemente sus paredes interiores de acero, con lo cual se debilitan y se tornan quebradizas. Posteriormente, Leopold Weil, jefe de seguridad nuclear de la oficina de protección contra la radiación, de Alemania, me explicó: "Al volverse quebradizo un depósito, podría romperse, sobre todo durante el enfriamiento rápido". También un accidente de este tipo causaría la fusión.
Pero estos errores de diseño no son los únicos problemas en Kozloduy. Dice el informe de la AIEA: "Desde hace mucho, todos los niveles del gobierno y de la dirección de las centrales han hecho hincapié en la producción de energía a costa de la seguridad nuclear". Por consiguiente, el personal no está bien preparado, su carga de trabajo es excesiva y es muy negligente. Se expone demasiado a la radiación y pasa por alto los procedimientos de mantenimiento básico y de urgencias. Su plan de urgencia es "inadecuado", opina la AIEA.
A diferencia de Bulgaria y de la ex Alemania Oriental, Checoslovaquia dispone de su propia industria nuclear. Tuvo la posibilidad de probar las piezas soviéticas y, en casos raros, devolver las defectuosas para que las repararan. "No obstante, los soviéticos eran muy renuentes a aceptarlas", recuerda Jiri Beranek, ex jefe de inspectores de seguridad nuclear. "Por ejemplo, se necesitaron varios meses de negociaciones para que aceptaran reparar los codos defectuosos que se iban a usar en los serpentines de refrigeración del reactor".
Con todo, los checos están en peor situación que sus vecinos en cuanto al almacenamiento del combustible usado. Visibles desde varios kilómetros a la redonda, las ocho torres de refrigeración de Bohunice dominan el paisaje. En un recorrido por la central, el ingeniero químico Iván Smiesko señaló un edificio bajo. "Adentro, unos pozos con muros de concreto, que llegan a gran profundidad, contienen una de las mayores acumulaciones de combustible nuclear usado que existen en Europa Oriental", me dijo.
Al principio, esos pozos se diseñaron para guardar el combustible usado durante dos o tres años, antes de embarcarlo a la Unión Soviética para su eliminación en forma gratuita; pero los soviéticos piden ahora pagos en divisas fuertes —alrededor de 1000 dólares por kilogramo— por llevarse el combustible usado.
"En Bohunice ha habido grandes fugas de cesio y plutonio radiactivos hacia el cercano río Dudvah", comenta el ministro federal de Ecología de Checoslovaquia, Josef Vavrousek. Un riesgo mayor radica en la amenaza de que haya un terremoto, pues la central se diseñó para resistir una intensidad de sólo VI a VII grados en la escala sísmica M.S.K. El área alrededor de Bohunice está clasificada del VII al VIII grado. Una ruptura de los pozos podría verter los desechos nucleares en el Dudvah y, desde allí, contaminar hasta el río Danubio.
¿Qué soluciones puede haber para corregir estos peligrosos reactores? Es imposible reacondicionar las unidades para que se ajusten a las normas occidentales, pues hacerlo costaría casi lo mismo que construir otras nuevas. Sin embargo, los checoslovacos han elaborado una ambiciosa lista de 81 mejoras para Bohunice, entre las cuales no figura la construcción de domos de contención. (El costo se eleva a cerca de 500 millones de dólares por cada domo.) Ya han empezado a reforzar los reactores para protegerlos de los terremotos, y prometen que separarán lo más posible los sistemas de seguridad y empezarán a dar mejor preparación al personal. Pero Friedrich Niehaus, jefe de la sección de verificación de seguridad en las centrales nucleares de la AIEA, duda de que estas medidas funcionen bien. "No es posible compensar las deficiencias de diseño fundamental con mejoras en la operación", advierte.
Los gobiernos de Europa Oriental no disponen de muchas opciones al respecto. Como observa el alemán Leopold Weil, "no podrían clausurar sus reactores, aunque quisieran, porque eso significaría morirse de hambre". En Checoslovaquia, el 27 por ciento de la producción de electricidad proviene de las centrales nucleares; Bulgaria depende de Kozloduy para generar el 40 por ciento de su electricidad; Hungría depende de una sola central para obtener la mitad de su energía eléctrica.
¿Qué opciones hay? En primer lugar, se pueden hacer considerables ahorros en el consumo de energía. En el pasado, la electricidad barata, subsidiada por el Estado, fomentaba un desperdicio tremendo. En Checoslovaquia, por ejemplo, la gente consumía lo doble de energía para producir los mismos artículos que Occidente. Y en un periodo de 30 años, los gigantescos bloques de concreto sin aislamiento, característicos de las viviendas socialistas, devoraron en calefacción un costo diez veces mayor que el de su propia construcción. Se reduciría muchísimo el consumo de energía si se instalaran termostatos, medidores para regular la calefacción y el agua caliente, y material aislante en las viviendas. Además, los europeos orientales podrían desarrollar más otras fuentes de energía, como la fuerza del agua y del viento.
¿Y qué decir de la construcción de nuevas centrales nucleares? La Westinghouse, de Estados Unidos, la Siemens, de Alemania, y la Framatome, de Francia, son algunas de las compañías ansiosas por vender nuevos reactores a Europa Oriental. Sólo que los gobiernos de la región no tienen suficiente dinero para pagar los 2000 millones de dólares que costaría cada reactor. En cambio, algunos ofrecen pagar a los proveedores en especie, con la futura capacidad de generar electricidad. El gobierno de Checoslovaquia ha firmado ya un contrato para suministrar energía a la empresa alemana de luz y fuerza Bayernwerk, desde la estación que se está construyendo en Mochovce, a cambio de la instrumentación y de los sistemas de control de Siemens.
Otro escollo es la oposición del público. Alrededor del 40 por ciento de la población en Checoslovaquia y en Hungría se opone a la energía nuclear; y más de la mitad en Bulgaria. En las últimos dos años, las protestas públicas han impedido la construcción de nuevos reactores en Temelin, en la región meridional de Checoslovaquia, y cerca de heleno, en Bulgaria.
Es innegable que no se llegará a ninguna solución de este problema sin el inmediato impulso del capital y de la experiencia de Occidente. La Comunidad Europea y la Agencia de Energía Nuclear de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico han invitado a especialistas en energía nuclear de Europa Oriental a participar en un proyecto de seguridad permanente para los depósitos y las tuberías de los reactores. El Ministerio de Ecología de Alemania ha sostenido pláticas en Checoslovaquia sobre los problemas comunes a las centrales de Greifswald y Bohunice. La agencia de energía atómica de Francia ha accedido a ayudar a los checos a modernizar sus reactores, mientras la empresa nacional de electricidad envió ingenieros a trabajar en Kozloduy. Por último, en septiembre de 1991 se creó un consorcio europeo para mejorar la seguridad nuclear en Bulgaria.
Hasta ahora, Occidente no ha ofrecido mucha asistencia financiera; pero es probable que cambie esta situación. Tras el impactante informe de la AIEA sobre Kozloduy, la Comunidad Europea otorgó a Bulgaria 11 millones de ecus para mejorar el mantenimiento, capacitar de nuevo a los trabajadores y mejorar lo que la industria nuclear llama "cultura de la seguridad".
Mientras tanto, pende sobre Europa la angustiosa amenaza de otro desastre nuclear. En la sede del grupo ecológico Ecoglasnost, en Sofía, Lutchesar Toshev me dijo: "Bulgaria pasa por una situación económica catastrófica. Sin la ayuda de Occidente, es imposible que clausuremos los peligrosos reactores de Kosloduy, por más que lo deseemos".
De los dirigentes políticos, tanto en Occidente como en Oriente, depende atender la angustiante advertencia de Toshev.
FOTO ARNAUD ADIDA/GAMMAM